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¿Por qué debería Jehová tener testigos?

¿Por qué debería Jehová tener testigos?

Capítulo 1

¿Por qué debería Jehová tener testigos?

EN TODO el mundo se conoce a los testigos de Jehová por su persistencia en hablar a gente de todo lugar acerca de Jehová Dios y su Reino. También tienen la reputación de adherirse a sus creencias frente a todo tipo de oposición, incluso ante la muerte.

“Las principales víctimas de la persecución religiosa en Estados Unidos durante este siglo XX han sido los testigos de Jehová”, dice el libro The Court and the Constitution (El Tribunal y la Constitución), de Archibald Cox (1987). “Por todo el mundo los gobiernos han hostigado y perseguido [...] a los testigos de Jehová —dice Tony Hodges—. En la Alemania nazi los reunieron y los enviaron a campos de concentración. Durante la II Guerra Mundial se proscribió la Sociedad [Watch Tower] en Australia y Canadá. [...] En la actualidad [en los años setenta] se hostiga a los testigos de Jehová en África” (Jehovah’s Witnesses in Africa, edición de 1985).

¿A qué se debe la persecución? ¿Qué objetivo tiene la predicación? ¿Han sido realmente comisionados por Dios los testigos de Jehová? ¿Por qué debería Jehová tener testigos, y por qué habrían de ser estos testigos humanos imperfectos? Las respuestas se relacionan con cuestiones que se están viendo en una causa judicial que afecta al universo entero, sin duda la más importante que jamás se vaya a debatir. Tenemos que examinar estas cuestiones para entender por qué tiene Jehová testigos y qué hace que estos estén dispuestos a aguantar hasta la oposición más intensa.

Se ha desafiado la soberanía de Jehová

Estas importantísimas cuestiones se relacionan con lo justo de la soberanía, o gobernación suprema, de Jehová Dios. Él es el Soberano Universal en virtud de ser el Creador, Dios y el Todopoderoso. (Gén. 17:1; Éxo. 6:3; Rev. 4:11.) Por eso, domina con derecho sobre todo lo que hay en el cielo y la Tierra. (1 Cró. 29:12, nota.) No obstante, siempre ejerce su soberanía con amor. (Compárese con Jeremías 9:24.) Entonces, ¿qué pide él a cambio de sus criaturas inteligentes? Que le amen y demuestren aprecio por su soberanía. (Sal. 84:10.) Sin embargo, hace miles de años se lanzó un desafío a la soberanía justa y legítima de Jehová. ¿Cómo? ¿Quién lo hizo? Génesis, el primer libro de la Biblia, arroja luz sobre este asunto.

Ese libro informa que Dios creó a la primera pareja, Adán y Eva, y le dio un hermoso hogar jardín. Además, le impuso este mandato: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás”. (Gén. 2:16, 17.) ¿Qué era el “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”, y qué significaría comer de su fruto?

Se trataba de un árbol literal, pero Dios lo empleó con un propósito simbólico. Ya que lo había llamado el “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” y había mandado a la primera pareja humana que no comiera de él, el árbol era un símbolo apropiado del derecho divino de determinar para los humanos lo que es “bueno” (que agrada a Dios) y lo que es “malo” (que desagrada a Dios). Así, la presencia de aquel árbol sometía a prueba el respeto del hombre a la soberanía divina. Lamentablemente, la primera pareja humana desobedeció y comió del fruto prohibido. Fracasó en esa prueba sencilla, pero completa, de obediencia y aprecio. (Gén. 3:1-6.)

Aquel acto aparentemente sin importancia constituyó una rebelión contra la soberanía de Jehová. ¿Por qué? El entender cómo estamos hechos es una clave para comprender el significado de lo que hicieron Adán y Eva. Cuando Jehová creó a la primera pareja humana, les dio un don maravilloso: el libre albedrío. Como complemento de ese don, Jehová los capacitó con facultades mentales de percepción, razón y juicio. (Heb. 5:14.) No eran como autómatas sin mente, ni como animales, que obran principalmente por instinto. Sin embargo, su libertad era relativa, estaba sujeta al dominio de las leyes de Dios. (Compárese con Jeremías 10:23, 24.) Adán y Eva escogieron comer del fruto prohibido. De ese modo, usaron mal su libertad. ¿Qué los llevó a actuar así?

