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Su matrimonio puede salvarse

Su matrimonio puede salvarse

Su matrimonio puede salvarse

La Biblia contiene muchos consejos prácticos que pueden beneficiar tanto a los esposos como a las esposas, lo cual no ha de sorprendernos, pues Quien inspiró la Biblia también es el Fundador del matrimonio.

LA BIBLIA habla del matrimonio de forma realista. Reconoce que los cónyuges tendrán “tribulación” o que sufrirán “aflicciones y trabajos”, según se traduce en la versión de Torres Amat (1 Corintios 7:28). Sin embargo, las Escrituras también señalan que la unión marital puede y debe producir dicha e incluso éxtasis (Proverbios 5:18, 19). Estas dos afirmaciones no son contradictorias. Simplemente muestran que, a pesar de los graves problemas que quizá surjan, una pareja puede mantener una relación íntima y afectuosa.

¿Carece su matrimonio de estos rasgos? ¿Han eclipsado el dolor y la desilusión la intimidad y el gozo que un día caracterizaron su relación? Aunque el amor que los unía haya desaparecido hace muchos años, es posible recuperarlo. Por supuesto, debemos ser realistas. No hay ningún matrimonio perfecto, pues todos somos imperfectos. No obstante, existen medidas que contribuirán a cambiar de forma radical las tendencias negativas.

Mientras lee la información que se presenta seguidamente, intente determinar qué puntos son aplicables en especial a su matrimonio. En vez de centrarse en los defectos de su pareja, seleccione algunas sugerencias que usted puede poner en práctica y aplique el consejo bíblico. Posiblemente se dé cuenta de que la situación de su matrimonio no es tan desesperada como pensaba.

Analicemos primero la cuestión de la actitud, puesto que su sentido del compromiso y lo que siente por su cónyuge son de máxima importancia.

El sentido del compromiso

Si va a esforzarse por salvar su matrimonio, debe considerarlo una unión duradera. Al fin y al cabo, Dios fundó dicho enlace para que fuera indisoluble (Génesis 2:24; Mateo 19:4, 5). Por lo tanto, la relación matrimonial no es como un trabajo al que se puede renunciar ni como un apartamento que se puede dejar con solo romper el contrato de alquiler y mudarse. Más bien, cuando una persona se casa, promete solemnemente no separarse de su cónyuge, pase lo que pase. Tal profundo sentido del compromiso concuerda con lo que Jesucristo dijo hace casi dos mil años: “Lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Mateo 19:6).

Alguien pudiera decir: “Bueno, todavía estamos juntos, ¿no demuestra eso que tenemos sentido del compromiso?”. Quizás. Sin embargo, como se indicó al comienzo de esta serie, algunas parejas que permanecen juntas están estancadas, atrapadas en un matrimonio sin amor. Su relación no tiene que ser únicamente tolerable, ha de ser placentera. El compromiso debe reflejar lealtad, no solo a la institución del matrimonio, sino también a la persona a la que se ha prometido amar y cuidar (Efesios 5:33).

Lo que le dice a su cónyuge pudiera revelar la profundidad de su sentido del compromiso. Por ejemplo, durante una discusión acalorada, algunas parejas hacen comentarios imprudentes como estos: “¡Te dejo!” o “¡Voy a buscarme alguien que me aprecie!”. Aunque esas palabras no se digan en serio, socavan el sentido del compromiso porque dan a entender que la puerta está siempre abierta y que quien lo dice está listo para salir por ella.

Para que vuelva a haber amor en su matrimonio, borre las amenazas de sus conversaciones. Después de todo, ¿decoraría un apartamento si supiera que en cualquier momento se va a mudar? ¿Por qué esperar entonces que su cónyuge se esfuerce por salvar un matrimonio que pudiera no ser duradero? Tome la determinación de intentar por todos los medios solucionar sus problemas.

Tras una turbulenta crisis matrimonial, una mujer afrontó la situación del siguiente modo: “A pesar de lo mucho que a veces me desagradaba mi marido, jamás pensé en dejarle —relata—. De alguna forma íbamos a encontrar una solución para lo que fuera que marchase mal. Y ahora, después de dos años muy difíciles, puedo afirmar con sinceridad que de nuevo somos felices juntos”.

En efecto, el compromiso implica trabajar en equipo: no simplemente convivir, sino luchar por alcanzar un objetivo común. Sin embargo, es posible que en este momento piense que lo único que mantiene unido su matrimonio sea el sentido del deber. Si así es, no se desespere. Tal vez pueda recuperar el amor perdido. ¿Cómo?

