Ir al contenido

Ir al índice

Los misioneros fomentan el aumento mundial

Los misioneros fomentan el aumento mundial

Capítulo 23

Los misioneros fomentan el aumento mundial

LA ACTIVIDAD celosa de misioneros que están dispuestos a servir donde se les necesite ha sido un factor importante en la proclamación mundial del Reino de Dios.

Mucho antes de que la Sociedad Watch Tower Bible and Tract fundara una escuela misional, ya se estaban enviando misioneros a otros países. El primer presidente de la Sociedad, C. T. Russell, reconoció que se necesitaban personas capacitadas para iniciar y dirigir la predicación de las buenas nuevas en campos extranjeros. Con ese propósito envió a Adolf Weber a Europa, E. J. Coward al Caribe, Robert Hollister al Oriente y Joseph Booth al sur de África. Lamentablemente, Booth resultó estar más interesado en sus propios planes, así que en 1910 se envió a William Johnston de Escocia a Nyasalandia (hoy Malaui), donde la influencia nociva de Booth se había sentido con mayor intensidad. Más adelante, encargaron al hermano Johnston que abriera una sucursal de la Sociedad Watch Tower en Durban (Sudáfrica), y posteriormente sirvió de superintendente de sucursal en Australia.

Después de la primera guerra mundial J. F. Rutherford envió a muchos misioneros más al extranjero. Por ejemplo, Thomas Walder y George Phillips fueron enviados de Gran Bretaña a Sudáfrica; W. R. Brown, de su asignación en Trinidad a África occidental; George Young, de Canadá a América del Sur y a Europa; Juan Muñiz, primero a España y luego a Argentina, y George Wright y Edwin Skinner a la India, seguidos de Claude Goodman, Ron Tippin y otros. Todos ellos actuaron como auténticos pioneros, llegando hasta zonas en las que se había predicado poco o no se había predicado nada y sentando una base sólida para el crecimiento futuro de la organización.

También hubo otros cuyo espíritu misionero les impulsó a ir a predicar a países extranjeros. Algunos de estos fueron Kate Goas y su hija Marion, quienes sirvieron con celo por años en Colombia y Venezuela; Joseph Dos Santos, que dejó Hawai para realizar una gira de predicación pero acabó sirviendo en las Filipinas durante quince años, y Frank Rice, que partió de Australia en un buque de carga para iniciar la predicación de las buenas nuevas en la isla de Java (ahora parte de Indonesia).

No obstante, en 1942 se creó una escuela especialmente destinada a preparar a hombres y mujeres que estuvieran dispuestos a emprender el servicio misional en cualquier lugar del mundo donde se les necesitara.

Escuela de Galaad

Desde el punto de vista humano, podía parecer poco práctico hacer planes para la expansión de la predicación del Reino en campos extranjeros en plena guerra mundial. Sin embargo, en septiembre de 1942 los directores de dos de las principales corporaciones legales de los testigos de Jehová aprobaron, con confianza en Jehová, la propuesta de N. H. Knorr de crear una escuela destinada a preparar hermanos para el servicio misional u otros servicios especializados. Se llamaría Colegio Bíblico de Galaad de la Watchtower, nombre que después se cambió a Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. La instrucción se impartiría sin cargo alguno, y la Sociedad correría con los gastos de alojamiento y alimentación de los estudiantes durante el período de su preparación.

Entre aquellos a quienes se pidió que ayudaran a preparar el plan de estudios figuraba Albert D. Schroeder, que ya había adquirido mucha experiencia en el Departamento de Servicio de la central mundial de la Sociedad en Brooklyn y sirviendo de superintendente de sucursal de la Sociedad en Gran Bretaña. Durante sus diecisiete años como secretario e instructor de la escuela se ganó el cariño de los estudiantes por su actitud positiva, su manera de gastarse en favor de otros y su interés afectuoso en ellos. En 1974 entró a formar parte del Cuerpo Gobernante y al año siguiente lo asignaron al Comité de Enseñanza.

El hermano Schroeder y los demás instructores (Maxwell Friend, Eduardo Keller y Victor Blackwell) programaron un curso de cinco meses en el que se destacaba el estudio de la Biblia y la organización teocrática, y que incluía también otras materias, como doctrinas bíblicas, oratoria, el ministerio del campo, el servicio misional, historia religiosa, ley divina, cómo tratar con los funcionarios del gobierno, ley internacional, cómo llevar registros y el aprendizaje de un idioma extranjero. A lo largo de los años se han hecho algunas modificaciones en el plan de estudios, pero el estudio de la Biblia y la importancia de la evangelización siempre han sido cuestiones prioritarias. El propósito del curso es fortalecer la fe de los estudiantes y ayudarlos a cultivar las cualidades espirituales necesarias para vencer las dificultades propias del servicio misional. Se recalca la importancia de confiar plenamente en Jehová y ser leales a él. (Sal. 146:1-6; Pro. 3:5, 6; Efe. 4:24.) Los estudiantes no reciben una respuesta exacta y precisa para todo, sino que se les enseña a investigar y se les ayuda a entender por qué los testigos de Jehová tienen ciertas creencias y por qué hacen las cosas de determinadas formas. Aprenden a discernir los principios por los que deben regirse. De este modo se sienta la base para un mayor progreso.

El 14 de diciembre de 1942 se enviaron las invitaciones para asistir a la primera clase. A mediados del invierno llegaron los 100 estudiantes de aquella clase a las instalaciones de la escuela, ubicadas en South Lansing, al interior del estado de Nueva York. Estaban deseosos de empezar, pero algo nerviosos. Aunque los estudios eran su preocupación inmediata, no podían evitar preguntarse a qué parte del campo mundial los enviarían una vez graduados.

El día de apertura del curso, el 1 de febrero de 1943, el hermano Knorr dirigió a aquella primera clase un discurso en el que dijo: “Se les dará más preparación para una obra parecida a la del apóstol Pablo, Marcos, Timoteo, y otros que viajaron a todas las partes del Imperio romano proclamando el mensaje del Reino. Era preciso que estuvieran fortificados con la Palabra de Dios. Era preciso que tuvieran conocimiento claro de Sus propósitos. En muchos lugares tenían que estar solos contra los elevados y poderosos de este mundo. Quizá [el caso] de ustedes sea igual; y Dios será su fortaleza para ello.

”Hay muchos lugares donde el testimonio concerniente al Reino no se ha dado en gran grado. La gente que vive en estos lugares está en las tinieblas, detenida allí por la religión. En algunos de estos países donde hay unos pocos testigos se nota que la gente de buena voluntad oye con gusto y se asociaría con la organización del Señor, si se les instruyera adecuadamente. Ha de haber centenares y miles más que oirían si hubiera más trabajadores en el campo. Por la gracia del Señor, habrá más.

”No es el propósito de este colegio equiparlos para ser ministros ordenados. Ya son ustedes ministros y han estado activos en el ministerio por varios años. [...] El curso de estudios en el colegio tiene por único propósito el de prepararlos para ser ministros más capaces en los territorios adonde van. [...]

”Su trabajo principal es el de predicar el evangelio del Reino de casa en casa como lo [hicieron] Jesús y los apóstoles. Cuando hubieren hallado un oído que oye, hagan [...] una revisita, comiencen un estudio en esa casa, y organicen una compañía [congregación] de tales personas en una ciudad o pueblo. No sólo será su beneplácito organizar una compañía, sino que tendrán que ayudarlos a entender la Palabra, fortalecerlos, dirigirles la palabra de vez en cuando, ayudarlos en sus reuniones de servicio y su organización. Cuando estén fuertes y puedan continuar solos y encargarse del territorio, podrán ustedes partir a alguna otra ciudad para proclamar el Reino. De vez en cuando quizá sea necesario que vuelvan para edificarlos en la santísima fe y corregirlos en la doctrina; así que su trabajo será el de cuidar las ‘otras ovejas’ del Señor, y no abandonarlas. (Juan 10:16.) Su verdadero trabajo es el de ayudar a la gente de buena voluntad. Tendrán que [tener] iniciativa, pero siempre tendrán que ser guiados por Dios.” *

Cinco meses más tarde concluyó la formación especializada de los alumnos de aquella primera clase. En cuanto se obtuvieron los visados y se organizaron los viajes, empezaron a marcharse a nueve países latinoamericanos diferentes. Tres meses después de la graduación, salieron de Estados Unidos los primeros misioneros de Galaad con destino a Cuba. Para 1992, más de 6.500 estudiantes de más de 110 países habían recibido formación misional y habían ido a servir a más de 200 países y archipiélagos.

