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Genealogía

Genealogía

Serie de progenitores y ascendientes de una persona, así como el escrito que la contiene. Jehová Dios es el gran Genealogista, el que guarda los registros de la creación, así como de los orígenes, el nacimiento y la descendencia de sus criaturas. Es “el Padre, a quien toda familia en el cielo y en la tierra debe su nombre”. (Ef 3:14, 15.) A él se le debe el que su Palabra, la Biblia, contenga un registro exacto de las genealogías que desempeñan un papel importante en su propósito.

El hombre tiene un deseo innato de conocer su ascendencia y perpetuar el nombre familiar. Fue común en muchas de las naciones antiguas guardar un minucioso registro genealógico, en particular del linaje real y del sacerdotal. Tanto los árabes como los egipcios tuvieron por costumbre llevar registro de sus genealogías. También se han encontrado tablillas con escritura cuneiforme en las que figuran las genealogías de los reyes de Babilonia y de Asiria. Más recientes son las listas genealógicas de los griegos, los celtas, los sajones y los romanos.

El verbo hebreo que se emplea para la acción de inscribir los nombres de descendientes legítimos es ya·jás, se traduce ‘registrar genealógicamente’ (1Cr 5:17), mientras que la forma sustantiva es yá·jas, “registro genealógico”. (Ne 7:5.) En 1 Timoteo 1:4 y en Tito 3:9 se usa el término griego gue·ne·a·lo·guí·a con referencia a listas de ascendencia personales.

El apóstol Mateo inicia su evangelio con la siguiente introducción: “El libro de la historia [gue·né·se·ōs, una forma de gué·ne·sis] de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán”. (Mt 1:1.) La palabra griega gué·ne·sis tiene el sentido literal de “línea de descendencia; origen”. Con este término traduce la Septuaginta la palabra toh·le·dhóhth, vocablo hebreo que tiene el mismo significado primario que la voz griega, y que en el libro de Génesis se traduce “historia” en las varias ocasiones en que aparece. (Compárese con Gé 2:4, nota.)

Después de presentar la genealogía de Cristo, Mateo ofrece en su evangelio una narración del nacimiento humano de Jesús, su ministerio, muerte y resurrección. Este tipo de exposición no era infrecuente en aquella época, pues las narraciones históricas griegas más antiguas se ajustaban a un contexto genealógico, y la narración se desarrollaba en torno a las personas referidas en la genealogía presentada en la obra. Por consiguiente, la genealogía era una parte fundamental de la narración y en muchos casos constituía la introducción a la misma. (Véase 1Cr 1-9.)

En el juicio celebrado en Edén, Dios dio la promesa de que una descendencia nacería de la “mujer” y aplastaría la cabeza de la serpiente. (Gé 3:15.) Es posible que esta promesa haya hecho pensar a algunos que la descendencia prometida tendría ascendencia humana, pero solo se especificó que la descendencia vendría por un linaje humano cuando se le dijo a Abrahán que por medio de su descendencia se bendecirían todas las naciones de la Tierra. (Gé 22:17, 18.) Este anuncio le confirió a la genealogía de Abrahán una importancia primordial. La Biblia es el único libro que además de registrar la genealogía abrahámica, presenta la de todas las naciones, cuya ascendencia puede trazarse hasta los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet. (Gé 10:32.)

A este respecto, E. J. Hamlin comentó en The Interpreter’s Dictionary of the Bible que la tabla del origen de las naciones que aparece en Génesis es una pieza “única en la literatura antigua. [...] No se puede encontrar un interés similar por la historia en ninguna otra literatura sagrada del mundo” (edición de G. A. Buttrick, 1962, vol. 3, pág. 515).

Propósito de los registros genealógicos. Aparte del hecho de que la genealogía tenga importancia para el hombre por su inclinación natural a guardar un registro familiar para la posteridad, este registro es más importante aún desde un punto de vista cronológico, en especial para trazar la historia más remota de la humanidad. Pero su importancia cobra un significado mayor cuando se tiene presente que un registro genealógico minucioso es esencial para entender las promesas de Dios, sus profecías y su relación con el hombre.

Después del Diluvio, Noé indicó mediante su bendición que los descendientes de Sem obtendrían el favor divino. (Gé 9:26, 27.) Más tarde, Dios le reveló a Abrahán que lo que sería llamado su “descendencia” sería por medio de Isaac. (Gé 17:19; Ro 9:7.) Por lo tanto, llegó a ser obvio que para identificar a la descendencia prometida, se requeriría un registro genealógico muy cuidadoso. Así pues, con el transcurso del tiempo se hizo un registro concienzudo de la línea de Judá, la tribu a la que se prometió la gobernación (Gé 49:10), y en particular de la familia de David, por ser esta la línea real. (2Sa 7:12-16.) Este registro contendría la genealogía del Mesías, la Descendencia, la línea más importante de todas. (Jn 7:42.)

Aparte de este registro, otro que se guardó con especial cuidado fue el de la tribu de Leví, particularmente el de la familia sacerdotal de Aarón. (Éx 28:1-3; Nú 3:5-10.)

