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Los masai, pueblo pintoresco y singular

Los masai, pueblo pintoresco y singular

Los masai, pueblo pintoresco y singular

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN KENIA

LOS ecos del penetrante canto de un joven masai (massai) recorrían el valle impelidos por la húmeda brisa del amanecer hasta perderse en la distancia. A medida que el Sol naciente ganaba altura, la cadenciosa voz del muchacho aumentaba en intensidad, como un ave cantora que fuerza su gorjeo ante los primeros rayos de luz.

Mientras yo escuchaba, la incipiente mañana iba dejando al descubierto la enhiesta figura del joven pastor, rodeado del ganado de su padre. Envuelto en una larga tela de color rojo que escondía parte de su cuerpo, permanecía de pie sobre una sola pierna, como las cigüeñas, apoyado en el asta de su lanza, cantando al satisfecho rebaño. Permítame darle más detalles sobre el singular pueblo masai.

Bienvenidos al territorio masai

Los masai constituyen un pintoresco pueblo de pastores que habitan las vastas llanuras del Gran Valle del Rift (África oriental), entre Kenia y Tanzania. Son supervivientes de una época remota, y su vida es prácticamente igual a la que durante siglos llevaron sus antepasados. Despreocupados por el correr del tiempo, su existencia se rige por la salida y la puesta del Sol, y el cambio de las estaciones.

Los masai han desarrollado la capacidad de subsistir en el hostil y accidentado Valle del Rift. Con grandes zancadas recorren largas distancias en busca de pastos verdes y agua para el ganado, que se mezcla con las manadas de ñúes, cebras, jirafas y demás animales que deambulan por las llanuras.

Un pueblo ganadero

Los masai creen que les pertenece todo el ganado de la Tierra. Tal creencia nace de una leyenda que relata que en el principio Dios tenía tres hijos, a cada uno de los cuales obsequió con un regalo. El primero recibió una flecha para cazar; el segundo, una azada con la que arar, y el tercero, un cayado para guiar al rebaño. Fue este último, según la tradición, quien se convirtió en el padre de los masai. Aunque otras tribus poseen ganado, los masai creen que, en esencia, esos animales son suyos.

En la comunidad masai, la importancia y posición social de un hombre se mide por la cantidad de animales e hijos que posee. De hecho, a un hombre que cuente con menos de 50 cabezas de ganado se le considera pobre. Con la ayuda de sus numerosos hijos y esposas, el masai espera llegar a acumular un gran rebaño que puede llegar a alcanzar los 1.000 ejemplares.

Las familias masai sienten un gran cariño por sus animales y llegan a estar tan unidas a ellos, que conocen bien el sonido y el temperamento de cada uno. Por lo general, marcan el ganado con largas líneas curvas e intrincados dibujos que les sirven, además, para realzar su belleza. En sus canciones describen la hermosura de ciertos miembros del rebaño y el afecto que les tienen. Los toros de grandes cuernos curvos son muy preciados, y los terneros reciben las atenciones y los mimos de un bebé recién nacido.

Las viviendas masai, cuya construcción constituye una tarea femenina tradicional, tienen forma de barril y están hechas con ramas entrelazadas, hierba y excremento de vaca para el revestimiento. Están dispuestas en un amplio círculo que resguarda un kraal, o corral interior, donde duerme el ganado durante la noche. La aldea se cerca todo alrededor con espinosas estacas puntiagudas, que protegen tanto a los masai como a su rebaño de las hienas, los leopardos y los leones, siempre al acecho.

La supervivencia de este pueblo depende de la salud y fortaleza de sus animales. De ellos obtienen la leche para su consumo y el excremento con el que recubren las chozas. Rara vez matan al ganado para alimentarse, salvo de vez en cuando alguna oveja o cabra. Ahora bien, cuando lo hacen, no desperdician nada. Los cuernos los emplean como recipientes; con las pezuñas y los huesos hacen adornos, y curten la piel para confeccionar calzado, ropa, coberturas para dormir y cuerdas.

Pintoresco y singular

Esbeltos y de facciones finas, los masai son un pueblo bien parecido. Su holgada indumentaria es de colores atractivos. Telas teñidas de vivos tonos rojizos y azulados envuelven sus ágiles cuerpos. Las mujeres suelen adornarse con multicolores cintas del pelo y con grandes collares de cuentas, los cuales llevan colocados uno tras otro. En ocasiones se ciñen los brazos y los tobillos con gruesos filamentos de cobre. Hombres y mujeres por igual acostumbran alargarse los lóbulos de las orejas colgándose pesados pendientes y ornamentos de cuentas. También es habitual que decoren artísticamente sus cuerpos con una mezcla de sebo de vaca y ocre, mineral rojo que trituran hasta convertirlo en polvo fino.

Una noche, a la luz de la hoguera, observo a un grupo de masai prepararse para danzar. Se distribuyen en círculo y comienzan a moverse cadenciosamente. Al intensificarse el ritmo, los pesados collares de cuentas de las muchachas golpean sus hombros al compás de la danza. Entonces, uno a uno, los guerreros masai se sitúan en el centro y dan unos espectaculares saltos verticales. Pueden seguir bailando hasta que, muy adentrada la noche, todos se hallen exhaustos.

La vida familiar

Durante el caluroso día, me siento con un grupo de mujeres masai a la sombra de una acacia y las observo coser cuentas en pieles curtidas, en las que forman intrincados dibujos. Su alegre conversación, mezclada con las risas, les impide percatarse de lo que ocurre encima de su cabeza: unos tejedores cotorrean mientras construyen los nidos con briznas secas de hierba. A lo largo del día, las mujeres también buscarán agua, recogerán leña, repararán su vivienda y atenderán a sus pequeños.

