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Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?

Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?

Los impuestos: ¿“el precio de una sociedad civilizada”?

“Los impuestos son el precio de una sociedad civilizada.” Inscripción en el edificio del Servicio de Rentas Internas, de Washington, D.C. (EE.UU.).

LOS gobiernos sostienen que los impuestos son un mal necesario, “el precio de una sociedad civilizada”. Seamos o no de la misma opinión, es innegable que dicho precio por lo general es elevado.

Los impuestos pueden dividirse en dos categorías: directos e indirectos. Entre los directos figuran los que recaen sobre los beneficios empresariales, los bienes inmuebles y la renta. Este último es probablemente uno de los más impopulares, sobre todo en países donde su cálculo es progresivo, es decir, a mayores ingresos, mayor gravamen. Sus críticos afirman que este sistema penaliza la dedicación y el éxito laborales.

El OECD Observer, boletín de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, señala que “algunos trabajadores deben entregar parte de sus ingresos al municipio, provincia, región o estado donde residen, además de al gobierno central del país. Este es el caso de Bélgica, Canadá, Corea, España, Estados Unidos, Islandia, Japón, los países escandinavos y Suiza”.

Entre los impuestos indirectos hallamos los aranceles aduaneros y los que gravan el consumo, por ejemplo, de licor o de tabaco. Aunque estos son menos obvios que los directos, representan una gran carga económica, sobre todo para el sector pobre de la población. El escritor Jayali Ghosh señaló en la revista Frontline, de la India, que existe la opinión errónea de que la mayor parte de la aportación tributaria de ese país recae sobre los contribuyentes ricos y de clase media. “Los impuestos indirectos suponen más del noventa y cinco por ciento de la recaudación de esta nación —sostiene Ghosh—. [...] Con toda probabilidad, los más pobres asumen una mayor carga tributaria que los ricos.” Es evidente que las tasas elevadas sobre artículos básicos, como el jabón y la comida, crean esta desigualdad.

Ahora bien, ¿qué hacen los gobiernos con lo que recaudan?

Adónde va el dinero

Hay que admitir que los gobiernos hacen grandes desembolsos económicos a fin de suministrar y mantener los servicios necesarios. En Francia, por ejemplo, 1 de cada 4 habitantes trabaja en el sector público, que incluye entre otros a maestros, policías, funcionarios de correos y personal de hospitales y museos. Los impuestos se utilizan para costear sus sueldos y proporcionar carreteras, escuelas, hospitales y servicios postales y de recolección de basura.

Los gastos militares constituyen otra razón de peso para la creación de tasas. El impuesto sobre la renta se aplicó por primera vez a los ciudadanos británicos ricos en 1799 para financiar una guerra contra Francia. No obstante, durante la II Guerra Mundial, el gobierno británico también impuso dicha tasa a la clase obrera. Hoy día, engrasar la maquinaria militar de un país es una tarea muy costosa, incluso en tiempos de paz. El Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz, con sede en Estocolmo, cifró el gasto militar mundial del año 2000 en 798.000 millones de dólares.

Estrategias sociales

Los impuestos también sirven de estrategia para desincentivar determinadas conductas. Por ejemplo, se supone que las tasas sobre las bebidas alcohólicas reducen su consumo excesivo, razón por la cual en muchos países hasta el 35% del precio de venta al público de la cerveza va a parar al Estado.

El tabaco también está sujeto a un fuerte gravamen. En Sudáfrica asciende del 45 al 50% del precio del paquete de cigarrillos. Sin embargo, tales medidas no siempre nacen de un interés puramente altruista. El escritor Kenneth Warner comenta en la revista Foreign Policy que el tabaco es “una fuerza económica poderosa que genera todos los años miles de millones de dólares en concepto de ventas, y otros tantos en concepto de impuestos”.

Un ejemplo notable de estrategia social se observó a principios del siglo XX, cuando los legisladores estadounidenses buscaban una manera de evitar la formación de dinastías millonarias. Para impedirlo, crearon un impuesto sobre sucesiones, mediante el cual, cuando muere alguien rico, el gobierno se queda con buena parte de su patrimonio. Los defensores de dicha tasa alegan que de esta manera “los recursos no permanecen en el entorno familiar, aristocrático, sino que reciben un uso más cívico y democrático”. Tal vez sea cierto, pero los contribuyentes adinerados recurren a un sinnúmero de estrategias para pagar menos.

El dinero de los impuestos sigue empleándose para sufragar diversos programas sociales, como por ejemplo los medioambientales. The Environmental Magazine dice: “Nueve países de Europa occidental acaban de incorporar impuestos medioambientales, casi todos para reducir la contaminación del aire”. Los impuestos sobre la renta de carácter progresivo, mencionados antes, constituyen otra modalidad de estrategia social, pues pretenden reducir la brecha entre ricos y pobres. Asimismo, algunos gobiernos conceden deducciones a las parejas con hijos o a quienes hacen donativos a entidades benéficas.

¿Por qué son tan complejos?

Cuando se propone un nuevo impuesto, los legisladores tratan de no dejar lagunas legales, pues conviene recordar que hay mucho dinero en juego. Como resultado, las leyes fiscales tienden a ser complejas y muy técnicas. Un artículo de la revista Time explica que gran parte de la dificultad de la normativa tributaria de Estados Unidos estriba en “definir qué es la renta” —es decir, qué ingresos son gravables— y en la multitud de “deducciones y exenciones”. Pero este no es el único país con una normativa tributaria complicada. Una edición reciente de la legislación fiscal del Reino Unido consta de 9.521 páginas, distribuidas en diez volúmenes.

