Dolores de parto
Los dolores preliminares y propios del parto. Después que la primera mujer, Eva, pecó, Dios le comunicó las consecuencias que tendría su transgresión a la hora del alumbramiento. Si hubiera permanecido obediente, la bendición de Dios habría continuado sobre ella y el dar a luz habría supuesto un gozo completo, ya que “la bendición de Jehová [...] es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella”. (Pr 10:22.) Pero, como consecuencia del pecado, el funcionamiento imperfecto del cuerpo por lo general ocasionaría dolor en el parto. Por consiguiente, Dios dijo (atribuyéndose la autoría de lo que Él permite): “Aumentaré en gran manera el dolor de tu preñez; con dolores de parto darás a luz hijos”. (Gé 3:16.)
Como la expresión hebrea que aparece en este pasaje de la Biblia es literalmente “tu dolor y tu preñez”, algunas versiones lo traducen de ese modo (HM) o en plural: “tus dolores y tus preñeces” (FS; Scío; Str; Val, 1909). No obstante, esta es una figura retórica llamada “endíadis”, que consiste en la coordinación de dos palabras para expresar un solo concepto. La mayoría de las traducciones modernas tienen este aspecto en cuenta a la hora de traducir esta expresión (CI, NC, RH). Por lo tanto, este texto no indica que la preñez tendría que aumentar, sino que los dolores serían mayores.
Es verdad que los dolores del embarazo y del parto pueden aliviarse con tratamiento médico, e incluso se pueden evitar hasta cierto grado con determinados cuidados y métodos preparatorios. Pero, por lo general, el dar a luz continúa siendo una experiencia físicamente angustiosa. (Gé 35:16-20; Isa 26:17.)
No obstante, el apóstol Pablo recomendó a las viudas jóvenes, que tal vez se distrajesen con ocupaciones pueriles si su instinto materno no estaba debidamente compensado, que se casaran y dieran a luz hijos en lugar de andar desocupadas y llegar “a ser chismosas y entremetidas en asuntos ajenos”. (1Ti 5:11-15.) Dijo que la mujer en la congregación cristiana ‘se mantendría en seguridad mediante el tener hijos, con tal que continuara en fe y amor y santificación junto con buen juicio’. (1Ti 2:15.)
Sentido figurado. A pesar de los dolores propios del parto, el nacimiento de un niño es en sí una ocasión feliz. Cuando Jesucristo habló en privado con sus apóstoles la noche antes de su muerte, usó esa circunstancia como una ilustración. Les explicó que iba a dejarles, y luego pasó a decirles: “Muy verdaderamente les digo: Ustedes llorarán y plañirán, pero el mundo se regocijará; ustedes estarán desconsolados, pero su desconsuelo será cambiado a gozo. La mujer, cuando está dando a luz, siente desconsuelo, porque ha llegado su hora; mas cuando ha dado a luz al niñito, ya no se acuerda de la tribulación, por el gozo de que un hombre haya nacido en el mundo. Ustedes también, pues, ahora sienten, en realidad, desconsuelo; pero los veré otra vez, y se regocijará su corazón, y su gozo nadie se lo quitará”. (Jn 16:20-22.)
Ellos pasaron por esa experiencia durante parte de tres días, y es muy probable que durante ese tiempo lloraran y ‘afligieran sus almas’ por medio del ayuno. (Lu 5:35; compárese con Sl 35:13.) Pero en la madrugada del tercer día, el 16 de Nisán, y durante los siguientes cuarenta días, Jesús, ya resucitado, se apareció a algunos discípulos. ¡Qué alegría! El día del Pentecostés, cincuenta días después de la resurrección de Jesús, el espíritu santo de Dios fue derramado sobre ellos y llegaron a ser testigos gozosos de su resurrección, primero en Jerusalén y después en las partes más lejanas de la Tierra. (Hch 1:3, 8.) Nadie les podía arrebatar ya su gozo. (Jn 16:22.)
