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La isla del cristal nos abre sus puertas

La isla del cristal nos abre sus puertas

La isla del cristal nos abre sus puertas

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN ITALIA

EL MAESTRO inserta su caña —una barra hueca— en la boca lateral del horno y extrae una candente bola de vidrio fundido, reluciente como el sol del ocaso y unida al fuego por un efímero hilo anaranjado. Luego hace girar la esfera de pasta vítrea en una plancha metálica llamada mármol a fin de formar un cilindro que infla con cuidado a través del tubo. Tras esto hace rodar de nuevo la masa, la alza, la examina y la reintroduce en el horno.

Nos hallamos en Murano, pequeña isla de la laguna de Venecia famosa por sus fábricas de vidrio, material soplado en la región durante más de mil años. De hecho, la vecina isla de Torcello alberga ruinas de una vidriería del siglo VII de nuestra era, aunque el primer testimonio procedente de la ciudad de los canales es una escritura del año 982 atestiguada por “Doménico el Vidriero”.

En 1224 ya había un gremio de tales artífices en Venecia. En 1291, el Gran Consejo ordenó que los talleres donde trabajaban se retiraran del municipio, probablemente por motivos de seguridad. Muchos se trasladaron a un kilómetro de allí, a Murano, en donde han permanecido hasta el día de hoy.

La razón de la fama

Dado que el vidrio se elabora desde antiguo en muchos países, ¿qué tiene de especial el de Murano, conocido también como vidrio de Venecia? Se cree que los artesanos locales alcanzaron tan exquisita maestría gracias al frecuente contacto de su gente con regiones donde el soplado tenía una larga tradición, como Egipto, Fenicia, Siria y el Corinto bizantino. Es innegable que los métodos y productos de los talleres venecianos más antiguos deben mucho a los orientales. Con todo, las técnicas empleadas en Murano elevaron su arte a niveles quizás nunca igualados en otros centros del Viejo Continente.

Según el libro Glass in Murano (El vidrio de Murano), en la Europa de los siglos XIII y XIV, Venecia era “el único centro capaz de producir ‘obras de arte’ de vidrio soplado”, las cuales se exportaban por doquier, desde el Mediterráneo oriental hasta el norte de Europa. Así, en 1399, el rey Ricardo II de Inglaterra autorizó que dos galeras venecianas anclaran en el puerto de Londres para vender dichos objetos, que para aquella época también eran posesiones codiciadas por la nobleza francesa. Con el paso de los años, Murano adquirió renombre por mercancías tales como espejos, candelabros, cristalería, joyas de imitación, cálices de complejo pie y otros artículos que exhibían hermosos colores, esmaltes, ornamentos dorados y delicados diseños.

Venecia, celosa guardiana de los secretos del oficio, hizo lo indecible por impedir que surgieran dignos contrincantes. Ya en el siglo XIII prohibió emigrar a los vidrieros. Las medidas proteccionistas fueron cada vez más severas y solo se permitió el acceso a la profesión o al aprendizaje a los muraneses legítimos. A los profesionales que intentaban huir se les llegó a imponer grandes multas y condenas de cinco años en galeras donde remaban con los pies encadenados.

Con todo, hubo algunos que lograron fugarse a ciudades de Italia y el resto de Europa, y empezaron a competir contra Murano con los mismos métodos y productos. A menudo, estas piezas —denominadas à la façon de Venise (a la veneciana)— no podían distinguirse de las muranesas.

El arte veneciano alcanzó su apogeo en los siglos XV y XVI. Murano, con sus imaginativas formas de delicado cristal soplado, sus esmaltes, su opaco lattimo (vidrio de color lechoso) y su reticello (labor de redecilla) —por citar varias especialidades— dominaba el mercado y destacaba en las mesas de los reyes.

