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Jacob

Jacob

(Que Ase el Talón; Suplantador).

1. Hijo de Isaac y Rebeca, y hermano gemelo menor de Esaú. Los padres de Jacob llevaban veinte años casados cuando les nacieron gemelos, sus únicos hijos, en 1858 a. E.C. Isaac tenía entonces sesenta años. Al igual que en el caso de Abrahán, las oraciones de Isaac para tener prole recibieron respuesta solo después de que su paciencia y su fe en las promesas de Dios habían sido completamente probadas. (Gé 25:20, 21, 26; Ro 9:7-10.)

Rebeca estaba angustiada durante el embarazo porque los gemelos “empezaron a pugnar” dentro de su matriz, lo que, según explicó Jehová, representaba el comienzo de dos naciones que llegarían a estar opuestas entre sí. Además, Jehová declaró que, contrario a la costumbre, el mayor serviría al menor. En conformidad con esto, cuando nacieron, Jacob, el segundo, tenía asido el talón de Esaú; de ahí el nombre Jacob, que significa “Que Ase el Talón”. (Gé 25:22-26.) Así Jehová demostró que puede percibir la inclinación genética de los que todavía no han nacido, y ejercer su presciencia y su derecho de seleccionar de antemano a los que escoge para sus fines, aunque sin predeterminar en modo alguno el destino final de la persona. (Ro 9:10-12; Os 12:3.)

Esaú, el hijo favorito de su padre, era un cazador de carácter indómito, inquieto y nómada, mientras que a Jacob se le describe como un “hombre sin culpa [heb. tam], que moraba en tiendas”, alguien que llevaba una vida tranquila de pastor y en quien se podían confiar asuntos de carácter doméstico, alguien por quien su madre sentía un cariño especial. (Gé 25:27, 28.) Esta palabra hebrea (tam) se usa también en otros lugares para describir a las personas que tienen la aprobación de Dios. Por ejemplo, “los hombres sanguinarios odian a cualquiera exento de culpa [heb. tam]”; no obstante, Jehová asegura que “el futuro de ese hombre será pacífico”. (Pr 29:10; Sl 37:37.) Job era un hombre que mantenía su integridad, que “resultó sin culpa [heb. tam] y recto”. (Job 1:1, 8; 2:3.)

Recibió la primogenitura y la bendición. Abrahán murió en 1843 a. E.C., cuando su nieto Jacob tenía quince años de edad, de modo que el muchacho tuvo tiempo suficiente de oír por boca de su abuelo, así como de su padre, acerca del pacto de Dios ratificado por juramento. (Gé 22:15-18.) Jacob se dio cuenta del gran privilegio que significaría ser partícipe en el cumplimiento de tales promesas divinas. Finalmente, se le presentó la oportunidad de comprarle legalmente a su hermano tanto la primogenitura como todo lo que esta conllevaba. (Dt 21:15-17.) Un día en que Esaú volvía exhausto del campo percibió el aroma del sabroso guisado que su hermano había cocinado, se acercó y exclamó: “¡Aprisa, por favor, dame un bocado de lo rojo... lo rojo que está allí, porque estoy cansado!”. Jacob respondió: “¡Véndeme, ante todo, tu derecho de primogénito!”. “Esaú despreció la primogenitura”, por lo que efectuó la venta con toda celeridad, sellándola con un juramento solemne. (Gé 25:29-34; Heb 12:16.) Estas fueron razones suficientes para que Jehová dijera: “Amé a Jacob, pero odié a Esaú”. (Ro 9:13; Mal 1:2, 3.)

¿Obró bien Jacob al hacerse pasar por Esaú?