Hasta su misma muerte, treinta y cuatro años después de la apertura de la Escuela de Galaad, el hermano Knorr mostró gran interés personal en la obra de los misioneros. Visitaba varias veces a los alumnos de cada curso, si le era posible, para darles conferencias, y se llevaba a otros miembros del personal de la central para que hablaran con los estudiantes. Una vez que los graduados de Galaad comenzaban su servicio en el extranjero, visitaba personalmente a los grupos de misioneros, les ayudaba a solucionar sus problemas y les daba el estímulo necesario. Cuando el número de grupos de misioneros creció, dispuso que otros hermanos capacitados los visitaran también, a fin de que todos, sin importar dónde estuvieran sirviendo, recibieran regularmente atención personal.

Aquellos misioneros eran diferentes

Los misioneros de la cristiandad han fundado hospitales, centros de refugiados y orfanatos para atender a las necesidades materiales de la gente. También han fomentado revueltas y han participado en guerrillas, asumiendo el papel de defensores de los pobres. Los misioneros graduados de la Escuela de Galaad, en cambio, enseñan la Biblia a la gente. En lugar de construir iglesias y esperar que la gente acuda a ellos, van de casa en casa para localizar y enseñar a los que tienen hambre y sed de justicia.

Los Testigos que son misioneros muestran a las personas, ateniéndose totalmente a la Palabra de Dios, por qué la solución segura y definitiva a los problemas de la humanidad es el Reino de Dios. (Mat. 24:14; Luc. 4:43.) Peter Vanderhaegen vio claramente el contraste entre esta obra y la de los misioneros de la cristiandad cuando viajaba hacia su asignación en Indonesia en 1951. Aparte de él, solo había otro pasajero a bordo del carguero: un misionero bautista. Aunque el hermano Vanderhaegen intentó hablarle de las buenas nuevas del Reino de Dios, el bautista dejó claro que su único interés era ayudar a Chiang Kai-shek, que estaba en Taiwan, a recuperar el poder en la China continental.

No obstante, muchas personas más han llegado a apreciar el valor de lo que dice la Palabra de Dios. En Barranquilla (Colombia), por ejemplo, Olaf Olson predicó a Antonio Carvajalino, anterior militante de un determinado movimiento político, pero el hermano Olson ni se puso de su lado ni abogó por ninguna otra ideología política. Más bien, se ofreció para estudiar la Biblia sin costo alguno con él y sus hermanas. Antonio se dio cuenta enseguida de que el Reino de Dios es verdaderamente la única esperanza para los pobres de Colombia y del resto del mundo. (Sal. 72:1-4, 12-14; Dan. 2:44.) Tanto él como sus hermanas llegaron a ser celosos siervos de Dios.

La diferencia entre los misioneros de los Testigos y el sistema religioso de la cristiandad se evidenció de otra forma en un incidente acaecido en Rhodesia (hoy Zimbabue). Cuando Donald Morrison llamó a la casa de un misionero de la cristiandad en ese país, este se quejó de que los Testigos no estaban respetando los límites que se habían fijado. ¿Qué límites? Pues bien, las religiones de la cristiandad habían dividido el país en zonas en las que cada una actuaría sin intromisión de las demás. Los testigos de Jehová no podían aceptar ese acuerdo. Jesús había dicho que el mensaje del Reino debía predicarse en toda la tierra habitada. La cristiandad, desde luego, no lo estaba haciendo. Los misioneros de Galaad estaban resueltos a obedecer a Cristo y realizar bien esa obra.

No se envió a estos misioneros para que otros les sirvieran, sino para servir. En muchos sentidos se puso de manifiesto que este era en realidad su objetivo. No es incorrecto aceptar provisiones materiales que las personas hayan ofrecido voluntariamente (no porque se les haya importunado) en agradecimiento por la ayuda espiritual recibida. Pero John Errichetti y Hermon Woodard vieron que, a fin de llegar al corazón de la gente de Alaska, era conveniente que dedicaran al menos algún tiempo a trabajar con sus manos para ganarse el sustento, tal como lo había hecho el apóstol Pablo. (1 Cor. 9:11, 12; 2 Tes. 3:7, 8.) Su actividad principal era la de predicar las buenas nuevas. Pero cuando alguien los acogía en su casa, ellos también le ayudaban en los trabajos que tuviera que hacer, como por ejemplo, alquitranar el tejado de la casa. Y cuando se desplazaban de un lugar a otro por mar, ayudaban a descargar el barco. La gente se daba cuenta enseguida de que aquellos misioneros no se parecían en nada al clero de la cristiandad.

En algunos lugares los misioneros Testigos tuvieron que trabajar seglarmente durante algún tiempo para poder establecerse en el país y así llevar a cabo su ministerio. Por ejemplo, cuando Jesse Cantwell fue a Colombia, trabajó enseñando inglés en el departamento médico de una universidad hasta que un cambio político dio una mayor libertad religiosa. A partir de entonces pudo emplear de lleno su experiencia en el ministerio sirviendo de superintendente viajante de los testigos de Jehová.

En muchos lugares los misioneros tuvieron que empezar con visados de turista que les permitían permanecer en el país un mes o varios meses. Luego tenían que salir y entrar de nuevo. Pero ellos repetían el proceso con constancia una y otra vez hasta que podían conseguir los permisos de residencia. Deseaban con todo el corazón ayudar a la gente de los países a los que se les había asignado.

Aquellos misioneros no se consideraban superiores a la gente del lugar. John Cutforth, que había sido maestro de escuela en Canadá, visitaba congregaciones y a Testigos aislados en Papua Nueva Guinea en calidad de superintendente viajante. Se sentaba en el suelo con ellos, comía con ellos y aceptaba cuando le invitaban a dormir en sus casas sobre una estera colocada en el suelo. Disfrutaba de su compañía cuando caminaban juntos en el ministerio del campo. Pero todo esto sorprendía a los observadores no Testigos, ya que los pastores europeos de las misiones de la cristiandad tenían fama de mantenerse apartados de la gente del país y relacionarse con sus parroquianos muy brevemente en algunas reuniones, pero sin llegar a comer con ellos.

La gente a la que servían estos Testigos podía sentir el interés amoroso de los misioneros y de la organización que los había enviado. En respuesta a una carta de João Mancoca, un humilde africano recluido en un penal del África Occidental Portuguesa (ahora Angola), se envió a un misionero de la Watch Tower para que le brindara ayuda espiritual. Mancoca dijo más tarde respecto a aquella visita: “Ya no tuve más dudas de que esa era la organización verdadera que tiene el apoyo de Dios. Nunca había pensado ni creído que ninguna otra organización religiosa haría tal cosa: sin recibir ningún pago, enviar a un misionero a un lugar lejano para visitar a una persona insignificante solo porque esta había escrito una carta”.

Condiciones de vida y costumbres

Las condiciones de vida en los países a los que eran enviados los misioneros no solían ser tan prósperas en sentido material como las de sus lugares de procedencia. Cuando Robert Kirk llegó a Birmania (ahora Myanmar) a principios de 1947, todavía se sentían los efectos de la guerra, y pocas casas tenían luz eléctrica. En muchos países los misioneros descubrieron que la ropa se lavaba prenda por prenda sobre una tabla o sobre las rocas de un río, en lugar de utilizar lavadoras eléctricas. Pero habían ido a aquellos lugares para enseñar la verdad bíblica a la gente, así que se adaptaron a las condiciones locales y se dieron por entero al ministerio.

Al principio, era frecuente que no hubiera nadie que recibiera a los misioneros. Ellos mismos tenían que buscarse vivienda. Cuando Charles Eisenhower y otros once hermanos llegaron a Cuba en 1943, tuvieron que dormir en el suelo la primera noche. Al día siguiente compraron camas y se hicieron armarios y cómodas con cajas de manzanas. Los grupos de misioneros confiaban en que Jehová bendeciría sus esfuerzos por pagar el alquiler, comprar comida y hacer frente a otros gastos necesarios con las contribuciones que recibieran por las publicaciones y la modesta ayuda económica que la Sociedad concedía a los precursores especiales.

