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No permita que una enfermedad le robe el gozo

No permita que una enfermedad le robe el gozo

No permita que una enfermedad le robe el gozo

IMAGINE que se despierta deseando que el día acabe aun antes de haber empezado. Tiene que sobrellevar el dolor físico o emocional un día más. Quizás se sienta como Job, quien llegó a decir: “¡Antes la muerte que mis sufrimientos!” (Job 7:15, Serafín de Ausejo, 1975). ¿Y si tal situación se prolongara, incluso durante años?

Eso es lo que le ocurrió a Mefibóset, hijo de Jonatán, el amigo del rey David. Cuando tenía cinco años, “cayó y quedó cojo” (2 Sam. 4:4). Tiempo después fue acusado falsamente de traicionar al rey y perdió parte de sus bienes, así que la angustia emocional de seguro aumentó el dolor de su discapacidad. No obstante, fue un excelente ejemplo de afrontar la enfermedad, la calumnia y las decepciones sin nunca permitir que esas cosas le robaran el gozo (2 Sam. 9:6-10; 16:1-4; 19:24-30).

El apóstol Pablo fue otro buen ejemplo. En cierta ocasión escribió sobre “una espina en la carne” a la que tenía que enfrentarse (2 Cor. 12:7). Dicha espina pudo haber sido una discapacidad prolongada o el hecho de que algunas personas cuestionaran su labor como apóstol. En cualquier caso, el problema persistió, y él tuvo que vivir con el sufrimiento físico o emocional resultante (2 Cor. 12:9, 10).

En la actualidad, las enfermedades crónicas debilitantes o el estrés emocional también atormentan a algunos siervos de Dios. Cuando Magdalena tenía 18 años, le diagnosticaron lupus eritematoso sistémico, una afección en la que las defensas inmunológicas atacan al propio organismo. “Estaba aterrorizada —cuenta ella⁠—. Con el tiempo, la enfermedad se agravó y empecé a tener trastornos digestivos, úlceras en la boca y problemas de tiroides.” Los padecimientos de Izabela, en cambio, no siempre son tan obvios. Ella explica: “Desde la infancia he tenido depresión. Eso me provoca ataques de pánico, problemas respiratorios y espasmos abdominales. Por lo general acabo extenuada”.

Aceptar la realidad

Tanto las enfermedades como las discapacidades pueden perturbar nuestra vida. En ese caso, es útil sentarse y evaluar la situación de forma realista. A veces no es fácil aceptar nuestras limitaciones. Magdalena dice: “Mi problema se agrava progresivamente. A menudo me siento tan agotada que ni siquiera puedo levantarme de la cama. Y como mi enfermedad es impredecible, no me es posible hacer planes con antelación. Mi mayor frustración es no poder hacer tanto como antes en el servicio de Jehová”.

Zbigniew explica: “A medida que pasan los años, la artritis reumatoide va robándome las energías, dañando una articulación tras otra. En ocasiones, cuando tengo mucha inflamación, no soy capaz de realizar ni las tareas más simples. Eso me deja muy abatido”.

Hace algunos años, a Barbara le diagnosticaron un tumor cerebral progresivo. “Mi cuerpo experimenta cambios repentinos —comenta ella⁠—. Me siento sin fuerzas, tengo dolores frecuentes de cabeza y me cuesta concentrarme. Cuando comprendí el alcance de mis limitaciones, tuve que replantearme la vida.”

Los anteriores ejemplos son de siervos dedicados de Jehová, para quienes lo más importante es hacer Su voluntad. Todos ellos confían completamente en Dios y se benefician de su ayuda (Pro. 3:5, 6).

¿Cómo ayuda Jehová?

No debemos pensar que sufrir alguna enfermedad significa que no tenemos el favor divino (Lam. 3:33). Recordemos todo lo que padeció Job a pesar de que era “sin culpa y recto” (Job 1:8). Dios no pone a prueba a nadie con cosas malas (Sant. 1:13). Todas las enfermedades —incluidas las crónicas y las emocionales⁠— son un legado funesto de nuestros primeros padres, Adán y Eva (Rom. 5:12).

Jehová y Jesús, sin embargo, no dejarán a los justos sin ayuda (Sal. 34:15). Especialmente en los momentos difíciles de nuestra vida es cuando comprobamos que Dios es para nosotros un “refugio y [una] plaza fuerte” (Sal. 91:2). En vista de ello, si padecemos una enfermedad que no tiene fácil curación, ¿qué puede ayudarnos a mantener el gozo?

La oración. Siguiendo el modelo de los siervos fieles de Dios del pasado, podemos dejar las cargas en manos de nuestro Padre celestial mediante la oración (Sal. 55:22). Al hacerlo, experimentaremos “la paz de Dios que supera a todo pensamiento”. Esa paz interna “guardará [nuestros] corazones y [nuestras] facultades mentales” (Fili. 4:6, 7). Magdalena sobrelleva una enfermedad debilitante gracias a que le ora a Dios con plena confianza. Ella cuenta: “Abrirle mi corazón a Jehová me alivia y me devuelve el gozo. Ahora comprendo de verdad lo que significa depender de Dios cada día” (2 Cor. 1:3, 4).

En respuesta a nuestras oraciones, Jehová puede fortalecernos mediante su espíritu santo, su Palabra y la hermandad cristiana. No sería lógico esperar que eliminara nuestras enfermedades milagrosamente; pero sí podemos contar con que él nos dé la sabiduría y las fuerzas necesarias para afrontar cualquier adversidad (Pro. 2:7). Tal como dice la Biblia, él nos dará “el poder que es más allá de lo normal” (2 Cor. 4:7).

