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Monumento

Monumento

Obra pública de arquitectura, escultura o grabado, que se realiza para perpetuar el recuerdo de una persona o hecho memorable. La Biblia menciona algunos, aunque no siempre se les llama monumentos.

Jehová se le apareció a Jacob en una visión nocturna (1781 a. E.C.) para confirmarle que iba a heredar el pacto hecho con Abrahán. A fin de conmemorar este suceso, Jacob tomó la piedra que le había servido de almohada, la erigió a modo de columna y la ungió con aceite. Luego llamó al lugar Betel. (Gé 28:10-19.) Unos veinte años más tarde, Jacob y Labán, tras celebrar un pacto de paz, levantaron una columna y un majano en la región montañosa de Galaad para que les recordaran su compromiso. (Gé 31:25, 44-52.) Cuando Jehová introdujo a Israel en la Tierra Prometida (1473 a. E.C.), se erigieron dos monumentos en el lugar donde cruzaron el Jordán, uno en medio del lecho del río y el otro en la orilla occidental, en Guilgal. Estos debían servir para conmemorar el milagro que les permitió cruzar, y cuando en el futuro sus hijos les preguntaran qué representaban, sus padres tenían que contarles lo que Jehová había hecho por Su pueblo. (Jos 4:4-9, 20-24.)

Tras su victoria sobre los amalequitas, el rey Saúl ‘se erigió un monumento’ (heb. yadh). (1Sa 15:12.) El término hebreo yadh, que por lo general se traduce “mano”, también puede significar “monumento”, pues al igual que una mano alzada capta la atención, un monumento dirige la atención de la gente hacia cierta cosa.

El Monumento (heb. yadh) de Absalón era, al igual que tantos otros, una columna. Absalón lo erigió en la llanura baja del Rey, no muy lejos de Jerusalén, porque, como dijo: “No tengo hijo para que se conserve en recuerdo mi nombre”. (2Sa 18:18.) Sin embargo, en la actualidad no se sabe nada acerca de ese monumento aparte de lo que dice la Biblia. No debe confundirse con la tumba del valle de Cedrón llamada de la misma manera, pues, si bien la tradición eclesiástica la atribuye a Absalón, su estilo arquitectónico es del período grecorromano. (Véase ABSALÓN.)

Al igual que el traidor Absalón, los eunucos no tenían ninguna esperanza de tener descendencia que perpetuase su nombre. Sin embargo, si, a diferencia de Absalón, eran fieles a Jehová, Él les concedería “algo mejor que hijos e hijas”. Jehová prometió: “Les daré en mi casa y dentro de mis muros un monumento [heb. yadh] y un nombre [...]. Un nombre hasta tiempo indefinido les daré, uno que no será cortado”. (Isa 56:4, 5; compárese con Pr 22:1.)

Las lápidas también se erigían como recordatorios, como, por ejemplo, la que señalaba “la sepultura del hombre del Dios verdadero” que predijo lo que Josías haría con el altar de Betel. (2Re 23:16-18; 1Re 13:1, 2.)