Honre a su cónyuge

La Biblia dice: “Que el matrimonio sea honorable entre todos” (Hebreos 13:4; Romanos 12:10). Las formas de la palabra griega que aquí se traduce por “honorable” se vierten como “preciado”, “estimado” y “precioso” en el resto de las Escrituras. Cuando valoramos algo profundamente, lo cuidamos con muchísimo esmero. Quizás haya observado esa actitud en el hombre que acaba de comprarse un automóvil caro: mantiene su preciado vehículo reluciente y en perfecto estado, y hasta un pequeño rasguño supone para él una gran catástrofe. Otras personas se preocupan de forma similar por su salud. ¿Por qué? Porque valoran su bienestar y desean protegerlo.

Cuide y proteja su matrimonio de la misma manera. La Biblia indica que el amor ‘espera todas las cosas’ (1 Corintios 13:7). En vez de pensar de forma derrotista y tal vez descartar la posibilidad de una mejoría diciéndose: “Nunca estuvimos realmente enamorados”, “Nos casamos demasiado jóvenes” o “No sabíamos lo que estábamos haciendo”, ¿por qué no es optimista e intenta mejorar la situación, esperando con paciencia a que su esfuerzo dé resultado? “He oído a muchos de mis clientes decir: ‘Ya no puedo aguantarlo más’ —observa una consejera matrimonial—. En vez de analizar su relación para averiguar en qué aspectos deben mejorar, se apresuran a tirarlo todo por la borda, incluidos los valores que tienen en común, las vivencias que han ido acumulando a lo largo de los años y la posibilidad de disfrutar de un futuro juntos.”

¿Qué vivencias le unen a su cónyuge? Prescindiendo de los problemas que haya habido entre ambos, seguramente puede recordar momentos agradables, logros y desafíos que han afrontado unidos como equipo. Reflexione en esas ocasiones, y demuestre que respeta su matrimonio y a su pareja esforzándose con sinceridad por mejorar la relación. Los cristianos deben procurar que su matrimonio dé honra a Jehová Dios. La Biblia indica que Él desea que los cónyuges se traten bien el uno al otro. Por ejemplo, en tiempos del profeta Malaquías, Jehová censuró a los israelitas que traicionaban a sus esposas divorciándose de ellas por nimiedades (Malaquías 2:13-16).

¿Constituyen un grave problema las discrepancias?

Una de las principales características de los matrimonios sin amor parece ser la incapacidad de la pareja para resolver sus desacuerdos. Dado que no hay dos personas exactamente iguales, todos los matrimonios discrepan en algo de vez en cuando. Pero en el caso de aquellos que están constantemente enfrentados, el amor pudiera haberse ido enfriando con el paso de los años. Tal vez hasta lleguen a la conclusión de que son totalmente incompatibles, puesto que siempre están discutiendo.

Ahora bien, el mero hecho de que surjan discrepancias no significa que el matrimonio esté sentenciado al fracaso. La cuestión es cómo se tratan las diferencias. Las parejas felices han aprendido a dialogar sobre sus problemas sin convertirse, según palabras de cierto doctor, en “enemigos íntimos”.

“El poder de la lengua”

¿Saben hablar de sus problemas usted y su cónyuge? Ambos deben estar dispuestos a hacerlo. La verdad es que no es fácil. ¿Por qué? En primer lugar, porque todos ‘tropezamos en palabra’ alguna que otra vez debido a que somos imperfectos (Santiago 3:2). Además, algunos cónyuges se han criado en hogares en los que sus progenitores solían dar rienda suelta a la ira. En cierto modo, se les enseñó a creer desde temprana edad que los cambios bruscos de humor y los insultos son normales. Un hombre que haya crecido en ese ambiente quizás sea “dado a la cólera” o “dispuesto a la furia”, y una mujer tal vez sea “deslenguada e iracunda” (Proverbios 29:22; Proverbios 21:19, Jüneman). Posiblemente resulte difícil cambiar un modo de pensar y de relacionarse tan arraigado. *

Por lo tanto, para abordar las discrepancias, es necesario aprender nuevas formas de expresarse. Saber comunicarse no es un asunto de poca importancia, pues un proverbio de la Biblia afirma: “Muerte y vida están en el poder de la lengua” (Proverbios 18:21). Así es, por insignificante que parezca: la forma de hablarle al cónyuge tiene la capacidad tanto de destruir como de reavivar la relación. “Existe el que habla irreflexivamente como con las estocadas de una espada —dice otro proverbio bíblico—, pero la lengua de los sabios es una curación.” (Proverbios 12:18.)

Aunque parezca que su cónyuge es el que más ofende al hablar, piense en lo que usted dice durante una disputa. ¿Hieren sus palabras, o curan? ¿Incitan a la cólera, o la aplacan? “La palabra que causa dolor hace subir la cólera”, señala la Biblia. En cambio, “la respuesta, cuando es apacible, aparta la furia” (Proverbios 15:1). Las expresiones hirientes, aunque se digan con calma, empeorarán la situación.