La Biblia explica que un espíritu, una criatura celestial de Dios, había adoptado deliberadamente un proceder de oposición y resistencia a Dios. Esta criatura, conocida después por el nombre de Satanás, habló en Edén por medio de una serpiente y alejó a Eva, y mediante ella a Adán, de la sujeción a la soberanía de Dios. (Rev. 12:9.) Al comer del árbol, Adán y Eva antepusieron su propio juicio al de Dios, y así indicaron que deseaban juzgar por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo. (Gén. 3:22.)

Por lo tanto, la cuestión que se planteó fue: ¿Tiene Jehová el derecho de gobernar a la humanidad, y ejerce su soberanía para el beneficio de sus súbditos? Esta cuestión estaba claramente implícita en las palabras que la serpiente dirigió a Eva: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. Se daba a entender que Dios, actuando con maldad, retenía algo bueno de la mujer y su esposo. (Gén. 3:1.)

La rebelión de Edén planteó otra cuestión. ¿Pueden los humanos ser fieles a Dios si se les somete a prueba? Esta cuestión relacionada se aclaró veinticuatro siglos después en el caso del hombre fiel Job. Satanás, la ‘voz’ que estaba detrás de la serpiente, desafió cara a cara a Jehová diciendo: “¿Ha temido Job a Dios por nada?”. Satanás alegó: “¿No has puesto tú mismo un seto protector alrededor de él y alrededor de su casa y alrededor de todo lo que tiene en todo el derredor? La obra de sus manos has bendecido, y su ganado mismo se ha extendido en la tierra”. Satanás dio a entender así que el motivo de la rectitud de Job era el egoísmo. Además, afirmó: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. Puesto que, como Jehová había dicho, ‘no había ninguno como Job en la tierra’, lo que Satanás en realidad alegaba era que podía apartar de Dios a cualquiera de Sus siervos. (Job 1:8-11; 2:4.) De este modo se desafió indirectamente la integridad y lealtad a la soberanía de Jehová de todos los siervos de Dios.

Una vez planteadas las cuestiones, tenían que resolverse. El tiempo que ha pasado —ya unos seis mil años— y el gran fracaso de los gobiernos humanos muestran claramente que la humanidad necesita la soberanía de Dios. Pero ¿la quiere? ¿Hay personas que demuestren que reconocen sinceramente la soberanía justa de Jehová? ¡Sí! ¡Jehová tiene sus testigos! Pero antes de analizar el testimonio de estos, examinemos lo que implica ser testigo.

Lo que significa ser testigo

Las palabras de los idiomas originales que se han traducido “testigo” ayudan a entender lo que significa ser un testigo en favor de Jehová. El sustantivo que en las Escrituras Hebreas se traduce “testigo” (‘edh) se deriva de un verbo (‘udh) que significa “regresar” o “repetir, hacer de nuevo”. En cuanto al sustantivo (‘edh), el Theological Wordbook of the Old Testament (Vocabulario teológico del Antiguo Testamento) dice: “Un testigo es la persona que, mediante reiteración, afirma enfáticamente su testimonio. La palabra [‘edh] es común en el lenguaje judicial”. Una obra sobre el origen de las palabras hebreas, A Comprehensive Etymological Dictionary of the Hebrew Language for Readers of English, añade: “El significado orig[inal] [del verbo ‘udh] prob[ablemente] era ‘dijo vez tras vez y convincentemente’”.