La preparación de las comidas requería a veces un cambio de mentalidad. En los lugares donde no había refrigeradores se tenía que ir al mercado a diario. En muchos países se cocinaba sobre fuegos de carbón o leña en lugar de usar cocina de gas o eléctrica. George y Willa Mae Watkins, asignados a Liberia, se encontraron con que su cocina consistía en tres simples piedras sobre las que se colocaba una olla de hierro.

¿Y qué se puede decir del agua? Ruth McKay dijo respecto a su nuevo hogar en la India: ‘Este hogar no se puede comparar con nada de lo que yo he visto. La cocina no tiene fregadero, sino un grifo en la pared de la esquina con un borde levantado de concreto para evitar que el agua corra por todo el piso. El agua no fluye durante las 24 horas, sino que tiene que guardarse para las ocasiones en que se corta el suministro’.

Por no estar acostumbrados a las condiciones del país, algunos misioneros enfermaron durante los primeros meses que pasaron en su asignación. Russell Yeatts tuvo un ataque de disentería tras otro cuando llegó a Curazao en 1946. Pero un hermano de la isla había ofrecido una oración de gracias a Jehová por la llegada de los misioneros con tanto fervor, que estos no podían ni siquiera pensar en marcharse. Cuando Brian y Elke Wise llegaron a Alto Volta (ahora Burkina Faso), se encontraron con un clima duro que perjudicaba la salud. Tuvieron que aprender a soportar temperaturas diurnas de 43 °C. Durante el primer año Elke estuvo enferma semanas enteras en varias ocasiones debido al calor intenso y a la malaria. Al año siguiente Brian tuvo que guardar cama durante cinco meses, aquejado de una grave hepatitis. Pero pronto tuvieron tantos estudios bíblicos buenos como podían conducir... y más. Los Wise perseveraron por el amor que sentían hacia aquellas personas y porque veían su asignación como un privilegio y una buena preparación para lo que Jehová les tuviera reservado para un futuro.

Con el paso de los años, más misioneros fueron recibidos en sus asignaciones por los que los habían precedido o por los Testigos del lugar. Algunos fueron asignados a países cuyas ciudades principales eran bastante modernas. A partir de 1946 la Sociedad Watch Tower también procuró suministrar a cada grupo de misioneros una vivienda adecuada con el mobiliario básico, así como fondos para comprar comida. De este modo, los misioneros no tenían que preocuparse por estos asuntos y podían dedicar más atención a la obra de predicar.

Había lugares en los que los viajes sometían a prueba su aguante. En Papua Nueva Guinea, más de una misionera, justo después de haber llovido y con una mochila llena de suministros a cuestas, cruzó a pie lugares despoblados por senderos tan fangosos que de vez en cuando se le salían los zapatos. Para muchos misioneros que servían en América del Sur, viajar en autobús por las estrechas carreteras de las cumbres andinas era una experiencia espeluznante. No se olvida fácilmente el momento en que el autobús, circulando por el carril exterior de la carretera, se cruza con otro vehículo grande en una curva sin barandilla y empieza a inclinarse hacia el precipicio.

En algunos lugares parecía que las revoluciones políticas eran un asunto cotidiano, pero los misioneros Testigos tenían presente que Jesús dijo que sus discípulos “no [serían] parte del mundo”; así que se mantenían neutrales en tales conflictos. (Juan 15:19.) Aprendieron a contener su curiosidad para no exponer su vida innecesariamente. Por lo general, lo mejor era mantenerse alejados de las calles hasta que la situación se calmara. Nueve misioneros asignados a Vietnam vivían en pleno centro de Saigón (ahora Ciudad de Ho Chi Minh) cuando la guerra alcanzó la ciudad. Los misioneros vieron cómo caían las bombas, se producían incendios por toda la ciudad y miles de personas huían para salvar la vida. Pero ellos confiaban en que Jehová los protegería, pues entendían que él los había enviado allí para transmitir el conocimiento que da vida a los que estaban hambrientos de la verdad.

Incluso cuando había relativa paz les resultaba difícil a los misioneros continuar su ministerio en algunos sectores de las ciudades asiáticas. La mera presencia de un extranjero por las angostas calles de un sector pobre de Lahore (Paquistán) era suficiente para que se congregara una multitud de niños sucios y desaliñados de todas las edades. Gritando y empujándose unos a otros, seguían al misionero de casa en casa y muchas veces entraban en tropel en las casas tras el publicador. Al cabo de un rato, toda la calle sabía el precio de las revistas y que el extranjero estaba ‘haciendo cristianos’. En tales circunstancias, generalmente había que dejar la zona. La partida se realizaba a menudo con un acompañamiento de gritos, palmadas y, a veces, con una lluvia de piedras.

Las costumbres del país obligaban con frecuencia a los misioneros a realizar algunos ajustes. En Japón, aprendieron a dejar los zapatos en el porche antes de entrar en una casa. Y tuvieron que acostumbrarse, en la medida de lo posible, a sentarse en el piso ante una mesa baja para conducir estudios bíblicos. En algunas partes de África aprendieron que se consideraba ofensivo ofrecer algo a otra persona con la mano izquierda. Y en aquellos mismos lugares descubrieron que era de mala educación intentar explicar la razón de su visita antes de conversar un poco, interesándose mutuamente por la salud y contestando preguntas tales como de dónde procedían y cuántos hijos tenían. En Brasil los misioneros descubrieron que, en lugar de llamar a las puertas, por lo general tenían que dar palmadas ante la verja delantera para que el amo de casa acudiera.

Los misioneros que servían en el Líbano se enfrentaron con costumbres de otro tipo. Pocos hermanos llevaban a sus esposas e hijas a las reuniones, y las mujeres que asistían, siempre se sentaban en la parte posterior, sin mezclarse nunca con los hombres. Los misioneros, ignorantes de la costumbre, causaron un revuelo en su primera reunión. Una pareja casada se sentó hacia el frente y las misioneras jóvenes solteras se sentaron donde había asientos desocupados. Pero al terminar la reunión se trataron varios principios cristianos que ayudaron a resolver los malentendidos. (Compárese con Deuteronomio 31:12; Gálatas 3:28.) Con eso terminó la segregación. Más esposas e hijas empezaron a asistir a las reuniones y a acompañar a las misioneras en el ministerio de casa en casa.

La dificultad de aprender un nuevo idioma

El pequeño grupo de misioneros que llegó a Martinica en 1949 tenía muy pocas nociones de francés, pero sabía que la gente necesitaba escuchar el mensaje del Reino. Con gran fe empezaron a ir de puerta en puerta, intentando leer unos cuantos versículos de la Biblia o un pasaje de la publicación que ofrecían. Con paciencia fueron aprendiendo cada vez más francés.

Aunque el deseo de los misioneros era ayudar a los Testigos del país y a la gente que mostraba interés, con frecuencia ellos mismos necesitaban ayuda con el idioma primero. Los que fueron enviados a Togo descubrieron que la gramática del ewé, la principal lengua nativa, difería mucho de la de los idiomas europeos y, además, que el tono con que se pronunciaba una palabra podía alterar su significado. Por ejemplo, la palabra de dos letras to pronunciada en tono elevado puede significar oreja, montaña, suegro o tribu, mientras que si se pronuncia en tono bajo significa búfalo. Los misioneros que servían en Vietnam afrontaron las dificultades que presenta un idioma que admite seis variaciones de tono, cada una de las cuales da un sentido diferente a las palabras.

A Edna Waterfall, asignada a Perú, no le fue fácil olvidar la primera casa en la que intentó predicar en español. Con un sudor frío por todo el cuerpo, pronunció torpemente ante una anciana su presentación memorizada, le ofreció una publicación y quedó con ella en empezar un estudio bíblico. Entonces la señora dijo en perfecto inglés: “Está bien, todo esto es excelente. Estudiaré con usted; y lo haremos todo en español para que eso la ayude a aprender el idioma”. Turbada, Edna replicó: “¿Sabe usted inglés? ¿Y me ha permitido hacer todo esto en mi español tan flojo?”. “Fue bueno para usted”, contestó la señora. Y efectivamente, lo fue. Edna se dio cuenta pronto de que para aprender un idioma es importante hablarlo.

En Italia, cuando George Fredianelli intentó hablar el idioma, descubrió que nadie entendía lo que él creía que eran expresiones italianas (pero que en realidad eran palabras inglesas italianizadas). Para resolver el problema, decidió poner por escrito sus discursos a la congregación y leerlos directamente del papel. Pero una gran parte del auditorio se le dormía. De modo que descartó ese sistema, empezó a discursar con espontaneidad y pidió al auditorio que le ayudara cuando se atascara. Esto mantuvo despierto al auditorio y le ayudó a él a progresar.

