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Por qué es esencial la cooperación

Por qué es esencial la cooperación

Por qué es esencial la cooperación

“Ningún organismo es una isla, pues siempre está relacionado con otros, directa o indirectamente.” (Symbiosis—An Introduction to Biological Associations [Simbiosis. Introducción a las asociaciones biológicas].)

LA TRAMA de la vida. Esta expresión describe bien al ecosistema mundial, pues ciertamente es un tejido, o red, donde se interconectan organismos que dependen unos de otros, y una de cuyas hebras fundamentales es el ser humano. Para constatarlo, solo hay que mirar en nuestro propio cuerpo. Por ejemplo, en el aparato digestivo hallamos un ejército de útiles bacterias que fomentan nuestro bienestar al destruir peligrosos invasores, facilitar la digestión y colaborar en la producción de vitaminas esenciales. A cambio, nosotros, los anfitriones, proporcionamos a estas bacterias alimentos y un medio donde desarrollarse.

En el reino animal existen alianzas semejantes, particularmente entre los rumiantes, es decir, las criaturas que, como las vacas, venados y ovejas, vuelven a masticar la comida ingerida. En su rumen (primera cavidad de las varias que constituyen su estómago) encontramos auténticos ecosistemas de bacterias, hongos y protozoos. Gracias a la fermentación, estos microorganismos descomponen la celulosa (carbohidrato fibroso de la vegetación) y la transforman en nutrientes. El empleo de bacterias en la digestión está presente hasta entre algunos insectos que comen celulosa, como ciertas cucarachas, lepismas, termitas y avispas.

La cooperación estrecha entre organismos dispares recibe el nombre de simbiosis, que significa literalmente “convivencia”. * “Estas alianzas son fundamentales para el desarrollo de los sistemas vivos”, indica Tom Wakeford en su libro Liaisons of Life. Tomemos como muestra el suelo, base de muchos ecosistemas terrestres.

El suelo: casi un ser vivo

La Biblia dice que el suelo tiene poder (Génesis 4:12). Y es una afirmación lógica, pues el terreno es mucho más que un conjunto de partículas sin vida. Se trata de un medio complejo que propicia el crecimiento y rebosa de organismos. Tan solo en un kilo [2 libras] de tierra pudiera haber mucho más de 500.000 millones de bacterias, 1.000 millones de hongos y hasta 500 millones de insectos, gusanos y otros organismos pluricelulares. Buena parte de estos trabajan juntos para descomponer la materia orgánica —como hojas secas o residuos animales— y al mismo tiempo extraer nitrógeno y convertirlo en sustancias asimilables por las plantas. También transforman el carbono en dióxido de carbono y en otros compuestos que las plantas necesitan para realizar la fotosíntesis.

Muchas leguminosas, como la alfalfa, el trébol, la arveja (guisante) y la soja, mantienen una relación especial con las bacterias, a las que permiten “infectar” su sistema de raíces. Pero las bacterias no las perjudican, sino que estimulan la producción en las raíces de unos pequeños nódulos donde ellas pueden instalarse y hacerse cuarenta veces más grandes. De este modo se convierten en bacteroides, cuya función es transformar el nitrógeno en compuestos asimilables por las leguminosas. A cambio, las bacterias reciben nutrientes de las plantas.

Los hongos —entre ellos los mohos— también desempeñan un papel crucial en el crecimiento de las plantas. De hecho, casi todos los árboles, arbustos y hierbas mantienen con ellos una relación oculta, innegablemente subterránea. Estos organismos también “infectan” las raíces, ayudando a la planta a absorber agua, así como importantes minerales, entre los que figuran hierro, fósforo, potasio y cinc. A cambio, los hongos, que carecen de clorofila y no pueden producir sus propios nutrientes, absorben carbohidratos de la planta.