La familia. Un ambiente amoroso y compasivo en el hogar contribuye a sobrellevar una enfermedad. Y aunque nuestros familiares estén ahí para apoyarnos incluso en los momentos más difíciles, conviene tener en cuenta que ellos también sufren y quizás se sientan tan indefensos como nosotros. Orar juntos ayudará a toda la familia a tener paz interior (Pro. 14:30).

Barbara dice lo siguiente de su hija y otras jóvenes de la congregación: “Siempre puedo contar con ellas para el ministerio. Su entusiasmo me alegra el corazón”. A Zbigniew le resulta enormemente valioso el apoyo de su esposa. “Ella se ocupa de la mayoría de las tareas del hogar —explica⁠—. También me ayuda a vestirme y suele cargar mi maletín cuando vamos a las reuniones cristianas y a predicar.”

Los hermanos en la fe. La compañía de los miembros de la congregación nos proporciona ánimo y consuelo. Pero ¿qué ocurre si alguien no puede asistir a las reuniones debido a su enfermedad? Magdalena relata: “La congregación se asegura de que me beneficie de las reuniones grabándomelas. Mis hermanos cristianos suelen visitarme para ver qué más pueden hacer por mí. También me envían cartas de estímulo. La idea de que se acuerdan de mí y se preocupan por mi bienestar me ayuda a resistir”.

Izabela reconoce lo siguiente: “Dentro de la congregación tengo muchos padres y madres que me escuchan e intentan entenderme. La congregación es mi familia, allí es donde siento paz y alegría”.

Quienes atraviesan pruebas deben evitar aislarse; más bien, han de procurar reunirse regularmente con la congregación (Pro. 18:1). De esa forma se convertirán en una enorme fuente de ánimo para otros. Puede que al principio duden en mencionar a los hermanos sus necesidades; sin embargo, estos agradecerán su franqueza, pues les dará la oportunidad de brindarles “cariño fraternal sin hipocresía” (1 Ped. 1:22). Si ese es su caso, ¿por qué no les explica que necesita que lo lleven a la reunión, que desea participar con ellos en el ministerio o que le gustaría conversar para desahogarse? Por supuesto, no debemos ser exigentes con nuestros hermanos, sino agradecer su ayuda.

Seamos positivos. A menudo, la clave para enfrentarse a la enfermedad crónica sin perder el gozo está en nuestras propias manos. La melancolía y el abatimiento pueden llevar a una forma de pensar negativa. La Biblia dice: “El espíritu de un hombre puede soportar su dolencia; pero en cuanto al espíritu herido, ¿quién puede aguantarlo?” (Pro. 18:14).

Magdalena comenta: “Me esfuerzo mucho por no centrarme en mis problemas. Trato de disfrutar de los días en que me siento mejor. Me anima leer las biografías de quienes han permanecido fieles a pesar de padecer enfermedades crónicas”. A Izabela, por su parte, la fortalece saber que Jehová la ama y valora. Ella dice: “Siento que mi servicio a Jehová es útil, tengo alguien por quien vivir. Y además tengo una maravillosa esperanza para el futuro”.

Zbigniew admite: “Mi enfermedad me ha enseñado a ser humilde y obediente, a tener perspicacia y buen juicio, así como a perdonar de corazón. He aprendido a servir a Jehová con gozo y sin compadecerme de mí mismo; de hecho, me he sentido motivado a seguir progresando en sentido espiritual”.

Nunca olvide que Jehová sabe todo lo que usted está aguantando y es muy compasivo. Y recuerde: “Dios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre” (Heb. 6:10). Aférrese a la promesa que él hace a todo el que le teme: “De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé” (Heb. 13:5).

Y si alguna vez se siente triste, centre sus pensamientos en la maravillosa esperanza de vivir en el nuevo mundo. Falta muy poco para que pueda ver con sus propios ojos todas las bendiciones que traerá el Reino de Dios.

[Ilustraciones y recuadro de las páginas 28 y 29]

Siguen predicando a pesar de una enfermedad crónica

“Ya no puedo andar solo por la calle, así que mi esposa o algún hermano me acompañan en el ministerio. Me aprendo de memoria las presentaciones y los textos bíblicos.” (Jerzy, que sufre discapacidad visual.)

“Además de predicar por teléfono, escribo cartas y mantengo correspondencia regular con unas cuantas personas interesadas. Cuando estoy hospitalizada, siempre dejo una Biblia y publicaciones al lado de mi cama. Eso me ha ayudado muchas veces a iniciar buenas conversaciones.” (Magdalena, a quien le han diagnosticado lupus eritematoso sistémico.)

“Me gusta predicar de casa en casa, pero cuando no me siento en condiciones de salir, predico por teléfono.” (Izabela, que sufre depresión clínica.)

“Me gusta hacer revisitas y acompañar a quienes conducen estudios bíblicos. Los días que me siento mejor, aprovecho para predicar de casa en casa.” (Barbara, que tiene un tumor cerebral.)

“Solo llevo una carpeta de revistas muy liviana. Y sigo predicando hasta que el dolor ya no me lo permite.” (Zbigniew, que padece artritis reumatoide.)

[Ilustración de la página 30]

Tanto jóvenes como mayores pueden ser una fuente de ánimo