Por supuesto, si algo le perturba, tiene derecho a expresarse (Génesis 21:9-12). Pero hágalo sin recurrir al sarcasmo, los insultos y las humillaciones. Póngase límites definidos, como el de no decir nunca a su pareja frases como “Te odio” u “Ojalá no me hubiera casado contigo”. También es prudente que evitemos envolvernos en lo que el apóstol cristiano Pablo denominó “debates acerca de palabras” y “disputas violentas acerca de insignificancias”, aunque en ese pasaje no estaba hablando específicamente del matrimonio (1 Timoteo 6:4, 5). * Si su cónyuge emplea estos métodos, no tiene que reaccionar de la misma manera. En lo que dependa de usted, busque la paz (Romanos 12:17, 18; Filipenses 2:14).

Hay que reconocer que, cuando los ánimos se caldean, es difícil controlar lo que se dice. “La lengua es un fuego”, advierte el escritor bíblico Santiago, y agrega: “Nadie de la humanidad puede domarla. Cosa ingobernable y perjudicial, está llena de veneno mortífero” (Santiago 3:6, 8). Entonces, ¿qué hacer cuando empieza a subir el tono de la conversación? ¿Cómo le hablará a su pareja para no añadir más leña al fuego, sino resolver las discrepancias?

Cómo sofocar las discusiones acaloradas

Algunas personas han comprobado que es más fácil aplacar la ira y abordar el asunto que desean tratar si se centran en sus propios sentimientos y no en el comportamiento de su pareja. Por ejemplo, un comentario como “Me siento dolido por lo que dijiste” produce mejores resultados que “Me has herido” o “Parece mentira que me digas eso”. Por supuesto, cuando exprese sus sentimientos, el tono de la voz no debe ser amargo ni despectivo. La meta debe ser resaltar el problema en vez de atacar al cónyuge (Génesis 27:46–28:1).

Además, recuerde siempre que hay “tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7). Cuando dos personas hablan a la vez, ninguna de las dos presta atención a lo que la otra dice y, por consiguiente, no se logra nada. Así pues, cuando le toque el turno de escuchar, sea “presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar” y, no menos importante, “lento en cuanto a ira” (Santiago 1:19). No se tome al pie de la letra cada palabra áspera que su cónyuge le dirija. Acate el consejo bíblico: “No te des prisa en tu espíritu a sentirte ofendido” (Eclesiastés 7:9). Trate de descubrir los sentimientos que lo motivaron a expresarse de ese modo. “La perspicacia del hombre ciertamente retarda su cólera —dice la Biblia—, y es hermosura de su parte pasar por alto la transgresión.” (Proverbios 19:11.) La perspicacia ayuda tanto al esposo como a la esposa a profundizar en las razones por las que se produce el desacuerdo.

Por ejemplo, cuando una mujer se queja de que su marido no pasa tiempo con ella, lo más seguro es que no se trate solo de una cuestión de horas y minutos. Posiblemente el problema sea que se siente abandonada o poco valorada. Así mismo, cuando un hombre protesta porque su mujer ha hecho una compra impulsiva, es probable que no lo haga solo por el dinero, sino porque no ha contado con él para tomar la decisión. Los cónyuges que tienen perspicacia tratarán de profundizar en el asunto y llegar a la raíz del problema (Proverbios 16:23).

Desde luego, es más fácil decirlo que hacerlo. A veces, a pesar de poner todo el empeño, se hacen comentarios hirientes y se caldean los ánimos. Cuando se dé cuenta de que eso empieza a suceder, tal vez tenga que seguir el consejo de Proverbios 17:14: “Antes que haya estallado la riña, retírate”. No hay nada malo en posponer la conversación hasta que se hayan calmado. Si les resulta difícil hablar sin que la situación se les escape de las manos, quizás sea aconsejable que un amigo maduro se siente con ustedes y los ayude a resolver sus diferencias. *

Sea realista

No se desanime si su matrimonio no es como se imaginó durante el noviazgo. Un grupo de expertos señala: “En la mayoría de los casos, el matrimonio no es sinónimo de dicha sin fin. Hay momentos maravillosos y otros muy difíciles”.

Es cierto que tal vez la unión marital no sea un idilio de cuento de hadas, pero tampoco tiene que ser una tragedia. Aunque en algunas ocasiones usted y su cónyuge no tengan más remedio que soportarse el uno al otro, habrá momentos en que puedan olvidar sus diferencias y disfrutar sin más de la compañía mutua divirtiéndose y hablando como amigos (Efesios 4:2; Colosenses 3:13). Estas son las ocasiones propicias para recuperar el amor perdido.