Cuando Isaac se hizo viejo y vio próxima su muerte, pidió a Esaú que fuera a cazar una pieza, y le dijo: “Déjame comer, a fin de que te bendiga mi alma antes que yo muera”. Sin embargo, Rebeca oyó la conversación y rápidamente mandó a Jacob a buscar dos cabritos a fin de preparar un sabroso plato para Isaac, y le dijo a Jacob: “Tienes que llevarlo a tu padre y él tiene que comerlo, a fin de que te bendiga antes de su muerte”. Incluso le puso las pieles de los cabritos en las manos y el cuello para que cuando Isaac palpara a Jacob, pensara que era Esaú. Cuando Jacob le llevó la comida a su padre, este le preguntó: “¿Quién eres, hijo mío?”, a lo que Jacob contestó: “Soy Esaú tu primogénito”. Como bien sabía Jacob, legalmente tenía derecho a hacerse pasar por Esaú, el primogénito de Isaac. Isaac palpó a Jacob para ver si era realmente Esaú, y dijo: “La voz es la voz de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú”. Por fin, todo salió como se había previsto e Isaac “lo bendijo”. (Gé 27:1-29.) ¿Habían obrado bien Rebeca y Jacob?

No se podía dudar que Jacob tenía derecho a la bendición. Antes del nacimiento de los gemelos, Jehová le había dicho a Rebeca: “El mayor servirá al menor”. (Gé 25:23.) Posteriormente, en armonía con las inclinaciones que Jehová ya había previsto y que le habían llevado a amar a Jacob más que a Esaú, este vendió la primogenitura a Jacob por solo un plato de guisado. (Gé 25:29-34.)

La Biblia no dice si Isaac conocía estas indicaciones sobre quién debería recibir la primogenitura. No sabemos por qué Rebeca y Jacob obraron como lo hicieron, aunque ambos eran conscientes de que la bendición le pertenecía a Jacob. Este no se hizo pasar por Esaú maliciosamente para apoderarse de algo a lo que no tenía derecho. La Biblia no condena lo que hicieron Rebeca y Jacob. El resultado fue que Jacob recibió la bendición que le correspondía. Isaac mismo debió reconocer que se había cumplido la voluntad de Jehová. Poco después, cuando mandó a Jacob a Harán para que buscara una esposa, volvió a bendecirle y le dijo específicamente: “Dios Todopoderoso [...] te dará la bendición de Abrahán”. (Gé 28:3, 4; compárese con Heb 11:20.) De modo que podemos concluir que el resultado final concordaba con el propósito de Dios. La Biblia enseña claramente la lección que debe aprenderse de este relato al advertir que no ha de haber “ningún fornicador ni nadie que no aprecie cosas sagradas, como Esaú, que a cambio de una sola comida vendió regalados sus derechos de primogénito”. (Heb 12:16.)

Jacob se traslada a Padán-aram. (MAPA, vol. 1, pág. 529.) Jacob tenía setenta y siete años cuando dejó Beer-seba para ir a la tierra de sus antepasados, donde pasó los siguientes veinte años de su vida. (Gé 28:10; 31:38.) Después de viajar unos 100 Km. en dirección NNE., se detuvo en Luz (Betel), en las colinas de Judea, para pasar la noche, y usó por almohada una piedra. En sus sueños vio una escalera, o un tramo de escalera, que llegaba a los cielos y por la que ascendían y descendían ángeles. En lo alto vio a Jehová, que le confirmó el pacto divino que había hecho con Abrahán e Isaac. (Gé 28:11-13; 1Cr 16:16, 17.)

En este pacto Jehová le prometió a Jacob que lo cuidaría, lo guardaría y no lo abandonaría hasta que la tierra sobre la que estaba acostado llegase a ser suya, y su descendencia fuese tanta como las partículas de polvo de la Tierra. Además le dijo: “Por medio de ti y por medio de tu descendencia todas las familias del suelo ciertamente se bendecirán”. (Gé 28:13-15.) Cuando Jacob se dio verdadera cuenta de la importancia que tenía lo que había experimentado por la noche, exclamó: “¡Cuán inspirador de temor es este lugar! Esta no es otra cosa sino la casa de Dios”. Por esa razón cambió el nombre de Luz a Betel, que significa “Casa de Dios”, y procedió a erigir una columna y a ungirla como testigo de estos acontecimientos trascendentales. En agradecimiento a la promesa de Dios de apoyarle, también hizo el voto de que sin falta le daría a Jehová la décima parte de todo lo que recibiese. (Gé 28:16-22.)

