Mi lucha con una enfermedad debilitante
Mi lucha con una enfermedad debilitante
Relatado por Tanya Salay
Hasta hace unos años, yo era una mujer muy activa que atendía mis responsabilidades como madre y evangelizadora de tiempo completo. Vivía en Luverne, pequeña población de Alabama (E.U.A.) donde los días transcurren sin prisas ni sobresaltos. Parecía que todo nos iba bien a Duke, mi esposo; Daniel, mi hijo, y a mí. Pero una simple operación nos cambió la vida de forma radical.
LOS problemas comenzaron tras una histerectomía que me practicaron en 1992. Poco después empecé a sentir un dolor terrible y a orinar con mucha frecuencia (de cincuenta a sesenta veces al día). La ginecóloga terminó enviándome a un urólogo para ver si este podía establecer la causa de aquellos trastornos.
Tras hacerme unas pruebas en el hospital, llevé los resultados al urólogo, quien ya en la primera visita determinó que padecía cistitis intersticial, estado inflamatorio de la vejiga. Esta enfermedad debilitante no es fácil de diagnosticar porque los síntomas son similares a los de otros trastornos del aparato urinario. Además, dado que no hay ninguna prueba que la identifique con total seguridad, los médicos tienen que descartar otras afecciones antes de concluir que se trata de cistitis intersticial.
El urólogo nos dijo sin rodeos que el tratamiento no ayudaba mucho y que a la larga tendrían que extirparme la vejiga. Añadió que existían otras terapias, pero ninguna totalmente satisfactoria. Huelga decir que la noticia nos cayó como un jarro de agua fría. Hasta entonces mi salud había sido bastante buena. Duke y yo éramos evangelizadores de tiempo completo de los testigos de Jehová desde hacía años, ¡y ahora me decían que era necesario extirparme la vejiga! Afortunadamente, mi marido me apoyó mucho.
Fuimos a varios especialistas en busca de una segunda opinión pero, lamentablemente, la enfermedad no se conocía muy bien en aquel tiempo. Además, muchos tenían sus propias teorías, por lo que no siempre prescribían el mismo tratamiento. Una publicación médica dice: “La enfermedad tiende a ser crónica”. Otra afirma: “Todavía no se ha encontrado una cura para la cistitis intersticial, ni se puede predecir quiénes responderán mejor a un tratamiento en particular. [...] Dado que se desconocen las causas, el objetivo de los tratamientos es paliar los síntomas”.
El dolor era tan fuerte y la frecuencia de las micciones tan molesta que estaba dispuesta a probar prácticamente todo lo que me recomendaran los médicos. Ya me he tratado con más de cuarenta fármacos, diversas hierbas, acupuntura, bloqueos nerviosos, inyecciones espinales y epidurales y estimulación nerviosa eléctrica transcutánea, la cual consiste en transmitir al cuerpo leves impulsos eléctricos durante minutos u horas. Investigué cuanto pude sobre el tema, y eso al menos me ayudó a entender un poco lo que me estaba pasando.
En la actualidad tomo metadona como calmante, además de otros seis fármacos. También voy regularmente a una clínica del dolor, donde me administran inyecciones epidurales junto con esteroides para ayudarme a sobrellevar el dolor. Con el fin de reducir la frecuencia de las micciones, acudo al hospital cada tres o cuatro meses para recibir un tratamiento de hidrodistensión, durante el cual me ensanchan la vejiga con líquido como si fuera un globo. Ya me lo han hecho bastantes veces, y el alivio me suele durar unos meses. Durante los últimos años he ingresado en el hospital más de treinta veces.
¿Qué puede decirse en cuanto a la medida extrema de extirpar la vejiga? Según una autoridad en la materia, “la mayoría de los doctores son reacios a operar porque los resultados son impredecibles: en algunos casos, los síntomas persisten tras la intervención”. Por eso, de momento no me planteo esa opción.
A veces, el dolor es tan intenso y constante que lo más fácil sería darme por vencida. Hasta me pasó por la cabeza la idea de acabar con todo. Pero me dio horror pensar en el oprobio que semejante acto acarrearía al nombre de Jehová. He comprobado la importancia de la oración y el estudio personal, así como de cultivar una relación estrecha con Jehová, pues nunca se sabe cuándo cambiarán las circunstancias. Desde luego, la relación que tengo con Dios me ha salvado literalmente la vida durante esta enfermedad, ya que sin ella estoy segura de que me habría suicidado.
Cuando reflexiono en estos últimos nueve años, me doy cuenta de lo deprisa que puede Eclesiastés 12:1: “Acuérdate, ahora, de tu Magnífico Creador en los días de tu mocedad, antes que procedan a venir los días calamitosos, o hayan llegado los años en que dirás: ‘No tengo en ellos deleite’”. Cuánto agradezco haber empezado mi ministerio de tiempo completo a los 15 años y haber podido seguir en él por casi veinte años, los cuales aproveché para cultivar una estrecha relación con Jehová.
cambiar la vida. Coincido totalmente con lo que diceDoy gracias a Jehová por mi esposo y por mi hijo, Daniel, que tanto apoyo me dan. Me anima mucho también que los miembros de la congregación me telefoneen o vengan a visitarme. Como en invierno me resulta difícil salir de casa porque el frío acentúa los espasmos, predico por teléfono, lo cual me ayuda a mantener siempre viva la esperanza del Paraíso. ¡Cuánto anhelo que llegue el día en que las enfermedades y el sufrimiento hayan dejado de existir y nadie siquiera los recuerde! (Isaías 33:24.)