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Siéntase seguro hoy y viva seguro para siempre

Siéntase seguro hoy y viva seguro para siempre

Siéntase seguro hoy y viva seguro para siempre

¿A QUÉ se debe que la seguridad sea a menudo inalcanzable y, si acaso se halla, tan fugaz? ¿Podría ser que nuestra noción de la seguridad fuera ilusoria, que se basara en lo que anhelamos y no en lo que realmente podemos conseguir? Abrigar esa falsa esperanza equivaldría a vivir en un mundo de sueños.

La imaginación nos permite dejar atrás las inciertas realidades de la vida y, desechando cuanto pudiera romper el hechizo, penetrar en un mundo hermoso y seguro. Sin embargo, los problemas de la vida real irrumpen con frecuencia en ese sueño para, implacables, suprimir la sensación de bienestar y despertarnos a la cruda realidad.

Hablemos de un factor que la gente suele relacionar con la seguridad: el lugar de residencia. La gran ciudad, por ejemplo, puede resultar atrayente, pues quizá nos transmita la idea de pasarlo bien, ganar un buen sueldo y vivir en un barrio lujoso, cosas que parecen ofrecer la seguridad anhelada. Ahora bien, ¿es realista esta visión?

El lugar de residencia: ¿grandes ciudades o grandes sueños?

En los países en desarrollo, el atractivo de las metrópolis se destaca en mensajes publicitarios que agitan las imaginaciones más ambiciosas. Las organizaciones responsables de esta propaganda no se interesan necesariamente en nuestra seguridad, sino en sus ventas, y empequeñecen los problemas del mundo real con escenas de éxito y seguridad. Así, esta última se asocia mentalmente con el producto anunciado y con la gran ciudad.

Veamos un ejemplo. Como parte de una campaña oficial antitabaco, en una ciudad de África occidental se colocaron carteles que anunciaban gráficamente que fumar equivale en realidad a quemar el dinero ganado a costa de tantos sacrificios. Los fabricantes y vendedores de cigarrillos contraatacaron con carteles de hábil diseño en los que aparecían fumadores en atrayentes situaciones de felicidad y éxito. Una compañía tabacalera hizo que algunos de sus empleados, vestidos con llamativos uniformes y gorras de béisbol, fueran por la calle repartiendo cigarrillos a los jóvenes e invitándolos a “probarlos”. Muchos de tales jóvenes procedían de zonas rurales; ignorantes de los ingeniosos trucos publicitarios, mordieron el anzuelo y se hicieron adictos al tabaco. Habían ido a la gran ciudad en busca de la seguridad que les permitiera mantener a su familia o salir adelante en sentido económico y, en vez de eso, estaban quemando mucho dinero al que podrían haber dado un mejor uso.

La publicidad que vende la idea de una vida de éxito en las grandes urbes no solo procede de los comerciantes, sino también de labios de personas que se han mudado allí y se avergüenzan de regresar a su lugar de origen. Por temor a que los consideren fracasados, alardean de la prosperidad y los logros que supuestamente han conseguido en la ciudad. Sin embargo, al mirar más de cerca su pretendida posición social, resulta que su actual estilo de vida no es mejor que el que tenían en el pueblo, pues afrontan apuros económicos, igual que la mayoría de los residentes de la metrópoli.

Sobre todo en las grandes ciudades, quienes llegan en busca de seguridad quedan a merced de individuos sin escrúpulos. ¿Por qué? Porque en general no han tenido tiempo de entablar buenas amistades y se hallan lejos de su familia, de modo que no hay quien los aconseje y ayude a evitar los escollos del materialismo que caracteriza la vida urbana.

Josué no cayó en la trampa del tabaco. Además, comprendió que las exigencias del día a día eran excesivas para él. En el mejor de los casos, lo único que la ciudad podía ofrecerle eran grandes sueños, pero incumplidos. Se dio cuenta de que allí no tenía verdadera seguridad; sencillamente, aquel no era su sitio. Abrumado por sentimientos de desolación, inferioridad y fracaso, finalmente se tragó el orgullo y regresó a la aldea.

Había temido que se burlaran de él, pero, en cambio, su familia y amigos verdaderos lo recibieron con los brazos abiertos. Gracias al cariño del hogar, al entorno conocido del pueblo y al amor de sus amistades de la congregación cristiana, no tardó en sentirse más seguro que en la gran ciudad, donde los sueños de tantos acaban convirtiéndose en pesadillas. Para su sorpresa, comprobó que el trabajo arduo con su padre en el campo en realidad les reportaba a él y su familia mayores ingresos que las ganancias netas que hubiera obtenido en la ciudad.

El dinero: ¿cuál es el verdadero problema?

