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Preguntas de los lectores

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Preguntas de los lectores

Dado que la sangre se elabora en la médula ósea, ¿podría el cristiano recibir un trasplante de médula?

En la mayoría de los casos, este trasplante se realiza extrayendo médula de un donante (frecuentemente un familiar) e inyectándola o infundiéndola al paciente, con la esperanza de que el injerto llegue a las cavidades de la médula y funcione luego de forma normal. Este procedimiento solamente suele plantearse en casos críticos (tales como anemia aplásica o leucemia aguda), ya que se reconoce que hay ciertos peligros implicados en la preparación para recibir el trasplante, así como en el tratamiento subsiguiente.

Como se indica en la pregunta, los glóbulos rojos (o hematíes) se forman en la médula de ciertos huesos, tales como las costillas, el esternón y la pelvis. Por consiguiente, es comprensible que, a la luz de la prohibición bíblica referente a la sangre, se plantee la pregunta de si podría el cristiano recibir un injerto de médula humana.

La Biblia estipula con toda claridad que los siervos de Dios tienen que seguir “absteniéndose [...] de sangre” (Hechos 15:28, 29; Deuteronomio 12:15, 16). Ahora bien, dado que los hematíes se forman en la médula (de color rojizo), ¿colocan las Escrituras a esta en la misma categoría que la sangre? No. De hecho, la tratan como cualquier otro tipo de carne comestible. Isaías 25:6 dice que Dios preparará para su pueblo un banquete que incluye “platos con mucho aceite, llenos de médula”. Los procedimientos normales que se siguen en la matanza y desangrado de un animal nunca eliminan de la médula todas las células sanguíneas. Pero una vez desangrado, es posible comer cualquiera de sus tejidos, lo que incluye la médula.

Claro, la médula humana que se utiliza en los trasplantes procede de donantes vivos y contiene cierta cantidad de sangre. Así pues, cada cristiano tendría que decidir por sí mismo si, según su conciencia, el injerto de médula equivaldría a simple carne o a tejido sin desangrar. Además, como dicho injerto es un trasplante, deben analizarse las cuestiones bíblicas implicadas en los trasplantes de órganos humanos (véase “Preguntas de los lectores” en La Atalaya del 15 de septiembre de 1980, pág. 31). Por último, en un artículo de la obra Principios de medicina interna, de Harrison (12.a edición, 1991, pág. 1822), el doctor E. D. Thomas señala que “las transfusiones de plaquetas [...] deberán emplearse” en el caso de algunos receptores de trasplantes de médula, y que a muchos se les administra “concentrados de hematíes”. Por lo tanto, cada cristiano tendrá que plantearse qué otras cuestiones afrontará si acepta un trasplante de médula (Proverbios 22:3).

Aunque cada persona debe decidir qué hará en este asunto, le ayudará a hacerlo saber lo que dice la Biblia referente a la sangre y la médula.

¿Se deben cumplir siempre los votos que se hagan a Dios?

En las Escrituras, un voto es una declaración solemne hecha a Dios en la que se promete llevar a cabo algún acto, presentar una ofrenda, aceptar un servicio o determinada circunstancia, o abstenerse de ciertas cosas que en sí mismas no son ilícitas. En la Biblia se mencionan votos condicionales, es decir, promesas de que se seguiría un proceder específico si Dios hacía algo primero. Por ejemplo, Ana, la madre del profeta Samuel, “pasó a hacer un voto y decir: ‘Oh Jehová de los ejércitos, si [...] no te olvidas de tu esclava y realmente das a tu esclava prole varón, yo ciertamente lo daré a Jehová todos los días de su vida, y no vendrá navaja sobre su cabeza’” (1 Samuel 1:11). Además, según las Escrituras, los votos son promesas voluntarias. Ahora bien, ¿hasta qué grado deben cumplirse los votos hechos a Dios?

El rey Salomón del Israel antiguo aconseja: “Siempre que hagas un voto a Dios, no titubees en pagarlo”, y añade: “Lo que prometes en voto, págalo. Mejor es que no hagas voto que el que hagas voto y no pagues” (Eclesiastés 5:4, 5). La Ley que se dio a Israel mediante Moisés manifiesta: “En caso de que hagas un voto a Jehová tu Dios, no debes ser lento en cuanto a pagarlo, porque Jehová tu Dios sin falta lo requerirá de ti, y verdaderamente llegaría a ser pecado de parte tuya” (Deuteronomio 23:21). Resulta obvio que un voto a Dios es un asunto serio. De modo que quien lo haga debe tener una buena razón y no ha de albergar dudas respecto a si podrá cumplirlo. De lo contrario, es preferible no dar ese paso. No obstante, una vez hechos, ¿se deben cumplir todos los votos?

¿Qué sucedería si alguien descubriera que su voto no está en armonía con la voluntad divina? Supongamos que dicho voto relacionara de alguna forma la inmoralidad con la adoración verdadera (Deuteronomio 23:18). Por supuesto, tal promesa no debería cumplirse. Bajo la Ley mosaica, por ejemplo, el padre o el esposo de una mujer podían anular los votos que ella hiciera (Números 30:3-15).

Pensemos en el caso de alguien que ha hecho a Dios el voto de permanecer soltero pero después se encara a un dilema, pues él cree que cumplir lo prometido casi le está llevando al punto de violar las normas divinas respecto a la moralidad. ¿Tendría que seguir afanándose por mantener su voto? ¿No sería mejor que lo rompiera para no hacerse culpable de inmoralidad, y le suplicara a Jehová su perdón y misericordia? La decisión es solo suya, y nadie más puede decidir por él.

¿Qué ocurre si la persona que hizo el voto se da cuenta más tarde de que actuó sin reflexionar? ¿Debería intentar cumplirlo a pesar de todo? A Jefté no le resultó fácil, pero acató escrupulosamente la promesa que había hecho a Dios (Jueces 11:30-40). El que alguien no pagara su voto podría llevar a que Jehová se ‘indignara’ y arruinara sus logros (Eclesiastés 5:6). Tratar a la ligera el asunto de pagar un voto tal vez resulte en la pérdida del favor divino.

Jesucristo dijo: “Simplemente signifique su palabra Sí, Sí, su No, No; porque lo que excede de esto proviene del inicuo” (Mateo 5:37). El cristiano no solo ha de esforzarse por pagar sus votos a Dios, sino también por resultar digno de confianza en todas las promesas que haga, ya sean a Dios o al prójimo. Imaginemos que dos personas establecen un acuerdo que en principio parece bueno, pero al analizarlo mejor, una de ellas ve que es una insensatez. ¿Cómo actuaría ante tal dilema? No debería tratar la situación a la ligera. No obstante, tras meditarlo en profundidad, la otra persona quizás decida liberarlo de su compromiso (Salmo 15:4; Proverbios 6:2, 3).

¿Cuál debería ser nuestra preocupación fundamental, ya se trate de votos o de cualquier otro asunto? Esforzarnos siempre por mantener una buena relación con Jehová Dios.

[Ilustración de la página 31]

Ana no vaciló en pagar su voto

[Ilustración de la página 31]

Aunque resultaba difícil hacerlo, Jefté cumplió con su voto