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¡Sus hijos están en peligro!

¡Sus hijos están en peligro!

El abuso deshonesto de menores constituye una deplorable realidad de este mundo enfermo. La revista Lear’s comentó: “Afecta a más personas que el cáncer, que las enfermedades cardíacas y que el sida”. Por eso ¡Despertad! siente la obligación de alertar a sus lectores de este peligro e informarles sobre lo que se puede hacer al respecto. (Compárese con Ezequiel 3:17-21; Romanos 13:11-13.)

EN LOS últimos años, el abuso deshonesto de menores ha provocado gran escándalo en todo el mundo. No obstante, como en los medios informativos han aparecido tantos casos de celebridades que confiesan haber sido víctimas de abuso durante su infancia, existen algunas ideas equivocadas sobre el particular. Hay quienes creen que la razón por la que se habla tanto del tema es porque está de moda. Pero, a decir verdad, este tipo de abuso sexual no es nada nuevo. Prácticamente se remonta a los comienzos de la historia humana.

Un problema antiguo

Hace unos cuatro mil años, las ciudades de Sodoma y Gomorra eran famosas por su depravación. Parece ser que la pedofilia (perversión sexual en la que el objeto erótico son los niños) era uno de los muchos vicios de aquella región. En Génesis 19:4 se cuenta que una turba de maníacos sexuales sodomitas, “desde el muchacho hasta el viejo”, pretendía violar a los dos invitados de Lot. Pues bien, reflexione en lo siguiente: ¿por qué simples muchachos estarían tan obsesionados con la idea de violar a hombres? Es obvio que ya se les había iniciado en las perversiones homosexuales.

Siglos después, la nación de Israel se estableció en la región de Canaán. Los residentes de aquella zona estaban tan sumidos en el incesto, la sodomía, la bestialidad, la prostitución y hasta el sacrificio ritual de niños a los dioses demoníacos, que la Ley mosaica tuvo que prohibir de forma expresa todos estos actos repugnantes. (Levítico 18:6, 21-23; 19:29; Jeremías 32:35.) A pesar de las advertencias divinas, los israelitas rebeldes, incluidos algunos de sus gobernantes, adoptaron estas prácticas infames. (Salmo 106:35-38.)

Las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma, sin embargo, fueron mucho peores que Israel en este respecto. El infanticidio era común en ambas, y en Grecia, por ejemplo, gozaban de amplia aceptación las relaciones sexuales de adultos con jovencitos. En todas las ciudades de la antigua Grecia florecieron los burdeles de muchachos. En el Imperio romano estaba tan extendida la prostitución infantil que se crearon impuestos y fiestas especiales para ese tipo de trata. En las arenas se violaba a las muchachas y se las obligaba a participar en actos de bestialidad. En muchas otras naciones de la antigüedad se practicaban atrocidades similares.

¿Qué puede decirse de nuestros tiempos? ¿Son los seres humanos demasiado civilizados hoy día como para que prosperen actos sexuales tan horribles? Los estudiantes de la Biblia no pueden compartir esta opinión. Saben muy bien que el apóstol Pablo calificó nuestra época de “tiempos críticos, difíciles de manejar”. Entre los detalles que citó  estaban el extendido amor a uno mismo, el amor a los placeres y la falta de cariño natural dentro de la familia que invade a la sociedad moderna, y añadió: “Los hombres inicuos e impostores avanzarán de mal en peor”. (2 Timoteo 3:1-5, 13; Revelación 12:7-12.) ¿Se ha agudizado el problema del abuso deshonesto de menores, perpetrado tantas veces por “hombres inicuos e impostores”?

Un problema apremiante

El abuso sexual de menores suele mantenerse en secreto, hasta tal grado que se le considera probablemente el delito que menos se denuncia. A pesar de todo, tales crímenes han aumentado vertiginosamente en las últimas décadas. Una encuesta sobre este tema realizada por Los Angeles Times reveló que en Estados Unidos el 27% de las mujeres y el 16% de los hombres habían sido objeto de abuso sexual durante su infancia. Aunque estas cifras son de por sí escandalosas, otras estimaciones fiables indican que la cantidad de casos en dicho país ha aumentado considerablemente.

En Malaysia, las noticias de abuso deshonesto de menores se han cuadruplicado en la pasada década. En Tailandia, alrededor del 75% de los hombres encuestados admitió que tenía relaciones con niñas prostitutas. En Alemania, las autoridades calculan que 300.000 niños sufren abuso sexual cada año. Según el periódico sudafricano Cape Times, la cantidad de denuncias de tales abusos aumentó en un 175% durante un período reciente de tres años. En los Países Bajos y Canadá, los investigadores han descubierto que alrededor de una tercera parte de todas las mujeres fueron víctimas de abuso sexual durante su infancia. En Finlandia, el 18% de las muchachas de noveno grado (de 15 ó 16 años) y el 7% de los muchachos de la misma edad dijeron haber tenido contacto sexual con alguien por lo menos cinco años mayor que ellos.

En diversos países han salido a la luz espantosos casos de cultos religiosos cuyos ritos incluyen el abuso de niños con prácticas sexuales sádicas y torturas. Con frecuencia, a los que revelan que han sido víctimas de tales crímenes se les escucha con incredulidad más bien que con compasión.

De modo que el abuso deshonesto de menores no es nada nuevo ni nada raro; es un problema antiguo que hoy día alcanza proporciones epidémicas. Su impacto puede ser devastador. Muchas víctimas tienen profundos sentimientos de inutilidad y poca autoestima. Los expertos en la materia han enumerado algunas de las secuelas comunes en las muchachas que han sido víctimas de incesto, entre ellas huir de casa, darse a la droga o a la bebida, sufrir depresión, tratar de suicidarse, llevar una vida de delincuencia y promiscuidad, padecer trastornos del sueño y tener problemas de aprendizaje. Y como repercusiones a largo plazo se pueden citar la poca capacidad para desempeñar el papel de madres, la frigidez, la falta de confianza en los hombres, el matrimonio con un pedófilo, el lesbianismo, la prostitución, o quizás lleguen a abusar de menores ellas mismas.

Sin embargo, estas consecuencias no son inevitables, y nadie puede excusar una mala conducta tan solo por haber sufrido abusos deshonestos en el pasado. Los abusos no predestinan a sus víctimas a convertirse en personas inmorales o delincuentes, ni tampoco las exime de toda responsabilidad personal por las decisiones que tomen posteriormente en su vida. No obstante, el peligro existe; de ahí que sea urgente contestar la pregunta: ¿cómo podemos proteger a los niños de los abusos deshonestos?