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Los idiomas: puentes y barreras de la comunicación

Los idiomas: puentes y barreras de la comunicación

Los idiomas: puentes y barreras de la comunicación

De nuestro corresponsal en México

“Ninguna historia puede darnos una idea tan exacta de las vicisitudes de un pueblo, de su organización social, de las creencias y sentimientos, como el análisis de su lengua.”—MARTÍN ALONSO.

A LO largo de la historia, a los estudiosos les ha fascinado el lenguaje: sus orígenes, diversidad y dinamismo. De hecho, el testimonio de su fascinación se ha conservado, igual que la mayoría de los relatos históricos, gracias precisamente al lenguaje. Es indudable que ha sido el medio fundamental de comunicación del hombre.

En el momento actual, algunos lingüistas calculan que en el mundo se hablan tal vez más de seis mil idiomas, sin contar los dialectos locales. El más usado es con mucho el chino mandarín, que tiene más de ochocientos millones de hablantes. Los cuatro siguientes son el inglés, el español, el hindi y el bengalí, si bien no necesariamente en este orden.

¿Qué sucede cuando de repente entran en contacto diferentes culturas y, por supuesto, sus idiomas? Por otro lado, ¿cómo afecta a una lengua el aislamiento de los grupos que la hablan? Veamos cómo se construyen estos puentes —y barreras— de la comunicación.

Pidgins, criollos y lenguas francas

La colonización, el comercio entre distintos países e incluso el internamiento en campos de concentración han hecho que la gente se viera ante la necesidad de superar de alguna forma el problema que suponía para su comunicación no tener un idioma común. Con tal fin empezaron a usar una lengua reducida o simplificada, que formaban eliminando las dificultades gramaticales y usando menos palabras, limitadas a campos de interés común. De este modo se crearon los pidgins. Por reducidas que sean estas lenguas, constituyen un idioma con su propio sistema lingüístico. No obstante, si desaparece la necesidad que las genera, puede que mueran.

Cuando el pidgin se convierte en el idioma principal de una población, se le añaden términos nuevos y se reorganiza su gramática. Pasa a ser entonces una lengua criolla. A diferencia de los pidgins, los criollos expresan la cultura de un pueblo. Actualmente se hablan en el mundo decenas de pidgins y criollos, basados en el inglés, el francés, el portugués, el swahili y otros idiomas. Algunos se han convertido en lenguas importantes dentro de un país, como el tok pisin, de Papua Nueva Guinea, y el bislama, de Vanuatu.

Otros “puentes” que se tienden para promover la comunicación entre los pueblos son las lenguas francas. Se trata de lenguas de relación que hablan grupos cuyos idiomas maternos son distintos. Por ejemplo, en la República Centroafricana, los hablantes de diversos idiomas locales se comunican mediante el sango. Entre los diplomáticos, el inglés y el francés son idiomas usados como lenguas francas. Los pidgins son lenguas francas, como también pueden serlo los criollos.

En las diferentes regiones de un país pueden usarse variedades locales del idioma nacional, a las que se conoce por el nombre de dialectos. Cuanto más aislada esté la región, más fuertes pueden ser las diferencias. Algunos dialectos llegan con el tiempo a diferenciarse tanto del idioma original que acaban convirtiéndose en otra lengua. En algunos casos, a los lingüistas no les resulta fácil distinguir un idioma de un dialecto. Además, como los idiomas cambian constantemente, a veces los dialectos caen en desuso y desaparecen, y con ellos una parte de la historia de una comunidad.

El lenguaje es una dádiva divina (Éxodo 4:11). El fascinante proceso de cambio que experimentan las lenguas demuestra la flexibilidad de este regalo. De ellas también podemos aprender que ningún grupo de personas es superior a otro, pues no existen idiomas inferiores. Así como sucede con otras dádivas de Dios, todas las personas disponen por igual del lenguaje, sin importar su cultura o lugar de residencia. Desde el mismo principio, los idiomas de los pueblos han sido tan completos como hacía falta para cumplir su propósito. Todos merecen respeto, independientemente del número de hablantes.

Factores históricos y sociales

Los idiomas reflejan el carácter social del género humano. Así, cuando se produce un contacto entre dos culturas, un suceso corriente, sus idiomas conservan indicios de tal contacto durante generaciones.

