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Invocación de mal

Invocación de mal

Literalmente, acción de pedir que recaiga el mal sobre una determinada persona; lo opuesto a una bendición. La palabra hebrea qela·láh hace referencia en primer lugar a esa clase de invocación de mal, y en numerosos textos se contrasta con la palabra “bendición”. (Gé 27:12, 13; Dt 11:26-29; Zac 8:13.) Este término se deriva del verbo raíz qa·lál, que significa literalmente “ser liviano”; no obstante, cuando se usa en un sentido figurado, significa “invocar el mal sobre”, ‘tratar con desprecio’. (Éx 18:22; Le 20:9; 2Sa 19:43.) David usó esta palabra cuando le dijo a Mical: “Haré que se me estime en poco aun a mayor grado”, en comparación con la acusación que ella le había lanzado. (2Sa 6:20-22.) Jehová Dios la usó después del Diluvio al decir que nunca volvería a ‘invocar el mal sobre el suelo a causa del hombre’. (Gé 8:21.)

Propósito de las invocaciones de mal divinas. Uno de los propósitos de las invocaciones de mal divinas es dejar claro quiénes son —y quiénes no— los siervos aprobados de Dios, ya que las invocaciones de mal manifiestan la desaprobación de Dios, tal como sus bendiciones manifiestan su aprobación. Por lo tanto, cuando Jehová le prometió su bendición a Abrahán, también declaró que ‘al que invocara mal (participio de qa·lál) sobre él lo maldeciría’. (Gé 12:3.) Cuando no se especifica el objeto de la maldición, esta también sirve de protección y advertencia aleccionadora para aquellos que desean obtener o mantener el favor de Dios. La ley mosaica especificó numerosas bendiciones y maldiciones, que serían el resultado de aplicar o no los estatutos de la Ley y sus estipulaciones. (Dt 28:1, 2, 15.) Antes de la entrada en la Tierra Prometida, Moisés recalcó que los israelitas, tanto individual como colectivamente, debían escoger entre la bendición y la invocación de mal por su obediencia o desobediencia. (Dt 30:19, 20.) Ya dentro de la Tierra Prometida, Josué repitió básicamente esta misma advertencia para la protección del pueblo. (Compárese con Jos 8:32-35; 24:14, 15.) De este modo todos podían esforzarse por evitar las predichas invocaciones de mal.

La invocación de mal también atestigua que no se pueden despreciar o tratar a la ligera los principios de Dios ni sus propósitos anunciados. El sumo sacerdote Elí llegó a ser objeto de una invocación de mal debido a ser permisivo con sus hijos y no reprenderlos aunque estaban “invocando el mal contra Dios”. (1Sa 3:13.) Jehová le comunicó la regla de que “a los que me honran honraré, y los que me desprecian serán de poca monta [de la raíz qa·lál]”. (1Sa 2:30.) Por lo tanto, una retribución justa por la maldad va unida a la invocación de mal procedente de Dios. La retribución puede ser inmediata, como en el caso de los que se burlaron de Eliseo, sobre los que invocó el mal en el nombre de Jehová (2Re 2:24), o puede reservarse para un tiempo posterior, como cuando Dios le informó al rey Josías acerca de la calamidad que le sobrevendría a Judá. (2Re 22:19, 20.) Jehová le comunicó a la nación de Israel que el violar sus leyes les acarrearía dificultades de las que no podrían escapar, diciendo: “Todas estas invocaciones de mal ciertamente vendrán sobre ti y te perseguirán y te alcanzarán hasta que hayas sido aniquilado, porque no escuchaste la voz de Jehová tu Dios ni guardaste sus mandamientos y sus estatutos que él te mandó”. (Dt 28:45.) Aunque les predijo su desolación y exilio de la manera más explícita posible, rehusaron prestar atención, y por tanto Jerusalén llegó a ser “una invocación de mal para todas las naciones de la tierra”. (Jer 26:6; 24:9; Dt 29:27.)

