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Sacerdote

Sacerdote

Antes de que se fundara la congregación cristiana, los sacerdotes eran para los verdaderos adoradores de Dios los representantes de Jehová ante el pueblo y los encargados de instruirlos acerca de Él y Sus leyes. A su vez, representaban al pueblo ante Dios mediante la presentación de sacrificios, intercesiones y ruegos. Hebreos 5:1 dice a este respecto: “Todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es nombrado a favor de los hombres sobre las cosas que tienen que ver con Dios, para que ofrezca dádivas y sacrificios por los pecados”. El término hebreo que se traduce por “sacerdote” es ko·hén, y el griego, hi·e·réus.

En los primeros tiempos. En tiempos patriarcales, el cabeza de familia era el sacerdote de la familia, y la responsabilidad pasaba al primogénito en caso de que muriese el padre. Por ejemplo, en tiempos antiguos, Noé actuó como sacerdote en favor de su familia. (Gé 8:20, 21.) El cabeza Abrahán tenía una gran familia con la que viajaba de lugar en lugar, edificando altares y haciendo sacrificios a Jehová en los diversos lugares donde acampaba. (Gé 14:14; 12:7, 8; 13:4.) Dios dijo de Abrahán: “Porque he llegado a conocerlo a fin de que dé mandato a sus hijos y a su casa después de él de modo que verdaderamente guarden el camino de Jehová para hacer justicia y juicio”. (Gé 18:19.) Isaac y Jacob siguieron la misma norma (Gé 26:25; 31:54; 35:1-7, 14), y Job, que no era israelita, aunque probablemente era pariente lejano de Abrahán, también tuvo por costumbre ofrecer sacrificios a Jehová en favor de sus hijos, pues decía para sí: “Quizás mis hijos hayan pecado y hayan maldecido a Dios en su corazón”. (Job 1:4, 5; véase también 42:8.) Sin embargo, la Biblia no llama específicamente a estos hombres ko·hén o hi·e·réus. Sin embargo, a Jetró, el cabeza de familia y suegro de Moisés, se le llama “sacerdote [ko·hén] de Madián”. (Éx 2:16; 3:1; 18:1.)

Melquisedec, el rey de Salem, era un sacerdote (ko·hén) singular. La Biblia no guarda ningún registro de sus antepasados, su nacimiento o su muerte. No recibió su sacerdocio por herencia, y no tuvo ni predecesores ni sucesores en ese cargo. Desempeñaba las funciones de rey y sacerdote. Su sacerdocio era mayor que el levítico, pues Leví en realidad presentó diezmos a Melquisedec, ya que todavía estaba en los “lomos de Abrahán” cuando este ofreció diezmos a Melquisedec, quien lo bendijo. (Gé 14:18-20; Heb 7:4-10.) Melquisedec prefiguró en esto a Jesucristo, el “sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec”. (Heb 7:17.)

Los cabezas de familia de la prole de Jacob (Israel) debieron hacer de sacerdotes hasta que Dios instituyó el sacerdocio levítico. Por consiguiente, cuando Dios condujo al pueblo al monte Sinaí, ordenó: “Que también los sacerdotes que con regularidad se acercan a Jehová se santifiquen, para que Jehová no irrumpa contra ellos”. (Éx 19:22.) Esto ocurrió antes de que se instituyera el sacerdocio levítico. Pero a Aarón se le permitió subir con Moisés a la montaña parte del camino aunque todavía no estaba designado como sacerdote. Esta circunstancia armonizaba con la posterior designación de Aarón y sus descendientes como sacerdotes. (Éx 19:24.) Esta fue una indicación temprana de que Dios pensaba reemplazar el antiguo sistema (el sacerdocio ejercido por el cabeza de familia) por un sacerdocio de la casa de Aarón.

Bajo el pacto de la Ley. Mientras los israelitas eran esclavos en Egipto, Jehová santificó para sí a todo hijo primogénito de Israel cuando destruyó a los primogénitos de Egipto en la décima plaga. (Éx 12:29; Nú 3:13.) Por consiguiente, estos primogénitos pertenecían a Jehová, y solo podían utilizarse para servir a Dios de algún modo especial. Dios podía haber designado a todos estos varones primogénitos de Israel como sacerdotes o cuidadores del santuario. Sin embargo, le pareció mejor utilizar varones de la tribu de Leví para este servicio. Por esta razón permitió que la nación ofreciera a los varones levitas a cambio de los varones primogénitos de las otras doce tribus (los descendientes de Efraín y Manasés, los hijos de José, fueron contados como dos tribus). El censo indicó que la cantidad de primogénitos no levitas de un mes de edad para arriba superaba en 273 a los varones levitas, de manera que Dios exigió un precio de rescate de cinco siclos (11 dólares [E.U.A.]) por cada uno de los 273, y el dinero se cedió a Aarón y sus hijos. (Nú 3:11-16, 40-51.) Antes de esta transacción, Jehová ya había apartado a los varones de la familia de Aarón de la tribu de Leví para que constituyesen el sacerdocio de Israel. (Nú 1:1; 3:6-10.)