Entre las especies muy dependientes de los hongos está la orquídea. En el mundo natural, la alianza se inicia cuando estos colaboradores ayudan a que germinen sus diminutas semillas. Luego facilitan que madure la planta al complementar a su pequeño sistema de raíces. Según Tom Wakeford, los hongos “forman una amplia y dinámica red de captación que cubre todas las necesidades nutricionales de la orquídea. En retribución, esta les aporta pequeñas cantidades de vitaminas y compuestos nitrogenados. Pero su generosidad tiene límites. Si los hongos desbordan su espacio —que se limita al interior de las raíces— y comienzan a invadir la parte superior de la orquídea colonizando el tallo, esta segregará fungicidas naturales”.

En el caso de las plantas florales, las relaciones subterráneas son solo parte de la historia, pues también establecen alianzas más visibles.

Asociaciones para la propagación

Cuando se posa sobre una flor, la abeja entabla una relación simbiótica con ella: a cambio de polen y néctar, la espolvoreará con polen de flores de la misma especie. Esta alianza posibilita que las plantas florales se reproduzcan. Una vez polinizadas, las flores dejan de producir alimentos. Pero ¿cómo saben los insectos que se ha cerrado el “comedor”? Gracias a las indicaciones de las propias flores: tal vez pierdan su aroma o sus pétalos, o cambien de orientación o colorido, que a menudo se vuelve más tenue. Por tristes que nos parezcan estos fenómenos, son gestos de “cortesía” hacia la laboriosa abeja, que puede centrarse en otras plantas abiertas al “público”.

En los últimos años se ha registrado en algunas regiones un marcado descenso en el número de polinizadores, y más concretamente de abejas. No es buena señal, pues casi el 70% de las plantas florales dependen de insectos para la polinización. Y un 30% de los alimentos que consumimos proviene de cosechas cuyas especies han sido polinizadas por las abejas.

Hormigas en el jardín

Existen hormigas que también mantienen relaciones simbióticas con algunas plantas. A cambio de alimento y espacio para el hormiguero, los insectos polinizan a su hospedador, dispersan sus semillas, le aportan nutrientes y lo protegen de animales herbívoros, sean insectos o mamíferos. Hay una especie de hormiga que se aloja en las espinas huecas de cierta acacia y que llega a destruir las enredaderas nocivas que encuentra al patrullar el territorio adyacente. En gratitud por tan excelentes servicios de jardinería, la acacia regala a las hormigas su dulce néctar.

Por otro lado, hay hormigas que “crían” unos pulgones denominados áfidos, los cuales les brindan a cambio el mielato, la dulce secreción que producen cuando sus cuidadoras los acarician con las antenas. De ellos dice la obra Symbiosis: “Las hormigas tratan a estos insectos como reses, ordeñándolos y protegiéndolos de los depredadores”. Tal como el granjero encierra de noche sus vacas en el establo, las hormigas suelen guardar a los áfidos en el hormiguero y sacarlos por la mañana a “pastar” hojas, por lo general nuevas y frescas. Y no hablamos de “rebaños” pequeños, pues en algunos hormigueros se alojan miles de pulgones.

Además, hay mariposas que también reciben el cuidado de las hormigas cuando se encuentran en la fase de oruga. Por ejemplo, la hormiguera de lunares tiene una relación simbiótica con las hormigas rojas. En realidad, si no fuera por el auxilio de estas últimas, no podría terminar su ciclo vital. Mientras es oruga, recompensa a sus anfitrionas con secreciones azucaradas. Luego, cuando emerge de la crisálida como mariposa, deja el hormiguero sana y salva.

Viven peligrosamente

Si usted fuera un pájaro, ¿introduciría en su nido una serpiente viva? “¡Claro que no!”, dirá con toda probabilidad. Sin embargo, hay un ave que hace eso mismo. Se trata del autillo, que aloja a la serpiente gusano. En vez de atacar a los polluelos, esta culebra ciega come hormigas, moscas y otros insectos, así como sus larvas. Según un artículo de la revista New Scientist, los polluelos que se crían con esta aspiradora viviente en medio de ellos “crecen más rápido y tienen una esperanza de vida mucho mayor” que los que no gozan de su compañía.

El alcaraván acuático es un ave que va un paso más allá: no hospeda serpientes, sino que se muda al vecindario del cocodrilo del Nilo, en cuya dieta figuran ciertas aves. Sin embargo, el alcaraván acuático no será su presa, sino su centinela. Cuando se acerquen enemigos a su propia casa o a la del vecino, emitirá su llamada, y el cocodrilo acudirá corriendo si está fuera.

