Ir al contenido

Ir al índice

¿Debería expresarse el dolor?

¿Debería expresarse el dolor?

¿Debería expresarse el dolor?

EN SU libro Los niños y la muerte, la doctora Elisabeth Kübler-Ross explica: “Muchos, muchísimos adultos padecen por no haber sanado sus heridas de la infancia. Los niños deben tener la posibilidad de expresar su dolor sin que los tilden de llorones o de gallinas, ni les digan eso tan ridículo de que los hombres no lloran”.

Tal planteamiento contrasta con la filosofía, dominante en algunos lugares, de no dejarse traicionar por los sentimientos.

La experiencia del administrador de una funeraria

Ilustran dicho contraste las declaraciones de Robert Gallagher, administrador de una funeraria de Nueva York entrevistado por ¡Despertad! Se le preguntó si notaba alguna diferencia entre la reacción ante el dolor de los nacidos en Estados Unidos y la de los inmigrantes procedentes de países latinos.

“Por supuesto que sí. Cuando me inicié en esta profesión, allá en los años cincuenta, había muchas familias italianas de primera generación en la zona. Eran muy emotivas. Ahora que tratamos con sus hijos y sus nietos en los funerales, vemos que se ha perdido mucho de aquel sentimiento. No exteriorizan tanto sus emociones.”

Los hebreos de tiempos bíblicos expresaban su pesar y sus emociones. Fíjese cómo describe la Biblia la reacción de Jacob cuando se le hizo creer que a su hijo José lo había devorado una feroz bestia salvaje: “Jacob desgarró su vestido, se echó un sayal a la cintura e hizo duelo por su hijo durante muchos días. Todos sus hijos e hijas acudieron a consolarle, pero él rehusaba consolarse y decía: ‘Voy a bajar en duelo al Seol, donde mi hijo’. Y su padre le lloraba” (Génesis 37:34, 35, Biblia de Jerusalén, 1998, cursivas nuestras). Vemos, pues, que a Jacob no le dio vergüenza llorar por el hijo perdido.

La reacción difiere según la cultura

Por supuesto, cada cultura es diferente. Por ejemplo, en numerosos sitios de Nigeria, a pesar de que las familias suelen tener muchos hijos y de que la muerte los visita con frecuencia debido a diversas enfermedades, “hay una abierta manifestación de dolor cuando muere un niño, sobre todo si se trata del primer hijo y aún más si es varón —declara un escritor con veinte años de experiencia en África—. La diferencia es que en Nigeria el lamento es intenso, pero breve. No dura meses ni años”.

En los países mediterráneos y latinoamericanos, la gente se ha criado en un ambiente donde se considera normal la expresión espontánea de los sentimientos, en donde el júbilo y la tristeza se dejan ver públicamente. El saludo no se limita a un simple apretón de manos, sino que incluye un afectuoso abrazo. Así mismo, por lo común, el pesar se expresa abiertamente con llantos y lamentos.

La escritora Katherine Fair Donnelly dice que el padre doliente “sufre no solo el impacto psicológico de la pérdida del hijo, sino también el temor a perder su identidad masculina si manifiesta su dolor en público”. Sin embargo, la autora afirma que “la pérdida de un hijo trasciende la barrera de las normas sobre comportamiento emocional. La sincera emoción visceral de limpiar el alma con lágrimas de pesar es semejante a abrir una herida para secar la infección”.

Así pues, vemos que en algunos lugares es más común exteriorizar la pena que en otros. Pero no debe tomarse como señal de debilidad acongojarse y llorar. Jesucristo mismo “cedió a las lágrimas” por la muerte de su amigo Lázaro, aunque sabía que pronto lo iba a resucitar (Juan 11:35).

[Comentario de la página 14]

A Jacob no le dio vergüenza llorar por el hijo perdido