A fin de iniciar a los misioneros en su nuevo idioma, el programa de estudios de la Escuela de Galaad incluyó en las primeras clases cursos de español, francés, italiano, portugués, japonés, árabe y urdu. A lo largo de los años se enseñaron más de treinta idiomas. Pero puesto que no en todos los lugares adonde irían los graduados de cada clase se hablaba una misma lengua, posteriormente estos cursos de idiomas se sustituyeron por estudios intensivos con profesores, realizados a la llegada de los misioneros a sus asignaciones. Durante el primer mes los recién llegados se sumían por completo en el estudio del idioma por once horas diarias; y al mes siguiente dedicaban la mitad de su tiempo a estudiar el idioma en casa y la otra mitad a poner en práctica en el ministerio del campo lo que habían aprendido.

Sin embargo, se observó que la práctica del idioma en el ministerio del campo era una de las claves principales para progresar; así que se hizo un ajuste. Durante los tres primeros meses en la asignación, los nuevos misioneros que no hablaban el idioma local estudiaban cuatro horas diarias con un profesor cualificado y desde el mismo principio ponían en práctica lo que aprendían, hablando a la gente del lugar acerca del Reino de Dios.

Muchos grupos de misioneros se ayudaban entre sí a mejorar su comprensión del idioma. Todas las mañanas a la hora del desayuno comentaban unas cuantas palabras nuevas, a veces hasta veinte, y luego procuraban utilizarlas en el ministerio del campo.

Aprender el idioma local ha sido un factor importante para ganarse la confianza de la gente. En algunos lugares se mira a los extranjeros con cierta desconfianza. Hugh y Carol Cormican han servido antes y después de casarse en un total de cinco países africanos. Conocen bien la desconfianza que a menudo existe entre africanos y europeos. No obstante, dicen: “Si se habla en el idioma local se elimina rápidamente ese sentimiento. Además, algunos que no están dispuestos a escuchar las buenas nuevas de boca de los de su propio país, nos escuchan a nosotros de buena gana, se quedan con publicaciones y empiezan a estudiar, porque nos hemos esforzado por hablarles en su propio idioma”. Con ese objetivo, el hermano Cormican aprendió cinco idiomas, aparte del inglés, y la hermana Cormican seis.

Obviamente, se pueden presentar problemas cuando se está aprendiendo un nuevo idioma. Un hermano asignado a Puerto Rico preguntaba a los amos de casa si querían escuchar un mensaje bíblico grabado en un disco, y cuando estos le respondían: “¡Cómo no!” cerraba su gramófono y se iba a la siguiente puerta. A él le parecía que le estaban diciendo “no”, y tardó algún tiempo en darse cuenta de que la expresión significa: “Sí, ¿por qué no?”. Por otra parte, los misioneros no entendían a veces a los amos de casa cuando estos les decían que no les interesaba su mensaje, de manera que les seguían dando testimonio. A consecuencia de esto, algunos amos de casa comprensivos salieron beneficiados.

También se producían situaciones cómicas. Leslie Franks, que servía en Singapur, aprendió a tener cuidado para no decir “coco” (kelapa) en lugar de “cabeza” (kepala), ni “hierba” (rumput) en lugar de “cabello” (rambut). Un misionero asignado a Samoa quería preguntarle cortésmente a un nativo por su esposa, pero pronunció mal esta última palabra, y lo que le preguntó fue: “¿Cómo está su barba?” (por cierto, el hombre no tenía barba). En Ecuador, en una ocasión en la que Zola Hoffman iba en el autobús, el conductor arrancó bruscamente y Zola que iba de pie, perdió el equilibrio y fue a caer sentada sobre las rodillas de un hombre. Toda abochornada, trató de disculparse, pero se equivocó de expresión y le dijo: “Con su permiso”. El hombre contestó de buen grado: “Siéntase cómoda, señora”, lo que provocó las carcajadas de los demás pasajeros.

No obstante, era de esperar que hubiera buenos resultados en el ministerio, porque los misioneros ponían gran empeño. Lois Dyer, que llegó a Japón en 1950, recuerda el consejo que le dio el hermano Knorr: “[Hágalo] lo mejor que pueda, y, aunque cometa errores, ¡haga algo!”. La hermana siguió el consejo, y lo mismo hicieron muchos más. Durante los siguientes cuarenta y dos años los misioneros enviados a Japón vieron aumentar la cifra de proclamadores del Reino en el país de unos pocos a más de 170.000, y el crecimiento ha continuado. ¡Qué recompensa tan espléndida por buscar la guía de Jehová y hacer el esfuerzo de aprender un idioma!

Abren nuevos campos y continúan la labor en otros

En muchos países y archipiélagos fueron los misioneros de Galaad los que, o bien iniciaron la predicación del Reino, o bien le dieron el impulso necesario después que otros la habían iniciado ya. Ellos fueron, al parecer, los primeros testigos de Jehová que predicaron las buenas nuevas en Somalia, Sudán, Laos y numerosos archipiélagos de todo el globo terráqueo.

Ya se había predicado un poco en lugares tales como Bolivia, la República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Etiopía, Gambia, Liberia, Camboya, Hong Kong, Japón y Vietnam. Pero en ninguno de estos países había testigos de Jehová que informaran su actividad cuando llegaron los primeros misioneros graduados de la Escuela de Galaad. Donde les fue posible, los misioneros cubrieron sistemáticamente el país, concentrándose primero en las ciudades principales. No se limitaron a dejar publicaciones y seguir su camino, como habían hecho los repartidores del pasado. Con paciencia, volvieron a visitar a los que los escuchaban con interés, condujeron estudios bíblicos con ellos y los capacitaron para el ministerio del campo.

Otros países tenían apenas unos diez proclamadores del Reino (y, en muchos casos, menos) antes de la llegada de los misioneros de la Escuela de Galaad. Entre tales países figuraban Colombia, Guatemala, Haití, Puerto Rico, Venezuela, Burundi, Costa de Marfil (ahora Côte d’Ivoire), Kenia, Mauricio, Senegal, África del Sudoeste (ahora Namibia), Ceilán (ahora Sri Lanka), China y Singapur, así como muchos archipiélagos. Los misioneros dieron un ejemplo de celo en el ministerio, ayudaron a los Testigos locales a ser más hábiles, organizaron congregaciones y ayudaron a los hermanos a capacitarse para llevar la delantera. En muchos casos también iniciaron la predicación en zonas en las que nadie antes había predicado.

Con esta ayuda, la cantidad de Testigos empezó a crecer. En la mayoría de estos países ahora hay miles de testigos de Jehová activos, y en algunos, decenas de miles o hasta más de cien mil.

Algunos anhelaban escuchar

En algunas zonas, los misioneros encontraron a muchas personas que tenían grandes deseos de aprender. Cuando Ted y Doris Klein, graduados de la primera clase de Galaad, llegaron a las islas Vírgenes en 1947, encontraron a tantas personas que querían estudiar la Biblia que con frecuencia su día de servicio no concluía hasta la medianoche. En la primera conferencia pública que el hermano Klein dio en la plaza del mercado de Charlotte Amalie, hubo una asistencia de mil personas.

Joseph McGrath y Cyril Charles fueron enviados en 1949 a Taiwan al territorio de los amis. Tuvieron que vivir en casas con techo de paja y suelo de tierra. Pero habían ido allí para ayudar a la gente. A algunos miembros de la tribu amis que habían obtenido publicaciones de la Watch Tower, les había agradado tanto su contenido que habían dado a conocer las buenas nuevas a otros. Los misioneros que habían llegado podían ahora ayudarles a crecer espiritualmente. A los misioneros les habían dicho que había 600 personas interesadas en la verdad, pero en las reuniones que tuvieron en su recorrido por las aldeas hubo un total de 1.600 asistentes. Aquella gente humilde estaba dispuesta a aprender, pero les faltaba un conocimiento exacto de muchas cosas. Los hermanos McGrath y Charles empezaron a enseñarles pacientemente, concentrándose en un solo tema a la vez. Muchas veces pasaban ocho horas o más en cada aldea analizando un tema por preguntas y respuestas. También prepararon a los 140 que manifestaron su deseo de predicar de casa en casa. ¡Qué experiencia tan gozosa para los misioneros! Pero todavía quedaba mucho por hacer para que hubiera un crecimiento espiritual continuo.

