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Aprendí a valorar más la vida

Aprendí a valorar más la vida

Aprendí a valorar más la vida

JAMÁS OLVIDARÉ AQUEL 16 DE ABRIL DE 2007. Yo estaba escondido en la tercera planta del edificio Norris Hall, en el Virginia Tech (Instituto Politécnico y Universidad Estatal de Virginia, Estados Unidos). Aquella mañana, la vida me iba a enseñar por segunda vez la necesidad de dar gracias por cada día.

Me encontraba en mi oficina, a punto de ir al segundo piso a recoger el correo, cuando vino un profesor a pedirme ayuda con su computadora. Entonces, justo antes de entrar en su despacho, en el tercer nivel, escuchamos disparos en el segundo. Corrimos al interior, cerramos la puerta y pusimos el seguro. No teníamos ni idea de lo que ocurría. Estábamos muertos de miedo. ¿Qué sería de nosotros? Me refugié en una esquina y oré a Jehová con todas mis fuerzas, pidiéndole ayuda para afrontar lo que viniera.

Mientras transcurrían angustiosos los minutos, me vino a la mente un accidente laboral que había sufrido quince años atrás, cuando trabajaba de mecánico de automóviles. Cierto día, a un compañero del taller se le prendió fuego un pequeño balde con gasolina que llevaba en las manos. Asustado, lo lanzó por los aires, con la mala fortuna de que el líquido ardiendo me cayera en la cara, intoxicándome con sus gases y causándome quemaduras de segundo y tercer grado en la mitad superior del cuerpo. Fui trasladado en helicóptero a la unidad de quemados, y pasé tres meses y medio en cuidados intensivos, debatiéndome entre la vida y la muerte. Tras cinco meses de tratamiento y rehabilitación, me dieron de alta y volví a casa, agradecido de estar vivo. Desde luego, aquella experiencia me enseñó a valorar cada segundo. Para entonces, yo ya era testigo de Jehová. Pero desde ese momento estuve más decidido que nunca a aprovechar mi tiempo al máximo sirviendo a quien, en último término, debo la existencia, Jehová Dios (Salmo 90:12; Isaías 43:10).

Las secuelas del accidente me impidieron seguir trabajando de mecánico, así que decidí prepararme como técnico de computadoras. Tiempo después me contrató el Virginia Tech, y por eso me encontraba en el edificio Norris Hall la mañana del tiroteo.

Lo que no imaginábamos entonces era que debajo de nosotros estaba produciéndose la peor masacre de este tipo en la historia de Estados Unidos. El asesino mató a 32 personas inocentes y luego se suicidó. Finalmente, veinte minutos después de que todo comenzara, oímos a los policías en el pasillo. Los llamamos, y nos condujeron a un lugar seguro.

Esta horrible experiencia me ha enseñado que la vida es fugaz e impredecible (Santiago 4:14). Por eso, no hay nada mejor que confiar en Jehová, el Dador de la vida, y valorar siempre el inmenso regalo que supone despertar a un nuevo día (Salmo 23:4; 91:2).

[Reconocimiento de la página 30]

AP Photo/The Roanoke Times, Alan Kim