Jacob continuó su viaje y por fin se encontró con su prima Raquel en las inmediaciones de Harán. Labán —padre de Raquel y hermano de la madre de Jacob— le invitó a quedarse con ellos. Jacob se enamoró de Raquel y le ofreció a su padre trabajar siete años para él si se la entregaba como esposa. Los años transcurrieron “como unos cuantos días” debido al amor tan profundo que Jacob sentía por Raquel. Sin embargo, a Jacob le engañaron el día de la boda: le entregaron a Lea, la hermana mayor de Raquel. Labán le ofreció la siguiente explicación: “No se acostumbra [...] dar la menor antes de la primogénita”. Después de celebrar esta boda por una semana, Labán también le entregó a Jacob su hija Raquel como esposa con la condición de que trabajara otros siete años en pago por ella. Además, a Lea y a Raquel les dio dos siervas, Zilpá y Bilhá, respectivamente. (Gé 29:1-29; Os 12:12.)

De esta unión Jehová empezó a formar una nación numerosa. Lea le dio a luz a Jacob cuatro hijos seguidos: Rubén, Simeón, Leví y Judá. Como Raquel veía que seguía estéril, le dio a Jacob su esclava Bilhá, con la que tuvo dos hijos: Dan y Neftalí. Luego Lea quedó estéril, de manera que le dio a Jacob su esclava Zilpá, y de ella recibió dos hijos: Gad y Aser. Lea volvió a dar a luz hijos; primero tuvo a Isacar, luego a Zabulón y después tuvo una hija llamada Dina. Por fin Raquel llegó a estar encinta y dio a luz a José. Por consiguiente, en un período relativamente corto de siete años, Jacob fue bendecido con muchos hijos. (Gé 29:30–30:24.)

Jacob se hace rico antes de salir de Harán. Una vez finalizado el contrato de catorce años de trabajo a cambio de sus esposas, Jacob estaba ansioso de regresar a su tierra natal. Pero al ver Labán cómo le había bendecido Jehová por causa de Jacob, insistió en que continuase supervisando sus rebaños; incluso le dijo a Jacob que estipulase su propio salario. En esa zona geográfica las ovejas y las cabras suelen ser de un solo color: las ovejas, blancas, y las cabras, negras. Por consiguiente, Jacob pidió que se le diese en calidad de salario solo las ovejas y las cabras que tuviesen colores o marcas anormales: las ovejas de color moreno oscuro y todas las cabras con cualesquier marcas blancas. “¡Pues, eso es excelente!”, fue la respuesta de Labán. Y para mantener el salario tan bajo como fuese posible, Labán, por sugerencia de Jacob, separó de los rebaños todas las cabras rayadas, moteadas y con manchas de color y toda oveja morena oscura entre los carneros jóvenes, y se las entregó a sus propios hijos para que las cuidasen, e incluso fijó una distancia de tres jornadas entre ellos para evitar cruces entre los dos rebaños. Solo pertenecerían a Jacob las que a partir de entonces naciesen con un color anormal. (Gé 30:25-36.)

Jacob empezó cuidando únicamente ovejas de color normal y cabras sin marcas. Sin embargo, trabajó mucho e hizo lo que pensaba que incrementaría la cantidad de animales de un color anormal. Tomó varas (ramitas verdes y todavía húmedas) de estoraques, almendros y plátanos, y las descortezó, para darles la apariencia de estar rayadas y moteadas. Colocó estas varas en los canales de los abrevaderos de los animales, al parecer con la idea de que si los animales miraban las rayas cuando estaban en celo, la prole que tuviesen sería moteada o de un color anormal. También procuró colocar los palos en los abrevaderos solo cuando los que estaban en celo eran los animales más fuertes y robustos. (Gé 30:37-42.)