Durante un largo período de tiempo, solo a la nación de Israel se le concedió la oportunidad de aportar los miembros para “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Éx 19:6), pero esa oportunidad dejó de ser exclusiva debido a que la nación rechazó al Hijo de Dios. (Compárese con Mt 21:43; 1Pe 2:7-10.)

En un principio el rey de Israel era Jehová, pero más tarde hizo que el linaje real recayese sobre David. Aunque Jehová continuaba siendo el Rey invisible, el linaje davídico actuó en su representación en la administración temporal del reino. Por eso se decía que estos reyes terrestres se sentaban en el “trono de Jehová”. (1Cr 29:23.) No obstante, el sacerdocio se mantuvo en el linaje aarónico, separado del poder real. En cualquier caso, únicamente aquella nación reunió en sí misma tanto el reino como el sacerdocio de Jehová Dios y su “servicio sagrado”. (Ro 9:3, 4.)

Inauguración del sacerdocio. Solo Dios puede nombrar a un sacerdote; nadie puede ocupar ese puesto por decisión propia. (Heb 5:4.) De acuerdo con este hecho, Jehová mismo nombró a Aarón y su casa para el sacerdocio “hasta tiempo indefinido” y los separó de la familia de los qohatitas, una de las tres divisiones principales de la tribu de Leví. (Éx 6:16; 28:43.) No obstante, Moisés, que había actuado como mediador del pacto de la Ley, intervino en representación de Dios al santificar a Aarón y a sus hijos, y luego llenar sus manos de poder para que oficiasen de sacerdotes; el relato de esta ceremonia se encuentra en Éxodo 29 y Levítico 8. Al parecer, la inauguración del sacerdocio duró siete días, del 1 al 7 de Nisán del año 1512 a. E.C. (Véase INSTALACIÓN.) El sacerdocio recién inaugurado comenzó sus servicios a favor del pueblo de Israel al día siguiente, el 8 de Nisán.

Requisitos. Jehová puso los requisitos que debían llenar los del linaje familiar de Aarón que sirvieran en el altar de Dios. Un sacerdote tenía que estar sano físicamente y tener una apariencia normal. En caso contrario no podría acercarse con ofrendas al altar ni tampoco a la cortina que estaba entre los compartimientos del tabernáculo llamados Santo y Santísimo. No obstante, aun en estas circunstancias, tenía el derecho de recibir ayuda del diezmo y podía participar de las “cosas santas” provistas como alimento para el sacerdocio. (Le 21:16-23.)

No se especifica a qué edad se emprendía el sacerdocio, si bien el censo de los qohatitas que se tomó en el monte Sinaí incluyó a los que tenían entre treinta y cincuenta años de edad. (Nú 4:3.) Los levitas empezaban su servicio obligatorio en el santuario a los veinticinco años de edad (aunque durante el reinado de David se redujo a los veinte; Nú 8:24; 1Cr 23:24) y se retiraban a los cincuenta, siempre y cuando no fuesen sacerdotes, pues no existía la jubilación para estos. (Nú 8:25, 26; véase JUBILACIÓN.)

Manutención. A la tribu de Leví no se le concedió ninguna porción de terreno como herencia, más bien, vivieron ‘esparcidos por Israel’, en las 48 ciudades que se les dio para residir con sus familias y ganado. Trece de estas ciudades fueron asignadas a los sacerdotes. (Gé 49:5, 7; Jos 21:1-11.) Hebrón, una de las ciudades de refugio, era una ciudad sacerdotal. (Jos 21:13.) Si a los levitas no se les asignó ninguna tierra en herencia, se debió a lo que el propio Jehová dijo: “Yo soy la parte que te corresponde, y tu herencia, en medio de los hijos de Israel”. (Nú 18:20.) Los levitas cumplían con el trabajo que correspondía a su ministerio y mantenían sus casas y las dehesas de las ciudades que se les asignaron. También tenían que cuidar de otros terrenos que los israelitas dedicasen al uso del santuario. (Le 27:21, 28.) Jehová dispuso que los levitas recibieran un diezmo de todo el producto de la tierra de las otras doce tribus. (Nú 18:21-24.) De este diezmo, o décima parte, los levitas, a su vez, tenían que dar una décima parte de todo lo mejor como diezmo para el sacerdocio. (Nú 18:25-29; Ne 10:38, 39.) De modo que el sacerdocio recibía un 1% del producto nacional, lo que le permitía dedicar todo su tiempo al servicio a Dios.

