El coleccionismo, un pasatiempo que exige equilibrio
El coleccionismo, un pasatiempo que exige equilibrio
DE NUESTRO CORRESPONSAL EN AUSTRALIA
¿SE HA visto a veces acumulando objetos que “algún día” podría necesitar? Si ese día no llega nunca, con el tiempo va a tener que desechar todo lo que no sirva para nada. Ahora bien, hay mucha gente que, por curioso que parezca, disfruta juntando artículos que quizás nunca tengan un uso práctico. Son personas cuyo pasatiempo es el coleccionismo.
Algunos coleccionistas van tras lo tradicional: piedras, sellos postales o monedas antiguas. Otros se apasionan juntando muñecas, animales disecados, cucharas, medallas, tarjetas postales, antigüedades, grabaciones musicales, recuerdos de vacaciones..., las posibilidades son infinitas. Un abogado norteamericano, por ejemplo, tiene unos doscientos mil clavos de ferrocarril en su colección. Es uno de los cientos de aficionados que recorren los campos en busca de viejos clavos con una fecha grabada en la cabeza.
“Es sorprendente el tipo de cosas que la gente colecciona: dientes, peluquines, calaveras, frascos de galletas, boletos de tranvía, mechones de pelo, abanicos, cometas, tenazas, perros, monedas, bastones, canarios, zapatos, [...] botones, huesos, alfileres de sombrero, firmas falsificadas, la primera edición de ciertas publicaciones y máscaras de gas”, señala la revista Harper’s Magazine.
Luego están quienes gustan de lo extravagante. Un ejemplo es la condesa rusa que coleccionaba orinales que habían pertenecido a ricos o famosos. Cierto regente japonés mantenía a 5.000 perros en casitas lujosamente decoradas. Y un acaudalado coleccionista, dice Harper’s Magazine, reunió miles de pulgas “conservadas en alcohol, en frascos individuales con una etiqueta que indicaba el lugar de origen y el nombre del huésped (animal o humano) en el que se había encontrado la pulga”.
Casos extremos aparte, difícilmente se diría que la idea de coleccionar objetos es particular de nuestros días, pues desde tiempos remotos ha existido el interés por acumular, por ejemplo, enormes cantidades de libros y manuscritos. Según el libro Light From the Ancient Past (Luz del pasado remoto), el rey asirio Asurbanipal (siglo VII a.E.C.) envió por todas partes a sus escribas a conseguir copias de registros y documentos antiguos para su biblioteca real de Nínive. El palacio de Asurbanipal que albergaba esta impresionante biblioteca se desenterró en 1853.
Asimismo, es muy conocida la costumbre de las aristocracias griega y romana de coleccionar obras de arte. “Roma constituía, en tiempos de Cicerón y de César, el ejemplo perfecto de la extravagancia de un imperio victorioso y el consumo ostentoso. [...] Los comerciantes de obras de arte ocupaban manzanas enteras de la ciudad. Entre los ciudadanos más acaudalados había quienes incluso tenían su propio museo privado”, señala el libro Collecting—An Unruly Passion (El coleccionismo: pasión desenfrenada).
¿Dónde está lo fascinante?
¿Por qué hay quien se aficiona a coleccionar cosas? The Encyclopedia Americana explica: “Se tienen pasatiempos por muchas razones, pero principalmente, por diversión. Relajan y permiten romper la monotonía cotidiana”. En efecto, para muchos, pasar el tiempo contemplando su colección de preciados objetos es, sencillamente, un deleite.
Además, tales objetos “pueden traer recuerdos de sitios y personas que la mente hubiera relegado casi al olvido —indica un artículo del periódico australiano The Canberra Sunday Times—. Si la colección está formada por antigüedades, se construye un puente entre la destreza y los sueños de generaciones pasadas y el aprecio por la nuestra”. Así es, esta afición puede resultar iluminadora y educativa. Por ejemplo, Rex Nan Kivell, reconocido coleccionista de Australia, reunió el impresionante caudal de unos quince mil artículos relacionados con los inicios históricos de Australia y Nueva Zelanda.