Espulgadores y succionadores

¿Ha visto alguna vez aves, como las garcillas bueyeras o los picabueyes (bufagos), picoteando los lomos de antílopes, vacas o jirafas? En vez de incomodarles, les hacen un gran favor, pues comen pulgas, garrapatas y otros parásitos que ellos no pueden eliminar por sí solos. Además, les retiran tejidos enfermos y gusanos. El picabuey hasta emite silbidos para alertar a sus clientes de los peligros que les acechan.

El hipopótamo, amante del medio acuático, recibe los cuidados tanto de amigos voladores como nadadores. Por ejemplo, mientras está en el agua, es atendido por el labeo negro, pez de la familia de las carpas que, como si fuera una aspiradora viviente, le retira las algas, la piel muerta, los parásitos y casi cualquier otra adherencia. Hasta le asea los dientes y las encías. Y hay otros peces que también intervienen, sea limpiando las heridas o introduciendo sus largos hocicos para mordisquear entre los dedos y otros puntos difíciles de la anatomía del hipopótamo.

Claro, a los propios peces se les pegan compañías indeseables, como crustáceos, bacterias externas, hongos y pulgas, y también se les deterioran y mueren tejidos. Para librarse de estas molestias, los peces marinos suelen acudir a centros de lavado locales, donde coloridos góbidos, lábridos y camarones limpiadores los dejarán impecables, y a cambio se darán un atracón de comida. Los peces más grandes tal vez cuenten con su equipo de limpieza particular.

Los clientes acuáticos disponen de varias formas de solicitar la recolección de desperdicios. Por ejemplo, algunos adoptan poses peculiares, como colocar la cabeza hacia abajo y la cola hacia arriba. Otros dejan abiertas la boca y las branquias, como si dijeran: “Entren. No voy a morder”. Los limpiadores los complacen sin dudarlo, aunque se trate de depredadores tan temibles como la morena o el tiburón. Durante el aseo, algunos clientes cambian de color, tal vez para que salten a la vista los parásitos. A menos que cuenten con los servicios de peces limpiadores, los peces marinos de los acuarios “no tardan en llenarse de parásitos y enfermar —explica el libro Animal Partnerships (Asociaciones animales)—. Pero tan pronto como se introduce un pez limpiador, este entra en acción, y los demás, como si supieran lo que ocurre, se ponen en fila para recibir el tratamiento”.

Cuanto más aprendemos, más nos asombran la interdependencia y la armonía existentes en el mundo que nos rodea. Como en una orquesta, todos los organismos —incluido el hombre— ejecutan su parte en la interpretación de la deliciosa sinfonía de la vida. Sin duda, todo un testimonio de que hay diseño inteligente, sí, un Creador Supremo (Génesis 1:31; Revelación [Apocalipsis] 4:11).

La nota discordante

Es una lástima que el ser humano muchas veces no colabore con la naturaleza. A diferencia de los animales, que se gobiernan principalmente por instinto, él está sujeto a la influencia de factores muy diversos, sean positivos, como el amor y otras cualidades, o negativos, como el odio y la codicia más egoísta.

Dado que las personas cada vez se dejan arrastrar más por estos últimos factores, crece la inquietud por el futuro de nuestro planeta (2 Timoteo 3:1-5). Pero tal desasosiego deja fuera del cuadro al Creador, cuyo propósito para la Tierra no solo incluye restablecer el equilibrio ecológico del planeta, sino instaurar una nueva armonía entre todas las criaturas, entre ellas los seres humanos.

[Nota]

^ párr. 5 Existen tres categorías principales de simbiosis: mutualismo, si la unión resulta provechosa para ambos integrantes; comensalismo, si beneficia al huésped sin perjudicar al anfitrión, y parasitismo, si permite a una parte medrar a costa de la otra. En este artículo nos centramos en ejemplos de mutualismo.