Aunque esta contribución era abundante, no era comparable al lujo y poder financiero que tenía la clase sacerdotal de las naciones paganas. Por ejemplo, los sacerdotes egipcios eran propietarios de tierras (Gé 47:22, 26), y valiéndose de astutos manejos, se convirtieron en la clase más rica y poderosa de Egipto. La obra A History of the Ancient Egyptians (de James H. Breasted, 1908, págs. 355, 356, 431, 432) explica que durante la llamada ‘vigésima dinastía’ el Faraón pasó a ser un mero títere. El sacerdocio se había adueñado de la región aurífera de Nubia y de la extensa provincia del Alto Nilo. El sumo sacerdote era el funcionario fiscal más importante del país —después del jefe de los tesoreros—, estaba al mando de los ejércitos y tenía acceso al tesoro del país. En las representaciones pictográficas se destaca más al sumo sacerdote que al Faraón.

Cuando Israel descuidaba su adoración y se volvía negligente en el pago de los diezmos, el sacerdocio sufría, así como los levitas no sacerdotales, que tenían que buscar otro trabajo para mantener a sus familias. Esta mala actitud hacia el santuario y su manutención hacía a su vez que la nación sufriera aún más por la falta de espiritualidad y de conocimiento de Jehová. (Ne 13:10-13; véase también Mal 3:8-10.)

El sacerdocio recibía: 1) el diezmo regular; 2) el precio de redención por los primogénitos, tanto de los hijos varones como de los machos de las bestias; en el caso de un toro, un cordero o un macho cabrío que fueran primogénitos, recibían la carne como alimento (Nú 18:14-19); 3) el precio de redención por los hombres y las cosas que se apartaban como santas, así como las cosas dedicadas a Jehová (Le 27); 4) ciertas porciones de las diversas ofrendas que llevaba el pueblo, así como el pan de la proposición (Le 6:25, 26, 29; 7:6-10; Nú 18:8-14); 5) se beneficiaban de las ofrendas de lo mejor de las primicias del grano, el vino y el aceite (Éx 23:19; Le 2:14-16; 22:10 [la palabra “extraño” del último texto se refiere a alguien que no era sacerdote]; Dt 14:22-27; 26:1-10); con la excepción de ciertas porciones específicas que solo los sacerdotes podían comer (Le 6:29), sus hijos e hijas y, en algunos casos, los demás de la casa del sacerdote (incluso los esclavos) podían participar legítimamente de aquellas ofrendas (Le 10:14; 22:10-13); 6) los sacerdotes sin duda participaban del diezmo que se hacía en el tercer año para los levitas y los pobres (Dt 14:28, 29; 26:12), y 7) participaban del botín de guerra. (Nú 31:26-30.)

Vestimenta. Los sacerdotes servían descalzos mientras desempeñaban sus funciones, pues el santuario era suelo santo. (Compárese con Éxodo 3:5.) En las instrucciones para la manufactura de las prendas de vestir especiales de los sacerdotes no se mencionaban las sandalias. (Éx 28:1-43.) Llevaban calzoncillos de lino que cubrían desde las caderas hasta los muslos por decoro, ‘para cubrir la carne desnuda para que no incurrieran en error y ciertamente murieran’. (Éx 28:42, 43.) Encima llevaban un traje talar de lino fino ceñido con una banda de lino. Luego se ‘envolvían’ un tocado sobre la cabeza. (Le 8:13; Éx 28:40; 39:27-29.) Parece ser que este tocado era algo diferente del turbante del sumo sacerdote, que posiblemente estaba cosido en forma de envoltura y colocado sobre su cabeza. (Le 8:9.) Al parecer en época posterior los sacerdotes llevaban de vez en cuando un efod de lino, aunque no con bordados lujosos como el del sumo sacerdote. (1Sa 2:18.)

Prescripciones y funciones. Los sacerdotes tenían que mantenerse limpios y observar normas morales elevadas. Cuando entraban en la tienda de reunión y antes de presentar una ofrenda en el altar, tenían que lavarse las manos y los pies en la palangana que estaba en el patio, ‘para que no murieran’. (Éx 30:17-21; 40:30-32.) Con una advertencia similar se les mandó que no bebieran vino ni licor embriagante cuando sirvieran en el santuario. (Le 10:8-11.) No podían contaminarse tocando un cadáver o lamentándose por los muertos; esto los dejaría temporalmente inmundos para el servicio. Sin embargo, todo sacerdote, excepto el sumo sacerdote, podía contaminarse por la muerte de alguien con quien tuviera un estrecho vínculo familiar: madre, padre, hijo, hija, hermano y hermana virgen que fuese próxima a él (al parecer que viviese con él o cerca de él); posiblemente, la esposa también estaba incluida entre las personas próximas a él. (Le 21:1-4.) El sacerdote que quedase inmundo debido a lepra, a un flujo, a un cadáver u otra cosa inmunda, no podía comer de las cosas santas o llevar a cabo un servicio en el santuario hasta ser limpio; de lo contrario, debía morir. (Le 22:1-9.)