Por otra parte, bajo la Ley se necesitaban los registros genealógicos a fin de determinar los parentescos tribales para la división de la tierra, y también el parentesco familiar para las herencias de tierra personales. Por medio de estos registros se podía identificar al go·ʼél, el pariente más cercano y cualificado para efectuar el matrimonio de cuñado (Dt 25:5, 6), recomprar a su pariente (Le 25:47-49) y actuar como vengador de la sangre contra un homicida (Nú 35:19). Además, el pacto de la Ley prohibía el matrimonio dentro de ciertos grados de consanguinidad o afinidad, así que para no violar ese mandato, se necesitaba conocer la genealogía de la familia. (Le 18:6-18.)

Los israelitas se aferraban estrictamente a estas genealogías, como se puede ver por lo que sucedió después del regreso de Babilonia, cuando algunos que creían que eran de la descendencia sacerdotal no pudieron hallar su registro. Zorobabel les dijo que no comieran de las cosas santísimas provistas para el sacerdocio hasta que pudiesen establecer públicamente su genealogía. (Ne 7:63-65.) En el registro que se hizo del pueblo estaban incluidos los netineos, pues, aunque no eran israelitas, formaban un grupo dedicado oficialmente al servicio del templo. (Ne 7:46-56.)

En la mayoría de los casos, las listas genealógicas no tratan de suministrar todos los datos cronológicos. Sin embargo, sirven de ayuda para los estudios cronológicos, pues corroboran ciertos puntos o completan detalles importantes de la cronología. Las listas genealógicas tampoco suelen proporcionar el índice de aumento de la población, puesto que en muchos casos se omiten ciertos eslabones intermedios si no son necesarios para la genealogía en cuestión. Y puesto que las genealogías no suelen incluir los nombres de las mujeres, no se mencionan los nombres de las esposas y concubinas que un hombre pudiera haber tenido; de la misma manera, puede que tampoco se mencionen por nombre todos los hijos de estas esposas, y hasta en ciertos casos quizás se omitan algunos de los hijos de la esposa principal.

De Adán hasta el Diluvio. Hay en la Biblia indicios claros de la existencia de listas de parentescos familiares que se remontan hasta el origen del hombre. Cuando nació Set, el hijo de Adán, Eva dijo: “Dios ha nombrado otra descendencia en lugar de Abel, porque Caín lo mató”. (Gé 4:25.) Algunos descendientes de Set sobrevivieron al Diluvio. (Gé 5:3-29, 32; 8:18; 1Pe 3:19, 20.)

Desde el Diluvio hasta Abrahán. Noé bendijo a su hijo Sem, por medio de quien vendría Abrán (Abrahán), el “amigo de Jehová”. (Snt 2:23.) Esta línea genealógica y la antediluviana, mencionada en el párrafo anterior, son suficientes para trazar el registro cronológico de la historia del hombre hasta Abrahán. En la lista antediluviana la línea se traza desde Set, y en la postdiluviana, desde Sem; en ambas se dan consecuentemente los años que transcurren entre el nacimiento de un hombre y el de su hijo. (Gé 11:10-24, 32; 12:4.) No existe otro registro genealógico tan completo de este período histórico, por lo que estas listas cumplen con un doble propósito: genealógico y cronológico. Hay algunos acontecimientos más cuya ubicación en el tiempo se determina por la información genealógica. (Véase CRONOLOGÍA [Desde 2370 a. E.C. hasta el pacto abrahámico].)

Desde Abrahán hasta Cristo. Gracias a la intervención milagrosa de Dios, Abrahán y Sara tuvieron a Isaac, a través de quien vendría la “descendencia” prometida. (Gé 21:1-7; Heb 11:11, 12.) De un hijo de Isaac, Jacob (Israel), se originaron las doce tribus que constituyeron el pueblo judío. (Gé 35:22-26; Nú 1:20-50.) Judá sería la tribu de la realeza, un linaje real que luego se circunscribiría a la familia de David. Los descendientes de Leví constituyeron la tribu sacerdotal, aunque el sacerdocio se concretó al linaje aarónico. Para que el rey Jesucristo pudiese acreditar su derecho al trono, tenía que entroncar su ascendencia con el linaje davídico y dentro de la línea de Judá. Sin embargo, como su condición sacerdotal le correspondía por juramento de Dios, a la manera de Melquisedec, Jesús no necesitaba del linaje levítico. (Sl 110:1, 4; Heb 7:11-14.)

Otras listas genealógicas importantes. Además de la línea de descendencia de Adán a Jesucristo y de las extensas genealogías de los doce hijos de Jacob, también hay registros genealógicos de los orígenes de los pueblos emparentados con Israel. Entre estos están los hermanos de Abrahán (Gé 11:27-29; 22:20-24); los hijos de Ismael (Gé 25:13-18); los descendientes de Moab y Ammón, cuyo padre fue Lot, el sobrino de Abrahán (Gé 19:33-38); los hijos que Queturá le dio a luz a Abrahán y de quienes procedieron Madián y otras tribus (Gé 25:1-4), y la descendencia de Esaú (Edom) (Gé 36:1-19, 40-43).

