La torre de Crest
La torre de Crest
De nuestro corresponsal en Francia
A LO largo de la historia se han construido torres de todas formas y tamaños, y se les han dado diversos usos: a algunas, defender plazas estratégicas, y a otras, servir de prisión; sin embargo, la mayoría son ahora lugares turísticos. La que domina el pueblecito de Crest, a orillas del Drôme, en el sudeste de Francia, ha cumplido las tres funciones.
Su imponente altura —52 metros por la fachada nordeste— la hace visible desde la lejanía y la convierte en una de las más elevadas de Francia. Desde la parte superior se divisa una espléndida vista de las estribaciones del macizo de Vercors, los montes de Ardèche y el valle del Ródano.
No se conocen con exactitud los orígenes de la torre, pero al principio formaba parte de una fortaleza. En la cruzada contra los albigenses (siglo XIII), las tropas católicas de Simón de Montfort, con el apoyo de los obispos, tomaron el castillo y empezaron a utilizarlo como base de operaciones.
Durante las guerras de religión (1562-1598), los protestantes lo atacaron en varias ocasiones, sin lograr conquistarlo. En 1633, tras la orden de demolición del rey Luis XIII, se destruyó la parte más robusta y fortificada, y solo quedó la torre, que escapó por poco. Desde entonces sirvió de prisión para delincuentes comunes, opositores a la monarquía y hugonotes. La encarcelación de estos protestantes franceses coincidió con el tiempo en que agonizaba el Edicto de Nantes, el cual había otorgado cierto grado de tolerancia religiosa. Aún perduran en las paredes de los calabozos los escritos de algunos de los que estaban presos por razones de religión.
Actualmente, la torre de Crest, calificada de monumento histórico, recibe un promedio de 30.000 visitantes al año. En 1998 fue incluida en los actos conmemorativos del cuarto centenario del Edicto de Nantes. Sus paredes constituyen un funesto recuerdo de lo que puede suceder cuando se permite el desarrollo de un clima de intolerancia religiosa.