A los sacerdotes se les prohibía afeitarse la cabeza o las extremidades de las barbas y hacerse incisiones, pues estas eran costumbres de los sacerdotes paganos. (Le 21:5, 6; 19:28; 1Re 18:28.) El sumo sacerdote solo podía casarse con una muchacha virgen; los sacerdotes podían casarse con viudas, pero no con divorciadas ni con prostitutas. (Le 21:7, 8; compárese con los vss. 10, 13, 14.) Todos los miembros de la familia del sumo sacerdote tenían que mantener la elevada norma de moralidad y la dignidad que merecía el puesto de sacerdote. Por consiguiente, si una hija de un sacerdote se hacía prostituta, había que darle muerte, y después quemarla como algo detestable a Dios. (Le 21:9.)

Cuando el campamento se trasladaba de un lugar a otro en el desierto, era un deber de Aarón y sus hijos cubrir el mobiliario y los utensilios sagrados del tabernáculo antes de que los qohatitas pudiesen cargar con ellos, a fin de evitar que muriesen por verlos. Cuando nuevamente acampaban, solo Aarón y sus hijos podían quitarles la cubierta de nuevo en la tienda. (Nú 4:5-15.) En los traslados, los sacerdotes llevaban el arca del pacto. (Jos 3:3, 13, 15, 17; 1Re 8:3-6.)

Los sacerdotes eran responsables de tocar las trompetas santas con el fin de dirigir al pueblo, tanto en el caso de montar o levantar el campamento, como de reunirse, entrar en batalla o celebrar alguna fiesta a Jehová. (Nú 10:1-10.) Los sacerdotes y los levitas estaban exentos de reclutamiento militar, aunque tocaban las trompetas y cantaban delante del ejército. (Nú 1:47-49; 2:33; Jos 6:4; 2Cr 13:12.)

Los deberes sacerdotales en el santuario eran los siguientes: degollar los sacrificios que llevaba el pueblo, rociar la sangre sobre el altar, cortar en pedazos los sacrificios, mantener ardiendo el fuego del altar, cocer la carne y recibir todas las otras ofrendas, como las de grano, y ocuparse de los casos de inmundicia y de los votos especiales correspondientes, etc. (Le 1–7; 12:6; 13–15; Nú 6:1-21; Lu 2:22-24.) Se encargaban de las ofrendas quemadas de la mañana y del atardecer y de todos los otros sacrificios que se hacían regularmente en el santuario, excepto los que eran responsabilidad del sumo sacerdote; también quemaban incienso sobre el altar de oro. (Éx 29:38-42; Nú 28:1-10; 2Cr 13:10, 11.) Ponían en orden las lámparas, las mantenían abastecidas de aceite (Éx 27:20, 21) y cuidaban del aceite santo y del incienso. (Nú 4:16.) Bendecían al pueblo en asambleas solemnes, según se indica en Números 6:22-27. Pero ningún otro sacerdote podía estar en el santuario cuando el sumo sacerdote entraba en el Santísimo para hacer expiación. (Le 16:17.)

Los sacerdotes eran los que principalmente tenían el privilegio de explicar la ley de Dios y desempeñaban un papel importante en juzgar a Israel. En las ciudades asignadas a ellos, ayudaban a los jueces y participaban con ellos en casos extraordinarios que no podían decidir los tribunales locales. (Dt 17:8, 9.) Tenían que estar presentes junto con los ancianos de la ciudad en los casos de asesinato aún no resueltos, a fin de asegurarse que se siguiera el procedimiento debido para quitar de la ciudad la culpa por derramamiento de sangre. (Dt 21:1, 2, 5.) Si un esposo celoso acusaba a su esposa de haber cometido adulterio en secreto, tenía que llevarla al santuario, donde el sacerdote efectuaba la ceremonia prescrita, en la que se apelaba al conocimiento que Jehová tenía de la inocencia o la culpabilidad de la mujer, con el fin de que Él juzgara directamente. (Nú 5:11-31.) En todos los casos tenía que respetarse el juicio emitido por los sacerdotes o los jueces nombrados; la falta de respeto o desobediencia deliberada se castigaba con la pena de muerte. (Nú 15:30; Dt 17:10-13.)

Los sacerdotes instruían al pueblo en la Ley; la leían y explicaban a los que iban al santuario para adorar. Cuando no estaban desempeñando sus deberes asignados, también tenían muchas oportunidades de impartir tal enseñanza, tanto en el recinto del santuario como en otras partes del país. (Dt 33:10; 2Cr 15:3; 17:7-9; Mal 2:7.) Al regresar de Babilonia a Jerusalén, el sacerdote Esdras reunió al pueblo y pasó horas leyendo y explicándoles la Ley ayudado por otros sacerdotes y los levitas. (Ne 8:1-15.)

La administración sacerdotal servía de salvaguarda para la nación tanto en limpieza religiosa como en salud física. El sacerdote tenía que juzgar entre lo que era limpio e inmundo en los casos de lepra, tanto en el caso de un hombre como de una prenda de vestir o una casa. Se aseguraba de que se llevasen a cabo las reglas legales de cuarentena. También oficiaba en la limpieza de los que habían sido contaminados por un cuerpo muerto o estaban inmundos debido a flujos anormales, etc. (Le 13–15.)

