Ir al contenido

Ir al índice

El milagro anual de Namaqualand

El milagro anual de Namaqualand

El milagro anual de Namaqualand

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN SUDÁFRICA

Un manto de flores multicolor se tiende sobre la amplia llanura hasta donde alcanza la vista: es el milagro anual de Namaqualand. Cuando uno lo contempla con sus propios ojos, es difícil contener la emoción. “A primera vista —dice una viajera maravillada—, el manto de flores parece lava ardiente que brota de las grietas y cubre de un vivo color anaranjado hasta el último rincón del terreno.”

¿Por qué es tan espectacular esta transformación primaveral? El desierto de Namaqualand abarca un vasto territorio del noroeste de Sudáfrica, el cual limita con el río Orange al norte, más allá de las montañas. Su superficie es mayor que la de Suiza (unos 50.000 kilómetros cuadrados) y se extiende hacia el sur unos 200 kilómetros hasta llegar a poco más de mitad de camino entre el río y Ciudad del Cabo. El estéril paisaje se ve sometido la mayor parte del año a temperaturas que se elevan hasta los 40 °C durante el día y descienden a unos 8 °C bajo cero durante la noche. Además, el agua superficial es prácticamente inexistente y la subterránea es limitada y salobre. Por todo esto, la región parece inhóspita... hasta que ocurre el milagro anual, claro está.

Desde principios de agosto —poco después de las lluvias— hasta mediados de septiembre, las áridas llanuras de Namaqualand experimentan todos los años una floración en masa. Campos enteros rebosan de flores de color naranja, amarillo, rosa, blanco, carmesí, azul y púrpura. Y dado que el espectáculo dura solo unas semanas al año, la expectación crece a medida que los visitantes de todo el mundo se preparan para regalarse la vista con el exuberante “ramillete”.

El secreto de una floración realmente espectacular estriba en la cantidad adecuada de lluvia, seguida de buenas dosis de sol. Luego hay que desear que no lleguen los abrasadores vientos del este, pues marchitarían enseguida la vida y el color de los delicados pétalos.

Las maravillas de Namaqualand son también producto de una proliferación de semillas. Muchas de estas, sin embargo, no germinan anualmente, sino que descubren su belleza solo bajo ciertas condiciones climáticas. Así, mientras que algunas semillas germinan todos los años, otras permanecen latentes durante varias estaciones, esperando las condiciones perfectas para crecer. “Algunas semillas —explica una visitante conocedora del tema— poseen un mecanismo de seguridad que impide la germinación prematura: en lugar de brotar tras una sola lluvia cuando hace calor, lo hacen únicamente cuando el ambiente es fresco y húmedo a la vez, lo ideal para crecer y sobrevivir en este medio hostil.”

Cada año la floración es distinta, más o menos espectacular dependiendo del delicado equilibrio de las lluvias y de que no soplen vientos abrasadores. Así lo explica el libro Namaqualand—South African Wild Flower Guide (Namaqualand: guía de la flora silvestre de Sudáfrica): “Puesto que cada especie germina a una temperatura específica y los primeros aguaceros caen entre abril y julio (cada mes con sus propias temperaturas), de año en año germinarán distintas especies, dependiendo de cuándo caigan las primeras lluvias”.

¡Qué variedad de flores! En esta región hay más de cuatro mil especies, cada una con su forma, color y método de germinación particulares. En ciertas partes pueden verse de diez a veinte especies distintas en un solo metro cuadrado. La suntuosidad de esa escena hace parecer gris y monótona la paleta de colores de cualquier pintor. Ni siquiera los términos más elocuentes pueden describir con propiedad el imponente esplendor de Namaqualand.

No obstante, las asombrosas exhibiciones florales sí inspiran a pintores, poetas y escritores. “El mejor día de siembra que vio la Tierra —expresó meditativo el poeta sudafricano D. J. Opperman— fue cuando [...] por un orificio del mejor saco de semillas del Señor se derramó su precioso contenido.” Un ferviente admirador de este paisaje escribió: “Parecía como si el arco iris hubiese recorrido el desierto, dejando rastros de color por todas partes”. Y una visitante expresó: “Toda esa belleza infunde en uno gratitud por la inmensa generosidad y sabiduría de nuestro Creador, Jehová”.

Lo que es más, el esplendoroso milagro anual de Namaqualand nos confirma que el Creador puede emplear esos mecanismos biológicos con el fin de restablecer condiciones paradisíacas en todo el planeta, para el placer eterno de sus fieles y agradecidos siervos (Salmo 37:10, 11, 29). Cuando eso ocurra, “el desierto florecerá y la tierra seca dará fruto” en gran escala (Isaías 35:1, Traducción en lenguaje actual).

[Ilustración de las páginas 24 y 25]

Campos enteros repletos de flores se extienden por unos 50.000 kilómetros cuadrados