¿Le aportará el dinero un sentido de seguridad? Liz, de Canadá, recuerda: “Era joven y creía que el dinero libraba a uno de las inquietudes”. Se enamoró de un hombre que disfrutaba de seguridad económica, y no tardaron en contraer matrimonio. ¿Se sintió segura? “Cuando me casé —sigue diciendo—, tenía una hermosa casa y dos automóviles, y nuestra situación nos permitía disfrutar de casi todo en lo que respecta a posesiones, viajes y diversión. Sin embargo, aunque parezca increíble, el dinero me seguía preocupando.” Liz nos explica la razón: “Tenía mucho que perder. Parece que cuanto más posees, menos seguro te sientes. El dinero no me libró del temor ni de la ansiedad”.

Si usted cree que no tiene lo suficiente en sentido económico para sentirse seguro, pregúntese cuál es el verdadero problema. ¿Es realmente que le falta dinero, o que no lo administra bien? Al reflexionar sobre su pasado, Liz señala: “Ahora comprendo que los problemas de mi familia cuando era niña se debían a la mala administración. Comprábamos a crédito, así que siempre teníamos deudas, y esto nos causaba ansiedad”.

No obstante, Liz y su esposo se sienten mucho más seguros ahora a pesar de tener menos dinero. Cuando aprendieron la verdad de la Palabra de Dios, dejaron de concentrarse en las tentadoras ofertas para obtener dinero y empezaron a prestar atención a palabras de sabiduría divina como estas: “En cuanto al que me escucha, él residirá en seguridad y estará libre del disturbio que se debe al pavor de la calamidad” (Proverbios 1:33). Desearon que su vida tuviera más sentido que el que aporta una abultada cuenta bancaria. Ahora son misioneros en un país distante, y enseñan a ricos y pobres por igual que Jehová Dios pronto convertirá toda la Tierra en un lugar verdaderamente seguro. La profunda satisfacción y estabilidad que su labor les produce es el resultado de unos objetivos y valores más elevados, no de sus ingresos económicos.

Recuerde esta verdad fundamental: ser rico para con Dios es mucho mejor que acumular riquezas materiales. De principio a fin, las Sagradas Escrituras ponen el acento, no en tener muchas posesiones, sino en conseguir una buena posición ante Dios y conservarla persistiendo con fe en cumplir la voluntad divina. Cristo Jesús nos animó a ser ‘ricos para con Dios’ y a acumular ‘tesoros en los cielos’ (Lucas 12:21, 33).

La posición social: ¿adónde nos dirigimos?

Si se inclina a creer que ascender en la escala social es la manera de conseguir seguridad, pregúntese: “¿Quién en esa escala goza de auténtica seguridad? ¿Cuánto hay que subir para obtenerla?”. Una carrera de éxito puede darle un falso sentido de solidez que lo lleve a sufrir una decepción o, peor aún, una desastrosa caída.

Las experiencias de la vida real demuestran que un buen nombre ante Dios ofrece mucha más seguridad que el reconocimiento de los hombres. Solo Jehová puede concedernos el don de la vida eterna, lo que implica que nuestro nombre se escribirá en su libro de la vida, no en alguna lista de personalidades de la alta sociedad (Éxodo 32:32; Revelación [Apocalipsis] 3:5).

Dejando a un lado lo que desearía y ajustándose a la realidad, ¿cómo evalúa su situación actual, y qué puede esperar del futuro? Nadie lo posee todo. Cierto cristiano expresó estas sabias palabras: “Debía aprender que en la vida no se trata de tener esto y aquello, sino esto o aquello”. Deténgase un momento a leer el recuadro “Relatado en Benín”.

Llegado a este punto, pregúntese: “¿Qué destino, u objetivo, creo que es importante alcanzar en la vida? ¿Cuál es el camino más directo para conseguirlo? ¿Podría ser que haya tomado un desvío largo e inseguro, y que por una ruta menos complicada quizá obtendría lo que realmente deseo y lo que, siendo realista, está a mi alcance?”.

Después de aconsejar en cuanto al valor de las posesiones materiales en comparación con el de las espirituales, Jesús recomendó mantener el ojo “sencillo”, o “enfocado” (Mateo 6:22; nota). Recalcó que lo principal en la vida son los valores y metas espirituales que giran en torno al nombre de Dios y Su Reino (Mateo 6:9, 10). Lo demás es de importancia secundaria; por así decirlo, está fuera de foco.

Muchas cámaras modernas se enfocan automáticamente tanto en objetos lejanos como cercanos. ¿Es usted propenso a hacer lo mismo? ¿Se “enfoca” en casi todo lo que ve, considerándolo importante, deseable y, con un poco de imaginación, accesible? Si ese es su caso, aunque sea solo en parte, la cuestión más importante para el cristiano —el Reino— pudiera perderse en un montón de otras imágenes, todas ellas disputándose su atención. Jesús hizo esta firme exhortación: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Dios, y todas estas otras cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).