¿Cómo se determinaban en Israel las asignaciones de los sacerdotes para servir en el templo?

El rey David organizó veinticuatro divisiones o relevos de sacerdotes, dieciséis eran de la casa de Eleazar y ocho de la de Itamar. (1Cr 24:1-19.) Sin embargo, del exilio en Babilonia solo regresaron sacerdotes de cuatro divisiones, al menos al principio. (Esd 2:36-39.) Hay quien opina que con el fin de continuar la anterior organización, las cuatro familias que regresaron se dividieron de manera que de nuevo hubo veinticuatro relevos. El doctor Edersheim indica en El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo (1990, pág. 98), que esto se llevó a cabo sacando cada familia cinco suertes por los que no habían regresado, y así formaron de entre ellos veinte relevos más, a los que dieron los nombres originales. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, era un sacerdote de la octava división, la de Abías. Sin embargo, si el doctor Edersheim estuviese en lo cierto, puede que Zacarías no fuese descendiente de Abías, sino que solo perteneciese a la división que llevaba su nombre. (1Cr 24:10; Lu 1:5.) Al no haber información más completa, no se pueden sacar conclusiones definitivas.

En el servicio del templo los sacerdotes estaban organizados bajo diversos oficiales. Se echaban suertes para asignar ciertos servicios. Cada una de las veinticuatro divisiones servía durante una semana a la vez, por lo que estaban asignados a desempeñar su responsabilidad dos veces al año. Seguramente todo el sacerdocio servía en las temporadas de fiesta, cuando el pueblo ofrecía miles de sacrificios, como sucedió en la dedicación del templo. (1Cr 24:1-18, 31; 2Cr 5:11; compárense con 2Cr 29:31-35; 30:23-25; 35:10-19.) Un sacerdote podría servir en otras ocasiones siempre que no interfiriera en los servicios específicos de los sacerdotes asignados durante ese tiempo del año. Según las tradiciones rabínicas, en los días de Jesús había muchos sacerdotes, por lo que se hizo necesario subdividir el servicio semanal entre las varias familias que formaban parte de una división, y así cada familia tenía la oportunidad de servir uno o más días, según la cantidad de miembros que tuviese.

El servicio diario que probablemente se consideraba de más honor era el de quemar incienso sobre el altar de oro. Esto se hacía después de ofrecer el sacrificio. Mientras se quemaba el incienso, el pueblo estaba reunido en oración fuera del santuario. La tradición rabínica dice que se echaban suertes para efectuar este servicio, pero que a alguien que hubiera oficiado previamente no se le permitía participar a menos que todos los presentes hubieran realizado ese servicio antes. (El Templo: Su ministerio y servicios en tiempos de Cristo, págs. 166, 175.) Si esto era así, por lo general un sacerdote solo tendría ese honor una vez en su vida. Era este servicio el que estaba efectuando Zacarías cuando el ángel Gabriel se le apareció para anunciarle que él y su esposa Elisabet tendrían un hijo. Cuando Zacarías salió del santuario, la muchedumbre reunida allí pudo discernir por su apariencia y su incapacidad para hablar que había visto algo sobrenatural en el santuario; por lo tanto, el suceso llegó a ser de conocimiento público. (Lu 1:8-23.)

Parece ser que todos los sábados los sacerdotes tenían el privilegio de cambiar el pan de la proposición. En ese mismo día la división sacerdotal de esa semana completaba su servicio y empezaba el nuevo relevo para la siguiente semana. Los sacerdotes llevaban a cabo estas y otras funciones necesarias sin que representase un quebrantamiento del sábado. (Mt 12:2-5; compárese con 1Sa 21:6; 2Re 11:5-7; 2Cr 23:8.)

Lealtad. Cuando las diez tribus se separaron del reino gobernado por Rehoboam y fundaron el reino septentrional con Jeroboán como rey, la tribu de Leví permaneció leal y se adhirió al reino de dos tribus de Judá y Benjamín. Jeroboán hizo sacerdotes a hombres que no eran de la tribu de Leví para que sirvieran en la adoración de becerros de oro y expulsó a los sacerdotes de Jehová, los hijos de Aarón. (1Re 12:31, 32; 13:33; 2Cr 11:14; 13:9.) Después, pese a que muchos de los sacerdotes de Judá fueron infieles a Dios, en algunas ocasiones el sacerdocio desempeñó un papel destacado en ayudar a la nación a permanecer fiel a Jehová. (2Cr 23:1, 16; 24:2, 16; 26:17-20; 34:14, 15; Zac 3:1; 6:11.) Para el tiempo del ministerio de Jesús y los apóstoles, los sumos sacerdotes se habían vuelto muy corruptos, aunque había muchos sacerdotes que aún tenían buenos sentimientos hacia Jehová en sus corazones, como lo demuestra el que poco después de la muerte de Jesús “una gran muchedumbre de sacerdotes empezó a ser obediente a la fe”. (Hch 6:7.)