Estas naciones son importantes debido a su parentesco con Israel, el pueblo escogido de Dios. Tanto Isaac como Jacob consiguieron esposas de la familia del hermano de Abrahán. (Gé 22:20-23; 24:4, 67; 28:1-4; 29:21-28.) Dios asignó territorios que lindaban con Israel a las naciones de Moab, Ammón y Edom, y a Israel se le dijo que no invadiese la herencia de territorio de estos pueblos ni los estorbase. (Dt 2:4, 5, 9, 19.)

Archivos oficiales. Parece ser que en Israel se guardaban registros nacionales de genealogías, además de los registros que mantenían las mismas familias. En el capítulo 46 de Génesis hallamos la relación de los miembros de la casa de Jacob hasta la muerte de este después de su entrada en Egipto. En Éxodo 6:14-25 aparece una genealogía, principalmente de los descendientes de Leví, que debió copiarse de un registro anterior. El primer censo de la nación se efectuó en el desierto de Sinaí en 1512 a. E.C., al segundo año de su salida de Egipto, cuando se realizó “el reconocimiento de su descendencia respecto a sus familias en la casa de sus padres”. (Nú 1:1, 18; véase también Nú 3.) El único otro censo nacional de Israel que Dios autorizó antes del exilio, y del que hay registro, es el que se efectuó unos treinta y nueve años más tarde en las llanuras de Moab. (Nú 26.)

Además de las genealogías registradas en los escritos de Moisés, están las listas hechas por otros cronistas oficiales, como por ejemplo: Samuel, que escribió Jueces, Rut y parte de Primero de Samuel; Esdras, que escribió Primero y Segundo de las Crónicas y el libro de Esdras, y Nehemías, el escritor del libro que lleva su nombre. En esos mismos escritos hay prueba de que otros mantuvieron registros genealógicos: Idó (2Cr 12:15) y Zorobabel; este último debió encargarse de que se hiciesen registros genealógicos entre los israelitas repatriados. (Esd 2.) Durante el reinado del justo rey Jotán, se hizo un registro genealógico de las tribus de Israel que vivían en la tierra de Galaad. (1Cr 5:1-17.)

Estas genealogías se conservaron con cuidado hasta el principio de la era común. Esto lo prueba el hecho de que cada familia de Israel pudo ir a censarse a la ciudad de la casa de su padre, en conformidad con el decreto de César Augusto promulgado poco antes del nacimiento de Jesús. (Lu 2:1-5.) Se sabe que Zacarías, el padre de Juan el Bautista, era de la división sacerdotal de Abías, y su esposa, Elisabet, de las hijas de Aarón. (Lu 1:5.) Se informa que Ana, la profetisa, era “de la tribu de Aser”. (Lu 2:36.) Y, por supuesto, las extensas listas de los antepasados de Jesús que se encuentran en Mateo, capítulo 1, y Lucas, capítulo 3, muestran claramente que tales registros se guardaban en los archivos públicos y podían ser consultados.

El historiador Josefo da testimonio de que los judíos tenían registros genealógicos oficiales, pues dice: “No sólo soy oriundo de una línea de sacerdotes, sino de la primera de las veinticuatro líneas, y de la principal familia de mi línea”. Después de señalar que su madre era descendiente de los asmoneos, concluye: “He anotado la línea de descendencia de mi familia tal cual aparece asentada en los registros públicos, haciendo caso omiso de los que nos calumnian”. (Vida de Flavio Josefo, sec. 1.)

No fue Herodes el Grande quien destruyó las genealogías oficiales de los judíos, como sostuvo Africano a principios del siglo III, sino, al parecer, los romanos cuando Jerusalén fue desolada en el año 70 E.C. (Contra Apión, libro I, sec. 7; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XVII, sec. 6; libro VI, cap. VI, sec. 3.) Desde ese tiempo los judíos no han podido determinar su línea genealógica, y ni siquiera quedan registros de las dos líneas más importantes, la de David y la de Leví.

La identificación de parentescos. Para determinar los parentescos, suele ser necesario examinar el contexto o comparar listas paralelas o textos de diferentes partes de la Biblia. Por ejemplo, el término “hijo” puede significar nieto o meramente un descendiente. (Mt 1:1.) También es posible que una lista de nombres parezca una relación de varios hermanos, hijos de un solo hombre. Sin embargo, al examinarla más detenidamente y compararla con otros textos, puede que resulte ser el registro de una línea genealógica, con los nombres de algunos hijos, así como de nietos o descendientes posteriores. Génesis 46:21 incluye tanto a hijos como a nietos de Benjamín bajo el término “hijos”, según se deduce cuando se compara este texto con Números 26:38-40.