La Oficina de Investigaciones sobre Política Tributaria de la Universidad de Michigan informa: “Los estadounidenses pasan más de tres mil millones de horas al año rellenando su declaración de la renta. [...] El tiempo y dinero que invierten en hacerlo asciende a 100.000 millones de dólares anuales, es decir, el 10% de la recaudación. Gran parte del costo se debe a la abrumadora complejidad de las leyes fiscales”. Reuben, mencionado al comienzo del primer artículo, confiesa: “Antes, yo intentaba hacer mi declaración, pero como tardaba bastante y siempre creía que pagaba más de la cuenta, acudí a un contable” (véase el recuadro “La declaración”, en la pág. 8).

Fraude fiscal

Casi todo el mundo reconoce, aunque sea a disgusto, que los impuestos benefician a la comunidad. El responsable de la agencia tributaria del gobierno británico explicó en cierta ocasión: “A nadie le gusta pagarlos, pero pocos sostienen que nos iría mejor sin ellos”. Según algunos cálculos, el 90% de la ciudadanía estadounidense cumple con el fisco. Cierto experto en la materia admite: “Muchas inexactitudes se deben a la complejidad de las leyes y procedimientos, no a que se obre de mala fe”.

Con todo, hay quien halla maneras de evitar el pago de ciertos impuestos. Por ejemplo, un artículo de U.S.News & World Report dijo lo siguiente respecto al impuesto sobre sociedades: “Numerosas compañías eluden legalmente gran parte de sus obligaciones, y a veces todas, mediante desgravaciones fiscales y maniobras contables”. El artículo mencionó esta hábil estrategia: “Una compañía estadounidense crea una empresa en un paraíso fiscal. Luego se convierte en filial de la empresa que acaba de constituir en el extranjero”. Así se ahorra los impuestos estadounidenses, que pueden alcanzar hasta el 35%, aunque “sus oficinas centrales en aquel país solo sean un archivador y un buzón”.

En cierta nación europea, el fraude fiscal se considera un “deporte nacional”. Una encuesta reveló que en Estados Unidos solo el 58% de los hombres entre 25 y 29 años de edad veían mal no declarar todos los ingresos. Los autores del sondeo admitieron: “Este informe no habla bien de la ética y la moralidad de nuestra sociedad”. En México, la evasión fiscal se sitúa en torno al 35%.

Sin embargo, el público en general reconoce que los impuestos son necesarios y no objeta al pago que le corresponde. No obstante, las famosas palabras atribuidas a Tiberio César parecen ciertas: “El buen pastor esquila al rebaño, no lo despelleja”. Ahora bien, ¿cómo deberíamos ver el pago de impuestos si nos sentimos víctimas de un sistema abusivo, injusto y excesivamente complejo?

[Recuadro de la página 7]

¡Piénselo bien antes de mudarse!

Los sistemas tributarios cambian de un país a otro. De hecho, el impuesto sobre la renta puede variar radicalmente dentro de una misma nación. ¿Vale la pena mudarse a una zona con menor carga fiscal? Es posible, pero hay que pensarlo bien antes.

Por ejemplo, un artículo del OECD Observer recuerda a sus lectores que el porcentaje básico del impuesto sobre la renta no es el único factor a tener en cuenta. “En la aportación del contribuyente también entran en juego varias deducciones”, comenta la revista. Algunos gobiernos gravan menos los ingresos, pero conceden “pocas deducciones y exenciones”. Por consiguiente, uno podría acabar pagando más que en países donde el gravamen sea mayor pero existan más posibilidades de desgravación.

Algunos estadounidenses se plantean mudarse a los estados que no tienen impuesto sobre la renta. Pero ¿vale la pena hacerlo? No siempre, según la publicación Kiplinger’s Personal Finance, que dice: “Hemos descubierto que los estados sin impuesto sobre la renta compensan la diferencia aumentando los gravámenes sobre, por ejemplo, los bienes inmuebles y de consumo”.

[Recuadro de la página 8]

La declaración

A la mayoría nos agobia pagar impuestos. Por eso, ¡Despertad! acudió a un especialista en materia fiscal. Estas son sus recomendaciones:

“Asesórese bien. Este paso es esencial, pues las leyes tributarias pueden resultar complejas, y el desconocimiento de la normativa rara vez se acepta como excusa válida para su incumplimiento. Aunque el contribuyente tal vez piense que los funcionarios de Hacienda son el enemigo, sus explicaciones suelen ser exactas y sencillas. Las autoridades prefieren que la declaración se rellene bien desde el principio, pues no desean emprender ninguna acción legal.

”Si su caso es complejo, acuda a un profesional. Pero tenga cuidado. Aunque muchos de ellos se esfuerzan por favorecer al cliente, hay otros tantos que no lo hacen. Pida a un amigo de confianza o a un colega de negocios que le recomiende a alguien, y compruebe sus referencias.

”No se demore. La multa por presentar su declaración fuera de plazo puede ser elevada.

”Lleve un registro ordenado. Manténgalo al día, independientemente del sistema que siga. De esta forma le costará menos realizar su declaración y responder ante una futura inspección.

”Sea honrado. Tal vez sienta la tentación de hacer trampa o salirse un poco de las reglas, pero los funcionarios de Hacienda cuentan con muchos recursos para detectar cualquier engaño. La honradez es la mejor norma.

”No se descuide. Si el profesional que ha contratado presenta información errónea, usted será el responsable. Por eso, asegúrese de que tal persona respeta sus deseos.”

[Ilustración de la página 7]

En muchos países se gravan el tabaco y el alcohol con impuestos elevados

[Ilustraciones de las páginas 8 y 9]

Los impuestos financian muchos de los servicios que tal vez demos por sentados