Recuerde: es imposible que dos personas imperfectas tengan un matrimonio perfecto, pero no que alcancen cierto grado de felicidad. De hecho, a pesar de las dificultades, la relación entre usted y su cónyuge puede depararles muchas satisfacciones. Una cosa es cierta: si ambos se esfuerzan y están dispuestos a ceder y a buscar el bien del otro, hay buenas razones para creer que su matrimonio puede salvarse (1 Corintios 10:24).

[Notas]

^ párr. 22 La influencia de los padres no justifica el que un cónyuge agreda verbalmente al otro. Sin embargo, ayuda a entender por qué dicha tendencia quizás esté profundamente arraigada y resulte difícil vencerla.

^ párr. 25 La palabra griega que se traduce por “disputas violentas acerca de insignificancias” puede verterse también “irritaciones mutuas”.

^ párr. 31 Los testigos de Jehová tienen la posibilidad de recurrir a los ancianos de congregación. Aunque estos no deben inmiscuirse en la vida privada de los matrimonios, la ayuda que prestan a las parejas que tienen dificultades es muy reconfortante (Santiago 5:14, 15).

[Comentario de la página 12]

¿Hieren sus palabras, o curan?

[Ilustraciones y recuadro de la página 10]

Lance la pelota suavemente

La Biblia recomienda: “Que su habla siempre sea con gracia, sazonada con sal, para que sepan cómo deben dar una respuesta a cada uno” (Colosenses 4:6). Este consejo atañe, sin duda, al matrimonio. Ilustrémoslo: cuando jugamos a pasar la pelota, la tiramos de forma que la otra persona pueda atraparla con facilidad. No la arrojamos con tanta fuerza que le hagamos daño. Aplique el mismo principio cuando hable con su cónyuge. Lanzándole comentarios cortantes solo logrará herirlo. En vez de eso, háblele con amabilidad, con gracia, para que capte bien lo que le quiere decir.

[Ilustración y recuadro de la página 11]

Recuerde los viejos tiempos

Lea las cartas y tarjetas que se escribieron. Mire fotografías. Pregúntese: “¿Qué me atrajo de mi cónyuge? ¿Qué cualidades suyas admiraba más? ¿Qué actividades realizábamos juntos? ¿Qué nos hacía reír?”. Después hable con su pareja de esos recuerdos. Una conversación que comience con las palabras “¿Recuerdas cuando...?” puede ayudarles a usted y a su cónyuge a reavivar los sentimientos que una vez los unieron.

[Recuadro de la página 12]

Un nuevo cónyuge, pero los mismos problemas

Algunas personas que se sienten atrapadas en un matrimonio sin amor se ven tentadas a empezar de cero junto a un nuevo cónyuge. Ahora bien, las Escrituras condenan el adulterio diciendo que quien comete dicho pecado es “falto de corazón”, o “un insensato”, según la Biblia de Jerusalén (1998), y “está arruinando su propia alma” (Proverbios 6:32). Por si fuera poco, el adúltero que no se arrepiente pierde el favor de Dios, que es lo peor que pudiera sucederle (Hebreos 13:4).

La total insensatez del adulterio también se manifiesta de otras formas. Por ejemplo, el adúltero que se vuelve a casar posiblemente afronte los mismos problemas que en su primer matrimonio. La doctora Diane Medved habla de otro aspecto que ha de tenerse en cuenta: “Lo primero que aprendió de usted su nuevo cónyuge fue que está dispuesto a ser infiel. Él o ella sabe que es capaz de engañar a quien ha prometido honrar, que se le dan bien las excusas, que puede olvidar su compromiso, que se deja llevar por el placer sensorial o el deseo de satisfacer el ego. [...] ¿Cómo puede estar seguro su segundo cónyuge de que no le hará lo mismo que al primero?”.

[Recuadro de la página 14]

La sabiduría de los proverbios bíblicos

Proverbios 10:19: “En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrenados sus labios está actuando discretamente”.

Al enojarse, tal vez diga cosas que no siente, y más tarde lamente haberlas dicho.

Proverbios 15:18: “Un hombre enfurecido suscita contienda, pero el que es tardo para la cólera apacigua la riña”.

Si lanza hirientes acusaciones a su cónyuge, lo más probable es que este se ponga a la defensiva, mientras que si escucha con paciencia, podrán hallar entre ambos la solución a su problema.

Proverbios 17:27: “Cualquiera que retiene sus dichos posee conocimiento, y un hombre de discernimiento es sereno de espíritu”.

Cuando sienta que empieza a encolerizarse, lo mejor es no hablar; así evitará una verdadera confrontación.

Proverbios 29:11: “Todo su espíritu es lo que el estúpido deja salir, pero el que es sabio lo mantiene calmado hasta lo último”.

El autodominio es de suma importancia. Los arranques de ira solo alejarán de usted a su cónyuge.