Ir al contenido

Ir al índice

CAPÍTULO 35

El famoso Sermón del Monte

El famoso Sermón del Monte

MATEO 5:1-7:29 LUCAS 6:17-49

  • EL SERMÓN DEL MONTE

Jesús sigue en la ladera de una montaña de Galilea, tal vez cerca de Capernaúm, la ciudad donde suele quedarse. Sin duda está muy cansado después de haber pasado toda la noche orando y de haber elegido a los 12 apóstoles. Pero aún tiene fuerzas y el deseo de ayudar a la gente.

Muchas personas han venido a verlo desde muy lejos. Algunos son de Jerusalén y de otros lugares de Judea, al sur. Otros han viajado desde las ciudades costeras de Tiro y Sidón, al noroeste. ¿Para qué vienen a ver a Jesús? “Para oírlo y para ser curados de sus enfermedades”. Y él no los decepciona, sana a todos los enfermos. ¿Se imagina? Cura absolutamente a todos. Jesús ayuda hasta a los que están “atormentados por espíritus malignos”, es decir, bajo el control de los malvados ángeles de Satanás (Lucas 6:17-19).

Después, Jesús se sienta en un lugar llano de la montaña y la gente se reúne a su alrededor. Es probable que sus discípulos, sobre todo los 12 apóstoles, sean los que están más cerca de él. Todos tienen muchas ganas de escuchar al maestro que es capaz de realizar esas obras tan impresionantes, y Jesús pronuncia un discurso que los ayudará mucho. Les explica con sencillez y claridad verdades espirituales profundas que han beneficiado a millones de personas desde entonces y que también nos pueden ayudar a nosotros. Además, Jesús les pone ejemplos de cosas que todos conocen muy bien. Así, quienes desean una vida mejor y agradar a Dios pueden entender bien sus enseñanzas. ¿Por qué es tan importante este sermón?

¿QUIÉNES SON REALMENTE FELICES?

Todo el mundo quiere ser feliz, y Jesús lo sabe. Por eso, empieza su discurso hablando de las personas que son realmente felices. Eso llama mucho la atención de quienes lo escuchan, pero Jesús también menciona algunas cosas que seguramente los dejan desconcertados.

Les dice: “Felices los que reconocen sus necesidades espirituales, porque el Reino de los cielos es de ellos. Felices los que se lamentan, porque serán consolados. [...] Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. [...] Felices los que han sido perseguidos por causa de la justicia, porque el Reino de los cielos es de ellos. Felices ustedes cuando, por causa de mí, la gente los insulte, los persiga y, mintiendo, diga todo tipo de cosas malas sobre ustedes. Estén felices y radiantes de alegría” (Mateo 5:3-12).

¿En qué sentido son esas personas “felices”? Jesús no se refiere a la alegría que alguien siente, por ejemplo, cuando se está divirtiendo. Habla de algo más profundo: de sentirse satisfecho y realizado en la vida.

Jesús dice que solo son realmente felices aquellos que reconocen sus necesidades espirituales, se sienten tristes por ser pecadores y llegan a conocer a Jehová y a servirle. Y son felices aunque otros los odien o los persigan por hacer la voluntad de Dios, pues saben que le están agradando y que él los recompensará con la vida eterna.

Con esto, Jesús está enseñando algo diferente a lo que la mayoría de la gente opina. Muchos creen que el dinero y las diversiones son la clave de la felicidad. Pero Jesús, usando varios contrastes, hace pensar a sus oyentes. Les dice: “¡Ay de ustedes, los ricos, porque ya han recibido todo su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados, porque pasarán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque se lamentarán y llorarán! ¡Ay cuando todos hablen bien de ustedes, porque eso es lo que los antepasados de ellos hicieron con los profetas falsos!” (Lucas 6:24-26).

¿Por qué acabarán lamentándose los ricos, los que se divierten y los que buscan recibir alabanzas de otros? Porque quienes disfrutan de estas cosas y las valoran demasiado suelen descuidar su servicio a Dios. Y el resultado es que dejan de ser felices. Claro, Jesús no está diciendo que para ser feliz haya que ser pobre o pasar hambre. Pero es cierto que, a menudo, son las personas con pocos recursos las que aceptan sus enseñanzas y logran ser felices de verdad.

Refiriéndose a sus discípulos, Jesús les dice: “Ustedes son la sal de la tierra” (Mateo 5:13). Jesús no está hablando de la sal literal. ¿Qué quiere decir? La sal tiene propiedades conservantes. Cerca del altar de Dios en el templo se almacena una gran cantidad de sal para las ofrendas. La sal también representa algo que no está corrompido ni deteriorado (Levítico 2:13; Ezequiel 43:23, 24). Jesús llama a sus discípulos “la sal de la tierra” por el efecto que tienen en las personas, ya que las ayudan a conservar su amistad con Dios y los buenos valores morales. Como consecuencia, quienes aceptan su mensaje podrán conservar la vida.