Casos como el que acabamos de referir se dan incluso en las genealogías de algunas de las familias más importantes. Por ejemplo, en 1 Crónicas 6:22-24 hay anotados diez “hijos de Qohat”, pero en el versículo 18 del mismo capítulo y en Éxodo 6:18, solo se atribuyen a Qohat cuatro hijos. Un estudio del contexto permite concluir que la lista de “hijos de Qohat” que aparece en 1 Crónicas 6:22-24 es en realidad parte de una genealogía de familias de la línea qohatita, algunos de cuyos representantes David nombró para ciertos deberes del templo.

Por otra parte, “padre” puede significar “abuelo” o hasta predecesor de linaje real. (Da 5:11, 18.) En muchos lugares, como en Deuteronomio 26:5; 1 Reyes 15:11, 24; y 2 Reyes 15:38, la palabra hebrea ʼav (padre) también se usa en el sentido de “ascendiente” o “antepasado”. De manera similar, las palabras hebreas ʼem (madre) y bath (hija) se emplean en ciertas ocasiones para referirse a “abuela” y “nieta”, respectivamente. (1Re 15:10, 13.)

Ciudades; nombres en plural. Puede que en algunas listas se diga que un hombre es el “padre” de cierta ciudad, como en 1 Crónicas 2:50-54, donde a Salmá se le llama “el padre de Belén” y a Sobal, “el padre de Quiryat-jearim”. Probablemente se deba a que las ciudades de Belén y Quiryat-jearim fueron fundadas por estos hombres, o bien a que quizás las poblaron sus descendientes. La misma lista dice más adelante: “Los hijos de Salmá fueron Belén y los netofatitas, Atrot-bet-joab y la mitad de los manahatitas, los zoritas”. (1Cr 2:54.) Los netofatitas, los manahatitas y los zoritas mencionados en este texto debieron ser familias.

En Génesis 10:13, 14, los nombres de los descendientes de Mizraim parecen estar en plural. Hay quien opina que representan los nombres de familias o tribus y no de individuos. Sin embargo, debe tenerse en cuenta que hay otros nombres que están en número dual o plural, como Efraín, Apaim, Diblaim y Mizraim, el hijo de Cam mencionado antes, y todos ellos se refieren a una sola persona. (Gé 41:52; 1Cr 2:30, 31; Os 1:3.)

Listas abreviadas. A menudo los escritores bíblicos abreviaban mucho una lista genealógica, mencionando por nombre solo a los cabezas de familia de las casas más prominentes, a los personajes importantes o a los que más importancia tenían desde el punto de vista del registro histórico en cuestión. Según parece, a veces todo lo que el cronista estaba interesado en mostrar era la descendencia de cierto antepasado remoto, por lo que podía omitir muchos nombres intermedios.

La genealogía del propio Esdras es un ejemplo de esos compendios. (Esd 7:1-5.) Registra su linaje desde el sumo sacerdote Aarón, pero en la lista paralela de 1 Crónicas 6:3-14 aparecen varios nombres (en los vss. 7 al 10) que se omiten en Esdras 7:3. Probablemente Esdras quería evitar la repetición innecesaria y acortar la larga lista de nombres. Aun así, la lista era perfectamente adecuada para probar su linaje sacerdotal. Esdras dice que es el “hijo” de Seraya, es decir, su descendiente (debió ser su bisnieto o quizás su tataranieto). El sumo sacerdote Seraya murió a manos de Nabucodonosor para el tiempo del exilio a Babilonia (607 a. E.C.), y su hijo Jehozadaq fue llevado cautivo. (2Re 25:18-21; 1Cr 6:14, 15.) El sumo sacerdote Josué (Jesúa), que regresó setenta años más tarde con Zorobabel, era hijo de Jehozadaq y, por lo tanto, nieto de Seraya. (Esd 5:2; Ag 1:1.) Sesenta y nueve años después, Esdras viajó a Jerusalén, de modo que es imposible que fuese hijo directo de Seraya y hermano de Jehozadaq.

Otra cosa que aprendemos al comparar estas genealogías es que aunque Esdras era descendiente de Aarón por medio de Seraya, no descendió de Jehozadaq, la línea de Seraya por la que se transmitía el sumo sacerdocio. La línea del sumo sacerdocio pasó por Josué (Jesúa), Joiaquim y Eliasib, siendo este último sumo sacerdote durante la gobernación de Nehemías. De modo que Esdras consiguió su objetivo con su genealogía abreviada, proporcionando solo los nombres suficientes para demostrar su posición en el linaje de Aarón. (Ne 3:1; 12:10.)

Algunas razones por las que las listas genealógicas varían. Si un hijo moría sin descendientes, no se le solía mencionar; a veces se daba el caso de que un hombre no tenía ningún hijo varón, de modo que la herencia posiblemente se transmitía por medio de una hija, que al casarse llegaba a estar bajo otro cabeza de familia de la misma tribu. (Nú 36:7, 8.) En algunos casos, la genealogía fusiona a una familia menos importante con otro cabeza de familia, y de este modo omite su nombre. Por lo tanto, el que alguien no tuviera descendencia, el que la herencia se transmitiera por medio de mujeres, la adopción o el que no se formase una casa ancestral separada eran razones por las que algunos nombres no figuraban en ciertas listas genealógicas. Por el contrario, con la formación de nuevas casas podían añadirse nuevos nombres a las genealogías. De modo que los nombres de una genealogía posterior podían diferir de los de una lista anterior.