¿Cuál fue el resultado? Los animales con marcas o color anormal —el salario de Jacob— fueron más numerosos que los de un solo color de tono normal, que habrían de pertenecerle a Labán. Como Jacob obtuvo el resultado deseado, es probable que pensara que lo había conseguido con su estratagema de las varas rayadas. Sin duda tenía el mismo concepto erróneo que tenían muchas personas: que era posible influir en la prole con ese tipo de recursos. Sin embargo, en un sueño su Creador le explicó la verdadera razón.

Jacob llegó a saber por medio de un sueño que fueron otros factores (en este caso, los genéticos), no las varas, los causantes de su éxito. Aunque Jacob estaba al cuidado de animales de un solo color, la visión le reveló que los machos cabríos eran rayados, moteados y manchados. ¿Cómo pudo ocurrir algo así? Al parecer, aunque tenían un color uniforme eran híbridos, debido a los cruces que se habían producido en el rebaño de Labán antes de que Jacob empezara a cobrar su salario. Por consiguiente, según las leyes de la herencia descubiertas por Gregor Mendel en el siglo XIX, algunos de estos animales llevaban en sus genes los factores hereditarios para producir animales manchados y moteados. (Gé 31:10-12.)

Durante los seis años que Jacob trabajó en estas condiciones, Jehová lo bendijo en gran manera y lo hizo prosperar no solo incrementando sus rebaños, sino también la cantidad de siervos, camellos y asnos, a pesar de que Labán seguía cambiando el salario que había acordado. Finalmente, el “Dios verdadero de Betel” le mandó a Jacob que regresase a la Tierra Prometida. (Gé 30:43; 31:1-13, 41.)

Regreso a la Tierra Prometida. Temiendo que Labán intentase de nuevo impedir que dejase de servirle, Jacob tomó en secreto a sus esposas, a sus hijos y todo lo que le pertenecía, cruzó el río Éufrates y se puso en camino hacia Canaán. Es posible que Jacob estuviese apacentando sus rebaños cerca del Éufrates, como se indica en Génesis 31:4, 21, cuando pensó en este traslado. Para entonces Labán estaba fuera esquilando sus rebaños, y no se le informó de la marcha de Jacob hasta tres días después de su partida. Puede que aún haya transcurrido más tiempo mientras terminaba de esquilar y lo organizaba todo para ir con sus fuerzas en persecución de Jacob. De modo que Jacob dispuso de suficiente tiempo para conducir lentamente a sus rebaños por todo el camino hasta la región montañosa de Galaad antes que Labán le alcanzase. Debió recorrer desde Harán una distancia no inferior a 560 Km.; sin embargo, Labán y sus parientes, en una afanosa persecución a lomos de sus camellos, pudieron recorrerla fácilmente en siete días. (Gé 31:14-23.)

Cuando Labán encontró a los que estaba persiguiendo acampados a unos pocos kilómetros al N. del Jaboq, le exigió a Jacob que le explicara por qué había marchado sin permitir que besase a sus hijos y sus nietos como despedida, y por qué le había robado sus dioses. (Gé 31:24-30.) La respuesta a la primera pregunta era bastante obvia: temía que Labán le hubiera impedido partir. En cuanto a la segunda pregunta, Jacob desconocía lo sucedido, y la búsqueda que se llevó a cabo no logró revelar que había sido Raquel quien había robado los terafim de la familia y los había escondido en la cesta de la silla de montar de su camello. (Gé 31:31-35.)

La siguiente declaración puede explicar esta acción de Raquel y la preocupación de Labán: “La posesión de los dioses domésticos convertía a una persona en heredero legítimo, lo que explica la ansiedad de Labán por recobrar los suyos [del] poder [de] Jacob. [Gé 31:26 y los vss. siguientes.]” (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 197, nota 1.)

Una vez resuelta la disputa pacíficamente, Jacob erigió una columna de piedra e hizo un montón de piedras, que permaneció allí por muchos años como testimonio del pacto de paz que los dos habían celebrado con una comida ceremonial. Los nombres que se le dieron a este majano de piedras fueron Galeed (Majano de Testimonio) y La Atalaya. (Gé 31:36-55.)

