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“Desde hoy creo en Dios”

“Desde hoy creo en Dios”

“Desde hoy creo en Dios”

UNA ucraniana llamada Alexandra, residente en Praga (República Checa), volvía a casa del trabajo cuando vio en la parada del tranvía un pequeño estuche tirado en el suelo que la gente pateaba al pasar. Lo recogió y, al abrirlo, se llevó la sorpresa de su vida: en su interior había un fajo de billetes de 5.000 coronas. Nadie parecía estar buscándolo. Como muchos otros inmigrantes, Alexandra pasaba apuros económicos. ¿Qué haría, pues?

Al llegar a casa, le mostró el estuche a su hija, Victoria. Buscaron en su interior el nombre y la dirección del dueño, pero solo hallaron un papel con unos números escritos. En una cara del papel había un número de cuenta, y en la otra, más números. También encontraron indicaciones sobre cómo llegar a un banco de la ciudad y una nota que decía “330.000 coronas” (unos 10.000 dólares), justo la cantidad que había dentro.

Alexandra trató inútilmente de llamar al banco utilizando lo que parecía ser un número telefónico. Entonces decidió ir personalmente con su hija y explicar lo sucedido. Preguntaron por el número de cuenta que habían hallado en el estuche, pero no apareció en los archivos. Alexandra regresó al día siguiente con el otro número, que resultó ser el de la cuenta de una clienta del banco. Alexandra y Victoria se comunicaron con ella, y esta les confirmó la pérdida. Cuando por fin se encontraron, la mujer les dio las gracias muy amablemente y les preguntó: “¿Cuáles son las condiciones para que me devuelvan el dinero?”.

“No hay condiciones —le contestó Victoria—. Si hubiéramos querido quedarnos con el dinero, lo habríamos hecho.” Con el poco checo que sabía, le dijo: “Le devolvemos su dinero porque somos testigos de Jehová, y nuestra conciencia educada por la Biblia no nos permite quedarnos con lo que no es nuestro” (Hebreos 13:18). “Desde hoy creo en Dios”, dijo la mujer, llena de felicidad.