Lo que pudiera parecer una lista de hermanos quizás incluya a varios cabezas de familia que en realidad son sobrinos, como en el caso de la “adopción” de los hijos de José por parte de Jacob, cuando dijo: “Efraín y Manasés llegarán a ser míos como Rubén y Simeón”. (Gé 48:5.) Por lo tanto, después se cuenta a Efraín y a Manasés junto con sus tíos como cabezas tribales. (Nú 2:18-21; Jos 17:17.)

El capítulo 10 de Nehemías presenta una serie de nombres que autenticaron con su sello un “arreglo fidedigno” para cumplir los mandamientos de Dios. (Ne 9:38.) Los nombres que se dan en estas listas pueden referirse a las casas implicadas en los acuerdos, representadas por su cabeza ancestral, y no necesariamente a personas individuales. (Compárese con Esd 10:16.) Puede pensarse así porque muchos de los nombres que están en la lista corresponden a los de aquellos que regresaron de Babilonia junto con Zorobabel unos ochenta años antes. Por lo tanto, aunque algunos de los implicados tuvieran el mismo nombre que el cabeza ancestral, es posible que solo hayan sido representantes de esas casas ancestrales.

Repetición de nombres. Es bastante frecuente que en una lista genealógica aparezca el mismo nombre más de una vez. El que un descendiente llevase el mismo nombre que uno de sus antecesores le facilitaba seguir su linaje, aunque, por supuesto, a veces había personas con el mismo nombre en diferentes familias. Algunos de los muchos ejemplos de tales repeticiones en la misma línea ancestral son: Sadoc (1Cr 6:8, 12), Azarías (1Cr 6:9, 13, 14) y Elqaná. (1Cr 6:34-36.)

En muchos casos, los nombres que aparecen en listas paralelas difieren. Esto puede ser debido a que ciertas personas tenían más de un solo nombre, como, por ejemplo, Jacob, quien también se llamaba “Israel”. (Gé 32:28.) Por otro lado, también podía darse el caso de que hubiera una ligera alteración en el deletreo del nombre, con lo que a veces incluso adquiría un significado distinto. Algunos ejemplos son: Abrán (que significa “Padre Es Alto [Ensalzado]”) y Abrahán (que significa “Padre de una Muchedumbre [Multitud]”); Sarai (posiblemente, “Contenciosa”) y Sara (“Princesa”). Parece ser que a Elihú, el antepasado del profeta Samuel, también se le llamaba Eliab y Eliel. (1Sa 1:1; 1Cr 6:27, 34.)

En las Escrituras Griegas Cristianas se mencionan algunos sobrenombres, como en el caso de Simón Pedro, llamado también Cefas, que era el equivalente arameo del nombre griego “Pedro” (Lu 6:14; Jn 1:42), y “Marcos”, sobrenombre de Juan. (Hch 12:12.) Estos nombres podían obedecer a algún rasgo característico. Simón “el cananita” (también llamado “el celoso”) distingue a este apóstol de Simón Pedro. (Mt 10:4; Lu 6:15.) La expresión “Santiago hijo de Alfeo” distingue a este otro apóstol de Santiago hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Juan. (Mt 10:2, 3.) Podía añadirse la ciudad, distrito o país de donde procedía la persona, como José de Arimatea y Judas el galileo. (Mr 15:43; Hch 5:37.) Se cree que el nombre Judas Iscariote tal vez significa Judas “Hombre de Queriyot”. (Mt 10:4.) En las Escrituras Hebreas también se emplearon estos métodos. (Gé 25:20; 1Sa 17:4, 58.) A veces se daba el nombre del hermano para aclarar la identidad de alguien. (Jn 1:40.) A las mujeres que tenían el mismo nombre se las distinguía de manera similar mencionando también al padre, la madre, el hermano, la hermana, el esposo o el hijo. (Gé 11:29; 28:9; 36:39; Jn 19:25; Hch 1:14; 12:12.)

Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Escrituras Griegas Cristianas se usaban nombres de familia o títulos. La identidad de la persona se determinaba por su nombre personal o por la época y acontecimientos históricos con los que estaba relacionada. Por ejemplo, Abimélec debió ser un nombre personal de tres diferentes reyes filisteos, o bien un título comparable a “Faraón” entre los egipcios. (Gé 20:2; 26:26; 40:2; Éx 1:22; 3:10.) Por lo tanto, cuando se habla de Abimélec o de Faraón, hay que identificarlos por la época y las circunstancias. Herodes era un nombre de familia; César también lo era, aunque más tarde llegó a ser un título. A fin de evitar el riesgo de ambigüedad, cuando se hablaba de uno de los Herodes, se podía usar el nombre personal solo —Agripa o Antipas— o con el patronímico, como, por ejemplo, Herodes Antipas y Herodes Agripa. En el caso de los césares se hacía algo similar: César Augusto y Tiberio César. (Lu 2:1; 3:1; Hch 25:13.)

