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De un violento volcán a una tranquila isla

De un violento volcán a una tranquila isla

De un violento volcán a una tranquila isla

AL GIRAR nuestro barco por última vez en dirección al puerto de la isla griega de Santorín, nos topamos con una imponente escena. Un muro enorme de amenazantes acantilados surge del mar y se eleva casi 300 metros. Encaramadas en los precipicios, se distinguen claramente numerosas casas blancas. La forma peculiar de la isla, la ausencia de las típicas playas insulares y los abruptos acantilados parecen indicar que aquí ha sucedido algo extraordinario. Y así es, pues Santorín es lo que quedó de un volcán —su mitad oriental— tras una erupción. De hecho, estamos surcando las aguas que inundaron el cráter.

Cómo se formó la isla

En la antigüedad, la isla de Santorín —hoy conocida también como Sandorini o Thira— se llamaba Strongyle, que significa “Redonda”. Y en efecto, tuvo forma circular hasta que, según los expertos, una poderosa erupción volcánica la transformó hace casi tres mil quinientos años. Según parece, una gran explosión creó una vasta caldera en el centro de la isla, dando lugar a una cuenca profunda que no tardó en ser invadida por el mar.

Algunos vulcanólogos creen que el estallido se pudo oír en Europa, Asia y África, y que derribó edificios en un radio de hasta 150 kilómetros. Sostienen que la asfixiante ceniza debió de impedir que pasara la luz del sol en toda la cuenca mediterránea durante varios días. En total, desaparecieron 80 kilómetros cuadrados de la isla, que, o bien se desintegraron en el aire, o bien se hundieron en el mar. Toda forma de vida se extinguió.

Con el tiempo, los pobladores continentales se asentaron en lo que quedó de Strongyle, y le dieron el nombre de Calliste, que significa “La más hermosa”. Pero, dado que residían sobre un volcán, llevaron una vida literalmente muy “agitada”. Entre 198 a.E.C. y 1950 E.C. se produjeron catorce erupciones. Más tarde, en 1956, un terremoto redujo a escombros muchas casas de la isla. “El suelo se estremecía y temblaba como gelatina —relata Kyra Eleni, una anciana que presenció aquella catástrofe—. Frente al patio de mi casa, que estaba situada sobre un acantilado, había un sendero de grava. De pronto, este se desprendió y cayó al mar. La casa se quedó prácticamente en el aire. Tuvimos que abandonarla y construirnos otra en un suelo más firme.”

La rápida reconstrucción de los pueblos derruidos la llevaron a cabo, principalmente, extranjeros. En la actualidad, la isla acoge todos los veranos a miles de visitantes. Además de Santorín, el archipiélago consta de otra isla más pequeña llamada Thirasia y de un islote deshabitado: Aspronisi.

En el medio de la caldera de Santorín hay asimismo dos islotes volcánicos: Nea Caimeni y Palaea Caimeni. Todavía se puede contemplar la actividad volcánica en estos recién formados islotes cuando alguna vez el “gigante durmiente” se despierta y escupe volutas de humo. La forma de Santorín siempre está cambiando, de modo que de vez en cuando hay que rectificar el mapa de la isla.

Vivir al filo del abismo

En el borde de la caldera de Santorín no hay cuestas, sino precipicios, que los isleños aprovechan para construir sus hogares de la forma más simple: cavan un túnel horizontal en el terreno, levantan un muro para tapar la entrada y se mudan. Así es, la mayoría de las casas que se encuentran en la caldera están labradas en la roca.

Delante de cada casa hay un patio o balcón con vistas a la caldera, el cual, a su vez, es el techo de la vivienda que se encuentra debajo. Desde estas terrazas puede disfrutarse de espectaculares atardeceres en los que un sol púrpura desaparece, lenta y majestuosamente, en el mar. Algunos patios también tienen una pequeña cocina, uno o dos gallineros y tiestos con hierbas aromáticas y flores.

Lo que caracteriza especialmente a las aldeas en conjunto es la total ausencia de trazados rectilíneos. Ni siquiera las excavaciones son simétricas. Esta abundancia de líneas y curvas caprichosas, que confluyen para crear las formas más insólitas, otorgan a las agrupaciones de casas un aspecto delicado, algo sorprendente en una isla tan escarpada e irregular.

Santorín es un lugar muy seco. Solo cuenta con el agua de lluvia que se canaliza hacia sus cisternas. Pero la capa superior del suelo es fértil. Por ello, en la escasa tierra del interior se da una gran variedad de cultivos.

Tanto para el turista como para el isleño, Santorín constituye un magnífico y excepcional ejemplo de la belleza que adorna nuestro planeta.

[Recuadro de la página 18]

SU RELACIÓN CON LA ATLÁNTIDA

El mito de la Atlántida, que relata la historia de la masa continental, isla o ciudad perdida, y que está presente en la literatura griega clásica y, posteriormente, en las tradiciones medievales transmitidas por los geógrafos árabes, pudo haberse originado en Egipto. Supuestamente la Atlántida desapareció en el mar a causa de los terremotos y las inundaciones. Algunos arqueólogos sugieren que el mito nació a raíz de la explosión volcánica de Santorín.

Las excavaciones que comenzaron en la isla en 1966 y 1967 revelaron que había una próspera ciudad real minoica enterrada bajo los derrubios volcánicos, conservada tal y como estaba cuando le sobrevino el desastre. Parece ser que los avisos previos a la erupción indujeron a los residentes a abandonar a tiempo la zona. Algunos investigadores creen que sus habitantes no pudieron aceptar la desaparición de aquella espléndida ciudad, y que por ello surgió la leyenda de una Atlántida aún viva y floreciente en el fondo del mar.

[Ilustración de la página 16]

Santorín

[Ilustración de la página 17]

Testigos de Jehová predicando en Santorín

[Ilustración de la página 18]

Vista del Egeo desde las terrazas de Santorín