En las Escrituras Cristianas, las palabras griegas traducidas “testigo” (már·tys) y “dar testimonio” (mar·ty·ré·o) también tenían una connotación jurídica, aunque con el tiempo adquirieron un significado más amplio. Según el Theological Dictionary of the New Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento), “el concepto de testigo [se usa] tanto en el sentido de testificar de hechos que se pueden probar como en el de dar testimonio de verdades, i.e., la divulgación y confesión de las convicciones”. Por lo tanto, un testigo puede relatar hechos que conoce directa y personalmente, o proclamar puntos de vista o verdades de los que está convencido. *

El proceder fiel de los cristianos del siglo primero añadió un matiz más al significado de “testigo”. Muchos cristianos primitivos testificaron en medio de persecución y en peligro de muerte. (Hech. 22:20; Rev. 2:13.) Como resultado, alrededor del siglo II E.C. el término griego para testigo (már·tys, del que también se deriva la palabra “mártir”) adquirió el significado que se aplicaba a quienes estaban dispuestos a “sellar con la muerte la seriedad de su testimonio o confesión”. No se les llamó testigos porque murieran; murieron porque eran testigos leales.

Entonces, ¿quiénes fueron los primeros testigos de Jehová? ¿Quiénes estuvieron dispuestos a proclamar “vez tras vez y convincentemente” —con sus palabras y su modo de vivir— que Jehová es el Soberano justo que merece gobernar? ¿Quiénes estuvieron dispuestos a mantenerse íntegros a Dios hasta la misma muerte?

Los primeros testigos de Jehová

El apóstol Pablo dice: “Tenemos tan grande nube [gr.: né·fos, que denota una masa nubosa] de testigos que nos cerca”. (Heb. 12:1.) Esta ‘masa nubosa’ de testigos empezó a formarse poco después de la rebelión contra la soberanía de Dios en Edén.

En Hebreos 11:4 Pablo identifica a Abel como el primer testigo de Jehová al decir: “Por fe Abel ofreció a Dios un sacrificio de mayor valor que el de Caín, por la cual fe se le dio testimonio de que era justo, pues Dios dio testimonio respecto a sus dádivas; y por ella, aunque murió, todavía habla”. ¿De qué manera sirvió Abel de testigo en favor de Jehová? La respuesta gira en torno a la razón por la que el sacrificio de Abel era “de mayor valor” que el de Caín.

Dicho de manera sencilla, Abel hizo la ofrenda apropiada con buen motivo y la apoyó con obras correctas. Ofreció como dádiva un sacrificio animal, en el que la sangre representaba la vida de las primicias de su rebaño, mientras que Caín ofreció productos inanimados. (Gén. 4:3, 4.) El sacrificio de Caín no tenía como motivación la fe, que fue lo que hizo aceptable la ofrenda de Abel. Caín tenía que modificar su adoración. Pero en vez de eso, mostró una mala actitud de corazón al rechazar el consejo y la advertencia de Dios y asesinar al fiel Abel. (Gén. 4:6-8; 1 Juan 3:11, 12.)

Abel tuvo la fe de que carecían sus padres. Mediante su proceder fiel, dio a conocer su convicción de que la soberanía de Jehová es justa y él merece ejercerla. Durante los aproximadamente cien años que vivió, Abel demostró que un hombre puede ser fiel a Dios hasta el punto de sellar su testimonio con la muerte. Y su sangre sigue ‘hablando’, porque el relato inspirado de su martirio se conservó en la Biblia para las generaciones futuras.

Unos cinco siglos después de la muerte de Abel, Enoc empezó a ‘andar con Dios’, siguiendo un proceder acorde con las normas de Jehová sobre lo bueno y lo malo. (Gén. 5:24.) Para entonces, el rechazo de la soberanía de Dios había llevado a un aumento de las prácticas impías en la humanidad. Enoc estaba convencido de que el Soberano Supremo obraría contra los impíos, y el espíritu de Dios lo movió a proclamar la destrucción futura de aquellas personas. (Jud. 14, 15.) Enoc fue un testigo fiel hasta la muerte, porque Jehová “lo tomó”, lo que parece indicar que lo eximió de una muerte violenta a manos de sus enemigos. (Heb. 11:5.) El nombre de Enoc pudo añadirse así a la lista creciente de la ‘gran nube de testigos’ de la era precristiana.