Unos doce años más tarde, Harvey y Kathleen Logan, misioneros de Galaad que habían servido en Japón, recibieron la asignación de dar más ayuda a los hermanos amis. El hermano Logan dedicó mucho tiempo a ayudarles a entender doctrinas y principios bíblicos básicos, así como asuntos de organización. La hermana Logan, por su parte, trabajaba en el servicio del campo todos los días con las hermanas amis y luego trataba de estudiar verdades bíblicas básicas con ellas. En 1963 la Sociedad Watch Tower hizo planes para que hermanos de veintiocho países se reunieran en el pueblo de Shou Feng con los hermanos del país en una asamblea que formaba parte de otra mayor celebrada por todo el mundo. De esta manera se empezó a sentar una base sólida para que se produjera más crecimiento.

En 1948 llegaron a Rhodesia del Norte (ahora Zambia) dos misioneros, Ian Fergusson y Harry Arnott. En aquel tiempo ya había 252 congregaciones de Testigos africanos nativos en el país, pero a partir de entonces se dio también atención a los europeos que se habían trasladado allí para trabajar en la explotación de las minas de cobre. La respuesta fue emocionante. La gente obtuvo muchas publicaciones, y aquellos con quienes empezaron a estudiar la Biblia progresaron rápidamente. Aquel año la cantidad de Testigos activos en el ministerio del campo aumentó en un 61%.

En muchos lugares era normal que los misioneros tuvieran listas de espera de gente que quería un estudio bíblico. A veces estaban también presentes en los estudios parientes, vecinos y otros amigos. Había quien ya asistía con regularidad a las reuniones del Salón del Reino antes de tener su propio estudio de la Biblia.

En otros países, en cambio, la siega era muy reducida, aunque los misioneros trabajaban con ahínco. Ya en 1953 se había enviado a misioneros de la Watch Tower a Paquistán Oriental (ahora Bangladesh), cuya población, que en el presente excede los 115.000.000 de habitantes, es predominantemente musulmana e hindú. Pese al gran empeño que se puso en ayudar a la gente, para 1992 solo había 42 adoradores de Jehová en aquel país. No obstante, como eran tan pocos los que abrazaban la adoración verdadera, cada uno de ellos era especialmente precioso a los ojos de los misioneros que servían en esos lugares.

Ayuda amorosa a compañeros Testigos

El trabajo básico de los misioneros es evangelizar, predicar las buenas nuevas del Reino de Dios. Pero a la vez que ellos mismos han participado en esta actividad, también han dispensado una gran ayuda a los Testigos del país donde han servido. Los misioneros los han invitado a que los acompañen en el ministerio del campo y les han dado sugerencias respecto a cómo tratar situaciones difíciles. Observando a los misioneros, los Testigos del lugar con frecuencia han aprendido a ser más organizados en su ministerio y a enseñar de forma más eficaz. Y estos, a su vez, han ayudado a los misioneros a adaptarse a las costumbres del país.

A su llegada a Portugal en 1948, John Cooke empezó a organizar la obra sistemática de casa en casa. A pesar de la buena voluntad de los Testigos portugueses, muchos necesitaban preparación. El hermano Cooke dijo años después: “Nunca olvidaré lo que sucedió en una de las primeras ocasiones en que salí a participar en el ministerio con las hermanas de Almada. Sí, seis de ellas fueron a la misma casa juntas. ¡Imagínese un grupo de seis mujeres [frente a] una sola puerta mientras una de ellas daba un sermón! Pero poco a poco las cosas empezaron a tomar forma y comenzó a haber adelanto”.

El ejemplo de valor de los misioneros ayudó a los Testigos de las islas de Sotavento a ser denodados y no dejarse intimidar por los opositores que intentaban poner trabas a la obra. En España, la fe de un misionero ayudó a los hermanos a empezar a predicar de casa en casa, aunque en aquel entonces estaban bajo una dictadura católica fascista. Los misioneros que sirvieron en Japón después de la II Guerra Mundial dieron un ejemplo de prudencia al no referirse constantemente al fracaso de la religión nacional, tras la renuncia del emperador japonés a su divinidad, sino presentar pruebas convincentes de la existencia de un Creador.

Los Testigos se fijaban en los misioneros, y el ejemplo de estos a menudo les afectaba profundamente en varios sentidos, aunque los misioneros no siempre se daban cuenta. En Trinidad todavía se recuerdan, muchos años después, incidentes que pusieron de manifiesto la humildad de los misioneros, el hecho de que estuvieran dispuestos a soportar condiciones difíciles y su duro trabajo en el servicio de Jehová pese al clima cálido. A los Testigos de Corea les impresionó mucho el espíritu abnegado de los misioneros que durante diez años no salieron del país para ir a visitar a sus familias porque el gobierno no les hubiera concedido los permisos para volver a entrar salvo que se tratara de un caso “humanitario” de emergencia.

Mientras cursaban sus estudios en la Escuela de Galaad y al concluirlos, la mayoría de los misioneros vieron de cerca cómo funciona la central de la organización visible de Jehová. Tuvieron muchas oportunidades de relacionarse con miembros del Cuerpo Gobernante. Posteriormente, en sus asignaciones misionales, pudieron dar a los Testigos del lugar y a personas recién interesadas información de primera mano sobre el funcionamiento de la organización, a la vez que les transmitieron el aprecio que sentían por ella. El crecimiento que hubo se debió en gran parte al aprecio tan profundo que ellos transmitieron por el funcionamiento teocrático de la organización.

En muchos de los lugares a los que fueron enviados los misioneros no había reuniones de congregación cuando llegaron. Así que organizaron reuniones, las condujeron y dieron la mayor parte de los discursos en ellas hasta que hubo otros preparados para tener estos privilegios. Daban instrucción constantemente a otros hermanos a fin de que reunieran los requisitos para asumir la responsabilidad. (2 Tim. 2:2.) El primer lugar de reunión era por lo común el hogar misional. Más adelante conseguían Salones del Reino.

Donde ya había congregaciones, los misioneros contribuyeron a que las reuniones fueran más interesantes e instructivas. Sus comentarios bien preparados se valoraban, y en poco tiempo establecían una pauta que otros trataban de seguir. Gracias a la instrucción recibida en Galaad, estos hermanos dieron un buen ejemplo en la oratoria y la enseñanza y gustosamente dedicaron tiempo a ayudar a los hermanos locales a dominar este arte. En los países donde por tradición la gente era despreocupada y no le daba importancia a la puntualidad, los misioneros también les ayudaron pacientemente a entender la importancia de empezar las reuniones a tiempo, y animaron a todos a ser puntuales.

En algunos lugares se encontraron con situaciones que indicaban que los hermanos necesitaban ayuda para comprender la importancia de adherirse a las normas justas de Jehová. En Botsuana, por ejemplo, descubrieron que algunas hermanas todavía ataban cuerdecitas a sus bebés o les colgaban cuentas para protegerlos de cualquier daño, pues no acababan de entender que tal costumbre tenía su origen en supersticiones y brujería. En Portugal se encontraron con circunstancias que estaban causando desunión. Con paciencia, ayuda amorosa y firmeza cuando fue necesario, se produjo una mejora en la salud espiritual.

Los misioneros asignados a puestos de superintendencia en Finlandia dedicaron mucho tiempo y energías a enseñar a los hermanos del país a tratar los problemas a la luz de los principios bíblicos, para llegar así a una conclusión que estuviera de acuerdo con el modo de pensar de Dios. En Argentina también ayudaron a los hermanos a entender la importancia de tener un horario, llevar los registros y archivar los papeles. En Alemania ayudaron a hermanos leales que eran demasiado estrictos en ciertos aspectos, como consecuencia de su lucha por la supervivencia en los campos de concentración, a imitar más plenamente la mansedumbre de Jesucristo al pastorear el rebaño de Dios. (Mat. 11:28-30; Hech. 20:28.)

