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Un problema mundial

Un problema mundial

Un problema mundial

“El suicidio representa una grave amenaza para el bienestar de los ciudadanos.”—David Satcher, director general de Salud Pública de Estados Unidos (1999).

ESTE comentario supuso la primera vez en la historia que un funcionario tan importante de la sanidad norteamericana convertía el suicidio en una cuestión de interés público. Dado que en su país son más las muertes voluntarias que los homicidios, es comprensible que el Senado declarara asunto prioritario la prevención de esta tragedia.

Con todo, el índice de suicidios en Estados Unidos (11,4 por cada 100.000 habitantes en 1997) es inferior al mundial (16 por cada 100.000), que hizo público en el año 2000 la Organización Mundial de la Salud. El número de casos ha aumentado a escala planetaria en un 60% en los últimos cuarenta y cinco años. En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos.

No obstante, las estadísticas no reflejan toda la realidad. En muchos casos, los familiares niegan que la muerte fuera un suicidio. Además, se calcula que por cada acto consumado, hay entre diez y veinticinco tentativas. Cierta encuesta reveló que el 27% de los estudiantes de secundaria de Estados Unidos admitió haberse planteado seriamente atentar contra su vida el año anterior, y que el 8% lo había intentado. Otros estudios han descubierto que del 5 al 15% de la población adulta ha tenido pensamientos suicidas en un momento u otro.

Diferencias culturales

El modo de ver esta decisión extrema varía mucho: desde quienes entienden que es un crimen o una escapatoria cobarde, hasta quienes la consideran una forma honorable de disculparse o de apoyar una causa. ¿Por qué existen enfoques tan dispares? La cultura es un factor importante. De hecho, según The Harvard Mental Health Letter, esta “quizá hasta influya en la probabilidad de suicidarse”.

El doctor Zoltán Rihmer califica la elevada tasa de suicidios que se registra entre los húngaros de “lamentable ‘tradición’”. Béla Buda, director del Instituto Nacional de Sanidad de Hungría, advirtió que los ciudadanos de este país centroeuropeo no dudan en quitarse la vida prácticamente por cualquier motivo. Señala como ejemplo esta reacción, que considera frecuente: “Tiene cáncer, pero sabe cómo poner fin a su situación”.

En la India existía antaño una costumbre religiosa, llamada sati, en la que la viuda se arrojaba a la pira funeraria del marido. Aunque lleva tiempo prohibida, no ha desaparecido por completo. No hace mucho, cuando una mujer decidió acabar así con su vida, los vecinos ensalzaron su acto. Ella provenía de una región que, según India Today, “ha visto a casi veinticinco mujeres inmolarse en las piras de sus esposos en otros tantos años”.

Por extraño que parezca, el suicidio siega en Japón el triple de vidas que los accidentes viales. “La tradición nipona, que jamás ha condenado el suicidio, es famosa por una forma de abrirse el vientre [seppuku, o haraquiri] que se convirtió en todo un rito e institución”, afirma la obra Japan—An Illustrated Encyclopedia.

En el libro Bushido—The Soul of Japan (Bushido: el alma de Japón), Inazo Nitobe, quien llegó a ser subsecretario general de la Sociedad de Naciones, explicó esta fascinación cultural por la muerte: “[El seppuku] fue un invento medieval por el que los guerreros expiaban sus delitos, ofrecían sus disculpas, evitaban la vergüenza, redimían a sus amigos o probaban su sinceridad”. Aunque en líneas generales este suicidio ritual es cosa del pasado, aún hay quienes recurren a él para lograr un impacto social.

Por otro lado, la cristiandad siempre ha visto estos actos como un crimen. Ya para los siglos VI y VII eran causa de excomunión en la Iglesia Católica, que negaba el funeral a los perpetradores. En algunos lugares, el fervor religioso ha producido costumbres extrañas, como ahorcar los cuerpos sin vida o incluso atravesarles el corazón con una estaca.

Resulta paradójico que quienes atentaban contra su vida incurrían en la pena capital. Un inglés del siglo XIX fue ahorcado por tratar de degollarse. De ese modo, las autoridades consumaron lo que él no había logrado. Aunque las penas por intentar matarse cambiaron con el paso del tiempo, no fue sino hasta 1961 cuando el parlamento británico declaró que el suicidio y sus tentativas ya no constituían delitos. En Irlanda lo fueron hasta 1993.

En la actualidad hay escritores que recomiendan estos actos. En 1991 se publicó un libro que presentaba métodos de suicidio asistido para los enfermos terminales, métodos que utilizaron un creciente número de personas que no se hallaban en fase terminal.

¿Es el suicidio la verdadera solución? ¿O existen buenas razones para continuar viviendo? Antes de responder a estas preguntas, examinemos qué induce a la gente a quitarse la vida.

[Comentario de la página 4]

En la actualidad, un millón de personas ponen fin a su vida todos los años, lo que equivale a una muerte cada cuarenta segundos