Un espíritu de impiedad siguió impregnando la actividad humana. Durante la vida de Noé, quien nació unos setenta años después de la muerte de Enoc, ciertos hijos angelicales de Dios vinieron a la Tierra —obviamente materializados en forma humana— y cohabitaron con mujeres atractivas. Su prole llegó a ser conocida como los nefilim; eran gigantes que vivieron entre los hombres. (Gén. 6:1-4.) ¿En qué resultó esta unión contranatural de criaturas celestiales con humanos, y el que de ella surgiera una raza híbrida? El relato inspirado contesta: “Por consiguiente, Jehová vio que la maldad del hombre abundaba en la tierra, y que toda inclinación de los pensamientos del corazón de este era solamente mala todo el tiempo. De modo que Dios vio la tierra y, ¡mire!, estaba arruinada, porque toda carne había arruinado su camino sobre la tierra”. (Gén. 6:5, 12.) ¡Qué triste que la Tierra, el escabel de los pies de Dios, estuviera “llena de violencia”! (Gén. 6:13; Isa. 66:1.)

Por contraste, “Noé fue hombre justo”, alguien que “resultó exento de tacha entre sus contemporáneos”. (Gén. 6:9.) Demostró su sumisión a la soberanía de Dios al hacer ‘tal como Dios le había mandado’. (Gén. 6:22.) Obró con fe y “construyó un arca para la salvación de su casa”. (Heb. 11:7.) Pero Noé no se limitó a ser un constructor; como “predicador [o heraldo] de justicia”, advirtió de la destrucción venidera. (2 Ped. 2:5.) Sin embargo, a pesar de su testimonio valeroso, aquella generación malvada ‘no hizo caso hasta que vino el diluvio y los barrió a todos’. (Mat. 24:37-39.)

Después del tiempo de Noé, Jehová tuvo testigos entre los patriarcas posdiluvianos. Se menciona a Abrahán, Isaac, Jacob y José entre los primeros de la nube de testigos precristianos. (Heb. 11:8-22; 12:1.) Al mantenerse íntegros, demostraron que apoyaban la soberanía de Jehová. (Gén. 18:18, 19.) Así contribuyeron a santificar Su nombre. En vez de buscar seguridad en algún reino terrestre, “declararon públicamente que eran extraños y residentes temporales en la tierra”, y con fe ‘esperaron la ciudad que tiene fundamentos verdaderos, cuyo edificador y hacedor es Dios’. (Heb. 11:10, 13.) Aceptaban a Jehová como su gobernante y ponían su esperanza en el Reino celestial prometido como expresión de Su justa soberanía.

En el siglo XVI a.E.C., los descendientes de Abrahán eran esclavos que necesitaban la liberación del cautiverio en Egipto. Fue entonces cuando Moisés y su hermano Aarón se convirtieron en figuras clave de una ‘batalla de los dioses’. Se presentaron ante Faraón y le entregaron el ultimátum de Jehová: “Envía a mi pueblo”. No obstante, el orgulloso Faraón endureció su corazón; no quería perder una gran nación de esclavos. “¿Quién es Jehová —respondió—, para que yo obedezca su voz y envíe a Israel? No conozco a Jehová en absoluto y, lo que es más, no voy a enviar a Israel.” (Éxo. 5:1, 2.) Con aquella respuesta despectiva, Faraón, supuestamente un dios viviente, rehusó reconocer a Jehová como Dios.

Puesto que se había planteado la cuestión de la divinidad, Jehová procedió entonces a probar que es el Dios verdadero. Faraón, valiéndose de sus sacerdotes practicantes de magia, recurrió a todo el poder de los dioses de Egipto en desafío al poder de Jehová. Pero Jehová envió diez plagas, cada una anunciada por Moisés y Aarón, para demostrar que él dominaba los elementos y a las criaturas de la Tierra y que era superior a los dioses de Egipto. (Éxo. 9:13-16; 12:12.) Después de la décima plaga, Jehová sacó de Egipto a Israel por “mano fuerte”. (Éxo. 13:9.)