Jacob estaba ansioso de hacer las paces con su hermano Esaú, a quien no había visto por más de veinte años. Para atenuar cualquier animadversión que su hermano todavía pudiera abrigar, Jacob envió delante de él costosos regalos para Esaú: cientos de cabras y ovejas, además de muchos camellos, asnos y ganado. (Gé 32:3-21.) Jacob había huido de Canaán prácticamente sin nada; entonces, debido a la bendición de Jehová, volvía convertido en un hombre rico.

¿Por qué dejó cojo a Jacob el ángel con el que luchó?

Durante la noche en que la casa de Jacob cruzó el río Jaboq en camino hacia el S. para encontrarse con Esaú, Jacob tuvo la extraordinaria experiencia de luchar con un ángel, y debido a su perseverancia, se le cambió el nombre a Israel, que significa “Contendiente (Perseverante) con Dios; o, Dios Contiende”. (Gé 32:22-28.) A partir de entonces estos dos nombres suelen aparecer juntos en los paralelismos poéticos hebreos. (Sl 14:7; 22:23; 78:5, 21, 71; 105:10, 23.) Durante la lucha el ángel tocó el hueco de la coyuntura del muslo de Jacob y este cojeó por el resto de su vida, lo que tal vez tuvo el propósito de enseñarle humildad, un recordatorio constante para que no se ensalzase demasiado por la prosperidad que Dios le había dado ni por haber forcejeado con un ángel. En conmemoración de estos acontecimientos trascendentales, Jacob llamó al lugar Peniel o Penuel. (Gé 32:25, 30-32.)

Después del encuentro amigable entre los gemelos, Jacob y Esaú, que entonces tenían noventa y siete años de edad, cada uno se fue por su camino, y al parecer no se encontraron de nuevo hasta que enterraron a su padre Isaac, unos veintitrés años más tarde. Esaú se fue con sus regalos hacia el S., a Seír, y Jacob se dirigió hacia el N., cruzando de nuevo el río Jaboq. (Gé 33:1-17; 35:29.)

Los siguientes treinta y tres años como residente forastero. Después que Jacob se separó de Esaú, se estableció en Sucot. Este fue el primer lugar donde permaneció durante cierto tiempo desde que regresó de Padán-aram. Aunque no se dice cuánto tiempo pasó allí, puede que hayan sido varios años, pues edificó una casa permanente en la que vivir y cabañas o establos cubiertos para su ganado. (Gé 33:17.)

El siguiente traslado de Jacob fue hacia el O., a través del Jordán, a las inmediaciones de Siquem, donde compró una porción de terreno de los hijos de Hamor por “cien piezas de moneda [heb. qesi·táh]”. (Gé 33:18-20; Jos 24:32.) En la actualidad no se conoce el valor de esa antigua unidad monetaria, la qesi·táh, pero cien piezas —no había monedas en aquel tiempo— probablemente supondría un peso considerable de plata.

En Siquem, Dina, la hija de Jacob, empezó a relacionarse con las cananeas, lo que llevó a que Siquem, el hijo de Hamor —un principal—, la violara. Tras este episodio, los acontecimientos se sucedieron sin que Jacob pudiese controlarlos: sus hijos mataron a todo varón de Siquem, tomaron cautivas a las mujeres y los niños, se apropiaron de las pertenencias y riquezas de la comunidad e hicieron que su padre Jacob fuese un hedor para los habitantes de la tierra. (Gé 34:1-31.)

A continuación, Jacob recibió el mandato divino de partir de Siquem y trasladarse a Betel, y así lo hizo. Sin embargo, antes de ir, ordenó a los de su casa que se limpiasen, se cambiasen de ropa y apartasen todos los dioses falsos (probablemente incluyendo los terafim de Labán), así como los aretes que tal vez llevaban como amuletos. Jacob enterró todo esto fuera de la vista cerca de Siquem. (Gé 35:1-4.)

