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La perla negra: joya de los mares del Sur

La perla negra: joya de los mares del Sur

La perla negra: joya de los mares del Sur

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN NUEVA ZELANDA

“Se solicitan trabajadores para cultivo de perlas en Manihiki”, decía un anuncio del periódico Cook Islands News. De seguro usted se preguntará cómo se cultivan las perlas. Y por cierto, ¿dónde queda Manihiki?

MANIHIKI es un remoto atolón ubicado a 2.600 kilómetros al nordeste de Nueva Zelanda y que forma parte de las quince islas conocidas como las Cook. A principios de la década de 1970, según ciertas fuentes, en dicho atolón empezó a ensayarse el cultivo de perlas negras. Hoy, decenas de florecientes granjas perlíferas salpican sus lagunas.

Para el cultivo de perlas negras se necesita mucho trabajo manual y una buena técnica. Primero hay que seleccionar minuciosamente las ostras perlíferas. Las que se han elegido se abren con cuidado, se les practica una incisión en la carne con un bisturí y se les implanta un núcleo esférico (o cuenta) junto con un diminuto trozo de tejido extraído del manto (membrana que recubre el interior de la concha) de un donante vivo. Entonces los cultivadores las devuelven a la laguna y les prodigan los mayores cuidados, limpiándolas de algas y percebes.

Poco a poco, el trozo de manto implantado va envolviendo el núcleo con capas y capas de una sustancia blanquecina y lustrosa: el nácar. Si la ostra no rechaza el implante, producirá una perla en un año y medio o dos. Es un proceso que se ha calificado de “sobresaliente simbiosis hombre naturaleza”.

Su valor

La perla negra del Pacífico sur, una de las joyas más raras y cotizadas del mundo, presenta en realidad una amplia gama de radiantes colores, que van del blanco anacarado al negro azabache, pasando por el rosa, el dorado, el bronce, el cobrizo, el verde pavo real, el azul, el violeta y varios tonos plateados. Incluso pueden hallarse combinaciones, como rosa y rojizo, verde y dorado, verde y negro, azul y negro, o berenjena y negro.

Ahora bien, el color no necesariamente influye a la hora de fijar el valor de la perla, pues lo que en realidad realza su calidad es la uniformidad del color, además de otros factores como la talla, la forma, la superficie y el oriente (brillo).

Cuando un joyero habla de la talla de una perla, se refiere a su diámetro, de unos 8 a 12 milímetros por lo común, si bien algunas piezas muy particulares llegan a alcanzar o superar los 18 milímetros. Hablando en términos generales, aunque las dimensiones y el peso de la joya no son el factor decisivo, sí repercuten en el precio.

Tal como ocurre con los colores, las perlas adoptan diversas formas, siendo la más cotizada la que es totalmente esférica. Con todo, las de forma de gota, o lágrima, se convierten en preciosos colgantes y pendientes. También las hay anilladas, es decir, con ranuras circulares. Si oye hablar de un botón de perla, sepa que se trata de un ejemplar con un lado redondo y otro plano. Las barrocas, por su parte, ostentan formas irregulares.

Una pieza cuya superficie esté totalmente libre de imperfecciones es muy rara y costosa. Lo normal es que haya algunos defectos, tales como depresiones, abultamientos, arrugas, rasguños, puntos o manchas, pero todos son naturales, y si no son muchos o si están concentrados en un sitio, será posible ocultarlos al engastar la joya.

Pero algo que usted de seguro notará es el oriente, o brillo, el cual depende del grosor del nácar. Otro detalle que hay que tomar en cuenta es la iridiscencia de la pieza, es decir, su capacidad para reflejar la luz, rasgo que le confiere esa atractiva calidez. Hay quienes afirman que el brillo —más que el color, el tamaño, la forma o la superficie— es lo que provoca miradas de admiración.

Su cuidado

Las perlas no son tan duras como los diamantes, los rubíes o las demás piedras preciosas, por lo que pueden rayarse si entran en contacto con otras joyas o con objetos duros. Así que tenga cuidado al usarlas y al guardarlas.

El ácido (incluido el de la transpiración humana) puede estropearlas, lo mismo que los detergentes, perfumes y cosméticos en general. Un renombrado joyero de las islas Cook recomienda el siguiente procedimiento de limpieza: “Prepare en un recipiente pequeño una mezcla de agua y líquido suave para lavar platos. Agite con un cepillo de dientes blando. Cepille levemente la perla y su engaste. Enjuague con agua limpia y seque con un paño suave”.

Su lugar en la historia

Entre las primeras joyas empleadas para el adorno del ser humano figuran las perlas, las cuales reciben elogios incluso en la literatura antigua. Eran especialmente apreciadas en Oriente Medio y Asia, al parecer por considerarlas símbolo de pureza y virtud.

En la Roma antigua se confería tal valía a las perlas, que solo a personas de cierto rango se les permitía usarlas. El filósofo y naturalista Plinio el Viejo, del siglo primero, las exaltó como “el bien soberano del mundo entero”. Y al ilustrar el valor inapreciable del Reino de los cielos, Jesús habló de “una perla” tan valiosa, que un comerciante que viajaba en busca de perlas excelentes “prontamente vendió todas las cosas que tenía, y la compró” (Mateo 13:45, 46).

La alusión de Jesús a las perlas demuestra sin duda su belleza y valor. ¡Qué agradecidos estamos a Jehová, el Creador de las joyas, como las que encontramos en los mares del Sur!

[Ilustraciones de la página 26]

Perlas negras (ampliadas para ver los detalles)