Se requirió mucho valor y fe por parte de Moisés, el “más manso de todos los hombres”, para presentarse ante Faraón, no una vez, sino varias veces. (Núm. 12:3.) Sin embargo, Moisés nunca suavizó el mensaje que Jehová le había mandado entregar a Faraón. ¡Ni siquiera la amenaza de muerte logró silenciar su testimonio! (Éxo. 10:28, 29; Heb. 11:27.) Moisés fue un testigo en el sentido exacto de la palabra; testificó “vez tras vez y convincentemente” que Jehová es Dios.

Después que los israelitas fueron liberados de Egipto, en 1513 a.E.C., Moisés escribió el libro de Génesis. Así empezó una nueva era: la de la escritura de la Biblia. Como al parecer Moisés fue el escritor del libro de Job, entendía en cierta medida la cuestión que existía entre Dios y Satanás. Pero a medida que avanzara la escritura de la Biblia, las cuestiones relacionadas con la soberanía de Dios y la integridad del hombre se escribirían claramente; así, todas las personas afectadas podrían conocer por completo las grandes cuestiones implicadas. Mientras tanto, en 1513 a.E.C., Jehová dio los pasos preliminares para producir una nación de testigos.

Una nación de testigos

Al tercer mes de la salida de los israelitas de Egipto, Jehová los admitió en una relación especial de pacto con él y los hizo su “propiedad especial”. (Éxo. 19:5, 6.) Mediante Moisés, pasó a tratar con ellos como nación, y les dio un gobierno teocrático fundado en el pacto de la Ley como su constitución nacional. (Isa. 33:22.) Eran el pueblo escogido de Jehová, organizado para representarlo como su Señor Soberano.

Sin embargo, durante los siglos siguientes la nación no siempre reconoció la soberanía de Jehová. Después de haberse establecido en la Tierra Prometida, Israel a veces apostató y cayó en la adoración de los dioses demoníacos de las naciones. Dado que no obedecieron a Jehová como su Soberano legítimo, él permitió que sus posesiones fueran saqueadas, por lo que pareció que los dioses de las naciones eran más fuertes que Jehová. (Isa. 42:18-25.) Pero en el siglo VIII a.E.C. Jehová desafió públicamente a los dioses de las naciones a fin de aclarar aquella falsa impresión y resolver esta cuestión: ¿Quién es el Dios verdadero?

Mediante el profeta Isaías, Jehová lanzó el desafío: “¿Quién hay entre ellos [los dioses de las naciones] que pueda anunciar esto [profetizar con exactitud]? ¿O pueden ellos hacernos oír siquiera las cosas primeras [es decir, cosas de antemano]? Que [ellos, como dioses,] suministren sus testigos, para que sean declarados justos, o que oigan [los pueblos de las naciones] y digan: ‘¡Es la verdad!’”. (Isa. 43:9.) Sí, que los dioses de las naciones presenten testigos que puedan testificar de la profecía y decir: “¡Es la verdad!”. ¡Pero ninguno de aquellos dioses podía presentar testigos verdaderos de su divinidad!

Jehová aclaró a Israel en qué consistía su responsabilidad con relación a la cuestión de quién es el Dios verdadero. Dijo: “Ustedes son mis testigos [...], aun mi siervo a quien he escogido, para que sepan y tengan fe en mí, y para que entiendan que yo soy el Mismo. Antes de mí no fue formado Dios alguno, y después de mí continuó sin que lo hubiera. Yo... yo soy Jehová, y fuera de mí no hay salvador. Yo mismo he anunciado y he salvado y he hecho que sea oído, cuando no había entre ustedes dios extraño. De modo que ustedes son mis testigos [...], y yo soy Dios”. (Isa. 43:10-12.)