Nombres de mujeres. En algunas ocasiones, los nombres de las mujeres se incluyeron ocasionalmente en los registros genealógicos en virtud de ciertas razones históricas. En Génesis 11:29, 30 se menciona a Sarai (Sara) debido a que la descendencia prometida tenía que venir por medio de ella, no por medio de otra esposa de Abrahán. Puede que se mencione a Milcá en el mismo pasaje debido a que era la abuela de Rebeca, la esposa de Isaac, y así se mostraba que el linaje de Rebeca provenía de los parientes de Abrahán, ya que Isaac no debía casarse con una mujer extranjera. (Gé 22:20-23; 24:2-4.) En Génesis 25:1 se da el nombre de la esposa posterior de Abrahán, Queturá. Esto muestra que Abrahán se casó de nuevo después de la muerte de Sara y que aún conservaba la facultad de la reproducción más de cuarenta años después de que Jehová la hubiera regenerado milagrosamente. (Ro 4:19; Gé 24:67; 25:20.) Además, de este modo se muestra la relación que Madián y otras tribus árabes tenían con Israel.

También se menciona a Lea, a Raquel y a las concubinas de Jacob junto con los hijos que ellas dieron a luz. (Gé 35:21-26.) Esto nos ayuda a entender la relación que posteriormente Dios tuvo con estos hijos. Por razones similares, hallamos los nombres de otras mujeres en los registros genealógicos. Cuando una herencia se transmitía por medio de una mujer, su nombre también podía ser incluido. (Nú 26:33.) Por supuesto, Tamar, Rahab y Rut son casos sobresalientes. En cada uno de ellos hay algo que destacar en cuanto a cómo llegaron a estar estas mujeres en la línea de antepasados del Mesías, Jesucristo. (Gé 38; Rut 1:3-5; 4:13-15; Mt 1:1-5.) Otros casos en que se menciona a mujeres en las listas genealógicas son: 1 Crónicas 2:35, 48, 49; 3:1-3, 5.

Genealogía y generaciones. En algunas genealogías hallamos los nombres de un hombre y sus descendientes hasta sus tataranietos, lo que podría contarse como cuatro o cinco generaciones. Sin embargo, si el hombre vivía para ver todas estas generaciones de descendientes, desde su punto de vista, una “generación” podría significar el tiempo transcurrido desde su nacimiento hasta su muerte o hasta el último descendiente que naciera durante su vida. Este último concepto de “generación” implicaría un período de tiempo mucho más largo que el primero.

Pongamos un ejemplo: Adán vivió novecientos treinta años, y tuvo hijos e hijas. Durante ese tiempo vio por lo menos ocho generaciones de descendientes. Sin embargo, su vida alcanzó la de Lamec, el padre de Noé. Así pues, desde este punto de vista, el Diluvio aconteció en la tercera generación de la historia humana. (Gé 5:3-32.)

En la Biblia hallamos algunos casos de esta última forma de calcular. Jehová le prometió a Abrahán que su descendencia llegaría a ser residente forastera en una tierra que no era suya y que regresaría a Canaán “a la cuarta generación”. (Gé 15:13, 16.) El censo registrado en los capítulos 1 al 3 de Números indica que deben haberse sucedido muchas generaciones de padre a hijo durante los doscientos quince años de estancia en Egipto, siendo 603.550 el número total de hombres de veinte años de edad para arriba poco después del éxodo (sin contar a la tribu de Leví). Pero las ‘cuatro generaciones’ de Génesis 15:16, calculadas desde el momento de la entrada en Egipto hasta el éxodo, podrían contarse así: 1) Leví, 2) Qohat, 3) Amram y 4) Moisés. (Éx 6:16, 18, 20.) Cada una de estas personas vivió como promedio más de cien años. Por lo tanto, cada una de estas cuatro “generaciones” vió numerosos descendientes, posiblemente hasta los tataranietos o quizás más, dejando un lapso de veinte o incluso treinta años para el nacimiento de cada primer hijo. Esto explicaría cómo pudo crecer tanto la población en tan solo ‘cuatro generaciones’ hasta el tiempo del éxodo. (Véase ÉXODO.)

Este mismo censo presenta otro problema a los doctos bíblicos. En Números 3:27, 28 se dice que de Qohat procedieron cuatro familias, y llegaron a sumar en el tiempo del éxodo la elevada cifra de 8.600 varones mayores de un mes (8.300 según algunos manuscritos de la Septuaginta), lo que significaría que para ese tiempo Moisés tendría miles de hermanos, primos y sobrinos. Por ello, algunos han llegado a la conclusión de que Moisés no era hijo de Amram, hijo de Qohat, sino de otro Amram que vivió varias generaciones después, a fin de permitir suficiente tiempo para que las cuatro familias de qohatitas llegaran a tener un número tan grande de varones para el tiempo del éxodo de Egipto.