Otras aplicaciones del término “sacerdote”. En el Salmo 99:6 se llama sacerdote a Moisés en virtud de su función de mediador y de su designación para llevar a cabo el servicio de santificación en el santuario, donde Aarón y sus hijos fueron instalados en el sacerdocio. Moisés intercedió por Israel, invocando el nombre de Jehová. (Nú 14:13-20.) La palabra “sacerdote” también se usó a veces con el sentido de “lugarteniente” o “ministro u oficial principal”. En la lista de los oficiales principales del rey David, el registro dice: “En cuanto a los hijos de David, llegaron a ser sacerdotes”. (2Sa 8:18; compárese con 2Sa 20:26; 1Re 4:5; 1Cr 18:17.)

El sacerdocio cristiano. Jehová había prometido que si Israel guardaba su pacto, sería para Él “un reino de sacerdotes y una nación santa”. (Éx 19:6.) Sin embargo, el sacerdocio del linaje de Aarón solo continuaría hasta que llegara el sacerdocio mayor que prefiguraba. (Heb 8:4, 5.) Perduraría hasta el final del pacto de la Ley y la inauguración del nuevo pacto. (Heb 7:11-14; 8:6, 7, 13.) La oportunidad de ser sacerdotes de Jehová en Su Reino prometido se ofreció en primer lugar y de manera exclusiva a Israel. Con el tiempo, esta posibilidad también se extendió a los gentiles. (Hch 10:34, 35; 15:14; Ro 10:21.)

Solo un resto de los judíos aceptaron a Cristo, por lo que la nación no llegó a proporcionar los miembros del verdadero reino de sacerdotes y nación santa. (Ro 11:7, 20.) Debido a la infidelidad de Israel, Dios le había advertido de esto por medio de su profeta Oseas siglos antes, cuando dijo: “Porque el conocimiento es lo que tú mismo has rechazado, yo también te rechazaré de servirme como sacerdote; y porque sigues olvidando la ley de tu Dios, yo me olvidaré de tus hijos, aun yo”. (Os 4:6.) De manera correspondiente, Jesús dijo a los líderes judíos: “El reino de Dios les será quitado a ustedes y será dado a una nación que produzca sus frutos”. (Mt 21:43.) No obstante, como Jesús se hallaba sometido a la Ley cuando vivió en la Tierra, reconoció al sacerdocio aarónico y mandó a los leprosos que curó que fueran al sacerdote y llevasen la ofrenda prescrita. (Mt 8:4; Mr 1:44; Lu 17:14.)

El día del Pentecostés del año 33 E.C. llegó a su fin el pacto de la Ley y se inauguró el “pacto correspondientemente mejor”, el nuevo pacto. (Heb 8:6-9.) Ese día Dios puso de manifiesto el cambio mediante el derramamiento del espíritu santo. Luego el apóstol Pedro explicó a los judíos presentes que procedían de muchas naciones que su única salvación dependía entonces de arrepentirse y aceptar a Jesucristo. (Hch 2; Heb 2:1-4.) Tiempo después Pedro habló de los edificadores judíos que rechazaron a Jesucristo como la piedra angular y pasó a decir a los cristianos: “Pero ustedes son ‘una raza escogida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo para posesión especial’”. (1Pe 2:7-9.)

Pedro también explicó que el nuevo sacerdocio es una “casa espiritual para el propósito de un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptos a Dios mediante Jesucristo”. (1Pe 2:5.) Jesucristo es su gran Sumo Sacerdote, y ellos, al igual que los hijos de Aarón, forman un cuerpo de sacerdotes. (Heb 3:1; 8:1.) Sin embargo, mientras que el sacerdocio aarónico no tenía nada que ver con la realeza, en este “sacerdocio real” de Cristo y sus coherederos se combinan las dos responsabilidades. El apóstol Juan dice en el libro de Revelación con respecto a los seguidores de Jesucristo: “Nos desató de nuestros pecados por medio de su propia sangre —e hizo que fuéramos un reino, sacerdotes para su Dios y Padre—”. (Rev 1:5, 6.)

Este último libro de la Biblia también revela el número de este cuerpo de sacerdotes. Se ve a los que Jesucristo hizo “que fueran un reino y sacerdotes para nuestro Dios” cantando una canción nueva, en la que dicen que se les compró con la sangre de Cristo. (Rev 5:9, 10.) Más adelante se dice que los que cantan la canción nueva son 144.000 “comprados de entre la humanidad como primicias para Dios y para el Cordero”. (Rev 14:1-5.) Finalmente se ve que este sacerdocio es resucitado a vida celestial y se une a Jesucristo en su gobernación, de modo que pasan a ser “sacerdotes de Dios y del Cristo” que ‘reinan’ con Cristo durante su reinado milenario. (Rev 20:4, 6.)

