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Primicias

Primicias

Principios o primeros frutos que produce cualquier cosa. La palabra hebrea reʼ·schíth (de una raíz que significa “cabeza”) se utiliza con el sentido de primera parte, punto de partida o “principio” (Dt 11:12; Gé 1:1; 10:10), lo “mejor” (Éx 23:19, nota), y “primicias” (Le 2:12). La palabra hebrea bik·ku·rím se traduce “primeros frutos maduros”, y se utiliza sobre todo con relación al grano y al fruto. (Na 3:12.) El término griego para primicias es a·par·kjḗ, y se deriva de una raíz cuyo significado básico es “primacía”.

Jehová exigió a la nación de Israel que le ofreciera las primicias tanto de hombres y animales, como del fruto de la tierra. (Éx 22:29, 30; 23:19; Pr 3:9.) El que los israelitas dedicasen sus primicias a Jehová probaría su aprecio por la bendición que Él les daba y por la tierra y la cosecha. También expresaría su gratitud al Dador de “toda dádiva buena”. (Dt 8:6-10; Snt 1:17.)

Jehová ordenó a la nación que le ofreciera representativamente las primicias, en especial durante la fiesta de las tortas no fermentadas. De acuerdo con este mandato, el 16 de Nisán el sumo sacerdote mecía ante Jehová en el santuario algunas de las primicias de la cosecha de grano: una gavilla de cebada, que era la primera cosecha del año según el calendario sagrado. (Le 23:5-12.) En el Pentecostés, cincuenta días después de haberse mecido la gavilla de cebada, se presentaban las primicias de la cosecha del trigo como ofrenda mecida, en la forma de dos panes leudados hechos de harina fina. (Le 23:15-17; véase FIESTA.)

Además de estas ofrendas de grano que hacía el sumo sacerdote a favor de la nación, los israelitas tenían que presentar como ofrenda primicias de todo su producto. Todo primogénito, fuese varón o animal macho, se santificaba a Jehová, bien ofreciéndolo o redimiéndolo. (Véase PRIMOGÉNITO.) Las primicias de la harina a medio moler habrían de ofrecerse en forma de tortas anulares. (Nú 15:20, 21.) Los israelitas también ponían en cestas el fruto del suelo y lo llevaban al santuario (Dt 26:1, 2), y una vez allí repetían las palabras registradas en Deuteronomio 26:3-10. Lo que se recitaba era en realidad un recuento de la historia de la nación, desde su entrada en Egipto hasta su liberación y llegada a la Tierra Prometida.

Se dice que surgió la costumbre de que cada localidad enviara a un representante con las primicias contribuidas por los habitantes del distrito, para que no tuvieran que subir todos a Jerusalén cada vez que maduraban las primicias. La Ley no determinaba la cantidad de las primicias que habría de ofrecerse, sino que se dejaba a la generosidad y espíritu dispuesto del dador. Sin embargo, tenían que ofrecerse las porciones más selectas, lo mejor. (Nú 18:12; Éx 23:19; 34:26.)

Al árbol recién plantado se le consideraba impuro los primeros tres años, como si fuera incircunciso. En el cuarto año todo su fruto llegaba a ser santo a Jehová, y en el quinto el dueño podía recogerlo para sí. (Le 19:23-25.)

Los sacerdotes y los levitas se servían de las primicias que las doce tribus no levitas daban a Jehová, puesto que ellos no habían recibido herencia en la tierra. (Nú 18:8-13.) El que se ofrecieran las primicias fielmente agradaba a Jehová y suponía una bendición para todos los implicados (Eze 44:30), mientras que Dios vería el que no se presentaran como si le estuvieran robando algo que le pertenecía, y con este proceder se ganarían su desaprobación. (Mal 3:8.) En algunas ocasiones los israelitas desatendieron esta práctica, si bien en determinados períodos gobernantes celosos de la adoración verdadera la restablecieron. Durante el período de reformas del rey Ezequías, se prolongó la celebración de la fiesta de las tortas no fermentadas, ocasión en que el rey Ezequías instruyó al pueblo para que cumpliera con su obligación respecto a la contribución de las primicias y el diezmo. El pueblo respondió a esto de buena gana y llevó en gran cantidad las primicias del grano, el vino nuevo, el aceite, la miel y todos los productos del campo, desde el tercer mes hasta el séptimo. (2Cr 30:21, 23; 31:4-7.) Después de volver de Babilonia, Nehemías dirigió al pueblo en hacer el juramento para andar en la ley de Jehová, y en él se incluía la ofrenda de las primicias de cada clase. (Ne 10:29, 34-37; véase OFRENDAS.)

Uso figurado y simbólico. A Jesucristo se le engendró por espíritu al tiempo de su bautismo, y se le resucitó de entre los muertos a la vida de espíritu el 16 de Nisán de 33 E.C., precisamente el día en el que se presentaban ante Jehová en el santuario las primicias de la primera cosecha de grano. Por lo tanto, se le llama las primicias, siendo en realidad las primeras primicias para Dios. (1Co 15:20, 23; 1Pe 3:18.) Los seguidores fieles de Jesucristo, sus hermanos espirituales, también son primicias para Dios, pero no las primeras, y más bien se asemejan a la segunda cosecha de grano, el trigo, que se presentaba a Jehová en el día del Pentecostés. En total son 144.000, y se dice que son “comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero” y que son “ciertas primicias de sus criaturas”. (Rev 14:1-4; Snt 1:18.)

El apóstol Pablo también llama “primicias” al resto de judíos fieles que llegaron a ser los primeros cristianos. (Ro 11:16.) Al cristiano Epéneto se le llama “primicias de Asia para Cristo” (Ro 16:5), y a la casa de Estéfanas, “las primicias de Acaya”. (1Co 16:15.)

Puesto que los cristianos ungidos son engendrados por el espíritu como hijos de Dios con la esperanza de ser resucitados a una vida inmortal en los cielos, se dice que durante su vida en la Tierra ‘tienen las primicias, a saber, el espíritu, [...] mientras aguardan con intenso anhelo la adopción como hijos, el ser puestos en libertad de sus cuerpos por rescate’. (Ro 8:23, 24.) Pablo dice que él y aquellos compañeros cristianos cuya esperanza es vivir como espíritus tienen “la prenda de lo que ha de venir, es decir, el espíritu”, al que también llama “una prenda por anticipado de nuestra herencia”. (2Co 5:5; Ef 1:13, 14.)