Este problema podría resolverse de dos maneras. Primero: no siempre se mencionaban todos los hijos de un hombre, como ya se ha explicado con anterioridad. Por lo tanto, es posible que los cuatro hijos de Qohat que son mencionados tuviesen más hijos que los que se nombran específicamente. Segundo: aunque Leví, Qohat, Amram y Moisés representan cuatro generaciones desde el punto de vista de lo que duró la vida de cada uno de ellos, también es posible que durante su vida hubieran visto varias generaciones. Así pues, aunque solo hubieran transcurrido sesenta años entre los nacimientos de Leví y Qohat, Qohat y Amram, y Amram y Moisés, podrían haber nacido muchas generaciones dentro de cada uno de esos períodos de sesenta años. Moisés pudo haber tenido sobrinos hasta la cuarta y quizás la quinta generación para el tiempo del éxodo. De modo que no es necesario que hubiera ningún otro Amram entre el hijo de Qohat y Moisés a fin de que para ese tiempo los descendientes de Qohat llegaran a 8.600 (o, posiblemente, 8.300).

Surge una cuestión relacionada con la línea genealógica de la Descendencia prometida, el Mesías, a partir de Nahsón, un principal de la tribu de Judá después del éxodo. Según Rut 4:20-22, Jesé, el padre de David, es el quinto eslabón a partir de Nahsón. Dado que el período de tiempo transcurrido desde el éxodo hasta David es de unos cuatrocientos años, el promedio de edad de cada uno de estos antepasados de David posiblemente fue de cien años (como en el caso de Abrahán) en el momento del nacimiento de su hijo, lo que no sería imposible, y puede que haya sido así. Estos hijos mencionados en el libro de Rut no tendrían que haber sido hijos primogénitos, así como David no era el primogénito, sino el más joven de los diversos hijos de Jesé. Por otra parte, Jehová podría haber desarrollado la línea de descendencia de este modo casi milagroso, a fin de que se pudiese ver en retrospección que en todo momento había estado dirigiendo los asuntos de la Descendencia prometida, como había hecho claramente en los casos de Isaac y Jacob.

Además, puede que hubiese omisiones deliberadas de nombres en este período de cuatrocientos años de la genealogía mesiánica, que está registrada también en 1 Crónicas 2:11-15; Mateo 1:4-6 y Lucas 3:31, 32. No obstante, el hecho de que todas las listas concuerden en esta sección de la genealogía podría significar que no se omitió ningún nombre. Ahora bien, aun en el caso de que los cronistas que recopilaron estas listas hubiesen omitido ciertos nombres que no consideraran importantes o necesarios, esto no presentaría ningún problema, ya que el hecho de que hubiera habido varias generaciones más no impugnaría otras declaraciones bíblicas ni la cronología.

La genealogía bíblica es confiable. Los estudiantes cuidadosos y sinceros de la genealogía bíblica no pueden acusar a los cronistas bíblicos de descuido, inexactitud o exageración por haber glorificado a su nación, a una tribu o a determinado personaje. Debe tenerse en cuenta que aquellos que registraron genealogías (como, por ejemplo, Esdras y Nehemías) se remitieron al archivo nacional y obtuvieron su información de las fuentes oficiales disponibles. (Véase CRÓNICAS, LIBROS DE LAS.) Después de hallar los datos necesarios, usaron estas listas para probar de manera satisfactoria lo que interesaba en aquel entonces. Sus contemporáneos, que conocían los hechos y podían acceder a los registros, aceptaron plenamente estas listas genealógicas. También debe tenerse presente el contexto histórico. Esdras y Nehemías vivieron en tiempos de reorganización, y las genealogías que compilaron eran esenciales para el funcionamiento de la nación.

Las listas genealógicas variarían de un período a otro, pues se añadían nuevos nombres y se quitaban otros, y a menudo solo se mencionaba a los cabezas de familia más importantes, especialmente en el caso de los más antiguos. En ciertas listas podían aparecer nombres menos importantes debido a que eran de interés en ese tiempo. Cabe la posibilidad de que las fuentes empleadas en ocasiones solo proporcionaran listas parciales. También es posible que faltaran algunas secciones, o que el mismo cronista las pasara por alto a propósito por considerarlas innecesarias. Y tampoco las necesitamos hoy.

Además, es posible que en algunos casos los copistas hayan incurrido en algún error, particularmente en el deletreo de los nombres. Pero esto no supone problema de importancia alguna para nuestro entendimiento de la Biblia y tampoco afecta el fundamento mismo del cristianismo verdadero.