Un examen del sacerdocio de Israel y de sus funciones, así como de los beneficios para las personas de esa nación (Heb 8:5), da cierta idea de los beneficios y las bendiciones que las personas recibirán del sacerdocio perfecto y eterno de Jesucristo y su cuerpo de sacerdotes cuando reinen juntos sobre la Tierra por mil años. Tendrán el privilegio de enseñar a las personas la ley de Dios (Mal 2:7), lograr un perdón completo de los pecados sobre la base del sacrificio de rescate del gran Sumo Sacerdote (al administrar los beneficios de ese sacrificio) y efectuar la curación de todas las enfermedades. (Mr 2:9-12; Heb 9:12-14; 10:1-4, 10.) También harán una distinción entre lo que es limpio e inmundo a la vista de Dios, quitarán toda inmundicia (Le 13–15), juzgarán a las personas con justicia y harán que la ley justa de Jehová se ponga en vigor por toda la Tierra. (Dt 17:8-13.)

Tal como la tienda de reunión en el desierto era un lugar donde Dios moraba con los hombres, un santuario donde ellos podían acercarse a Él, así durante el milenio la tienda de Dios estará de nuevo con la humanidad, más cerca de ella y de un modo más duradero y beneficioso. Dios tendrá tratos con la humanidad mediante sus representantes: el gran Sumo Sacerdote Jesucristo y los 144.000, que sirven con Cristo de sacerdotes en el gran templo espiritual prefigurado por el tabernáculo sagrado, o tienda de reunión, del desierto. (Éx 25:8; Heb 4:14; Rev 1:6; 21:3.) Con tal sacerdocio real, las personas con toda seguridad serán felices, como lo era Israel cuando el reino y el sacerdocio actuaban con fidelidad a Dios, un período durante el cual “Judá e Israel eran muchos, como los granos de arena que están junto al mar por su multitud, y comían y bebían y se regocijaban”, y moraban “en seguridad, cada uno debajo de su propia vid y debajo de su propia higuera”. (1Re 4:20, 25.)

Sacerdotes paganos. Las naciones antiguas tenían sacerdotes por medio de los cuales se podían dirigir a sus dioses. El pueblo reverenciaba a estos hombres, que siempre ejercían gran influencia, pues solían hallarse entre la clase dirigente, o eran consejeros allegados de los gobernantes. El sacerdocio era la clase más educada, y por lo general mantenía al pueblo en ignorancia. De esta manera podían aprovecharse de la superstición de la gente y su temor a lo desconocido. Por ejemplo, en Egipto las personas eran inducidas a adorar al río Nilo como un dios, y consideraban que sus sacerdotes eran poseedores de un control divino sobre sus desbordamientos regulares, de los que dependían sus cosechas.

Esta manera de fomentar la ignorancia supersticiosa estaba en franco contraste con el sacerdocio de Israel, que constantemente leía y enseñaba la Ley a la nación entera. Todos los hombres tenían que conocer a Dios y su Ley. (Dt 6:1-3.) Las personas sabían leer y escribir, y Dios les mandaba que escribieran sus mandamientos sobre sus puertas y sobre los postes de las puertas, y que leyeran y enseñaran Su ley a sus hijos. (Dt 6:4-9.)

El sacerdocio israelita no era una imitación del pagano. Hay quienes afirman, a pesar de los hechos, que el sacerdocio israelita y muchas de sus normas eran un calco del sistema sacerdotal egipcio. Arguyen que la vida y educación de Moisés, el mediador del pacto de la Ley, en la corte faraónica y su preparación en “toda la sabiduría de los egipcios” tuvieron en él una profunda influencia. (Hch 7:22.) Sin embargo, pasan por alto el hecho de que si bien Moisés fue el mediador de la Ley que se entregó a Israel, no fue en modo alguno el legislador. Jehová fue el Legislador de Israel (Isa 33:22) y transmitió la Ley a su mediador, Moisés, por medio de ángeles. (Gál 3:19.)

Dios mismo detalló cada uno de los aspectos relacionados con el culto del pueblo de Israel. A Moisés se le dieron los planos para la construcción de la tienda de reunión (Éx 26:30), y se le ordenó: “Ve que hagas todas las cosas conforme a su modelo que te fue mostrado en la montaña”. (Heb 8:5; Éx 25:40.) Jehová expuso y detalló el modelo de todo el servicio del santuario. Este hecho queda refrendado en el registro bíblico repetidas veces, al decir respecto a Moisés y los hijos de Israel: “Siguieron haciendo conforme a todo lo que Jehová había mandado a Moisés. Hicieron precisamente así. [...] Conforme a todo lo que Jehová había mandado a Moisés, así hicieron los hijos de Israel todo el servicio. Y llegó a ver Moisés toda la obra, y, ¡mire!, la habían hecho tal como había mandado Jehová. Así habían hecho”. “Y Moisés procedió a hacer conforme a todo lo que le había mandado Jehová. Hizo precisamente así.” (Éx 39:32, 42, 43; 40:16.)

