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Por un vuelo más seguro

Por un vuelo más seguro

Por un vuelo más seguro

EL COMANDANTE acciona la palanca del acelerador, y el copiloto anuncia la autorización del controlador aéreo. Sentado detrás de ellos, en calidad de comentarista, siento que el corazón me late con fuerza al oír el rugido sordo de los reactores. La aceleración del Boeing 747 (el elefante volador, como le apodan algunos) me presiona contra el asiento. Acto seguido, efectuamos un despegue perfecto, dejando atrás la pista 34 del nuevo aeropuerto internacional de Tokio, que se empequeñece ante nuestra vista.

Peligro en el aire

Al poco rato, oímos un fuerte estallido, y el aparato empieza a sacudirse bruscamente y a cambiar de dirección. Un sonido estridente invade la cabina. Es la alarma. Varias luces de peligro, rojas y amarillas, iluminan el cuadro de mandos mientras el piloto trata de corregir el rumbo.

“¡El motor número tres está en llamas!”, grita el comandante al tiempo que presiona un botón para desconectar la alarma. “Turbina sin giro; presión de aceite, nula; nivel de líquido hidráulico, cero”, añade el copiloto. “Desacelerar número tres; número tres sin combustible; número tres inutilizado.” Después de dar las órdenes, un piloto las ejecuta y el otro las verifica. Ambos, con una coordinación de movimientos propia de una coreografía, procuran controlar la situación. Me sorprende ver cómo mantienen la calma, y aun así, actúan con decisión para dominar las circunstancias.

Luego, el copiloto se comunica por radio con el controlador aéreo y solicita permiso para efectuar un aterrizaje forzoso, además de pedir que los equipos de socorro estén preparados. Entonces manda a la tripulación que disponga la cabina para una toma de tierra de emergencia.

Mientras el personal de vuelo termina de verificar la lista de medidas de urgencia, intento enjugarme el sudor de la frente sin dejar de aferrarme al asiento. Cuando el avión toma tierra con suavidad, siento un gran alivio, así como vergüenza por haber tenido tanto miedo. Pero ¿saben?, nada de lo que les he contado es real. En lugar de sobrevolar Japón, estaba sentado en el interior de un moderno simulador (parecido al que se ilustra arriba) del Centro de Vuelo de United Airlines, en Denver (Colorado, E.U.A.). La tripulación solo estaba realizando prácticas. Para mí, ducho en videojuegos de simuladores de vuelo, fue una experiencia muy divertida.

Simulacros a fin de prevenir accidentes

Situaciones hipotéticas parecidas se repiten a diario cientos de veces en simuladores de este tipo. ¿Para qué? Para capacitar a los pilotos, y en beneficio de la seguridad de los pasajeros, entre quienes pudiera contarse el lector. Pero ¿por qué se imparte esa formación en simuladores y no en aviones reales? Existen muchas razones. Antes de analizarlas, repasemos brevemente la historia de la simulación de vuelo.

Durante las dos guerras mundiales se fundaron escuelas de aviación que utilizaban simuladores rudimentarios para satisfacer la necesidad acuciante de pilotos competentes. A finales de la década de los sesenta, esta técnica dio un gran salto adelante con la fabricación de aparatos de gran realismo, que incluso empezaron a reproducir pequeños detalles que afectan la capacidad de maniobra de la nave, como su comportamiento en función del peso y de la cantidad de combustible que lleve a bordo. Puesto que durante el desplazamiento se consume combustible, las características de la conducción cambian. Gracias a los adelantos electrónicos e informáticos se han logrado imitar estas y muchas otras condiciones de vuelo.

El objetivo es fabricar simuladores que reproduzcan las condiciones de vuelo real con la mayor exactitud posible. Para ello, las cabinas modernas van colocadas sobre plataformas hidráulicas que proporcionan seis clases de movimientos. El dispositivo está activado por grandes gatos hidráulicos capaces de someter momentáneamente a la tripulación a un abanico de efectos que va desde +1 a -1 g. *

Al igual que ocurre en un avión, el piloto nota las reacciones del aparato en el mismo momento en que efectúa algún cambio en los mandos. No solo es el oído interno, sino también el resto del organismo el que percibe la aceleración, la desaceleración, el balanceo, el cabeceo, el aterrizaje y la irregularidad del terreno, además de las condiciones meteorológicas.

Se ha progresado mucho en la utilización de sistemas visuales computarizados que proyectan imágenes verosímiles de aeropuertos y sus alrededores en las pantallas situadas en la parte frontal de la cabina. Estas imágenes alcanzan los 180 grados de circunferencia y un plano de inclinación de 40 grados. Los simuladores permiten a los pilotos “volar” con toda clase de climatología, ya sea nieve, lluvia, relámpagos, granizo o niebla, así como de día, al atardecer o de noche.

De visita a un simulador

El acceso al simulador que visité constaba de una pasarela de metal que cubría los seis metros de distancia entre la “tierra” y un gran fuselaje blanco sin ventanas, montado sobre una enorme plataforma móvil. El artefacto parece un vehículo lunar o una araña gigante.