Por ejemplo, la multitud de términos originarios del árabe que tiene el español, al que puede considerarse una versión modificada del latín, constituye un recuerdo de los ocho siglos de dominio musulmán sobre el territorio que hoy es España. También puede rastrearse la influencia del griego, el francés, el inglés y otros idiomas. Además, la variedad que se habla en América conserva rastros de los antiguos habitantes del continente. Posee, por ejemplo, muchas palabras del náhuatl, el idioma de los aztecas de Centroamérica.

Igual que la lengua materna relaciona a un individuo con una determinada nación y hasta con una región, su habla puede relacionarlo con un grupo de personas, ya sea profesional, laboral, cultural o deportivo, o incluso con organizaciones criminales. La lista prácticamente no tiene fin. A estas variedades especiales las denominan los lingüistas jerga, argot o, en ocasiones, incluso dialectos.

Ahora bien, cuando entre unas naciones o unos grupos étnicos o culturales existe animosidad, los idiomas dejan de servir de puente y se convierten en una barrera que contribuye a la división entre la gente.

El futuro de los idiomas

La comunicación es compleja. Por un lado, la tendencia moderna es derribar las barreras lingüísticas, principalmente debido a la influencia de los medios de comunicación. Según la Encyclopædia Britannica, 1 de cada 7 personas tiene el inglés como primer o segundo idioma, lo que lo convierte en la lengua franca más hablada en el mundo. Su uso ha permitido una comunicación más amplia y el intercambio de información útil.

Por otro lado, las barreras lingüísticas han propiciado la división, el odio y la guerra. The World Book Encyclopedia dice: “Si todo el mundo hablara el mismo idioma, [...] aumentaría la buena voluntad entre las naciones”. Por supuesto, esa buena voluntad exigiría un cambio mucho más profundo que el simple empleo de una lengua franca. Solo el sabio Creador del lenguaje puede hacer que todas las personas hablen un único idioma.

La Biblia, el principal medio de comunicación de Dios con los seres humanos, indica con claridad que él pronto eliminará el actual sistema de cosas malvado y lo sustituirá por su Reino, un gobierno que ejercerá su dominio desde el cielo (Daniel 2:44). Este gobierno unirá a toda la humanidad en un nuevo sistema de cosas justo y pacífico aquí en la Tierra (Mateo 6:9, 10; 2 Pedro 3:10-13).

Ya hay un lenguaje puro espiritual —la verdad sobre Jehová Dios y sus propósitos— que está uniendo a millones de personas de todos los idiomas y nacionalidades, y que pertenecían a todo tipo de religiones (Sofonías 3:9). Por tanto, parece lógico pensar que en su nuevo mundo Dios unirá aún más a la humanidad dando a todos los pueblos un idioma común, invirtiendo lo que hizo en Babel.

[Recuadro de la página 12]

El origen de los idiomas

El omnisapiente Creador, Jehová Dios, ha empleado el lenguaje en el ámbito angélico celestial (Job 1:6-12; 1 Corintios 13:1). Cuando creó a los seres humanos, los dotó con un vocabulario y la capacidad de ampliarlo. No hay prueba alguna de la existencia de lenguas primitivas que consistieran en gruñidos y rugidos. Al contrario, veamos lo que dice la Encyclopædia Britannica sobre el sumerio, el idioma escrito más antiguo que se conoce: “Los verbos sumerios, con sus [...] diversos prefijos, infijos y sufijos, son muy complicados”.

Hacia el siglo XX a.E.C., los seres humanos, en contra del mandato de Dios de diseminarse y ‘llenar la tierra’, trataron de obtener el control de toda la sociedad en las llanuras de Sinar (Mesopotamia) y emprendieron la construcción de un edificio religioso: la Torre de Babel. La diversidad lingüística que resultó de que Dios confundiera el idioma que la gente tenía en común frustró sus peligrosos y dañinos planes (Génesis 1:28; 11:1-9).

El relato bíblico no dice que todos los idiomas descendieron del original. En Sinar, Dios introdujo muchos vocabularios y patrones de pensamiento nuevos, lo que supuso la aparición de diversos idiomas. Por tanto, los intentos de rastrear una lengua de la que derivan todas las demás han sido inútiles.

[Ilustración de la página 12]

En Babel, Dios confundió el idioma de los seres humanos rebeldes