Anulación de invocaciones de mal. Jehová puede anular una invocación de mal, pero solo cuando se satisfacen adecuadamente sus justos requisitos. Este parece ser el caso de la invocación de mal original sobre la tierra, que terminó con el Diluvio que la limpió de iniquidad. (Gé 8:21.) El no guardar el pacto de la Ley trajo una invocación de mal sobre toda la nación de Israel, incluso sobre aquellos que trataban de observar sus estipulaciones concienzudamente, aunque de manera imperfecta. El apóstol Pablo muestra que por este motivo Cristo Jesús murió en un madero de tormento. (Gál 3:10-13.) Por lo tanto, aunque Jesús observó perfectamente la Ley, tomó sobre sí la maldición que descansaba sobre todos aquellos que estaban bajo la invocación de mal de la Ley. Deuteronomio 21:23 declara: “Porque cosa maldita [literalmente, “invocación de mal”] de Dios es el que ha sido colgado [en un madero]”. Jesús llegó a ser efectivamente “una maldición” al ser clavado en un madero como criminal, sentenciado injustamente por el tribunal sacerdotal judío. Más tarde, cuando Jesús presentó el valor de su sacrificio en los cielos, Dios anuló la Ley. Al aceptar este sacrificio, Dios clavó en sentido figurado la Ley al madero de tormento, y de este modo se eliminó legalmente la maldición o invocación de mal que la acompañaba. (Col 2:14.) Debido a que el cuerpo de Jesús se veía como una invocación de mal, y también para cumplir con los requisitos de la Ley de modo que no se profanara el sábado, los judíos pidieron que antes de que acabase el día se quitasen de los maderos los cadáveres de Jesús y los malhechores. (Dt 21:23; Jn 19:31.)

¿Qué determina que una invocación de mal sea efectiva?

Aunque el hombre puede pronunciar una invocación de mal, su validez depende enteramente de Dios, es decir, de sus principios y propósitos. En vano “invocó [Goliat] el mal contra David por sus dioses [falsos]”. (1Sa 17:43.) De igual manera, Jehová cambió en una bendición la invocación de mal que había propuesto Balaam. (Dt 23:4, 5; Jos 24:9, 10.) Debido a que David reconocía que solo Jehová puede hacer efectiva una invocación de mal, no le permitió al encolerizado Abisai ir y “quitarle la cabeza” a Simeí, que estaba invocando el mal sobre David de manera injuriosa. David dijo: “¡Déjenlo para que invoque el mal, porque así se lo ha dicho Jehová! Quizás vea Jehová con su ojo, y Jehová realmente me restaure el bien en vez de su invocación de mal este día”. (2Sa 16:5-12; compárese con Sl 109:17, 18, 28.) La Palabra de Dios condena específicamente el invocar el mal sobre los padres (Éx 21:17; Le 20:9; Pr 20:20), sobre Dios (Éx 22:28; Le 24:11, 14, 15, 23) o sobre el rey (Ec 10:20), y censura a aquellos que bendicen con sus bocas mientras que “en su interior invocan el mal”. (Sl 62:4.)

Como vocero de Dios, Jesucristo pronunció invocaciones de mal durante su ministerio terrestre sobre los guías religiosos y fariseos debido a su deliberada oposición al propósito de Dios. (Mt 23:13-33.) El apóstol Pedro ‘invocó el mal’ sobre Ananías y Safira por tratar con engaño a Dios, lo que resultó en la muerte inmediata de ambos. (Hch 5:1-11.) Y el apóstol Pablo hizo algo similar en el caso del falso profeta y hechicero Elimas, a quien llamó “hijo del Diablo” y “enemigo de todo lo justo”, y que luego quedó ciego por un tiempo. (Hch 13:6-12.) Esas acciones tuvieron un efecto positivo en aquellos que fueron testigos de ellas. Sin embargo, tales poderes apostólicos no dieron autoridad o licencia a otros para pronunciar invocaciones de mal. Santiago advierte a los cristianos que no deben usar la lengua para maldecir a los hombres. (Snt 3:9-12; compárese Sl 109:17, 18 con Col 3:8-10.)

La historia registra que después del período apostólico y en el transcurso de los siglos, las organizaciones religiosas han publicado muchos “anatemas” e “interdictos” contra personas, ciudades y naciones, aunque el medio que se ha empleado para hacer efectivas tales invocaciones de mal no ha sido en ningún caso el poder de Dios, sino el poder terrestre de alguna Iglesia o gobierno. Por otra parte, en el Salmo 37:3-9, 22, se nos aconseja que esperemos en Jehová, puesto que “los que están siendo bendecidos por él poseerán ellos mismos la tierra, pero aquellos contra quienes él invoca el mal serán cortados”. Tal “cortamiento” se menciona en la invocación de mal que Jesús pronunció sobre la clase maldita de las “cabras” en su ilustración profética registrada en Mateo 25:31-46. Con relación a los “nuevos cielos y una nueva tierra” también se profetiza que se invocará el mal sobre los pecadores. (Isa 65:17, 20; véase MALDICIÓN.)