En el interior, uno se siente como si acabara de entrar en la cabina de mando de un avión de verdad. La distribución de todos los cuadrantes, luces de aviso, indicadores, interruptores y palancas corresponde exactamente a la de una determinada nave. Terry Bansept, técnico de simuladores de vuelo y, en esa ocasión, mi guía, me comentó que muchos de estos paneles de control e instrumentos son en realidad piezas de aviones.

Terry me contó que se han perfeccionado los simuladores hasta el punto de ser réplicas exactas, tanto en tamaño como en funciones, de las cabinas de pilotaje de los diferentes modelos de aeronaves. Al ir aumentando su uso, la industria de la aviación se ha dado cuenta de que permiten impartir una capacitación de gran calidad. Además de aprender a volar, los pilotos también reciben preparación para efectuar maniobras de urgencia.

Si el simulador está homologado, los pilotos pueden incluso añadir a su historial el tiempo de vuelo, igual que si hubieran utilizado un avión real. En algunas circunstancias, los pilotos aprenden y se ejercitan casi por completo con un simulador.

¿Por qué se utilizan simuladores?

Los simuladores cumplen con varias funciones. Su empleo ahorra combustible y aceite. También reduce la congestión del tráfico aéreo, el ruido y la contaminación ambiental, además del precio de las prácticas y los gastos de explotación. Si se “estrella” un simulador, no cuesta nada, ni nadie sale herido.

“Tal vez los simuladores disminuyan la cantidad de accidentes durante la instrucción —dijo Terry—, pues posibilitan que los pilotos aprendan a dominar situaciones de riesgo, como el incendio de un motor, el fallo repentino del tren de aterrizaje, el reventón de una rueda, la pérdida completa del empuje, el mal tiempo, los cambios drásticos en la dirección y velocidad del viento, la presencia de hielo o la poca visibilidad.” También permiten realizar múltiples prácticas con el instrumental de vuelo, de modo que puedan resolverse los funcionamientos defectuosos y las averías que surjan sin poner en peligro ni vidas humanas ni los aviones.

Conversando sobre este tema, el veterano piloto J. D. Whitlatch comentó: “Los simuladores reproducen seis millones de combinaciones de posibles incidentes y condiciones. No hay manera de adiestrar a la tripulación en el manejo de tantas situaciones en un aparato real”.

En Estados Unidos, los pilotos de pruebas y los técnicos de la Administración Federal de Aviación inspeccionan los simuladores cuidadosamente y los homologan. Todos los días, antes de empezar la instrucción, un equipo técnico los repara, comprueba y los “hace volar” para garantizar que reproduzcan con fidelidad las características de un determinado avión. Si se efectúa alguna modificación en la aeronave, se han de hacer los mismos cambios en el simulador. Cada seis meses, los representantes de la mencionada administración los “hacen volar” para asegurarse de que sean exactos.

Se aprende de las tragedias

Los ingenieros programan los simuladores para que reproduzcan con exactitud las condiciones y los fallos que ocurrieron en accidentes de aviación concretos. Para ello se valen de la información que se graba en los registradores de vuelo y en los dispositivos que recogen la voz de la cabina encontrados en el lugar de los hechos. Los datos y la reconstrucción del vuelo se utilizan luego como medio para determinar la causa del accidente. Además, esta información es útil para enseñar a los nuevos pilotos a reaccionar ante problemas inesperados. También la utilizan los fabricantes de aviones y sus componentes a fin de decidir cómo proyectar y construir mejores aparatos y piezas.

Si las investigaciones revelan que un error de pilotaje provocó cierto accidente o estuvo a punto de causarlo, tal vez se incluyan prácticas destinadas a que los pilotos eviten errores como ese en el futuro. Lew Kosich, avezado piloto, dice: “Las situaciones que reproducimos no son imaginarias; ocurrieron de verdad”. En un intento de mejorar tanto la capacidad de reacción de los pilotos como los programas de formación y finalmente la prevención de accidentes, los expertos de la industria aeronáutica evalúan y recrean de continuo situaciones reales y estudian cómo actúan los pilotos ante ellas.

Ahora, bajo la supervisión de mi copiloto Terry, trato de “tomar tierra” con el “Boeing 747” y espero oír el tranquilizador chirrido de las ruedas cuando entren en contacto con la pista de aterrizaje del “aeropuerto Charles de Gaulle”. ¡Ay de mí!, una mala maniobra bloquea la pantalla del simulador. Acabo de estrellar “el elefante volador” contra la torre de control.

Podemos sentirnos muy tranquilos al saber que los pilotos que dirigen aviones de pasajeros son verdaderos expertos, gracias, en parte, a los simuladores. La próxima vez que vuele, puede estar seguro de que tanto usted como los demás pasajeros están en buenas manos.—Colaboración.

[Nota]

^ párr. 11 A la hora de cuantificar la fuerza de aceleración que actúa sobre los ocupantes de un vehículo, se emplea la unidad de medida g. La gravedad terrestre produce una aceleración estándar de 1 g. Cuando un piloto trata de salir de una caída en picado, experimenta una fuerza superior que lo empuja contra el asiento. Si esta fuerza dobla la de la gravedad, se la califica con 2 g.

[Ilustraciones de la página 26]

Simulación de despegue desde San Francisco y de vuelo sobre la ciudad de Nueva York

[Ilustración de la página 26]

Simulador de vuelo, en Denver (Colorado)