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Abrigo una esperanza que me sostiene

Abrigo una esperanza que me sostiene

Abrigo una esperanza que me sostiene

Relatado por Tatjana Vileyska

La felicidad de nuestra familia quedó truncada cuando mataron a golpes a mi madre en nuestro apartamento. Mi padre se suicidó cuatro meses más tarde. Después de aquello, perdí el deseo de vivir. ¿Cómo es que sigo viva y puedo relatar esta historia? Permítame explicarle.

DÓNETZK es una ciudad de hornos de fundición y minas de carbón ubicada en el este de Ucrania. Su población, de habla rusa, supera el millón de habitantes, y se les conoce por ser gente amigable y muy trabajadora. Algunos de ellos creen en la astrología o el espiritismo. Muchos se valen del horóscopo para tratar de averiguar el futuro, y otros acuden a hechiceros, o kolduns, como se les llama en ruso. También hay personas que tratan de comunicarse con los muertos esperando encontrar alivio de la enfermedad, aunque otras lo hacen solo por diversión.

Mi padre era zapatero. Aunque se declaraba ateo, pensaba que alguien nos había puesto sobre la Tierra. Solía decir que “únicamente somos huéspedes en este planeta”. Por otro lado, mi madre siempre asistía a la iglesia para la Pascua porque, según ella, “si hay un Dios, si existe, entonces debemos ir”. Yo nací en mayo de 1963. Lubov, mi hermana mayor, y Alexandr, mi hermano menor, completaban nuestra feliz familia.

“La magia blanca es buena”

Pjotr, * un pariente lejano, tuvo un accidente mientras trabajaba en una mina de carbón, y sufrió lesiones en la cabeza que requerían tratamiento en una clínica especializada. Preocupado por su salud, consultó a un koldun, quien lo puso en comunicación con el mundo de los espíritus. Aunque su esposa y mis padres le dijeron que la hechicería era una tontería, él se creía mejor informado. “Lo que yo practico es magia blanca —afirmaba—. La magia negra es perversa, mientras que la magia blanca es buena.”

Pjotr alegaba tener poderes que le permitían predecir el futuro y proteger a la gente del mal. Con todo, su esposa lo abandonó. De modo que solía visitarnos y se quedaba con nosotros, a veces durante semanas seguidas. Su influencia en la familia era espantosa. Mis padres empezaron a tener fuertes riñas por cualquier motivo. Finalmente se separaron y acabaron divorciándose. Mis hermanos y yo nos mudamos con mamá a otro apartamento, y Pjotr —por ser su pariente carnal— se fue a vivir con nosotros.

Lubov se casó y emigró a Uganda (África) con su esposo. En octubre de 1984, Alexandr se fue de vacaciones y yo pasé una semana en la ciudad de Gorlovka. Al momento de partir, mamá y yo nos dijimos un simple adiós. ¡Cómo quisiera haberle dicho más cosas, o incluso haberme quedado en casa! Nunca volví a verla viva.

“Tu querida madre está muerta”

Cuando regresé de Gorlovka, el apartamento estaba cerrado con llave, y de la puerta colgaba un aviso de la policía que prohibía la entrada. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Acudí a la casa de al lado, pero Olga, nuestra vecina, estaba tan alterada que no podía hablar. Su esposo, Vladimir, me dijo con cariño: “Tanja, ha ocurrido algo terrible. Tu querida madre está muerta. Pjotr la mató. Después vino a nuestro apartamento, telefoneó a la policía y se entregó”.

La policía confirmó la terrible noticia y me entregó las llaves de la vivienda. Sentí un odio tremendo hacia Pjotr. Encolerizada, agarré la mayoría de sus pertenencias —entre ellas sus libros de magia—, las eché en una manta, las llevé a un campo cercano y allí las quemé.

Cuando Alexandr se enteró de la noticia, comenzó a abrigar el mismo odio que yo sentía hacia Pjotr. Entonces, lo llamaron al ejército, y se marchó. Papá se mudó conmigo al apartamento, y un día Lubov regresó de Uganda y se quedó con nosotros por un tiempo. A veces teníamos razones para creer que nos hostigaban fuerzas espirituales malignas. Además, mi padre tenía horribles pesadillas. Se culpaba por la muerte de mi madre. “Si me hubiera quedado a su lado —solía decir—, aún estaría viva.” Al poco tiempo, papá estaba hundido en la depresión y, menos de cuatro meses después de perder a mamá, se suicidó.

Después de su funeral, Alexandr regresó al ejército, y Lubov, a Uganda. Intenté rehacer mi vida estudiando en el Instituto de Ingeniería Civil de Makejevka, ubicado a solo treinta minutos de mi hogar. Decoré el apartamento y le hice ciertas mejoras con la esperanza de borrar algunos de mis recuerdos. Pero seguía habiendo razones para sospechar que los demonios me acosaban.

“Oh, Dios, si en verdad existes”

Alexandr terminó el servicio militar y regresó a casa. Pero comenzamos a tener discusiones. Después se casó, y yo me fui a vivir por varios meses a Rostov, ciudad rusa ubicada en la costa del mar de Azov, como a 170 kilómetros de casa. Finalmente tomé la decisión de deshacerme por completo de todo lo que hubiera pertenecido a Pjotr.