Parte del trabajo de algunos misioneros consistió en tratar con funcionarios del gobierno, contestar sus preguntas y solicitar el reconocimiento legal de la obra de los testigos de Jehová. Por ejemplo, el hermano Joly, que fue asignado a Camerún junto con su esposa, intentó obtener el reconocimiento legal repetidas veces en un período de casi cuatro años. Habló con funcionarios franceses y africanos en muchas ocasiones. Finalmente, hubo un cambio de gobierno en el país y se concedió el reconocimiento legal. Para entonces los Testigos llevaban veintisiete años activos en Camerún y ya pasaban de los seis mil.

Hacen frente a las dificultades del servicio de superintendente viajante

A algunos misioneros se les ha asignado a servir de superintendentes viajantes. En Australia surgió una necesidad especial, ya que durante la II Guerra Mundial una influencia malsana desvió los esfuerzos de los hermanos, de modo que estos, en vez de adelantar los intereses del Reino, fueron tras metas seglares. Con el tiempo se corrigió la situación, y durante una visita del hermano Knorr en 1947 se recalcó la importancia de dar prioridad a la predicación del Reino. Posteriormente, el entusiasmo, el buen ejemplo y los métodos docentes de los graduados de Galaad que sirvieron de superintendentes de circuito y de distrito también contribuyeron a que hubiera un verdadero ambiente espiritual entre los hermanos australianos.

Participar en el servicio de superintendente viajante a menudo ha significado estar dispuesto a sacrificarse y a enfrentarse con peligros. Wallace Liverance descubrió que la única manera de visitar a una familia de publicadores aislados que vivía en Volcán (Bolivia) era caminar 45 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta por terreno árido y rocoso a una altura de unos 3.400 metros bajo un sol abrasador, cargando con un saco de dormir, comida, agua y publicaciones. Para servir en diferentes congregaciones de las Filipinas, Neal Callaway con frecuencia viajaba en autobuses rurales atestados en los que la gente compartía el espacio con animales y con productos agrícolas. Richard Cotterill, por su parte, inició su servicio de superintendente viajante en la India en una época en que miles de personas eran asesinadas por odios religiosos. En una ocasión en que tenía que ir a visitar a los hermanos de una zona en conflicto, el taquillero de la estación del tren trató de disuadirlo. Para la mayoría de los pasajeros el viaje fue una pesadilla, pero el hermano Cotterill amaba profundamente a sus hermanos, sin importar dónde vivieran o el idioma que hablaran. Con confianza en Jehová, razonó: “Si es la voluntad de Jehová, trataré de llegar allí”. (Sant. 4:15.)

Estimulan a otros a servir de tiempo completo

Muchos de aquellos a quienes los misioneros enseñaron han imitado su ejemplo de celo emprendiendo el servicio de tiempo completo. En Japón, donde han servido 168 misioneros, en 1992 hubo 75.956 precursores; más del 40% de los publicadores del país participaron en alguna faceta del servicio de tiempo completo. En la República de Corea la proporción fue similar.

Muchos ministros de tiempo completo de los países donde la proporción de Testigos por habitantes es bastante alta han sido invitados a recibir instrucción en la Escuela de Galaad y han sido enviados a servir a otros lugares. Una gran cantidad de misioneros procedían de Estados Unidos y Canadá; unos cuatrocientos de Gran Bretaña; más de doscientos cuarenta de Alemania; más de ciento cincuenta de Australia; más de cien de Suecia; y también ha habido un buen número procedente de Dinamarca, Finlandia, Hawai, Nueva Zelanda, los Países Bajos y otros lugares. De algunos países que recibieron ayuda de los misioneros, más adelante también salieron misioneros para servir en otros países.

Cubren las necesidades de una organización creciente

A medida que ha crecido la organización, los misioneros han asumido mayores responsabilidades. Una cantidad considerable de ellos han servido de ancianos o siervos ministeriales en congregaciones que ellos mismos ayudaron a formar. En muchos países fueron los primeros superintendentes de circuito y de distrito. Cuando la Sociedad ha visto conveniente abrir nuevas sucursales en vista del crecimiento que se ha producido, ha confiado la dirección de estas a los misioneros. En algunos casos se ha pedido a los que han llegado a dominar el idioma que ayuden en la traducción y corrección de pruebas de las publicaciones bíblicas.

Sin embargo, para los misioneros ha sido una recompensa especial el que personas con quienes ellos han estudiado la Palabra de Dios, o hermanos a quienes han ayudado a crecer espiritualmente, hayan reunido los requisitos para asumir tales responsabilidades. Por ejemplo, para un matrimonio que servía en Perú fue un placer ver a algunos con quienes habían estudiado servir de precursores especiales y ayudar a fortalecer nuevas congregaciones e iniciar la obra en otros territorios. De un estudio que condujo un misionero con una familia en Sri Lanka salió uno de los miembros del Comité de Sucursal de ese país. Muchos misioneros más han tenido satisfacciones similares.

Sin embargo, también han afrontado oposición.

Hacen frente a oposición

Jesús dijo a sus seguidores que, al igual que él, serían perseguidos. (Juan 15:20.) Como los misioneros normalmente procedían de países extranjeros, cuando en un país surgía persecución, con frecuencia los expulsaban.

En 1967 Sona Haidostian y sus padres fueron arrestados en Alepo (Siria). Los tuvieron en prisión por cinco meses y luego los obligaron a marcharse del país sin sus pertenencias. La alemana Margarita Königer fue asignada a Madagascar; pero expulsiones sucesivas la llevaron a nuevas asignaciones en Kenia, Dahomey (Benín) y Alto Volta (Burkina Faso). Domenick Piccone y su esposa, Elsa, fueron expulsados de España en 1957 por predicar, luego de Portugal en 1962 y de Marruecos en 1969. No obstante, en todos esos países hicieron una buena labor mientras trataban de impedir que los expulsaran. Dieron testimonio a funcionarios. En Marruecos, por ejemplo, tuvieron la oportunidad de predicar a funcionarios de la Sécurité Nationale, a un juez del Tribunal Supremo, al jefe de policía de Tánger y a los cónsules estadounidenses en Tánger y en Rabat.

La expulsión de los misioneros no ha puesto fin a la obra de los testigos de Jehová, como algunos funcionarios esperaban. A menudo las semillas de la verdad que se han sembrado han seguido creciendo. Por ejemplo, en Burundi cuatro misioneros llevaban solo unos cuantos meses efectuando su ministerio cuando el gobierno les obligó a marcharse del país en 1964. Pero uno de ellos mantuvo correspondencia con un hombre que mostró interés, quien le comunicó que estaba estudiando la Biblia con veintiséis personas. Un Testigo tanzano que se había mudado a Burundi poco tiempo antes también siguió predicando. Poco a poco fueron aumentando hasta que llegó a haber cientos de personas dando a conocer el mensaje del Reino a otros.

En otras partes, antes de ordenar la expulsión, los funcionarios recurrieron a la violencia en un intento de que todos se sometieran a sus exigencias. En Gbarnga (Liberia), en 1963 unos soldados rodearon a 400 hombres, mujeres y niños que asistían a una asamblea cristiana. Los soldados los hicieron ir caminando hasta un recinto militar, donde les amenazaron, los golpearon y les ordenaron que todos, prescindiendo de su nacionalidad o creencias religiosas, saludaran la bandera liberiana. En el grupo se hallaba el estadounidense Milton Henschel. También se hallaban allí algunos misioneros, entre ellos el canadiense John Charuk. Un graduado de Galaad transigió, tal como lo había hecho en una ocasión anterior (aunque lo había mantenido oculto), lo cual sin duda contribuyó a que otros que estaban en aquella asamblea también transigieran. Quedó patente quiénes temían a Dios de verdad y quiénes habían caído en la trampa del temor al hombre. (Pro. 29:25.) Después de esto, el gobierno ordenó que todos los Testigos que fueran misioneros extranjeros salieran del país, aunque más avanzado el año, el presidente emitió una orden por la que se les permitió regresar.

Con frecuencia las medidas que los funcionarios gubernamentales han tomado contra los misioneros se han debido a la presión del clero. En algunas ocasiones esta presión se ejerció de forma secreta, pero en otras todo el mundo sabía quién instigaba la oposición. George Koivisto nunca olvidará su primera mañana en el ministerio del campo en Medellín (Colombia). De repente apareció una chusma de escolares vociferantes que empezaron a tirarle piedras y puñados de barro. El ama de casa, que no había visto nunca antes al misionero, lo metió apresuradamente en su hogar y cerró las contraventanas de madera, disculpándose una y otra vez por la conducta de la chusma. Cuando llegó la policía, algunos acusaron al maestro por dejar salir a los estudiantes de la escuela. Pero una voz gritó: “¡No es así! ¡Fue el cura! Él anunció a los estudiantes por los altavoces que podían salir a ‘tirar piedras a los protestantes’”.

