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Las montañas: por qué las necesitamos

Las montañas: por qué las necesitamos

Las montañas: por qué las necesitamos

“Asciende a las montañas y oirás sus buenas nuevas. Igual que el Sol irradia luz al árbol, te irradiará paz la naturaleza. Te darán frescor los vientos y energía las tormentas, y al suelo caerán tus cuitas como caen las hojas secas.” John Muir, escritor y naturalista estadounidense.

COMO constató John Muir hace más de cien años, las montañas tienen la capacidad de conmovernos, sí, de asombrarnos con su majestad, deleitarnos con su fauna y sosegarnos con su paz. A ellas acuden millones de personas todos los años para recrear la vista y elevar el espíritu. “Desde tiempos inmemoriales son fuente de inspiración de sociedades y culturas”, dice Klaus Töpfer, director ejecutivo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.

Pero no todo son buenas nuevas para las serranías. Aunque por siglos su ubicación apartada bastó para resguardarlas de la sobreexplotación del hombre, hoy se encuentran en peligro. Según un comunicado de las Naciones Unidas emitido hace pocos años, “algunas de estas regiones silvestres están desapareciendo con mucha rapidez a consecuencia de la agricultura, de la creación de infraestructuras y de otros factores preocupantes”.

Las montañas cubren buena parte del globo. Brindan recursos a la mitad de la población mundial y un hogar a millones de personas. En efecto, nos regalan mucho más que paisajes idílicos de indescriptible belleza. Veamos algunas de sus aportaciones a nuestro bienestar.

La importancia de las montañas

ALMACENES DE AGUA. Son el origen de las corrientes más caudalosas y proporcionan la mayor parte del agua a los embalses. Dos importantes ríos de Norteamérica —el Colorado y el Bravo, o Grande— reciben casi todo su caudal de las montañas Rocosas (o Rocallosas). Alrededor de la mitad de la población mundial vive en el sur y el este de Asia, y por lo general depende de las precipitaciones que caen sobre las grandes cordilleras del Himalaya, el Karakorum, el Pamir y la región del Tíbet.

“Estos depósitos de agua del mundo son esenciales para la vida terrestre y el bienestar de toda la humanidad —indica Töpfer—. [...] Lo que ocurre en los picos más altos incide en las tierras bajas, en las fuentes de agua dulce e incluso en los mares.” En muchos países, las cumbres conservan la nieve invernal y liberan paulatinamente el líquido elemento en primavera y verano. En las regiones áridas, el riego depende del deshielo de cimas lejanas. Y muchas laderas cuentan con bosques que absorben las lluvias como esponjas, permitiendo que el agua descienda gradualmente hasta los ríos sin provocar inundaciones destructivas.

ECOSISTEMAS Y BIODIVERSIDAD. Dado que muchas de estas regiones están apartadas y ofrecen un potencial agrícola limitado, el hombre no las ha invadido tanto. De ahí que se hayan convertido en reservas de animales y plantas que con frecuencia ya desaparecieron de las tierras bajas. Por ejemplo, pese a ser más pequeño que la ciudad de Nueva York, el montañoso Parque Nacional Kinabalu, de Malaysia, alberga 4.500 especies botánicas, lo que equivale a más de la cuarta parte de las existentes en todo Estados Unidos. Además, muchas criaturas amenazadas viven en ecosistemas montañosos, como los pandas gigantes de China, los cóndores de los Andes y los leopardos de las nieves de Asia central.

Según la revista National Geographic en Español, un equipo de ecologistas calculó que “más de la tercera parte de las plantas y vertebrados terrestres están confinados en menos del dos por ciento del planeta”. Gran número de especies se concentran en zonas de gran riqueza biológica que no han sido alteradas por el hombre, las cuales reciben la denominación científica de puntos calientes o zonas de alta biodiversidad. Estas áreas de importancia crítica —muchas de ellas montañosas— contienen una gran biodiversidad que nos beneficia a todos. Por ejemplo, algunos de los cultivos más importantes del mundo proceden de plantas silvestres que aún crecen en las serranías, como el maíz de las altiplanicies mexicanas, las papas y los tomates de los Andes peruanos o el trigo del Cáucaso, por mencionar solo unas pocas.

ZONAS DE OCIO Y TURISMO. Las áreas montañosas también preservan la belleza natural. Albergan imponentes cascadas y hermosos lagos, ofreciendo algunos de los paisajes más espectaculares del planeta. No es de extrañar que un tercio de las regiones protegidas del mundo sean montañosas, ni que constituyan el destino favorito de tantos visitantes.

Hasta parques nacionales muy retirados reciben a millones de turistas de todo el globo. Hay quienes se desplazan miles de kilómetros para llegar al Parque Nacional Denali, en Alaska, y admirar el monte McKinley, el más alto de Norteamérica. Y muchos visitan el Gran Valle del Rift para maravillarse con los grandiosos montes Kilimanjaro y Meru, o sencillamente para observar las grandes manadas silvestres que deambulan entre ambas elevaciones. Aunque muchas comunidades serranas se benefician de la afluencia del turismo, si este se descontrola puede convertirse en una amenaza para sus frágiles ecosistemas.

Depósitos de conocimiento

En el transcurso de los siglos, las comunidades montañesas han aprendido a salir adelante en un medio hostil. Así, construyeron terrazas que les han permitido realizar cultivos viables durante más de dos milenios. También domesticaron animales de la zona, como la llama y el yak, que soportan los rigores de la vida a gran altitud. Además, los conocimientos tradicionales de los lugareños pudieran ser utilísimos para proteger las montañas, que tanto nos aportan.

“Los pueblos aborígenes son los únicos guardianes de vastos hábitats casi inalterados en partes remotas de todos los continentes —explica Alan Thein Durning, del Instituto Worldwatch—. [...] Poseen un cúmulo de conocimientos ecológicos [...] que rivalizan con los contenidos en las bibliotecas de la ciencia moderna.” Estos depósitos de conocimiento deben protegerse tanto como otros recursos de las regiones montañosas.

En 2002, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente patrocinó el Año Internacional de las Montañas. A fin de destacar cuánto dependemos de ellas, los organizadores adoptaron el lema “Todos somos gente de montaña”. El objetivo era sensibilizar a la población sobre los problemas que afrontan estos ecosistemas y buscar soluciones para protegerlos.

Esta inquietud es ciertamente válida. “Muy a menudo suele verse a las montañas como fuente de recursos naturales, y no se presta la debida atención a las condiciones precarias de sus habitantes ni a la sostenibilidad de sus ecosistemas”, señaló en 2002 un destacado orador en la Cumbre Mundial de las Montañas, que tuvo lugar en Bishkek (Kirguizistán).

¿Qué dificultades afrontan las montañas del mundo y sus pobladores? ¿Cómo nos afectan a todos?