Con el tiempo me deprimí tanto que también planeé suicidarme. Pero las palabras de mamá seguían resonando en mis oídos: “Si hay un Dios, si existe”. Una noche hice una oración por primera vez en mi vida. “Oh, Dios —rogué—, si en verdad existes, indícame por favor qué sentido tiene la vida.” Un par de días más tarde me llegó una carta de Lubov en la que me invitaba a visitarla en Uganda; así que pospuse los planes para quitarme la vida.

Sorpresas en Uganda

Es difícil que haya otro lugar tan diferente de Ucrania como lo es Uganda. Aterricé en Entebbe en marzo de 1989. Cuando bajé del avión, me pareció que estaba en un horno: nunca había sentido tanto calor; y no sorprende, pues era la primera vez que viajaba fuera de la Unión Soviética. La gente hablaba inglés, un idioma que yo no entendía.

Tomé un taxi para hacer el viaje de cuarenta y cinco minutos a Kampala. El paisaje era tan diferente de aquel al que estaba acostumbrada, que casi me sentía en otro planeta. Pero mi sonriente taxista era la amabilidad en persona, y finalmente encontró la casa de Lubov y su esposo, Joseph. ¡Qué alivio!

Lubov estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová. Yo nunca había oído hablar de ellos, pero mi hermana estaba más que dispuesta a informarme. Me seguía por toda la casa contándome cuanto había aprendido, desde Génesis hasta Revelación (Apocalipsis). Créame, era difícil soportarla.

Un día, los Testigos que estudiaban con Lubov vinieron a visitarla; ella se llamaba Marianne. No trató de predicarme de inmediato, y de todos modos yo no entendía mucho inglés en aquel entonces. Aun así, su mirada tierna y amigable me decía que era una persona sincera, feliz. Me mostró una ilustración del Paraíso que aparecía en el folleto “¡Mira! Estoy haciendo nuevas todas las cosas”. “Fíjate en esta mujer —me dijo—. Esa eres tú, y esta otra soy yo. Estamos juntas en el Paraíso con todas estas personas. ¿No es maravilloso?”

Parecía que otros Testigos de Kampala se turnaban para visitar a Lubov y Joseph. Eran tan afectuosos, que sospeché que estaban tratando de causarme una buena impresión. Unas semanas después asistí a mi primera reunión: la Conmemoración de la Cena del Señor (Lucas 22:19). Aunque no entendí lo que se dijo, la amabilidad de esas personas nuevamente me impresionó.

‘Léela de principio a fin’

Marianne me dio una Biblia en ruso, la primera que tenía en mi vida. “Lee la Biblia de principio a fin —me rogó—. Aunque no lo entiendas todo, léela.”

Me conmovió profundamente el regalo de Marianne, y decidí seguir su recomendación. “Después de todo —pensé—, ¿de qué sirve tener una Biblia si no me tomo la molestia de leerla?”

Cuando regresé a Ucrania, me llevé la Biblia. Durante los siguientes meses trabajé en Moscú (Rusia), y en mi tiempo libre comencé a leer las Escrituras desde el principio. Para cuando volví a Uganda, nueve meses más tarde, iba por la mitad. De vuelta en Kampala, Marianne me mostró con la Biblia una maravillosa esperanza para el futuro. ¡Un Paraíso! ¡La resurrección! ¡Ver a papá y a mamá de nuevo! Comprendí que lo que estaba aprendiendo era la respuesta a la oración que había hecho allá en Dónetzk (Hechos 24:15; Revelación 21:3-5).

Al estudiar el tema de los espíritus malignos, escuché con el aliento entrecortado. La Biblia me confirmó lo que había sospechado por tanto tiempo: no existe eso de magia blanca o inofensiva, toda ella está repleta de peligros. No necesitaba más pruebas que lo que le había ocurrido a nuestra propia familia. Cuando quemé las pertenencias de Pjotr, sin saberlo hice lo correcto. Los primeros cristianos también quemaron sus artículos relacionados con la magia cuando comenzaron a servir a Jehová (Deuteronomio 18:9-12; Hechos 19:19).

Cuanto más entendía la Biblia, más segura estaba de que había encontrado la verdad. Dejé de fumar, y en diciembre de 1990 me bauticé en símbolo de mi dedicación a Jehová. Lubov se bautizó solo tres meses antes que yo, y Joseph, en 1993.

Regreso a Dónetzk

En 1991 regresé a Dónetzk. Aquel mismo año los testigos de Jehová de Ucrania recibimos reconocimiento legal, lo cual significaba que teníamos libertad para reunirnos y que podíamos predicar abiertamente. Iniciábamos conversaciones en la calle con todo el que tuviera un poco de tiempo disponible. Pronto descubrimos que hasta en un país donde una gran cantidad de gente decía ser atea, muchos tenían curiosidad por saber del Reino de Dios.