Cuando el calor del sol comienza a declinar, los pastores emprenden el camino de regreso con el ganado. Los animales, que se dirigen a casa con paso lento y pesado, levantan una nube de polvo rojizo que es iluminada por los rayos de la tenue luz ámbar del sol. Las mujeres, al ver la polvareda en la distancia, abandonan de inmediato sus tareas y se disponen a recibir al rebaño.

Una vez encerrado el ganado en el corral, los hombres caminan entre los animales acariciando los cuernos de los toros y admirando su belleza. Un niño agarra la ubre de una vaca y dirige un chorrillo de leche tibia a la boca, pero su madre lo reprende al instante. Las muchachas, que van y vienen entre el laberinto de cuernos y pezuñas, ordeñan las vacas con destreza, hasta llenar a rebosar las largas calabazas que hacen las veces de lecheras.

Está oscureciendo, y nos acurrucamos alrededor del fuego, que nos calienta del frío nocturno. El ambiente se impregna del olor a humo y a carne asada, así como del fuerte olor que desprende el rebaño cercano. Un anciano se sienta y narra episodios de la historia masai y de las acciones heroicas que protagonizaron antaño los guerreros de la tribu. Solo el rugido de un león en la distancia logra interrumpirlo, pero, tras una pausa breve, reanuda con actitud indiferente su elaborado relato para deleite de su público. Al final, uno tras otro, todos desaparecen en la oscuridad de sus abovedadas chozas de tierra para acostarse. La leve respiración del rebaño dormido rasga el silencio de la oscura noche en la remota sabana africana.

Los niños masai

Temprano en la mañana, el poblado retoma el bullicio. Los niños, cuya indumentaria se limita a cinturillas y collares de cuentas, juegan a pesar del frío. Su risa constituye un agradable sonido para los masai, quienes aman a sus hijos. De ellos dependen sus esperanzas futuras y su mismísima supervivencia.

La crianza de los hijos es una labor comunitaria: cualquier persona mayor puede disciplinar y castigar a un niño desobediente. A los pequeños se les enseña a respetar a sus ancianos y a seguir las demás costumbres familiares, que no tardan en aprender. Pasan una infancia despreocupada, pero andando el tiempo, las muchachas aprenderán a atender las tareas domésticas, y los muchachos, a cuidar y proteger el ganado. Asimismo, los padres transmiten a sus hijos el conocimiento de las medicinas tradicionales y les enseñan los rituales y tradiciones masai, que abarcan todo aspecto de su existencia.

El paso a la vida adulta

Al crecer, los jóvenes aprenden las costumbres y ceremonias que marcarán el paso de la infancia a la madurez, como los rituales de enfermedad, mala suerte, matrimonio y muerte. Los masai creen que si no siguen tales ceremonias, incurrirán en maldiciones.

Es posible que los padres concierten el matrimonio de su hija mientras es una niña con un hombre que tenga ganado suficiente para satisfacer la dote exigida por el padre. Por lo general, el elegido es mucho mayor que ella y tiene ya varias esposas.

En cuanto a los muchachos, a medida que crecen, se va estrechando su relación con los demás varones de su generación, una relación especial que puede durar toda una vida. Juntos dejarán de ser jóvenes inexpertos y se convertirán en guerreros que asumirán las tareas de proteger la casa, velar por el suministro de agua de la comunidad y defender el rebaño de animales salvajes y ladrones. Famosos por su intrepidez y valentía, jamás se les ve sin su afilada lanza.

Cuando tienen unos 30 años, los guerreros entran en la última fase de su transición a la madurez. Con gran emoción y ceremonia, se les inicia en la vida de ancianos, y ya se les permite casarse. Alcanzada esta condición respetada, se concentrarán en elegir una esposa y aumentar su rebaño. También se espera que actúen de consejeros y medien en las disputas.

El futuro de los masai

Actualmente están desapareciendo con celeridad las costumbres y cultura singulares de los masai. En ciertos lugares ya no pueden deambular con libertad con sus animales en busca de nuevos pastos. Vastas extensiones de tierra que formaban parte de su territorio se han transformado en reservas naturales, en terreno agrícola o en zona urbanizable donde construir viviendas para alojar a una población cada vez mayor. Las sequías y las dificultades económicas están obligando a muchos masai a vender su estimado ganado para subsistir. Sin embargo, cuando se trasladan a las grandes ciudades, se topan con los mismos problemas que plagan el resto del mundo moderno.

La evangelización de los testigos de Jehová está llegando a las comunidades masai del África oriental. Se han impreso más de seis mil ejemplares del folleto ¡Disfrute para siempre de la vida en la Tierra! en el idioma masai. De ese modo se les está ayudando a percibir la diferencia entre las supersticiones infundadas y la verdad de la Biblia. Es conmovedor ver que nuestro Creador, Jehová Dios, ha dado a este pintoresco y singular pueblo la oportunidad de ser contado entre las muchas “naciones y tribus y pueblos y lenguas” que sobrevivirán a la destrucción del turbulento sistema de cosas (Revelación [Apocalipsis] 7:9).

[Ilustración de la página 25]

Vivienda masai tradicional

[Ilustración de la página 26]

Los masai se congregan para danzar

[Ilustraciones de la página 26]

Dos Testigos masai