Seguros ahora y para siempre

Tal vez todos soñemos con mejorar nuestra situación y la de nuestros seres queridos. Sin embargo, el caso es que somos imperfectos, vivimos en un mundo también imperfecto y tenemos una vida de duración limitada, todo lo cual nos obliga a ser realistas en cuanto a lo que podemos conseguir. Hace miles de años, cierto escritor bíblico explicó: “Regresé para ver, bajo el sol, que los veloces no tienen la carrera, ni los poderosos la batalla, ni tienen los sabios tampoco el alimento, ni tienen los entendidos tampoco las riquezas, ni aun los que tienen conocimiento tienen el favor; porque el tiempo y el suceso imprevisto les acaecen a todos” (Eclesiastés 9:11).

A veces estamos tan enfrascados en el ajetreo diario, que nos olvidamos de los asuntos más importantes, tales como quiénes somos y qué necesitamos en realidad para sentirnos totalmente seguros. Piense en estas sabias y antiguas palabras: “Quien ama el dinero, de dinero no se sacia. Quien ama las riquezas nunca tiene suficiente. ¡También esto es absurdo! El trabajador duerme tranquilo, coma mucho o coma poco. Al rico sus muchas riquezas no lo dejan dormir” (Eclesiastés 5:10, 12, Nueva Versión Internacional). Entonces, ¿de qué depende nuestra seguridad?

Si su situación es similar a la del sueño poco realista de Josué, ¿puede cambiar de planes? Al igual que la familia y las amistades cristianas de este joven, quienes de verdad lo aman le darán su apoyo. Es posible que se sienta más seguro en un pueblo pequeño con las personas amadas, que en la ciudad con quienes tratan de aprovecharse de usted.

En el supuesto de que, como Liz y su esposo, ya disfrute de cierta prosperidad, ¿podría ajustar su estilo de vida para dedicar más tiempo y energías a enseñar a ricos y pobres las verdades sobre el Reino, el medio de alcanzar seguridad verdadera?

Si ha ascendido en la escala social o laboral, quizá vea conveniente reflexionar honradamente sobre sus motivaciones. Es cierto que disfrutar de algunas comodidades puede hacerle la vida más placentera, pero ¿es usted capaz de mantener enfocado el Reino, lo único que nos brindará seguridad permanente? Recuerde las palabras de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hechos 20:35). Su participación en las actividades de la congregación cristiana se verá recompensada con un sentido de seguridad.

Quienes cifran toda su confianza en Jehová y su Reino no solo experimentan ahora una seguridad reconfortante, sino que esperan con anhelo la que, ya de manera completa, tendrán en el futuro. El salmista declaró: “He puesto a Jehová enfrente de mí constantemente. Porque él está a mi diestra, no se me hará tambalear. Por eso mi corazón de veras se regocija, y mi gloria se inclina a estar gozosa. También, mi propia carne residirá en seguridad” (Salmo 16:8, 9).

[Ilustración y recuadro de la página 6]

Relatado en Benín

Esta historia se ha contado miles de veces con muchas variaciones. Hace poco, un campesino de edad avanzada de Benín (África occidental) relató esta versión a unos jóvenes:

Un pescador que regresa a casa en su piragua se encuentra con un extranjero experto en finanzas que trabaja en ese país en desarrollo. El experto le pregunta por qué vuelve tan temprano, a lo que el pescador responde que podría haberse quedado más tiempo, pero que ya había pescado lo suficiente para mantener a su familia.

—¿Y qué hace usted con el tiempo que le sobra? —pregunta el experto.

—Bueno, pesco un poco, juego con mis hijos y nos echamos una siesta cuando hace calor. Por la noche cenamos juntos, y después escucho música con mis amigos o algo así.

—Verá —lo interrumpe el experto—, yo poseo un título universitario y he estudiado estos temas. Quiero ayudarlo. Usted debería quedarse más tiempo pescando. Así ganaría más y no tardaría en poder comprar un bote más grande que esta piragua. Con él, ganaría aún más, de modo que pronto podría tener toda una flota de barcas pesqueras.

—¿Y entonces qué? —pregunta el pescador.

—Entonces, en vez de vender el pescado a un intermediario, usted podría comerciar directamente con la fábrica, o hasta abrir su propia factoría. Podría dejar el pueblo y mudarse a Cotonou, a París o a Nueva York, y administrarlo todo desde allí. Hasta podría pensar en que su negocio comenzara a cotizar en la bolsa y hacerse millonario.

—¿Y cuánto tiempo tomaría todo eso?

—Unos quince o veinte años.

—¿Y entonces qué?

—Entonces es cuando la vida se pone interesante —le asegura el experto—. Podrá retirarse, dejar atrás toda la agitación y el ajetreo, y mudarse a algún pueblo apartado.

—¿Y entonces qué? —repite el pescador.

—Entonces tendrá tiempo para pescar un poco, jugar con sus hijos, echarse una siesta cuando haga calor, cenar con su familia y escuchar música con sus amigos.

[Ilustraciones de la página 7]

¿Brindan seguridad los ascensos laborales?

[Ilustraciones de la página 8]

Sus hermanos cristianos se interesan sinceramente por su seguridad