Betel, la “Casa de Dios”, fue de importancia especial para Jacob, pues allí Jehová le había transmitido el pacto abrahámico quizás unos treinta años antes. Entonces, después que Jacob edificó un altar a este gran Dios de sus antepasados, Jehová repitió el pacto y confirmó que se le había cambiado el nombre a Israel. A continuación Jacob erigió una columna sobre la que derramó una libación y aceite en conmemoración de estos acontecimientos trascendentales. También durante esta estancia en Betel murió Débora, la nodriza de su madre, y fue enterrada. (Gé 35:5-15.)

Tampoco sabemos cuánto tiempo vivió Jacob en Betel. Después de partir de allí y trasladarse hacia el S., y mientras todavía estaban a cierta distancia de Belén (Efrata), Raquel empezó a tener dolores de parto, y murió al dar a luz a Benjamín, su segundo hijo. Jacob enterró allí a su amada Raquel y erigió una columna para señalar su tumba. (Gé 35:16-20.)

Bendecido entonces con doce hijos, de los que saldrían doce tribus, Israel siguió viajando más hacia el S. Del siguiente lugar donde acampó se dice que estaba “a alguna distancia más allá de la torre de Éder”, lo que da a entender que se encontraba entre Belén y Hebrón. Mientras residía allí, Rubén, su hijo mayor, tuvo relaciones sexuales con Bilhá, concubina de su padre y madre de Dan y Neftalí. Rubén tal vez haya pensado que su padre Jacob era demasiado viejo para tomar alguna medida al respecto, pero sufrió la desaprobación de Jehová, y debido a este acto incestuoso perdió su primogenitura. (Gé 35:21-26; 49:3, 4; Dt 27:20; 1Cr 5:1.)

Posiblemente antes de que José fuese vendido como esclavo y llevado a Egipto, Jacob se trasladó a Hebrón, donde aún vivía su anciano padre Isaac, aunque no puede precisarse con exactitud la fecha. (Gé 35:27.)

Un día Jacob envió a José, quien entonces tenía diecisiete años, a ver cómo les iba a sus hermanos, que estaban cuidando los rebaños de su padre. Cuando por fin los localizó en Dotán, a unos 100 Km. al N. de Hebrón, sus hermanos lo prendieron y lo vendieron a una caravana de comerciantes que se dirigía a Egipto. Esto sucedió en 1750 a. E.C. Luego hicieron que su padre creyese que una bestia salvaje había matado a José. Jacob se lamentó durante muchos días por la pérdida de su hijo, rehusando ser consolado y diciendo: “[¡]En duelo bajaré a donde mi hijo, al Seol!”. (Gé 37:2, 3, 12-36.) La muerte de su padre Isaac, en 1738 a. E.C., tan solo aumentó su dolor. (Gé 35:28, 29.)

El traslado a Egipto. Unos diez años después de la muerte de Isaac, Jacob se vio obligado a enviar a diez de sus hijos a Egipto en busca de cereales como consecuencia de un hambre que afectó una extensa zona. Benjamín se quedó con su padre. El administrador de alimentos de Faraón, José, reconoció a sus hermanos y pidió que volviesen a Egipto con Benjamín, su hermano más joven. (Gé 41:57; 42:1-20.) Sin embargo, cuando se informó de ello a Jacob, al principio rehusó dejarle ir, pues temía que le acaeciese algún daño a este hijo amado de su vejez. Para ese tiempo Benjamín tenía por lo menos veintidós años. (Gé 42:29-38.) No consintió en dejar ir a Benjamín hasta que ya consumieron todo el alimento obtenido en Egipto. (Gé 43:1-14; Hch 7:12.)