Según los egiptólogos, la vestimenta de los sacerdotes egipcios tenía características similares a la de los sacerdotes de Israel, como era el uso de tejidos de lino. Además, los sacerdotes egipcios solían afeitarse el cuerpo, al igual que los levitas (aunque no los sacerdotes de Israel; Nú 8:7). También eran similares las prácticas lavatorias. Pero, ¿prueban estas pocas similitudes que ambos sacerdocios tuvieron un mismo origen o que uno provino del otro? Por todo el mundo se emplean hoy géneros y métodos similares en la confección, en la construcción de casas y edificios o en las tareas cotidianas, pero también hay métodos y estilos muy diferentes. Solo porque haya algún parecido no decimos que esas cosas han tenido un origen común o que la similitud en la vestimenta tiene el mismo significado o sentido religioso.

En muchísimas características de la vestimenta y los procedimientos no hay el más mínimo parecido entre el sacerdocio israelita y el egipcio. Por ejemplo, los sacerdotes israelitas oficiaban descalzos, pero los egipcios calzaban sandalias. El diseño de las túnicas sacerdotales egipcias era muy diferente al israelita, y su vestimenta y demás accesorios tenían símbolos alusivos al culto de sus dioses falsos. Se rapaban la cabeza, algo que no hacían los sacerdotes israelitas (Le 21:5), y usaban pelucas y tocados —como muestran las inscripciones pictográficas halladas en los monumentos egipcios— totalmente desconocidos en el sacerdocio israelita. Además, Jehová había dicho con toda claridad que Israel no adoptaría ninguna práctica egipcia o de otras naciones en su adoración ni en su régimen judicial. (Le 18:1-4; Dt 6:14; 7:1-6.)

Por consiguiente, puede afirmarse que carece de fundamento la suposición de que el sacerdocio israelita imitó al egipcio. Ha de recordarse que la idea de ofrecer sacrificios y constituir un sacerdocio provino originalmente de Dios, y que desde el principio fue expresada por hombres fieles, como Abel y Noé, y, en la sociedad patriarcal, por Abrahán y otros siervos fieles de Dios. Así, esta herencia quedó en la conciencia común de todas las naciones, si bien distorsionada con el transcurso del tiempo de formas muy diversas debido a que abandonaron al Dios verdadero y la adoración pura. Aunque las naciones paganas tenían la inclinación innata de adorar, carecían de la guía de Jehová, por lo que idearon muchos ritos impropios y degradados, diametralmente opuestos a la adoración verdadera.

Prácticas repugnantes de los sacerdotes paganos. Los sacerdotes egipcios del día de Moisés se opusieron a él ante el Faraón e intentaron desacreditarles a él y a su Dios Jehová por medio de las artes mágicas (Éx 7:11-13, 22; 8:7; 2Ti 3:8), pero se vieron obligados a admitir su derrota y humillación. (Éx 8:18, 19; 9:11.) Los adoradores de Mólek de Ammón sacrificaron a sus hijos e hijas quemándolos en el fuego. (1Re 11:5; 2Re 23:10; Le 18:21; 20:2-5.) Los adoradores cananeos de Baal siguieron la misma práctica detestable, y también se laceraban y practicaban ritos inmorales obscenos y repugnantes. (Nú 25:1-3; 1Re 18:25-28; Jer 19:5.) Los sacerdotes del dios filisteo Dagón y los sacerdotes babilonios de Marduk, Bel e Istar practicaron la magia y la adivinación. (1Sa 6:2-9; Eze 21:21; Da 2:2, 27; 4:7, 9.) Todos adoraban imágenes hechas de madera, piedra y metal. Incluso el rey Jeroboán del reino de diez tribus de Israel colocó sacerdotes para dirigir la adoración de los becerros de oro y los “demonios de forma de cabra”, con el fin de impedir que el pueblo practicase la adoración verdadera en Jerusalén. (2Cr 11:15; 13:9; véase MIQUEAS núm. 1.)

Dios condena los sacerdocios no autorizados. Jehová estaba opuesto de manera inalterable a todas estas prácticas, que en realidad constituían demonolatría. (1Co 10:20; Dt 18:9-13; Isa 8:19; Rev 22:15.) Cada vez que estos dioses o el sacerdocio que los representaba participaban en desafiar abiertamente a Jehová, eran humillados. (1Sa 5:1-5; Da 2:2, 7-12, 29, 30; 5:15.) A menudo sus sacerdotes y profetas sufrían la muerte. (1Re 18:40; 2Re 10:19, 25-28; 11:18; 2Cr 23:17.) Y como durante la existencia del pacto de la Ley Jehová no reconoció ningún sacerdocio aparte del de la casa de Aarón, se desprende que el único camino para acercarse a Jehová es el prefigurado por el puesto de Aarón, es decir, el sacerdocio de Jesucristo, que también es el gran Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec. (Hch 4:12; Heb 4:14; 1Jn 2:1, 2.) Los verdaderos adoradores de Dios tienen que evitar todo sacerdocio que se oponga a este Rey-Sacerdote ordenado por Dios y a su cuerpo de sacerdotes. (Dt 18:18, 19; Hch 3:22, 23; Rev 18:4, 24.)

Véase SUMO SACERDOTE.