A principios de la década de 1990 escaseaban las publicaciones bíblicas, así que organizamos una biblioteca de préstamo en las calles de Dónetzk. Colocábamos un puesto en la plaza principal de la ciudad para exhibir nuestros libros y folletos. Al poco tiempo se acercaban personas amigables e inquisitivas a hacer preguntas. Si alguien quería alguna publicación, la tomaba prestada, y le ofrecíamos un estudio bíblico.

En 1992 me hice precursora, o ministra de tiempo completo de los testigos de Jehová, y en septiembre de 1993 se me invitó a unirme a un equipo de traductores que trabajaba en la sucursal de la Sociedad Watch Tower de Selters (Alemania). En septiembre de 1998 se nos transfirió a Polonia, mientras esperábamos a que se finalizara la construcción de nuestra nueva sucursal, en Lviv (Ucrania).

El crecimiento del pueblo de Jehová en Ucrania ha sido asombroso. Dónetzk tenía una congregación de 110 publicadores en 1991, pero ahora tiene veinticuatro congregaciones y más de tres mil Testigos. En 1997 visité la ciudad, pero esta ocasión no solo me trajo encuentros agradables, sino también un episodio angustioso.

“Pjotr te busca”

Durante mi estancia en Dónetzk, Juliya, una Testigo que conoció a mi familia, me dijo algo que me asustó: “Pjotr te busca. Quiere hablar contigo”.

Esa noche, en casa, me puse a llorar y le oré a Jehová. ¿Para qué me quería Pjotr? Yo sabía que había estado detenido varios años por su crimen. Lo aborrecía por lo que había hecho, y pensaba que él no merecía aprender del nuevo mundo de Jehová. Oré sobre ese asunto por varios días, y entonces reconocí que no me tocaba a mí decidir quién era merecedor de recibir vida eterna. Recordé la promesa de Jesucristo al malhechor que colgaba de un madero a su lado: le dijo que estaría con él en el Paraíso (Lucas 23:42, 43).

Con esas ideas presentes, me resolví a ver a Pjotr y darle testimonio acerca del Reino mesiánico y del nuevo sistema de cosas de Dios. Acompañada de dos hermanos cristianos, me dirigí a la dirección que Juliya me había dado. Allí nos encontramos, por primera vez desde la muerte de mi madre, Pjotr y yo frente a frente.

El ambiente era tenso. Le expliqué que me había hecho testigo de Jehová y que la Biblia me había ayudado a comprender por qué en este sistema todos tenemos que pasar por problemas, a veces incluso tragedias personales. También le dije lo terrible que había sido para nosotros perder a nuestra madre y luego a nuestro padre.

Pjotr me explicó que una voz le había ordenado matar a mi madre, y pasó a describir en detalle lo que había ocurrido aquel día. Mientras escuchaba su horrible relato, mi indignación se mezcló con un sentimiento de lástima, pues lo notaba nervioso, como un animal perseguido. Cuando terminó de hablar, intenté mostrarle algunas de las maravillosas promesas de la Biblia. Él afirmaba creer en Jesús, así que le pregunté:

—¿Tienes Biblia?

—Todavía no, pero ya la pedí —me contestó.

—Tal vez estés enterado de que la Biblia dice que el nombre personal del Dios verdadero es Jehová. —Salmo 83:18.

Al escuchar ese nombre, Pjotr se perturbó. “No me menciones ese nombre —me dijo—. No puedo soportar ese nombre.” Nuestros intentos por comunicarle las maravillosas promesas de Dios no llegaron absolutamente a nada.

Cuando salimos, yo tenía una cosa clara: si no hubiera conocido a Jehová, habría sido asesinada igual que mi madre; me habría suicidado, como mi padre; o habría sido manipulada para hacer cosas horribles, como Pjotr. ¡Qué profundo agradecimiento siento por haber conocido al Dios verdadero, Jehová!

Miro hacia el futuro, no al pasado

Estas angustiosas experiencias dejaron su huella en mis sentimientos; aún hoy, los recuerdos a veces me provocan dolor y angustia. Pero las heridas empezaron a sanar en el momento en que conocí a Jehová y sus propósitos. La verdad bíblica me ha enseñado a centrarme, no en el pasado, sino en el futuro. ¡Y qué futuro tiene Jehová reservado para sus siervos!

Entre las cosas que nos esperan está la resurrección de los muertos en una Tierra paradisíaca. ¡Qué alegría sentiré cuando reciba a mis padres vivos de nuevo! Papá, de hecho, tenía razón cuando decía: “Únicamente somos huéspedes en este planeta”. Y la inclinación de mamá a creer que Dios realmente existe era sin duda acertada. Mi más profundo anhelo es poder enseñar a mis padres las verdades de la Biblia cuando resuciten en el nuevo sistema de cosas de Dios.

[Nota]

^ párr. 7 Se ha cambiado el nombre.

[Comentario de la página 24]

Por primera vez desde la muerte de mamá, nos encontrábamos su asesino y yo frente a frente

[Ilustración de la página 23]

Me abrazan Marianne y Heinz Wertholz, los misioneros que estudiaron conmigo en Uganda

[Ilustración de la página 23]

Mi bautismo, en Kampala

[Ilustración de la página 24]

Formo parte del equipo de traductores al ucraniano de Polonia