Según una historiadora del arte del vidrio, en aquellos días, “el viajero curioso que llegaba a la laguna durante el período en que los hornos estaban en plena actividad no dejaba de visitarlos”. Con la misma intención, esta mañana abordamos nosotros un vaporetto, o transbordador, que va del Gran Canal a Murano. ¿Nos acompaña?

Hornos y exposiciones

Al desembarcar en la primera parada de Murano, los lugareños nos encaminan a las vidrierías cercanas, las cuales ofrecen demostraciones gratuitas de su arte. En el taller, el artesano sopla y balancea con su caña la bola de vidrio fundido hasta obtener una burbuja alargada. Con diestros movimientos de tenazas y tijeras, estira, corta y pinza la masa carente de forma y la convierte en la cabeza, las patas y la cola de un corcel que hace cabriolas.

Al acabar esta visita, paseamos por el tranquilo Rio dei vetrai (canal de los Vidrieros), donde el tránsito se realiza, como en la mayor parte de Venecia, por las aceras y el agua. Allí caemos en la cuenta de que Murano alberga una multitud de tiendas y salones de exposición. Algunos exhiben elegantes piezas de gran calidad —como juegos de té, candelabros e imponentes esculturas sólidas— que demuestran gran pericia. Otros ofrecen mercancías más asequibles, desde abalorios hasta floreros y pisapapeles multicolores, por lo general piezas hermosísimas realizadas a mano.

Nos interesa mucho ver la producción de las piezas. El vidrio de Murano (70% arena y 30% sosa, caliza, nitrato y arsénico) se licua a 1.400 °C, y se endurece a 500 °C. Entre estos dos extremos hay una temperatura ideal a la que este material se vuelve blando y dúctil. Por eso, al soplar y moldear una pieza hay que reintroducirla varias veces en el fuego para que recupere flexibilidad. Los operarios se sientan en bancos con brazos horizontales sobre los que colocan las cañas para darles vueltas. Las mueven con una mano y con la otra dan forma a la masa valiéndose de una herramienta o de un molde húmedo de peral, madera muy resistente al calor.

Dentro de un molde con estrías, otro artesano forma una burbuja cuyo extremo corta un ayudante. Luego gira la caña alrededor de su eje a fin de que se abra la burbuja como si fuera una flor. A base de calentarla, moldearla y añadirle un borde pinzado, crea un hermoso cáliz floral que servirá de pantalla para un candelabro.

Si desea aportar color al vidrio, el maestro lo rociará con polvos fundentes. Y si busca efectos florales, recurrirá al método murrine, es decir, añadirá rodajas de varillas de vidrio que vienen preparadas con patrones de color. A veces pondrá las varillas en paralelo (enteras o troceadas) sobre la plancha metálica y hará rodar sobre ellas una masa cilíndrica para que la recubran. Al reintroducir la caña en el horno, se fundirán las aplicaciones (polícromas, entrelazadas o en espiral) y se integrarán en la pasta, de la cual, una vez soplada, surgirá un jarrón, una lámpara o alguna otra pieza. Para crear objetos de gruesas paredes con varias capas de cristal claro o de colores, hay que sumergirlos en diversos crisoles.

En efecto, cada pieza tiene su historia y su técnica. Con la ayuda del fuego y valiéndose de centenarias tradiciones, los vidrieros de la histórica isla veneciana transforman la arena en esplendorosas creaciones.

[Ilustración de la página 16]

Rio dei vetrai (Murano, Italia)

[Ilustración de la página 17]

Copa Barovier del siglo XV

[Ilustración de la página 17]

Cáliz del siglo XVI grabado con punta de diamante

[Ilustraciones de la página 18]

1. Boca lateral del horno.

2. El maestro moldea la masa de vidrio.

3. El vidrio se recalienta para que recupere flexibilidad.

4. Con tenazas y tijeras se añaden las patas a un corcel que hace cabriolas.

5. Pieza acabada

[Reconocimiento]

Fotos por gentileza de http://philip.greenspun.com