Otra razón por la que el coleccionismo es tan popular pudiera ser que muchas personas lo consideran una buena inversión. “¿Por qué otro motivo estaría alguien dispuesto a pagar 80 dólares por un juego de ‘boletos originales [para el concierto de rock] de Woodstock de 1969’, con certificado de autenticidad y todo, si ni siquiera asistió al concierto? [...] Coleccionar objetos relacionados con la cultura de masas representa un gran negocio”, apunta la revista Utne Reader.
Con todo, no están de más unas palabras de precaución. The Canberra Sunday Times advierte en un artículo: “El coleccionismo no es todo placer. Tiene sus riesgos. Algunos Proverbios 14:15 resultan prácticas para el coleccionista: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos”.
vendedores carecen de escrúpulos, y numerosas falsificaciones circulan como si fuesen valiosas, con poca atención a lo correcto o lo moral”. ¡Qué decepción sería descubrir que nuestra “inversión” no tiene ningún valor! Por tanto, las palabras deSe necesita equilibrio
Por otra parte, este pasatiempo puede consumir demasiado tiempo, energía y dinero. Una mujer dijo que su afición le producía “una ansiedad insoportable”. Alastair Martin, coleccionista de toda la vida, admitió incluso que algunos “rozan la excentricidad”.
Werner Muensterberger dice en su obra Collecting—An Unruly Passion: “Al observar al coleccionista, enseguida se descubre en él una incontenible necesidad, incluso hambre, de adquirir cosas. [...] No es siquiera el propio fenómeno de acumular piezas lo que extrañará al observador, sino el ridículo en el que caen muchos coleccionistas, su vehemencia en la búsqueda de objetos, su entusiasmo al hallarlos o su desaliento al perderlos, así como sus ocasionales extravagancias”.
¿Sería apropiado que un cristiano permitiera que su fascinación por cualquier afición lo absorbiera al grado de llegar a extremos imprudentes o vergonzosos? No, pues la Biblia nos exhorta: “Manténganse equilibrados” (1 Pedro 1:13, nota). Además, puede que un pasatiempo sea agradable, pero sencillamente no es una de “las cosas más importantes” que interesan a la persona reverente (Filipenses 1:10). A este respecto, el rey Salomón nos da una lección. Sus vastos recursos le permitieron acumular un impresionante número de casas, viñas, árboles y ganado. “Nada de lo que mis ojos pidieron mantuve alejado de ellos”, confesó. Pero ¿le produjo satisfacción dedicar su vida a ello? Él mismo responde: “Yo, yo mismo, me volví hacia todas las obras mías que mis manos habían hecho, y hacia el duro trabajo que yo había trabajado duro para lograr, y, ¡mira!, todo era vanidad y un esforzarse tras viento” (Eclesiastés 2:3-11).
¿Cómo impedir que la afición por el coleccionismo opaque asuntos más importantes? Uno podría preguntarse: “¿Cuánto tiempo puedo dedicar, razonablemente, a esta afición?”. Recuerde que el tiempo que va a invertir no termina al comprar los objetos deseados: hay que dedicar tiempo a cuidarlos, limpiarlos periódicamente, exhibirlos, admirarlos y protegerlos. ¿Y qué puede decirse del dinero? ¿Consumirá su afición recursos que se necesitan para atender responsabilidades de familia? (1 Timoteo 5:8.) ¿Posee el autodominio necesario para no comprar algo cuando no puede darse el lujo? Además, por mucho que lo intente, sencillamente jamás podrá tener todo artículo coleccionable. Lo que dijo Salomón respecto a los libros es cierto de cualquier otro objeto: “El hacer muchos libros no tiene fin, y el aplicarse mucho a ellos es fatigoso a la carne” (Eclesiastés 12:12). Por tanto, se requiere equilibrio cristiano.
Una de las obras que hemos citado llama al coleccionismo “pasión desenfrenada”. Pero no tiene por qué serlo. Si se mantiene en su sitio y se practica con equilibrio y moderación, puede ser un pasatiempo relajante, placentero y, por qué no, también educativo.
[Ilustración de la página 26]
Es prudente calcular el costo de dedicarse a un pasatiempo, tomando en cuenta tanto el tiempo como los gastos implicados