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De oscuros calabozos a los Alpes suizos

De oscuros calabozos a los Alpes suizos

Biografía

De oscuros calabozos a los Alpes suizos

RELATADA POR LOTHAR WALTHER

Después de haber pasado tres largos años en los oscuros calabozos de las prisiones comunistas de Alemania oriental, anhelaba la libertad y la amorosa compañía de mi familia.

SIN embargo, no estaba preparado para lo que encontré: la mirada confundida de mi hijo de seis años, Johannes. Él no me había visto durante la última mitad de su vida, así que yo era para él un perfecto desconocido.

A diferencia de mi hijo, yo había disfrutado de la amorosa compañía de mis padres. En nuestro hogar de Chemnitz (Alemania), donde nací en 1928, reinaba un ambiente afectuoso. Mi padre manifestaba sin reparos su descontento con la religión. Recordaba que, durante la primera guerra mundial, los soldados “cristianos” de un bando les deseaban una “feliz Navidad” a los del otro, solo para seguir matándose al día siguiente. De hecho, consideraba que la religión era la peor forma de hipocresía.

La fe reemplaza a la desilusión

Felizmente, yo no sufrí esa desilusión. La segunda guerra mundial terminó cuando yo tenía 17 años, así que me salvé por poco de ser reclutado. Sin embargo, aún me preocupaban preguntas desconcertantes como: “¿Por qué hay tanta matanza? ¿En quién puedo confiar? ¿Dónde puedo encontrar seguridad verdadera?”. La Alemania oriental, donde vivíamos, llegó a estar bajo el dominio soviético. Los ideales comunistas de justicia, igualdad, solidaridad y relaciones pacíficas eran atrayentes para quienes habíamos sufrido los estragos de la guerra. Al poco tiempo, muchas de esas personas sinceras quedaron muy desilusionadas, pero en esta ocasión con la política, no con la religión.

Mientras yo buscaba respuestas satisfactorias a mis preguntas, una de mis tías, que era testigo de Jehová, me habló de su fe y me dio una publicación bíblica que me impulsó a leer, por primera vez en mi vida, el capítulo 24 de Mateo completo. Las explicaciones razonables y convincentes que leí en el libro me impresionaron, pues identificaban nuestros tiempos como los de “la conclusión del sistema de cosas” y señalaban la raíz de los problemas de la humanidad (Mateo 24:3; Revelación [Apocalipsis] 12:9).

No tardé en recibir otras publicaciones de los testigos de Jehová, y al leerlas con afán comprendí que aquella era la verdad que con tanto fervor había buscado. Me emocionó aprender que Jesucristo había sido entronizado en el cielo en 1914 y que pronto sojuzgaría a los elementos impíos a fin de traer bendiciones a la humanidad obediente. Otro gran descubrimiento fue el claro entendimiento del rescate, que me impulsó a dirigirme sinceramente a Jehová Dios en oración y pedirle su perdón. También me conmovió la invitación bondadosa que se encuentra en Santiago 4:8: “Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes”.

A pesar de mi desbordante entusiasmo por la fe que acababa de hallar, al principio mis padres y mi hermana se resistieron a aceptar lo que les decía. Sin embargo, no por ello disminuyó mi deseo de asistir a las reuniones cristianas que un grupito de Testigos celebraba cerca de Chemnitz. Para mi sorpresa, ¡mis padres y mi hermana me acompañaron a la primera reunión a la que asistí! Eso fue en el invierno de 1945 a 1946. Posteriormente, cuando se formó un grupo de estudio de la Biblia en Hartha, donde vivíamos, mi familia empezó a reunirse con regularidad.

“Solo soy un muchacho”

Las importantes verdades de la Biblia y el continuo contacto con el pueblo de Jehová me llevaron a dedicar mi vida a Jehová, y me bauticé el 25 de mayo de 1946. Me alegró mucho ver a los tres miembros de mi familia progresar espiritualmente también y con el tiempo llegar a ser Testigos fieles. Mi hermana aún sigue activa en una de las congregaciones de Chemnitz. En cuanto a mi madre y mi padre, sirvieron lealmente hasta su muerte, en 1965 y 1986, respectivamente.