Los misioneros tenían que tener valor piadoso y amor a las ovejas. Elfriede Löhr e Ilse Unterdörfer fueron asignadas al valle de Gastein, en Austria. En poco tiempo dejaron muchas publicaciones bíblicas en manos de personas que tenían hambre espiritual. Pero entonces el clero empezó a presentar oposición. Instó a los escolares a gritar a las misioneras en las calles y a adelantarse a ellas para decir a los amos de casa que no les prestaran atención. La gente se atemorizó. Sin embargo, con perseverancia y amor las misioneras empezaron unos cuantos estudios bíblicos buenos. Se programó un discurso bíblico para el público y el cura se apostó justo enfrente del lugar de reunión en actitud desafiante. Sin embargo, cuando las misioneras salieron a la calle para recibir a la gente, el cura desapareció. Fue a buscar a un policía y regresó con la intención de interrumpir la reunión, pero no lo consiguió. Con el tiempo se formó una excelente congregación en aquel lugar.

En las ciudades próximas a Ibarra (Ecuador), Unn Raunholm y Julia Parsons se enfrentaron en numerosas ocasiones con chusmas instigadas por los sacerdotes. Como cada vez que aparecían por San Antonio el cura armaba un revuelo, las hermanas decidieron concentrar su predicación en otra ciudad llamada Atuntaqui. Pero un día el alguacil de esta ciudad, excitado, apremió a la hermana Raunholm a marcharse de la ciudad cuanto antes. “El sacerdote está organizando una manifestación contra usted y no tengo suficientes hombres para defenderla”, le dijo. Ella recuerda vívidamente lo que ocurrió: “¡La muchedumbre venía por nosotras! La bandera del Vaticano, de color blanco y amarillo, ondeaba delante del grupo, mientras el sacerdote gritaba consignas como ‘¡Viva la iglesia católica!’, ‘¡Abajo con los protestantes!’, ‘¡Viva la virginidad de la Virgen!’, ‘¡Viva la confesión!’. Cada vez que el sacerdote gritaba una consigna, la muchedumbre la repetía palabra por palabra”. En aquel momento dos hombres invitaron a las Testigos a entrar en la Casa de los Obreros para resguardarse. Allí dentro las misioneras dieron testimonio diligentemente a los curiosos que entraban para ver lo que pasaba y dejaron en manos de ellos todas las publicaciones que tenían.

Cursos concebidos para satisfacer necesidades especiales

Desde que salieron los primeros misioneros de la Escuela de Galaad hacia sus asignaciones, la organización de los testigos de Jehová ha crecido a un ritmo asombroso. En 1943, cuando se inauguró la escuela, solo había 129.070 Testigos en 54 países (que según la configuración del mapa del mundo de principios de los años noventa serían 103 países). Para 1992 había 4.472.787 Testigos en 229 países y archipiélagos por todo el mundo. A medida que se ha ido produciendo este crecimiento, las necesidades de la organización han ido cambiando. Algunas sucursales que en un tiempo se encargaban de menos de cien Testigos agrupados en unas cuantas congregaciones supervisan ahora la actividad de decenas de miles de Testigos, y muchas de esas sucursales han tenido que empezar a imprimir ellas mismas las publicaciones para tener bien equipados a los que participan en la evangelización.

A fin de satisfacer las necesidades en continuo cambio, dieciocho años después de la apertura de la Escuela de Galaad se inició un curso de diez meses en la central mundial de la Sociedad, preparado especialmente para hermanos que tenían puestos de mucha responsabilidad en las sucursales de la Sociedad Watch Tower. Algunos de ellos ya habían asistido al curso misional de cinco meses de Galaad, pero otros no lo habían hecho. Todos ellos se beneficiaron de recibir preparación especializada para su trabajo. Se habló de cómo tratar diferentes situaciones y cómo satisfacer las necesidades de la organización conforme a los principios bíblicos, lo cual tuvo un efecto unificador. El curso comprendía un estudio analítico de toda la Biblia versículo por versículo. También incluía un estudio de la historia de la religión; enseñanza práctica de los pormenores envueltos en la dirección de una sucursal, un hogar Betel y una imprenta; e instrucciones sobre cómo supervisar el ministerio del campo, organizar nuevas congregaciones y abrir nuevos campos. Estos cursos (incluido el último, que se redujo a ocho meses) se impartieron en la central mundial, situada en Brooklyn (Nueva York), de 1961 a 1965. Un gran número de graduados fueron enviados de vuelta a los países en los que habían servido, mientras que otros fueron asignados a países donde podían hacer una aportación valiosa a la obra.

El 1 de febrero de 1976 entró en vigor una nueva disposición en las sucursales de la Sociedad con vistas al aumento que se esperaba según la profecía bíblica. (Isa. 60:8, 22.) En lugar de haber un solo superintendente, junto con su auxiliar, en cada sucursal, habría un Comité de Sucursal compuesto de un mínimo de tres hermanos capacitados nombrados por el Cuerpo Gobernante. Las sucursales grandes podrían tener hasta siete hermanos en el comité. Con el fin de dar instrucción a todos ellos, se preparó un curso especial de Galaad de cinco semanas en Brooklyn (Nueva York). Catorce clases compuestas de miembros de comités de sucursales de todo el mundo recibieron esta instrucción especializada en la central mundial desde finales de 1977 hasta 1980. Fue una oportunidad excelente para unificar y refinar procedimientos.

La Escuela de Galaad siguió preparando a los que tenían años de experiencia en el ministerio de tiempo completo y podían y estaban dispuestos a ser enviados a países extranjeros; pero se necesitaban más hermanos. A fin de acelerar la preparación, en otros países se abrieron escuelas que funcionarían como una extensión de Galaad; así los estudiantes no tendrían que aprender inglés para asistir al curso. En 1980-1981 la Escuela Cultural de Galaad en México instruyó a estudiantes hispanohablantes que cubrieron la necesidad apremiante de hermanos capacitados que había en América Central y del Sur. En 1981-1982, 1984 y de nuevo en 1992, se impartieron clases de una Extensión de la Escuela de Galaad también en Alemania. Los graduados de estas clases fueron enviados a África, Europa oriental, América del Sur y varias islas independientes. En 1983 se condujeron otras clases en la India.

Celosos Testigos de los lugares donde han servido los misioneros han participado con estos en difundir el testimonio del Reino, lo que ha llevado a un aumento rápido en la cantidad de testigos de Jehová y, en consecuencia, a la formación de más congregaciones. Entre 1980 y 1987 la cifra mundial de congregaciones aumentó en un 27%, hasta un total de 54.911. En algunas zonas, a pesar de que la asistencia a las reuniones y la participación en el ministerio del campo era muy alta, la mayoría de los hermanos eran bastante nuevos. Se necesitaban con urgencia cristianos experimentados que sirvieran de pastores y maestros espirituales y llevaran la delantera en la evangelización. Para satisfacer esta necesidad, el Cuerpo Gobernante creó en 1987 la Escuela de Entrenamiento Ministerial como parte del programa de educación bíblica de la Escuela de Galaad. Durante las ocho semanas que dura el curso se efectúa un intenso estudio de la Biblia y se da atención personal al crecimiento espiritual de cada estudiante. Se estudian asuntos judiciales y de organización, así como las responsabilidades de los ancianos y los siervos ministeriales, y se les enseñan técnicas de oratoria. Esta escuela no ha interferido en las clases regulares de preparación de misioneros, pues el curso se ha conducido en diferentes países. Los graduados satisfacen ahora necesidades básicas en muchos lugares.

Así, la instrucción que imparte la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower se ha mantenido al paso de las necesidades cambiantes de la organización internacional, que crece rápidamente.

“¡Aquí estoy yo! Envíame a mí”

Los misioneros tienen el mismo espíritu que el profeta Isaías. Cuando Jehová le avisó de la oportunidad de rendir un servicio especial, este respondió: “¡Aquí estoy yo! Envíame a mí”. (Isa. 6:8.) Miles de hombres y mujeres jóvenes con la misma disposición de ánimo han dejado su entorno familiar y a sus parientes para servir a favor de la voluntad divina dondequiera que se les necesite.