El salmista hizo referencia a una reunión de reyes que observaban el esplendor y la magnificencia de Sión, la santa ciudad de Dios, con sus torres y sus fortificaciones. Dijo: “Ellos mismos vieron; y por lo tanto se asombraron. Se perturbaron, se les hizo huir en pánico. El temblor mismo se apoderó de ellos allí, dolores de parto como los de una mujer que está dando a luz”. (Sl 48:1-6.) Al parecer, este salmo se refiere a un suceso real: unos reyes enemigos que planeaban un ataque contra Jerusalén estaban sobrecogidos de temor.
Cuando Jeremías profetizó la derrota de la poderosa Babilonia, dijo que los informes que llegarían al rey de Babilonia sobre un pueblo del N. harían que tuviera fuertes dolores, como una mujer durante el parto. Esta profecía se cumplió cuando Ciro fue contra Babilonia y en especial cuando la misteriosa escritura apareció en la pared durante el banquete del rey babilonio Belsasar. El profeta Daniel le interpretó esta escritura a Belsasar como un presagio de la caída inminente de Babilonia ante los medos y los persas. (Jer 50:41-43; Da 5:5, 6, 28.)
El apóstol Pablo explicó que el venidero “día de Jehová” llegaría cuando se proclamara “¡Paz y seguridad!”. Luego, “destrucción repentina ha de sobrevenirles instantáneamente, como el dolor de angustia a la mujer encinta; y no escaparán de ninguna manera”. (1Te 5:2, 3.) Los dolores de parto se presentan de repente, y el día y la hora exacta no se saben de antemano. Primero se producen cada quince o veinte minutos, siendo más continuos a medida que se aproxima el parto. En la mayoría de los casos el parto dura poco tiempo, en especial en su segunda fase. Una vez que empiezan los dolores de parto, la mujer sabe que se acerca el nacimiento y que ha de pasar por la difícil experiencia. No hay “escape”.
En la visión que tuvo el apóstol Juan, registrada en el libro de Revelación, vio a una mujer celestial clamando “en sus dolores y en su agonía por dar a Rev 12:1, 2, 4-6.) El hecho de que Dios arrebatara al hijo denotaría que lo aceptaba como suyo, tal como en tiempos antiguos se acostumbraba a presentar al recién nacido a su padre para que lo aceptase. (Véase NACIMIENTO.) De todo ello se desprende que la “mujer” es la “esposa” de Dios, la “Jerusalén de arriba”, la “madre” de Cristo y de sus hermanos espirituales. (Gál 4:26; Heb 2:11, 12, 17.)
luz”. El niño que nació era “un hijo, un varón, que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. A pesar de los esfuerzos del dragón por devorarlo, “su hijo fue arrebatado hacia Dios y hacia su trono”. (Como la “mujer” celestial de Dios es perfecta, el nacimiento sería igualmente perfecto, sin que se experimentara dolor literal. Por lo tanto, en este caso los dolores de parto indicarían simbólicamente que la “mujer” se daba cuenta de que el nacimiento se había acercado y esperaba que aconteciera en breve. (Rev 12:2.)
¿Quién sería este “hijo, un varón”? Tenía que “pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. Esto se predijo del rey mesiánico de Dios en el Salmo 2:6-9. Sin embargo, Juan recibió esta visión mucho después del nacimiento, muerte y resurrección de Cristo, por lo que la visión parece referirse al nacimiento del Reino mesiánico en manos de su Hijo Jesucristo, quien, cuando fue levantado de entre los muertos, “se sentó a la diestra de Dios, esperando desde entonces hasta que se coloque a sus enemigos como banquillo para sus pies”. (Heb 10:12, 13; Sl 110:1; Rev 12:10.)
Este era un acontecimiento esperado, tanto en el cielo como sobre la Tierra, y al irse acercando el tiempo señalado, la expectativa sería grande, pues el cumplimiento de las profecías sería un indicio seguro de su proximidad. Esto también habría de ocurrir, como explicó el apóstol a los cristianos, con relación a la venida del “día de Jehová”: “Ahora bien, en cuanto a los tiempos y a las sazones, hermanos, no tienen necesidad de que se les escriba nada. [...] Ustedes no están en oscuridad, para que aquel día los alcance como alcanzaría a ladrones”. (1Te 5:1, 4.)