Seis meses después de mi bautismo se me nombró precursor especial, lo que marcó el principio de una vida de servicio “en tiempo favorable, [y] en tiempo dificultoso” (2 Timoteo 4:2). En este sentido, pronto se presentaron nuevas oportunidades. Había necesidad de evangelizadores de tiempo completo en un territorio remoto de Alemania oriental. Un hermano y yo nos ofrecimos a mudarnos a aquella zona, aunque me parecía que yo no tenía ni la experiencia ni la madurez necesarias para cumplir con una responsabilidad de tanto peso. Como solo tenía 18 años, me sentía como Jeremías, quien dijo: “¡Ay [...] Jehová! Mira que realmente no sé hablar, pues solo soy un muchacho” (Jeremías 1:6). Pese a mis dudas, los hermanos encargados fueron bondadosos y decidieron darnos una oportunidad, de modo que se nos asignó a Belzig, un pueblecito del estado de Brandeburgo.

Predicar en ese territorio fue muy difícil, pero aprendí mucho. Con el tiempo, varias prominentes mujeres de negocios aceptaron el mensaje del Reino y se hicieron testigos de Jehová. Su nueva postura, no obstante, chocó con las arraigadas tradiciones y temores de aquella pequeña comunidad rural. Tanto los clérigos católicos como los protestantes se opusieron enérgicamente a nosotros y nos calumniaron por predicar. Pero confiando en la guía y protección de Jehová, logramos ayudar a algunas personas interesadas a abrazar la verdad.

Amenazantes nubarrones de intolerancia

El año 1948 trajo tanto bendiciones como dificultades inesperadas. En primer lugar, se me invitó a servir de precursor en Rudolstadt (Turingia), donde conocí a muchos hermanos fieles y disfruté de su compañía. En el mes de julio recibí otra inestimable bendición, la de casarme con Erika Ullmann, una fiel cristiana a quien había conocido cuando empecé a asistir a las reuniones de la Congregación Chemnitz. Servimos de precursores en Hartha, mi ciudad natal. Con el tiempo, Erika tuvo que descontinuar el servicio de tiempo completo por problemas de salud y otras razones.

Aquella fue una época difícil para el pueblo de Jehová. La oficina del Ministerio de Trabajo de Chemnitz me canceló la tarjeta de racionamiento con el fin de que me viera obligado a dejar de predicar y aceptara un trabajo de jornada completa. Los hermanos encargados se valieron de mi caso para solicitar el reconocimiento legal en el país. Dicha solicitud fue denegada, y el 23 de junio de 1950 se me condenó a pagar una multa o cumplir una sentencia de treinta días de prisión. Presentamos una apelación, pero el tribunal superior la rechazó, y fui encarcelado.

Aquel incidente fue solo un anticipo de la tormenta de oposición y adversidad que nos esperaba. Apenas un mes después, en septiembre de 1950, el régimen comunista proscribió nuestra obra tras haber puesto en marcha una campaña de difamación en los medios de comunicación. Debido a nuestro rápido crecimiento y nuestra neutralidad, se nos tildó de ser una peligrosa agencia de espionaje de Occidente que llevaba a cabo “actividades dudosas” bajo el manto de la religión. El mismo día en que se promulgó la prohibición, mi esposa dio a luz en casa a nuestro hijo, Johannes, mientras yo estaba encarcelado. A pesar de las protestas de la partera, los funcionarios de la Seguridad del Estado entraron por la fuerza en el apartamento y lo registraron, pues buscaban pruebas con las que respaldar sus acusaciones. Por supuesto, no encontraron nada. Sin embargo, más tarde lograron infiltrar a un delator en nuestra congregación, lo cual resultó en el arresto de todos los hermanos responsables, entre ellos yo, en octubre de 1953.