Como se ve, Israel, el pueblo de Jehová, constituía una nación de testigos. Ellos podían afirmar categóricamente que Jehová era justo y merecía ser su Soberano. Sobre la base de sus experiencias pasadas, podían proclamar con convicción que Jehová es el Gran Libertador de su pueblo y el Dios de la profecía verdadera.

Testimonio acerca del Mesías

A pesar del abundante testimonio de aquella ‘masa nubosa’ de testigos precristianos, las cuestiones no quedaron completamente resueltas del lado de Dios. ¿Por qué no? Porque al debido tiempo designado por Dios, después que quede claramente demostrado que los humanos necesitan la gobernación de Jehová y que no se pueden gobernar a sí mismos, Él ejecutará sentencia sobre todos los que rehúsen respetar su autoridad justa. Además, las cuestiones planteadas van mucho más allá de la esfera humana. Puesto que en Edén se había rebelado un ángel, la cuestión de la integridad a la soberanía de Dios alcanzaba e implicaba hasta a las criaturas celestiales de Dios. Por lo tanto, Jehová se propuso que uno de sus hijos celestiales viniera a la Tierra, donde Satanás tendría suficientes oportunidades de ponerlo a prueba. Ese hijo celestial tendría la oportunidad de dar solución perfecta a la cuestión: ¿Puede algún hombre ser fiel a Dios bajo toda prueba que se le imponga? Habiendo demostrado su lealtad, este hijo de Dios recibiría poder como el gran vindicador de Jehová y se encargaría de destruir a los inicuos y hacer que se cumpliera totalmente el propósito original de Dios con relación a la Tierra.

Pero ¿cómo se identificaría a este Mesías? Jehová había prometido en Edén una “descendencia” o simiente que magullaría en la cabeza al Adversario, asemejado a una serpiente, y vindicaría la soberanía de Dios. (Gén. 3:15.) Mediante los profetas hebreos Jehová suministró muchos detalles sobre aquella “descendencia” mesiánica: sus antecedentes y actividades, y hasta cuándo aparecería. (Gén. 12:1-3; 22:15-18; 49:10; 2 Sam. 7:12-16; Isa. 7:14; Dan. 9:24-27; Miq. 5:2.)

Para mediados del siglo V a.E.C., al completarse las Escrituras Hebreas, las profecías se habían escrito, y restaba que el Mesías llegara para cumplirlas. El testimonio de este testigo —de hecho, el testigo más grande de Dios— se analizará en el capítulo siguiente.

[Nota a pie de página]

^ párr. 17 Por ejemplo, algunos cristianos del siglo primero podían dar testimonio de hechos históricos sobre Jesús —referentes a su vida, muerte y resurrección— por tener un conocimiento personal de ellos. (Hech. 1:21, 22; 10:40, 41.) Sin embargo, las personas que después pusieron fe en Jesús podían dar testimonio al proclamar a otros el significado de Su vida, muerte y resurrección. (Hech. 22:15.)

[Comentario en la página 11]

Los humanos pueden optar por beneficiarse de la soberanía de Jehová. Pero primero tienen que oír de ella

[Comentario en la página 13]

Abel fue el primer testigo de Jehová

[Comentario en la página 14]

Enoc dio testimonio sobre la sentencia que Dios dictaría contra los inicuos

[Comentario en la página 17]

Jehová aclaró a toda una nación en qué consistía su responsabilidad como sus testigos

[Comentario en la página 18]

“Ustedes son mis testigos, [...] y yo soy Dios”

[Ilustración en la página 10]

Lo que sucedió en Edén planteó cuestiones de importancia: ¿Es justa la soberanía de Jehová? ¿Le serán fieles sus criaturas?

[Ilustración en la página 15]

Noé fue un predicador de justicia antes de que Dios destruyera el mundo con un diluvio

[Ilustración en las páginas 16 y 17]

Moisés y Aarón dieron testimonio contundente ante Faraón sobre la divinidad de Jehová