Jesús también les dice: “Ustedes son la luz del mundo”. Una lámpara encendida no se tapa con una canasta, sino que se pone en el candelero, para que alumbre bien. Por eso, Jesús los anima a hacer lo siguiente: “Hagan brillar su luz a la vista de la gente. Que vean sus buenas obras y así le den gloria al Padre de ustedes que está en los cielos” (Mateo 5:14-16).

ENSEÑA ELEVADAS NORMAS MORALES

Los líderes religiosos judíos piensan que Jesús desobedece la Ley de Dios y recientemente planearon matarlo. Por eso, Jesús dice sin rodeos: “No piensen que vine a anular la Ley o los Profetas. No vine a anular, sino a cumplir” (Mateo 5:17).

Es innegable que Jesús respeta profundamente la Ley de Dios y anima a los demás a hacer lo mismo. De hecho, les dice: “Quien desobedezca uno de sus mandamientos más pequeños y les enseñe a otros a hacer lo mismo será considerado más pequeño con relación al Reino de los cielos”. Con eso quiere decir que esa persona no entrará en el Reino. “En cambio —añade—, quien los obedezca y se los enseñe a otros será considerado grande con relación al Reino de los cielos” (Mateo 5:19).

Jesús no solo condena que alguien desobedezca la Ley, sino las actitudes que lo pueden llevar a hacerlo. Por ejemplo, tras recordarles que la Ley prohíbe el asesinato, les dice: “Tendrá que responder ante el tribunal de justicia todo el que siga furioso con su hermano” (Mateo 5:21, 22). Seguir enojado con otra persona es algo grave y puede conducir al asesinato. Por eso, Jesús explica cuánto hay que esforzarse por hacer las paces: “Si estás llevando tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete. Primero haz las paces con tu hermano, y luego vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23, 24).

La Ley también prohíbe el adulterio. Al respecto, Jesús comenta lo siguiente: “Oyeron que se dijo: ‘No cometas adulterio’. Pero yo les digo que todo el que sigue mirando a una mujer hasta el punto de sentir pasión por ella ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mateo 5:27, 28). Él no está hablando de un pensamiento inmoral que pudiera pasarle a alguien por la cabeza. Más bien, está destacando que seguir “mirando” es un asunto muy grave, pues a menudo despierta deseos sexuales inmorales. La persona podría acabar cometiendo adulterio si surgiera la oportunidad. ¿Cómo puede alguien evitar que le ocurra eso? Tal vez tenga que tomar medidas drásticas. Jesús dice: “Si tu ojo derecho te está haciendo tropezar, arráncatelo y échalo lejos. [...] Igualmente, si tu mano derecha te está haciendo tropezar, córtatela y échala lejos” (Mateo 5:29, 30).

Algunas personas han permitido que les corten una pierna o un brazo gravemente infectado con tal de salvar su vida. Pues bien, Jesús dice que es mejor perder cualquier cosa, incluso algo tan valioso como un ojo o una mano, que dejarse llevar por los pensamientos inmorales y acabar pecando. Él declara: “Es preferible que pierdas uno de tus miembros a que todo tu cuerpo vaya a parar a la Gehena”, un vertedero donde se quemaba la basura fuera de las murallas de Jerusalén y que representa la destrucción eterna.

Jesús también nos da este consejo sobre cómo actuar cuando alguien nos hace daño o nos ofende: “No le hagan frente a alguien malo. Más bien, al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, ofrécele también la otra mejilla” (Mateo 5:39). Esto no significa que no podamos defendernos si nos atacan a nosotros o a nuestra familia. Cuando alguien le da una bofetada a otra persona, no es para herirla de gravedad o matarla, sino para insultarla. De modo que lo que Jesús quiere decir es que, si una persona intenta provocar una pelea o una discusión con nosotros, tal vez con una bofetada o un insulto, no debemos pagarle con la misma moneda.

Este consejo está de acuerdo con el mandato divino de amar al prójimo. Por eso Jesús les pide a sus oyentes: “Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen”. Y les da esta poderosa razón para hacerlo: “Así demostrarán que son hijos de su Padre que está en los cielos, ya que él hace salir su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos e injustos” (Mateo 5:44, 45).

Entonces, resume esta parte de su discurso diciendo: “Sean perfectos, tal como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5:48). Es evidente que Jesús no espera que seamos perfectos en el sentido estricto de la palabra. Pero, si imitamos a Dios, podremos amar hasta a nuestros enemigos. En otras palabras, lo que dice es: “Sean misericordiosos, así como su Padre es misericordioso” (Lucas 6:36).