En oscuros calabozos

Tras ser sentenciados a condenas de tres a seis años, nos pusieron junto con algunos de nuestros hermanos en los sucios calabozos del castillo de Osterstein de Zwickau. A pesar de las terribles condiciones que sufrimos allí, fue un verdadero gozo relacionarnos con hermanos maduros. No tener libertad no significaba que no tuviéramos alimento espiritual. Aunque el gobierno nos despreciaba y había proscrito la obra, La Atalaya siempre entraba secretamente en la prisión y en nuestras celdas. ¿Cómo era posible?

Algunos hermanos fueron asignados a trabajar en las minas de carbón, donde se encontraban con Testigos del exterior que les entregaban las revistas. Los hermanos encarcelados las introducían clandestinamente en la prisión y se las ingeniaban para hacernos llegar a todos nosotros este alimento espiritual que tanto necesitábamos. ¡Cuánto me alegraba y animaba sentir el cuidado y la dirección de Jehová de esta forma!

A finales de 1954 se nos trasladó a la infame prisión de Torgau. Los Testigos que ya estaban allí nos dieron una cálida acogida. Ellos se habían mantenido espiritualmente fuertes repitiendo lo que recordaban de números pasados de La Atalaya. Ahora anhelaban nuevo alimento espiritual. Era nuestra responsabilidad comunicarles los puntos que habíamos estudiado en Zwickau. Pero ¿cómo lo haríamos si estaba terminantemente prohibido hablar durante las caminatas diarias? Los hermanos nos habían dado excelentes sugerencias sobre cómo hacerlo, y la poderosa mano protectora de Jehová nos guió. Dicha experiencia nos enseñó la importancia de estudiar la Biblia con diligencia y de meditar mientras tenemos la libertad y la oportunidad para ello.

Tiempo de tomar importantes decisiones

Jehová nos ayudó a permanecer fieles. Nos sorprendió mucho que a algunos se nos concediera una amnistía a finales de 1956. Es difícil describir la felicidad que nos embargó cuando se abrieron las puertas de la prisión. Para entonces, mi hijo tenía seis años, y me sentí muy dichoso de estar de nuevo con mi esposa y ayudarla a criarlo. Al principio, Johannes me trataba como a un extraño, pero no tardamos en establecer un amoroso vínculo como padre e hijo.

Los testigos de Jehová de Alemania oriental afrontaban tiempos muy difíciles. La creciente hostilidad hacia nuestro ministerio cristiano y nuestra postura neutral nos ponían bajo constante amenaza. Era una vida llena de peligro, ansiedad y cansancio. Por eso, Erika y yo analizamos la situación con oración y optamos por mudarnos para vivir en condiciones más favorables a fin de no estar dominados por la preocupación. Queríamos tener libertad para servir a Jehová y alcanzar metas espirituales.

En la primavera de 1957 se presentó la oportunidad de trasladarnos a Stuttgart (Alemania occidental). La obra de evangelizar no estaba proscrita allí, y podíamos relacionarnos libremente con los hermanos. Su apoyo amoroso fue impresionante. Servimos siete años en la congregación de Hedelfingen, durante los cuales nuestro hijo comenzó a ir a la escuela y progresó bien en la verdad. En septiembre de 1962 tuve el privilegio de asistir a la Escuela del Ministerio del Reino en Wiesbaden. Allí se me animó a mudarme con mi familia a donde hubiera necesidad de maestros de la Biblia de habla alemana. Esos territorios incluían zonas de Alemania y Suiza.

En los Alpes suizos

En 1963 nos mudamos a Suiza. Se nos indicó que trabajáramos con una pequeña congregación en Brunnen, a orillas del hermoso lago Lucerna, en la región central de los Alpes suizos. Para nosotros era como estar en un paraíso. Tuvimos que acostumbrarnos al dialecto alemán que se habla allí, así como al modo de vivir y de pensar de la gente. Con todo, disfrutamos de trabajar y predicar entre aquellas personas amantes de la paz. Estuvimos catorce años en Brunnen, donde creció nuestro hijo.

