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Una buena afeitada

Una buena afeitada

Una buena afeitada

De nuestro corresponsal en Australia

SI UN hombre dedica cinco minutos diarios a afeitarse durante cincuenta años, habrá pasado algo más de sesenta y tres días de su vida tan solo quitándose el pelo de la cara. ¿Qué opinan los varones de este rito cotidiano?

En una encuesta informal reciente se obtuvieron los siguientes comentarios: “Me desagrada”. “Odio hacerlo.” “Es uno de los peligros que encierra la vida.” “Cuando puedo, lo evito.” Pero ¿por qué siguen haciéndolo los hombres, si tanto les molesta? Le invitamos a aprender un poco más sobre la costumbre de afeitarse; quizás descubramos la respuesta.

De las conchas marinas a las maquinillas desechables

¿Puede imaginarse a alguien afeitándose con una concha marina? ¿O con un diente de tiburón? ¿Incluso con un afilado trozo de pedernal? El ser humano ha demostrado mucho ingenio a la hora de elegir instrumentos para eliminar el pelo de la cara. En el antiguo Egipto se usaba una cuchilla de cobre que parecía una pequeña cabeza de hacha. Más recientemente, en los siglos XVIII y XIX, se empezaron a fabricar navajas de afeitar, sobre todo en Sheffield (Inglaterra). A menudo estaban muy ornamentadas, y la hoja metálica, que tenía una hendidura por el lado sin filo, podía recogerse dentro del mango cuando no se usara. Había que ser muy cuidadoso con esta navaja; seguramente costó muchos cortes a quienes aprendían a dominarla. Para los menos diestros, la iniciación debió ser traumática. Pero el siglo XX prometía traer alivio.

En 1901, el estadounidense King Camp Gillette patentó una maquinilla (rasuradora) de afeitar con hoja desechable. Su invento cautivó al mundo, y con el paso de los años se ha producido una gran variedad de modelos, algunos con el mango bañado en plata o en oro. Las innovaciones más recientes incluyen maquinillas totalmente desechables, de dos o incluso tres hojas y de cabeza movible.

Claro que no debemos olvidarnos de las rasuradoras eléctricas, que en 1931 hicieron su primera aparición en el mercado. Su eficacia y popularidad siguen aumentando, aunque muchos de los que buscan una buena afeitada aún prefieren el delgado filo de las hojas de afeitar.

Aparecen y desaparecen las barbas

Desde tiempos remotos, las barbas han aparecido y desaparecido, dependiendo de la moda del momento. El libro Everyday Life in Ancient Egypt (La vida diaria en el antiguo Egipto) señala que los egipcios “se distinguían por no tener mucho vello, y se enorgullecían de andar bien rasurados, para lo cual empleaban elegantes navajas que guardaban en hermosas fundas de cuero”. Esta costumbre quizás explique por qué el prisionero hebreo José se afeitó antes de comparecer ante Faraón (Génesis 41:14).

Los asirios eran un pueblo de barba espléndida, y llegaban al extremo de la vanidad en los cuidados y atenciones que le prodigaban a su barba: se la rizaban, trenzaban y arreglaban de maneras muy complicadas.

Por otro lado, los israelitas de la antigüedad mantenían la barba a una longitud moderada, recortándola con una navaja. Entonces, ¿por qué les ordenaba la Ley de Dios que no ‘cortaran los mechones de sus lados’ ni ‘destruyeran la extremidad de su barba’? Este mandato no les prohibía recortarse el cabello o la barba, sino que les prevenía contra imitar las prácticas religiosas extremas de las naciones paganas vecinas * (Levítico 19:27; Jeremías 9:25, 26; 25:23; 49:32).

En la antigua sociedad griega era normal que todos los varones llevaran barba, excepto los nobles, quienes frecuentemente se afeitaban al ras. Parece que en Roma, la moda de afeitarse surgió en el siglo II a.E.C., y por siglos prevaleció la costumbre de hacerlo a diario.