LA ORACIÓN Y LA CONFIANZA EN DIOS

Jesús continúa su sermón diciendo: “Cuidado con hacer lo que es correcto delante de la gente para que ellos los vean”. Y luego condena el que alguien haga cosas buenas solo para dar la apariencia de ser muy devoto: “Cuando le des ayuda a un necesitado —explica—, no vayas tocando la trompeta como hacen los hipócritas” (Mateo 6:1, 2). Al ayudar a alguien necesitado, es mejor que nadie nos vea.

Después, Jesús añade: “Cuando oren, no hagan como los hipócritas. A ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles principales para que los demás los vean. [...] En cambio tú, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto y, después de cerrar la puerta, órale a tu Padre, que está en lo secreto” (Mateo 6:5, 6). A Jesús no le parece mal que se hagan oraciones en público, pues él mismo las ha hecho. Lo que desaprueba es que alguien las haga para impresionar a los demás y recibir elogios.

A continuación, aconseja: “Cuando ores, no repitas lo mismo una y otra vez, como hace la gente de las naciones” (Mateo 6:7). Con estas palabras, no da a entender que esté mal orar muchas veces sobre lo mismo. Más bien, indica que no se debe orar recitando de memoria las mismas frases “una y otra vez”. Luego, da un modelo de oración con siete peticiones que podemos hacerle a Dios. Las tres primeras están relacionadas con el derecho que Dios tiene a gobernarnos y con su propósito: que su nombre sea santificado, que venga su Reino y que se cumpla su voluntad. Debemos orarle a Jehová sobre estos asuntos antes de pedirle cosas personales como el alimento para cada día, que nos perdone los pecados, que no permita que seamos tentados más allá de lo que podamos soportar y que nos libre de Satanás.

¿Y cuánta importancia debemos darles a nuestras posesiones? Jesús le dice a la multitud que lo escucha: “Dejen de acumular para ustedes tesoros en la tierra, donde las polillas y el óxido los echan a perder y donde los ladrones entran a robar”. ¡Qué consejo tan sensato! Las cosas materiales no son permanentes y no nos hacen más valiosos a los ojos de Jehová. Por eso, Jesús añade: “Acumulen para ustedes tesoros en el cielo”. ¿Cómo podemos hacerlo? Poniendo siempre el servicio a Dios en primer lugar. Así, nadie podrá impedir que contemos con la aprobación de Jehová y que, por tanto, obtengamos la vida eterna. Sin duda, estas palabras de Jesús son muy ciertas: “Donde esté tu tesoro, ahí también estará tu corazón” (Mateo 6:19-21).

A fin de destacar esta idea, Jesús les pone el siguiente ejemplo: “Los ojos son la lámpara del cuerpo. Si tus ojos están bien enfocados, todo tu cuerpo brillará. Pero, si tus ojos son envidiosos, todo tu cuerpo estará oscuro” (Mateo 6:22, 23). Cuando los ojos simbólicos funcionan bien, son como una lámpara para nosotros. Pero, para que eso sea así, los ojos no pueden estar enfocados en varias cosas a la vez. En el caso de que lo estuvieran, podríamos empezar a tener un punto de vista equivocado sobre lo que es realmente importante en la vida. Si nos centráramos en conseguir cosas materiales y no en servir a Dios, todo nuestro cuerpo estaría oscuro, es decir, podríamos llegar a hacer cosas poco honradas o envolvernos en actividades cuestionables.

Seguidamente, Jesús les dice algo importante: “Nadie puede ser esclavo de dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o le será leal a uno y despreciará al otro. No pueden ser esclavos de Dios y a la vez de las Riquezas” (Mateo 6:24).

Al oír esto, es posible que algunos se pregunten cómo deben ver sus necesidades materiales. Así que Jesús les asegura que, si le dan prioridad al servicio a Dios, no tendrán que preocuparse demasiado por esas cosas. “Observen con atención las aves del cielo —les dice—. No siembran ni cosechan ni almacenan en graneros, pero su Padre celestial las alimenta” (Mateo 6:26).

¿Y qué pueden aprender de los lirios que ven allí mismo en la montaña? Jesús les dice que “ni siquiera Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos”. Luego añade: “Si Dios viste así a la vegetación del campo, que hoy está aquí y mañana se echa al horno, ¿no los vestirá a ustedes con mucha más razón [...]?” (Mateo 6:29, 30). Por eso, les da este sabio consejo: “Nunca se angustien y digan: ‘¿Qué vamos a comer?’, o ‘¿Qué vamos a beber?’, o ‘¿Qué vamos a ponernos?’. [...] Su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Por lo tanto, sigan buscando primero el Reino y la justicia de Dios, y entonces recibirán también todas esas cosas” (Mateo 6:31-33).

