Niños que crecen demasiado deprisa
Niños que crecen demasiado deprisa
EL DÍA estaba sombrío. Se podía oír el motor del pequeño aeroplano mientras este tomaba velocidad y se elevaba sobre la pista. Se trataba de un acontecimiento que había captado el interés de los medios informativos. Las cámaras apuntaban al cielo, y los reporteros formulaban sus preguntas llenos de admiración y expresaban efusivos cumplidos. ¿Quién atrajo toda esta atención? Pues ni el único piloto con licencia que iba a bordo ni el único pasajero —un hombre adulto—, sino la hija de este último: una niña de siete años de edad.
La pequeña iba a pilotar el avión. Había cierto récord que batir y un apretado horario que cumplir. Los medios de comunicación la esperarían en su próxima parada, así que, a pesar del oscuro día, los tres embarcaron. La niña se sentó sobre un cojín para poder ver por encima del panel de control y usó unos alargadores para llegar a los pedales.
Pero, lamentablemente, el vuelo duró muy poco. De repente se desató una tormenta que hizo virar la avioneta, la cual perdió velocidad y se estrelló, matando a sus tres ocupantes. Los medios de difusión comenzaron enseguida a pregonar su dolor en vez de sus elogios. Unos cuantos periodistas y editores se cuestionaron si los medios no fueron hasta cierto punto culpables de la tragedia. Mucha gente empezó a decir que los niños no deberían tripular aeroplanos y, finalmente, el gobierno estadounidense prohibió el pilotaje infantil. Ahora bien, detrás del sensacionalismo y las soluciones simplistas que se ofrecieron, subyacía un problema más profundo.
La tragedia hizo pensar seriamente a muchos sobre cierta tendencia actual: la de presionar a los niños para que crezcan deprisa y realicen a muy temprana edad tareas de personas adultas. Es cierto que los resultados de tal proceder no son siempre tan trágicos, pero sí pueden dejar secuelas profundas y duraderas. Veamos algunas situaciones en las que los padres pudieran estar truncando la infancia de sus hijos.
Educados a toda prisa
Es natural que los padres deseen que sus hijos tengan éxito en la vida. Pero cuando ese deseo se convierte en obsesión, tal vez sobrecarguen a sus hijos y los presionen demasiado cuando aún son muy jóvenes. El proceso a menudo comienza inocentemente. Por ejemplo, cada vez es más común que los padres inscriban a sus pequeños en actividades extraescolares, las cuales pueden incluir desde la práctica de algún deporte hasta clases de música o de ballet. Con frecuencia, también les ponen un profesor particular.
Huelga decir que no está mal fomentar las aptitudes o intereses del niño, pero ¿existe el peligro de sobrepasarse? Sin duda, pues algunos niños están tan estresados por sus responsabilidades como muchos adultos. La revista Time observa: “Antes, los niños tenían infancia, ahora tienen currículos; en vez de utilizar sus inagotables energías como es propio de su edad, las encauzan en una vida atareada comparable a la de la abeja obrera”.
Algunos padres tienen la esperanza de que sus hijos se conviertan en estrellas del deporte, la música o la pantalla. Por ejemplo, hay quienes los inscriben en centros preescolares aun antes de nacer a fin de aumentar sus probabilidades de éxito. Además, hay madres que se matriculan en “universidades prenatales” que imparten educación musical a bebés que todavía están en la matriz. El objetivo: estimular el desarrollo de su cerebro.
En algunos países se evalúa la aptitud para las matemáticas y la lectura en niños menores de seis años. Prácticas como esta despiertan cierta preocupación por el daño emocional que pudieran ocasionar. ¿Qué le sucede, por ejemplo, a un pequeño que “suspende” en el jardín de infancia? David Elkind, autor del libro The Hurried Child, señala que las escuelas tienden a catalogar a los niños demasiado deprisa, y demasiado pronto. Y lo hacen, dice Elkind, por razones administrativas más bien que educativas.
¿Cuál es el precio de forzar a los niños para que se conviertan, por decirlo así, en pequeños adultos competentes? A Elkind le preocupa el que la sociedad haya abrazado la idea de que debe capacitarse a
los niños para asumir responsabilidades propias de la edad adulta. Comenta: “Es un reflejo de nuestra tendencia a aceptar como ‘normales’ las crecientes e implacables presiones que soportan los jóvenes”. Sin lugar a dudas, la noción de lo que se considera normal para un niño está cambiando con rapidez.Presionados para ganar
Muchos padres opinan que es normal, e incluso recomendable, enseñar a sus hijos que ganar lo es todo, especialmente en el campo de los deportes. Hoy día, las medallas olímpicas constituyen un incentivo para un gran número de niños. A fin de disfrutar de unos momentos de gloria y de asegurarse un buen porvenir, algunos de ellos se ven obligados a truncar su infancia o incluso a privarse de ella.
Piense en las gimnastas. Se entrenan con rigurosidad desde muy temprana edad, sometiendo su pequeño cuerpo a una enorme tensión. Pasan años preparándose mental y físicamente para los Juegos Olímpicos, aunque solo unas cuantas jovencitas resultarán ganadoras. ¿Cómo se sentirán las que pierdan? ¿Creerán que habrá merecido la pena sacrificar gran parte de su juventud por ese fin? A la larga, puede que hasta las ganadoras tengan dudas al respecto.
Estas niñas tal vez sufran emocionalmente al vivir su infancia a toda prisa en un implacable afán por convertirse en estrellas del deporte. Pero físicamente también sufren, ya que el intenso entrenamiento corporal puede entorpecer su desarrollo. A veces presentan problemas de crecimiento, y con frecuencia padecen trastornos alimentarios. Algunas de ellas tardan mucho —incluso años— en llegar a la pubertad, mientras que a otras les sucede todo lo contrario: tienen una pubertad precoz (véase el recuadro superior).