En 1977, cuando yo casi tenía 50 años de edad, nos invitaron a servir en el Betel de Suiza, en Thun. Aceptamos con profunda gratitud este privilegio inesperado que disfrutamos durante nueve años, y lo recordamos como un hito especial en nuestra vida cristiana y desarrollo espiritual. También derivamos gozo de predicar con los publicadores de Thun y las zonas cercanas, mientras teníamos a la vista las “maravillosas obras” de Jehová, es decir, los majestuosos Alpes berneses coronados de nieve (Salmo 9:1).

Otro traslado

A principios de 1986 nos volvimos a mudar. Se nos pidió que sirviéramos de precursores especiales en un enorme territorio asignado a la congregación de Buchs, en la parte oriental de Suiza. De nuevo tuvimos que acostumbrarnos a otro estilo de vida. Sin embargo, impulsados por el deseo de servir a Jehová en cualquier lugar que él nos quisiera utilizar mejor, pudimos cumplir con esta nueva asignación gracias a su bendición. A veces he servido de sustituto de los superintendentes viajantes en la labor de visitar y fortalecer a las congregaciones. Han pasado dieciocho años y hemos tenido numerosas experiencias felices al predicar en esta región. La congregación de Buchs ha crecido, y nos reunimos en un hermoso Salón del Reino que fue dedicado hace cinco años.

Jehová nos ha cuidado de manera muy generosa. Hemos pasado la mayor parte de nuestra vida en el ministerio de tiempo completo, y nunca nos ha faltado nada. Tenemos el gozo y la satisfacción de ver a nuestro hijo, su esposa y sus hijos, así como a nuestros nietos, andar fielmente en el camino de Jehová.

Al mirar atrás, siento que hemos servido a Jehová ‘en tiempo favorable y en tiempo dificultoso’. Mis esfuerzos por cumplir con el ministerio cristiano me han llevado desde los oscuros calabozos de las prisiones comunistas hasta las espléndidas montañas de los Alpes suizos. Ni a mi familia ni a mí nos ha pesado en absoluto lo que hemos hecho.

[Recuadro de la página 28]

Las “dobles víctimas” aguantan con firmeza la persecución

En la República Democrática Alemana (RDA), conocida también como Alemania oriental, los testigos de Jehová fueron el blanco de una represión brutal. Según los registros, más de cinco mil Testigos fueron enviados a campos de trabajos forzados y a centros de detención debido a su ministerio cristiano y su neutralidad (Isaías 2:4).

Algunos de ellos han sido denominados “dobles víctimas”. Unos trescientos veinticinco fueron encarcelados en campos de concentración y prisiones nazis. Luego, en la década de 1950, el Stasi (Servicio de Seguridad del Estado de la RDA) los persiguió y encarceló. De hecho, algunas prisiones fueron utilizadas tanto por los nazis como por el Stasi.

Durante la primera década de intensa persecución —de 1950 a 1961—, sesenta Testigos, hombres y mujeres, murieron en la cárcel a consecuencia de los malos tratos, la desnutrición, la enfermedad y la edad avanzada. Doce Testigos fueron condenados a cadena perpetua, aunque más tarde se les redujo la sentencia a quince años de prisión.

Actualmente, en la anterior sede del Stasi en Berlín, hay una exposición permanente sobre los cuarenta años de persecución oficial que sufrieron los testigos de Jehová de Alemania oriental. Sus fotografías y relatos personales constituyen un testimonio silencioso del valor y la fortaleza espiritual de aquellos Testigos que se mantuvieron fieles frente a la persecución.

[Mapa de las páginas 24 y 25]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

ALEMANIA ORIENTAL

Rudolstadt

Belzig

Torgau

Chemnitz

Zwickau

[Ilustración de la página 25]

El castillo de Osterstein, en Zwickau

[Reconocimiento]

Fotosammlung des Stadtarchiv Zwickau, Deutschland

[Ilustración de la página 26]

Con mi esposa, Erika