Las circunstancias familiares han cambiado la vida de muchos misioneros. Varios que tuvieron hijos cuando ya eran misioneros pudieron permanecer en el país al que se les había asignado, trabajando para mantenerse y ayudando a las congregaciones. Hubo otros que, tras años de servicio, tuvieron que regresar a su país de origen para cuidar de sus padres, que ya eran de edad avanzada, o por otras razones. Pero consideraban un privilegio haber servido de misioneros por tanto tiempo como les había sido posible.

Otros han podido hacer del servicio misional la carrera de su vida, aunque para ello han tenido que afrontar circunstancias difíciles. Olaf Olson, quien ha disfrutado de una larga carrera misional en Colombia, reconoció: “El primer año fue el más duro”. La razón principal fue que no podía expresarse correctamente en su nuevo idioma. Añadió: “Si hubiera seguido pensando en el país que había dejado, no habría sido feliz, pero resolví vivir tanto física como mentalmente en Colombia, trabar amistad con los hermanos y las hermanas del país y ocupar mi vida entera en el ministerio, y al poco tiempo me sentí como en casa en mi asignación”.

La razón por la que perseveraban en sus asignaciones no era necesariamente que el entorno les pareciera ideal. Norman Barber, que sirvió en Birmania (hoy Myanmar) y en la India desde 1947 hasta su muerte en 1986, se expresó así: “A la persona que se regocija de que Jehová la utilice, cualquier lugar le parece bueno. [...] Francamente, para mí el clima tropical no es el ideal. Tampoco escogería el estilo de vida de los trópicos. Pero hay cosas más importantes que estos asuntos triviales. Ayudar a gente que es pobre de verdad en sentido espiritual es un privilegio indescriptible”.

Muchos misioneros más comparten este punto de vista, y este espíritu de abnegación ha contribuido en gran manera al cumplimiento de la profecía de Jesús según la cual estas buenas nuevas del Reino se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones antes de que venga el fin. (Mat. 24:14.)

[Nota a pie de página]

^ párr. 16 La Atalaya del 15 de abril de 1943, página 111.

[Comentario en la página 523]

Se recalca la importancia de confiar plenamente en Jehová y ser leales a él

[Comentario en la página 534]

¡Menos mal que tenían sentido del humor!

[Comentario en la página 539]

Paciencia, ayuda amorosa y firmeza cuando fue necesario

[Comentario en la página 546]

“Ayudar a gente que es pobre de verdad en sentido espiritual es un privilegio indescriptible”

[Recuadro en la página 533]

Clases de Galaad

1943-1960: Escuela en South Lansing (Nueva York). En 35 clases se graduaron 3.639 estudiantes de 95 países, la mayoría de los cuales fueron asignados al servicio misional. Los superintendentes de circuito y de distrito de Estados Unidos también asistieron a las clases.

1961-1965: Escuela en Brooklyn (Nueva York). En cinco clases se graduaron 514 estudiantes que fueron enviados a países donde la Sociedad Watch Tower tenía sucursales; a la mayoría de los graduados se les asignaron trabajos administrativos. El curso de cuatro de estas clases duró diez meses, y el de una clase, ocho meses.

1965-1988: Escuela en Brooklyn (Nueva York). En 45 clases, cuyos cursos fueron de veinte semanas de duración, se preparó a otros 2.198 estudiantes, en su mayoría para el servicio misional.

1977-1980: Escuela en Brooklyn (Nueva York). Curso de cinco semanas de duración para miembros de comités de sucursales. Hubo catorce clases.

1980-1981: Escuela Cultural de Galaad en México; curso de diez semanas; tres clases; 72 graduados hispanohablantes preparados para servir en Latinoamérica.

1981-1982, 1984, 1992: Extensión de la Escuela de Galaad en Alemania; curso de diez semanas; cuatro clases; 98 estudiantes europeos germanohablantes.

1983: Clases en la India; curso de diez semanas en inglés; tres grupos; 70 estudiantes.

1987- : Escuela de Entrenamiento Ministerial, con un curso de ocho semanas, celebrada en lugares clave de diferentes partes del mundo. Para 1992, entre todos los graduados habían servido ya en más de 35 países aparte del suyo de origen.

1988- : Escuela en Wallkill (Nueva York). El curso de veinte semanas de preparación para el servicio misional se conduce ahí actualmente. Hay planes de trasladar la escuela al Centro Educativo de la Watchtower, ubicado en Patterson (Nueva York), cuando esté terminado.

[Recuadro en la página 538]

Alumnado internacional

A la Escuela de Galaad han asistido estudiantes procedentes de más de ciento diez países que han representado a decenas de nacionalidades.

El primer grupo internacional fue el de la sexta clase, celebrada en 1945-1946.

Se solicitó al gobierno de Estados Unidos la admisión de estudiantes extranjeros con visado de estudiante no inmigrante. En respuesta, el Ministerio de Educación de Estados Unidos reconoció que la instrucción que imparte la Escuela de Galaad es comparable a la de las escuelas técnicas y universitarias y las instituciones educativas. Por tanto, desde 1953 la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower figura en la lista de instituciones educativas aprobadas que tienen los cónsules estadounidenses en todo el mundo. El 30 de abril de 1954 apareció el nombre de esta escuela en la publicación titulada “Instituciones educativas aprobadas por el Ministro de Justicia”.

[Fotografía en la página 522]

Estudiantes de la primera clase de la Escuela de Galaad

[Fotografía en la página 524]

Albert Schroeder analiza las características del tabernáculo con los estudiantes de Galaad

[Fotografía en la página 525]

Maxwell Friend discursando en el anfiteatro de la Escuela de Galaad

[Fotografías en la página 526]

Las graduaciones de Galaad eran acontecimientos espirituales destacados. . .

. . . ya fuera en grandes asambleas (Nueva York, 1950)

. . . o en el recinto de la escuela (N. H. Knorr hablando delante de la biblioteca de la escuela en 1956)

[Fotografías en la página 527]

Aspecto del recinto de la Escuela de Galaad en South Lansing (Nueva York) durante los años cincuenta

[Fotografía en la página 528]

Hermon Woodard (izquierda) y John Errichetti (derecha) mientras servían en Alaska

[Fotografía en la página 529]

John Cutforth utiliza métodos visuales para enseñar en Papua Nueva Guinea

[Fotografía en la página 530]

Misioneras en Irlanda en 1950, con el superintendente de distrito

[Fotografía en la página 530]

Graduados rumbo a sus asignaciones en el Oriente en 1947

[Fotografía en la página 530]

Misioneros y compañeros de estos en Japón en 1969

[Fotografías en la página 530]

Misioneros en Brasil en 1956. . .

. . . en Uruguay en 1954

. . . en Italia en 1950

[Fotografía en la página 530]

Los primeros cuatro misioneros de Galaad enviados a Jamaica

[Fotografía en la página 530]

Primer hogar misional en Salisbury (hoy Harare, Zimbabue), en 1950

[Fotografía en la página 530]

Malcolm Vigo (Galaad, 1956-1957) con su esposa, Linda Louise; han servido juntos en Malaui, Kenia y Nigeria

[Fotografía en la página 530]

Robert Tracy (izquierda) y Jesse Cantwell (derecha) con sus esposas: misioneros en el servicio viajante en Colombia en 1960

[Fotografía en la página 532]

Clase de idiomas en un hogar misional de Côte d’Ivoire

[Fotografía en la página 535]

Ted y Doris Klein, quienes hallaron a muchas personas deseosas de escuchar la verdad bíblica en las islas Vírgenes estadounidenses en 1947

[Fotografía en la página 536]

Harvey Logan (delante, en el centro) con Testigos amis delante del Salón del Reino en los años sesenta

[Fotografía en la página 540]

Victor White, superintendente de distrito preparado en Galaad, dando un discurso en las Filipinas en 1949

[Fotografía en la página 542]

Margarita Königer conduce un estudio bíblico en Burkina Faso

[Fotografía en la página 543]

Unn Raunholm, misionera desde 1958, tuvo que hacer frente a chusmas instigadas por sacerdotes en Ecuador

[Fotografías en la página 545]

Escuela de Entrenamiento Ministerial

Primera clase, celebrada en Coraopolis (Pensilvania, E.U.A.) en 1987 (arriba).

Tercera clase, celebrada en Manchester (Gran Bretaña) en 1991 (derecha)