Un examen sopesado de la Biblia borra por completo la falacia que algunos han divulgado de que las antiguas listas genealógicas de Génesis, capítulos 511, y de otros libros bíblicos, contienen nombres imaginarios o ficticios, introducidos con el fin de amañar el relato a voluntad del cronista. Los cronistas bíblicos fueron siervos dedicados de Jehová, sin ningún afán nacionalista, preocupados únicamente por la vindicación del nombre de Jehová y por los tratos de Dios con su pueblo. Además, tanto otros escritores de la Biblia como el propio Jesucristo se refirieron a muchos de los nombres mencionados por estos cronistas como personas reales. (Isa 54:9; Eze 14:14, 20; Mt 24:38; Jn 8:56; Ro 5:14; 1Co 15:22, 45; 1Ti 2:13, 14; Heb 11:4, 5, 7, 31; Snt 2:25; Jud 14.) Contradecir todo este testimonio equivaldría a acusar de mentiroso al Dios de la verdad o, cuando menos, de que ha tenido que valerse de engaños y artificios para conseguir que la gente crea en Su Palabra. Además, supondría negar la inspiración de la Biblia.

El apóstol escribe: “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa para enseñar, para censurar, para rectificar las cosas, para disciplinar en justicia, para que el hombre de Dios sea enteramente competente y esté completamente equipado para toda buena obra”. (2Ti 3:16, 17.) Por lo tanto, podemos tener una confianza completa en las genealogías registradas en la Biblia. Suministraron información fundamental, no solo para cuando se escribieron, sino también para nosotros hoy. Por medio de ellas, podemos tener la seguridad, desde el punto de vista genealógico, de que Jesucristo es la Descendencia prometida de Abrahán por tanto tiempo esperada. Nos ayudan a determinar la cronología hasta Adán, una cronología que no puede hallarse en ningún otro lugar. La Biblia dice que Dios “hizo de un solo hombre toda nación de hombres, para que moren sobre la entera superficie de la tierra” (Hch 17:26), y también que “cuando el Altísimo dio a las naciones una herencia, cuando separó a los hijos de Adán unos de otros, procedió a fijar el límite de los pueblos con consideración para el número de los hijos de Israel” (Dt 32:8); y las genealogías bíblicas nos ayudan a comprender cómo están emparentadas todas las naciones.

Debido a que conocemos el origen de la humanidad, que Adán fue en un principio “hijo de Dios” y que todos descendemos de Adán (Lu 3:38), podemos entender bien la declaración: “Así como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado”. (Ro 5:12.) Ese conocimiento también explica cómo puede ser Jesucristo “el último Adán” y el “Padre Eterno”, y cómo es posible que “así como en Adán todos están muriendo, así también en el Cristo todos serán vivificados”. (Isa 9:6; 1Co 15:22, 45.) Podemos entender mejor el propósito de Dios de hacer que los hombres obedientes entren en una relación de “hijos de Dios”. (Ro 8:20, 21.) Podemos observar que Jehová expresa bondad amorosa para con aquellos que lo aman y guardan sus mandamientos “hasta mil generaciones”. (Dt 7:9.) Asimismo, nos damos cuenta de su apego a la verdad como el Dios que guarda los pactos y que además ha conservado cuidadosamente un registro histórico sobre el que podemos edificar nuestra fe con seguridad. La genealogía, así como otros rasgos de la Biblia, demuestra que Dios es el gran Registrador y Conservador de la historia. (Véase GENEALOGÍA DE JESUCRISTO.)

El consejo de Pablo con respecto a las genealogías. Cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo entre los años 61-64 E.C., le dijo que no prestase atención a “cuentos falsos ni a genealogías, que terminan en nada, pero que proporcionan cuestiones para investigación más bien que una dispensación de cosa alguna por Dios con relación a la fe”. (1Ti 1:4.) La fuerza de esta advertencia puede apreciarse mejor conociendo los extremos a los que posteriormente llegaron los judíos en la investigación de las genealogías, y la meticulosidad con que investigaban cualquier posible discrepancia. El Talmud Babilonio (Pesajim 62b) afirma que “entre ‘Azel’ y ‘Azel’ [1 Crónicas 8:38–9:44, una de las listas genealógicas de la Biblia], la enorme cantidad de interpretaciones exegéticas equivalía a la carga de ¡cuatrocientos camellos!”. (Hebrew-English Edition of the Babylonian Talmud, traducción de H. Freedman, Londres, 1967.)

No tenía sentido el envolverse en un estudio y consideración de tales asuntos, y menos cuando Pablo escribió a Timoteo. En aquel entonces ya no importaban los registros genealógicos, pues Dios no reconocía ya ninguna distinción entre judíos y gentiles dentro de la congregación cristiana. (Gál 3:28.) Además, los registros genealógicos ya habían establecido el linaje de Cristo por medio de la línea de David. Por otra parte, Jerusalén iba a ser destruida en breve y junto con ella, los registros judíos. Dios no los conservó. Por consiguiente, Pablo no quería que Timoteo y las congregaciones se desviaran malgastando el tiempo en investigaciones y controversias acerca de asuntos de linaje personal que no contribuían nada a la fe cristiana. La genealogía provista por la Biblia es suficiente para probar que Cristo es el Mesías, y esta es la cuestión genealógica de mayor importancia para los cristianos. Las otras genealogías de las Escrituras permanecen como testimonio de la autenticidad e historicidad del registro bíblico.