Una vez reconciliados José y sus hermanos, se invitó a Jacob y a toda su casa, junto con todo su ganado y pertenencias, a trasladarse a la fértil tierra de Gosén, en Egipto, en la zona del delta, ya que aquel hambre tan grande iba a durar otros cinco años. Faraón incluso les dio carruajes para el traslado y provisiones de alimentos. (Gé 45:9-24.) Mientras Jacob iba a Egipto, Jehová le aseguró que este traslado tenía su bendición y aprobación. (Gé 46:1-4.) Todas las almas pertenecientes a la casa de Jacob, incluidos Manasés, Efraín y otros que quizás nacieron en Egipto antes de la muerte de Jacob, fueron setenta en total. (Gé 46:5-27; Éx 1:5; Dt 10:22.) Esta cantidad no incluía a Lea, que había muerto en la Tierra Prometida (Gé 49:31), ni a las hijas de Jacob que no se registran por nombre, ni a las esposas de sus hijos. (Gé 46:26; compárese con Gé 37:35.)

Poco después de llegar a Egipto, en 1728 a. E.C., se llevó a Jacob a la corte de Faraón, donde saludó a este gobernante con una bendición. Jacob se identificó como residente forastero (igual que Abrahán e Isaac, porque, del mismo modo que ellos, tampoco había heredado la tierra prometida por Dios). Cuando se le preguntó su edad, Jacob contestó que tenía ciento treinta años, pero que en comparación con los de sus antepasados, los suyos habían sido “pocos y angustiosos”. (Gé 47:7-10.)

Poco antes de su muerte, Jacob bendijo a sus nietos, los hijos de José, y por dirección divina puso a Efraín, el más joven, por delante de Manasés, el mayor. Luego le dijo a José que iba a recibir la porción doble de la herencia que correspondía al primogénito: “Te doy yo una porción saliente de tierra más que a tus hermanos, la cual tomé de la mano de los amorreos mediante mi espada y mediante mi arco”. (Gé 48:1-22; 1Cr 5:1.) Como Jacob había comprado pacíficamente la tierra cercana a Siquem a los hijos de Hamor (Gé 33:19, 20), al parecer la promesa hecha a José era una expresión de la fe de Jacob, en la que se profetizaba la futura conquista de Canaán a manos de sus descendientes como si ya hubiera sido llevada a cabo por su propia espada y su propio arco. (Véase AMORREO.) José tuvo una porción doble en la tierra conquistada porque las tribus de Efraín y Manasés recibieron una herencia cada una.

Antes de morir, Jacob hizo acopio de fuerzas para bendecir a cada uno de sus doce hijos. (Gé 49:1-28.) Demostró fe en el cumplimiento de los propósitos de Dios. (Heb 11:21.) Debido a su fe y a que Jehová le había confirmado específicamente el pacto abrahámico de bendición, las Escrituras suelen referirse a Jehová, no solo como el Dios de Abrahán e Isaac, sino también de Jacob. (Éx 3:6; 1Cr 29:18; Mt 22:32.)

Finalmente, en 1711 a. E.C., Jacob murió a la edad de ciento cuarenta y siete años después de haber residido diecisiete años en Egipto. (Gé 47:27, 28.) Así terminó ese período histórico, desde el nacimiento de Jacob hasta su muerte, que ocupa más de la mitad de las páginas del libro de Génesis (caps. 25–50). En armonía con el deseo de Jacob de ser enterrado en la tierra de Canaán, José mandó a los médicos de Egipto embalsamar el cuerpo de su padre en preparación para el viaje. Luego, un gran cortejo fúnebre (acorde con la dignidad de José, el hijo del difunto) salió de Egipto camino de Canaán. Cuando llegó a la región del Jordán, hubo siete días de duelo, después de los cuales los hijos de Jacob enterraron a su padre en la cueva de Macpelá, donde se había enterrado a Abrahán e Isaac. (Gé 49:29-33; 50:1-14.)

2. Los profetas usaron a menudo el nombre “Jacob” en un sentido figurado para referirse a la nación que descendió de este patriarca. (Isa 9:8; 27:9; Jer 10:25; Eze 39:25; Am 6:8; Miq 1:5; Ro 11:26.) En una ocasión Jesús usó el nombre de Jacob en sentido figurado hablando de aquellos que estarían “en el reino de los cielos”. (Mt 8:11.)

3. El padre de José, quien fue esposo de María, la madre de Jesús. (Mt 1:15, 16.)