Niños con todo, menos infancia
De hacer caso del mundo del cine y la televisión, posiblemente pensaríamos que la infancia ideal es aquella que está rodeada de lujos. Algunos padres trabajan muchísimo para proporcionar a sus hijos toda clase de comodidades, tales como una casa suntuosa, diversión sin límites y ropa costosa.
Sin embargo, muchos niños que han sido criados de esa manera terminan bebiendo en exceso, tomando drogas o comportándose de forma huraña y rebelde. ¿Por qué? Están llenos de resentimiento porque se sienten rechazados por sus progenitores. Y es que los niños necesitan que sus padres estén ahí para amarlos y cuidarlos, pero a veces estos últimos se hallan demasiado ocupados
como para atenderlos. Puede que esos padres piensen que trabajan para asegurar la felicidad de sus hijos, pero con frecuencia logran todo lo contrario.La doctora Judith Paphazy dice que cuando “ambos padres, de nivel socioeconómico alto, trabajan”, suelen “consentir a sus hijos, pues en el fondo saben que su afán materialista va en detrimento de la familia”. Según Paphazy, estos padres intentan “comprar su exención de responsabilidad como padres”.
Con frecuencia, los niños pagan un alto precio. Aunque a veces tienen muchos lujos, carecen de los elementos esenciales para disfrutar de una infancia feliz: el tiempo y el amor de sus padres. Sin guía ni dirección ni disciplina, se plantean demasiado pronto preguntas propias de adultos teniendo poca o ninguna preparación para contestarlas: “¿Puedo tomar drogas? ¿Hay algo de malo en tener relaciones sexuales? ¿Es normal ponerme violento cuando me enojo?”. Probablemente hallen sus propias respuestas en lo que les dicen sus amigos o en lo que ven hacer a los personajes televisivos o cinematográficos. El resultado suele ser que su infancia termina de forma brusca o incluso trágica.
Niños que asumen el papel del otro adulto
Cuando uno de los padres muere o estos se separan o se divorcian, los niños también sufren emocionalmente. Claro está, muchas familias monoparentales logran sobrellevar la situación, pero en otras, los niños ven truncada su infancia.
Es natural que el padre o la madre que queda a cargo de la familia se sienta solo de vez en cuando. Sin embargo, algunos permiten que uno de sus hijos, normalmente el mayor, asuma el papel del adulto ausente. Quizá, desesperados, se confíen al pequeño, cargándole de problemas para los que no está preparado. Hay quienes llegan a depender demasiado de su hijo en sentido emocional.
Otros progenitores abandonan por completo sus responsabilidades, obligando al niño a convertirse en el adulto de la familia. Carmen y su hermana, ya mencionadas, vivían una situación similar antes de fugarse de su casa. Aunque todavía eran unas niñas, se vieron en la necesidad de cuidar de sus hermanos menores. Era una carga demasiado pesada para ellas.
No cabe duda de que obligar a los niños a madurar antes de tiempo es peligroso y debe evitarse siempre que sea posible. No obstante, hay buenas noticias: los adultos pueden tomar medidas para asegurarse de que sus hijos disfruten de una infancia feliz. ¿A qué medidas nos referimos? Examinemos algunas de ellas, de eficacia probada.
[Recuadro de la página 6]
Los problemas de una pubertad precoz
¿Llegan antes a la pubertad las niñas de hoy en día? Se trata de un tema polémico entre los científicos. Algunos sostienen que a mediados del siglo XIX, las jóvenes llegaban a la pubertad a la edad promedio de 17 años, mientras que en la actualidad llegan a ella antes de los 13. Un estudio realizado en Estados Unidos en 1997 con 17.000 chicas reveló que alrededor del quince por ciento de las muchachas de raza blanca y el cincuenta por ciento de las afroamericanas muestran los primeros indicios de pubertad a los ocho años. Sin embargo, algunos médicos cuestionan esos hallazgos y aconsejan a los padres que no acepten el tempranísimo desarrollo de sus hijas como algo “normal”.
Sea como fuere, la pronta llegada de la pubertad plantea una serie de problemas tanto a los padres como a sus hijas. La revista Time comenta: “Aunque los cambios físicos son preocupantes, aún lo es más el posible efecto psicológico que esta prematura madurez sexual pueda tener en las niñas, las cuales deberían estar leyendo cuentos de hadas en vez de andar esquivando donjuanes. [...] La infancia ya es de por sí demasiado breve”. La revista formula esta inquietante pregunta: “Si su cuerpo las hace parecer adultas antes de que su corazón y su mente estén preparados, ¿qué habrán perdido para siempre?”.
A menudo pierden su inocencia al ser víctimas de abusos sexuales. Una madre dice sin rodeos: “Las chicas que aparentan más edad son como la miel [para las abejas]. Atraen a muchachos mayores que ellas”. Se paga un alto precio por ceder a la presión de tener relaciones sexuales a temprana edad. Puede suponer la pérdida de la autoestima, de una conciencia limpia e incluso de la salud física y emocional.
[Ilustración de la página 5]
El que los niños tengan un horario demasiado apretado pudiera perjudicarlos
[Ilustración de la página 7]
Inculcar en los hijos un espíritu de competitividad puede hacer que los deportes o el juego dejen de ser divertidos
[Ilustración de la página 7]
Los bienes materiales no eximen de la responsabilidad de ser buenos padres