A la caída del Imperio romano, sin embargo, se impuso nuevamente la barba, y se siguió llevando por unos mil años, hasta la segunda mitad del siglo XVII, cuando se puso de moda afeitarse. La imagen del hombre bien afeitado predominó durante todo el siglo XVIII. Pero, en la segunda mitad del siglo XIX, el péndulo empezó a oscilar otra vez hacia el lado contrario. Por ello, en las fotografías se ve a C. T. Russell (primer presidente de la Sociedad Watch Tower) y a su hermano cristiano W. E. Van Amburgh con barbas recortadas y bien arregladas, según el estilo digno y apropiado de la época. Y a principios del siglo XX, la costumbre de afeitarse resurgió una vez más, y su popularidad se ha mantenido en la mayoría de los países hasta nuestros días.

¿Es usted uno de los millones de hombres que realizan con hojas de afeitar este rito diario frente al espejo? Si su respuesta es afirmativa, sin duda querrá hacerlo con el mínimo de dolor y sangre y el máximo de eficiencia. Para lograrlo, ¿por qué no examina el recuadro “Consejos para usar hojas de afeitar”? Es posible incluso que ya esté poniendo en práctica alguno de ellos. En todo caso, ¡que disfrute de una buena afeitada!

[Nota]

^ párr. 12 Véase Perspicacia para comprender las Escrituras, vol. 1, págs. 284, 381, editado por Watchtower Bible and Tract Society of New York, Inc.

[Ilustraciones y recuadro de la página 23]

Consejos para usar hojas de afeitar

El libro Men’s Hair presenta las siguientes recomendaciones para conseguir una buena afeitada con cuchillas. *

1. Ablande la barba. La única forma de suavizar los pelos por completo es aplicando agua caliente en abundancia. Si es posible, aféitese después de bañarse, pues así da más tiempo para que el agua los ablande.

2. Aplíquese productos antes de afeitarse. Todos los jabones, espumas, cremas y geles logran básicamente tres cosas: 1) hidratan los pelos, 2) los mantienen rígidos y 3) lubrican la piel para que la hoja se deslice con mayor suavidad. Elija el producto que mejor le funcione. Por cierto, ¿ha probado con el acondicionador (enjuague) del cabello? También está hecho para suavizar el pelo.

3. Use correctamente la hoja apropiada. La hoja de afeitar apropiada es la que tiene buen filo; de otro modo, dañará la piel. Corte en la dirección del crecimiento del pelo. Si lo hace en dirección contraria, quizás obtenga una mejor afeitada, pero al hacerlo puede cortar el pelo más abajo de la epidermis, con lo que corre el riesgo de que este crezca hacia dentro en lugar de salir por los poros. Según algunos expertos, tanto en los hombres como en las mujeres, los hábitos descuidados a la hora de afeitarse pueden provocar infecciones virales que generen verrugas.

4. Protéjase después de afeitarse. Cada afeitada elimina de la piel una capa celular microscópica, dejándola vulnerable. Por ello, es importante enjuagarse bien la cara para que no queden residuos, primero con agua tibia y luego con fría para cerrar los poros y atrapar la humedad. Si lo prefiere, puede aplicarse una loción humectante para después de afeitarse a fin de proteger y refrescar la piel.

[Nota]

^ párr. 20 Aquí se trata el caso de los hombres. En muchos países, las mujeres también se afeitan algunas zonas del cuerpo, por lo que podrían encontrar útil parte de esta información.

[Ilustración y recuadro de la página 24]

Los pelos de la barba

Los pelos de la barba están formados de queratina y otras proteínas. La queratina es una proteína fibrosa, producida por humanos y animales, que contiene azufre y constituye el componente principal del pelo, las uñas, las plumas, las pezuñas y los cuernos. Los pelos de la barba están entre los más resistentes y elásticos del cuerpo humano, tan difíciles de cortar como un hilo de cobre del mismo grosor. Normalmente, el rostro del hombre tiene hasta 25.000 de estos pelos, que crecen medio milímetro cada veinticuatro horas, aproximadamente.

[Reconocimiento]

Men: A Pictorial Archive from Nineteenth-Century Sources/Dover Publications, Inc.

[Ilustraciones de la página 24]

Las barbas han aparecido y desaparecido a lo largo de la historia

Egipcio

Asirio

Romano

[Reconocimientos]

Museo Egizio di Torino

Fotografías por gentileza del Museo Británico