[Ilustración y recuadro de la página 7]

Dos en uno

Lo más seguro es que esas costras crujientes de color gris verdoso que observamos en muchos árboles y piedras sean líquenes. Según fuentes autorizadas, hay más de veinte mil variedades. Sin embargo, aunque el liquen parezca un único organismo, se trata en realidad de la asociación de un hongo y un alga.

¿Por qué se unen estos dos compañeros? El hongo lo hace porque no tiene la capacidad de producir sus alimentos. Así pues, emplea unas hebras microscópicas para aferrarse a un alga, la cual elabora azúcares mediante la fotosíntesis. Algunos de estos se filtran por las paredes del alga y son absorbidos por el hongo. A cambio, el alga recibe la humedad de su anfitrión, que también la protege del exceso de luz.

Con un toque de humor, un científico definió a los líquenes como “hongos que han descubierto la agricultura”. Y no hacen nada mal su oficio, pues “se extienden por un área diez veces mayor que las selvas tropicales de todo el mundo” (Liaisons of Life). Su hábitat va del Ártico al Antártico, y hasta crecen en la parte superior de algunos insectos.

[Ilustraciones y recuadro de la página 8]

La prodigiosa simbiosis del coral

Los arrecifes coralinos están formados por pólipos y algas. Incrustadas en cada hueco del tejido de los pólipos, estas aportan al coral sus brillantes colores. Además, suelen superar a los pólipos en peso, a veces a razón de 3 a 1, lo cual convierte al coral en una entidad más vegetal que animal. Pero la principal función de las algas es sintetizar compuestos orgánicos, un 98% de los cuales pagan como “renta” a su anfitrión. De estos nutrientes dependen los pólipos para vivir y para formar los esqueletos calcáreos del arrecife.

Esta alianza reporta a las algas al menos dos beneficios. Primero, les proporciona comida, o sea, los desechos de los pólipos: dióxido de carbono, compuestos del nitrógeno y fosfatos. Segundo, les brinda la protección de un esqueleto resistente. Como ellas también necesitan luz solar, los arrecifes se forman solo en aguas claras y bien iluminadas.

Cuando el coral se ve sometido a perturbaciones —como aumentos en la temperatura del agua—, los pólipos expulsan las algas y se decoloran, lo que pudiera terminar matándolos por inanición. En los últimos años, los científicos han observado en todo el mundo un preocupante aumento de este fenómeno.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 8 y 9]

Lecciones de cooperación

Como si fueran pájaros de la misma bandada, dos reactores surcan juntos el cielo. No es un viaje normal, sino un experimento científico basado en estudios con pelícanos. En tales investigaciones se vio que cuando una de estas aves vuela integrada en una formación, obtiene una fuerza ascensional suplementaria de los compañeros que la anteceden, por lo que su ritmo cardíaco es un 15% menor que cuando vuela sola. ¿Sería posible aplicar a los aviones estos principios de aerodinámica?

Para averiguarlo, un equipo de ingenieros dotó a una aeronave de instrumentos electrónicos ultramodernos que permitían al piloto mantener su aparato a 90 metros [300 pies] de otra nave que iba delante, con un margen de error de 30 centímetros [1 pie] (véase la foto del medio). ¿Qué resultados hubo? La resistencia al aire que registra normalmente el reactor se redujo en un 20%, y el consumo de combustible en un 18%. Los investigadores creen que estos hallazgos pudieran resultar útiles tanto en el campo civil como en el militar.

[Reconocimientos]

Reactores: NASA Dryden Flight Research Center; aves: © Joyce Gross

[Ilustraciones de la página 5]

En su rumen, la vaca alberga todo un ecosistema de bacterias, hongos y protozoos (imagen aumentada a la derecha)

[Reconocimiento]

Imagen de la derecha: Melvin Yokoyama y Mario Cobos (Michigan State University)

[Ilustración de la página 7]

Las abejas facilitan la reproducción de las plantas florales

[Ilustración de la página 9]

Vaca con garcilla bueyera

[Ilustración de la página 10]

Pez mariposa con un pequeño pez limpiador

[Ilustración de la página 10]

Anémona con camarón limpiador moteado