CÓMO OBTENER LA VIDA ETERNA

Los apóstoles y otras personas que aprecian los asuntos espirituales quieren agradar a Dios, pero no les resulta fácil. Por ejemplo, muchos fariseos tienen la costumbre de criticar y juzgar a los demás con dureza. Así que Jesús da el siguiente consejo: “Dejen de juzgar, para que no sean juzgados. Porque así como juzguen a otros serán juzgados ustedes” (Mateo 7:1, 2).

Para explicarles lo peligroso que es dejarse guiar por los exigentes fariseos, Jesús les hace la siguiente comparación: “Un ciego no puede guiar a otro ciego, ¿verdad? Los dos se caerían en un hoyo, ¿no es cierto?”. Con eso quiere enseñarles que no deben tener una actitud crítica hacia los demás, pues eso le desagrada mucho a Dios. A continuación, les pregunta: “¿Cómo puedes decirle a tu hermano ‘Hermano, déjame sacarte la paja que tienes en el ojo’, si tú mismo no ves la viga que hay en el tuyo? ¡Hipócrita! Primero sácate la viga de tu ojo y entonces verás claramente cómo sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Lucas 6:39-42).

¿Significa eso que los discípulos no pueden formarse ninguna opinión negativa de nadie? En absoluto. De hecho, Jesús les dice: “No les den cosas santas a los perros. Tampoco echen sus perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6). Las verdades de la Palabra de Dios son como perlas preciosas. Así que, si los discípulos se encuentran con alguien que no las aprecia, deberían irse y seguir buscando a quien sí lo haga.

Después, Jesús vuelve a hablar de la oración y destaca la importancia de ser insistentes. Les dice: “Sigan pidiendo y se les dará”. Para ayudarlos a entender que Dios desea responder las oraciones, les pregunta: “Si su hijo les pide pan, ¿quién de ustedes le da una piedra? [...] Por lo tanto, si ustedes, aunque son malos, saben darles buenos regalos a sus hijos, ¡con mucha más razón su Padre que está en los cielos les dará cosas buenas a quienes se las piden!” (Mateo 7:7-11).

Entonces, Jesús establece una norma de conducta que ha llegado a ser muy famosa: “Hagan por los demás todo lo que les gustaría que hicieran por ustedes”. ¿Verdad que deberíamos obedecer este mandato al tratar con otras personas? Sin embargo, Jesús muestra a continuación que cumplir con esta norma a veces es difícil: “Entren por la puerta angosta. Porque ancha es la puerta y espacioso es el camino que lleva a la destrucción, y son muchos los que entran por esa puerta; mientras que angosta es la puerta y estrecho es el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran” (Mateo 7:12-14).

Ahora bien, Jesús les advierte a sus discípulos que algunas personas tratarán de apartarlos del camino que lleva a la vida: “Cuidado con los profetas falsos, que se les acercan disfrazados de oveja pero por dentro son lobos voraces” (Mateo 7:15). Entonces, les explica que, igual que saben si un árbol es bueno o malo por sus frutos, pueden reconocer a los profetas falsos por sus enseñanzas y acciones. En efecto, uno demuestra que es discípulo de Jesús no solo con lo que dice, sino con lo que hace. Algunos afirman que Jesús es su Señor, pero ¿qué les pasará si no hacen la voluntad de Dios? Jesús les dirá: “¡Yo a ustedes nunca los conocí! ¡Aléjense de mí, ustedes que violan la ley!” (Mateo 7:23).

Hacia el final de su discurso, Jesús explica: “Todo el que escuche lo que he dicho y lo haga será como el hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayó la lluvia, crecieron las aguas, los vientos soplaron con fuerza y golpearon contra aquella casa..., pero la casa no se vino abajo, porque tenía los cimientos en la roca” (Mateo 7:24, 25). ¿Por qué no se derrumbó la casa? Porque el hombre “cavó muy hondo y puso los cimientos en la roca” (Lucas 6:48). Eso nos enseña que no basta con escuchar a Jesús, tenemos que esforzarnos por hacer lo que él manda.

¿Y qué puede decirse del que oye estas cosas pero no las hace? Que es como “el hombre insensato que construyó su casa sobre la arena” (Mateo 7:26). La lluvia, las inundaciones y el viento harán que su casa se derrumbe.

Los que escuchan este discurso se quedan impactados por la manera de enseñar de Jesús, porque lo hace como alguien que tiene autoridad, a diferencia de los líderes religiosos. Probablemente muchos de los que están allí se hacen discípulos suyos.