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Incontables tesoros en el lago de Nicaragua

Incontables tesoros en el lago de Nicaragua

Incontables tesoros en el lago de Nicaragua

SITUADO en el pequeño país de Nicaragua, se lo considera el mayor lago de Centroamérica. Probablemente también sea el único lago de agua dulce con peces de agua salada, como el tiburón, el pez espada y el sábalo real. Se cree que en un principio era una bahía abierta al océano Pacífico que luego quedó aislada debido a la actividad volcánica. Poco a poco, el agua fue perdiendo su salinidad, con lo que las especies oceánicas tuvieron que adaptarse a su nuevo hábitat.

El lago de Nicaragua —localizado a unos 30 metros (100 pies) por encima del nivel del mar— tiene una longitud de 160 kilómetros (100 millas) y una anchura máxima de 70 kilómetros (45 millas). De las más de cuatrocientas islas que contiene, unas trescientas se agrupan en el norte del lago, alrededor de la península de Asese. Se las conoce como las Isletas de Granada, por estar cerca de una ciudad con ese mismo nombre.

Sin embargo, la más grande de las islas se halla en el centro del lago y se llama Ometepe. El relieve de esta isla —que mide 25 kilómetros (16 millas) de largo y 13 kilómetros (8 millas) de ancho— está formado por dos volcanes unidos por un istmo. Al norte sobresale el cono perfecto del más alto de los dos, el Concepción, que se eleva a 1.610 metros (5.282 pies) de altura y todavía sigue activo. El otro volcán es el Maderas, que alcanza los 1.394 metros (4.573 pies) de altitud y actualmente está inactivo. Completamente cubierto de una densa vegetación, este volcán alberga en su cráter una laguna casi siempre oculta por la neblina.

El lago es uno de los principales atractivos de la zona. Los turistas acuden a contemplar su belleza tropical en estado salvaje y a visitar los numerosos restos arqueológicos de antiguas civilizaciones. No obstante, estos no son los únicos tesoros del lago de Nicaragua.

Un pueblo sobre el agua

Las Isletas de Granada deslumbran por su rica flora y fauna. Exóticas flores tropicales salpican el frondoso verde que cubre la mayor parte de estas islas volcánicas. En la costa se puede observar el diario trajín de hermosas aves acuáticas, como las pequeñas garcetas azules, los garzones grandes, las águilas pescadoras, las aningas y los cormoranes neotropicales. Cerca de la selva, también pueden verse unos enormes pájaros de color castaño llamados oropéndolas de Montezuma. Estas aves cuelgan sus nidos de altísimos árboles, desde donde se mueven peligrosamente al vaivén de la brisa del lago.

En los islotes que están habitados, los humildes hogares de los pescadores contrastan con las lujosas casas de veraneo de los ricos. Aparte de varias escuelas y un cementerio, también abundan los restaurantes y los bares. Todo el conjunto de islotes parece un pueblo flotando sobre el agua.

Cada mañana, un barco azul y blanco recorre el archipiélago recogiendo a los niños para llevarlos a la escuela. Una canoa que hace las veces de tienda flotante también va de isla en isla vendiendo frutas y verduras. Es común ver a los isleños enfrascados en su rutina diaria: los hombres remendando sus redes, y las mujeres lavando ropa en el lago.

Los testigos de Jehová también están muy ocupados, pues visitan en bote a los isleños para comunicarles las buenas noticias del Reino de Dios (Mateo 24:14). Sin embargo, uno de los mayores retos que han tenido fue encontrar un lugar donde se pudieran reunir las personas interesadas en conocer la Palabra de Dios. En su deseo de cumplir el mandato bíblico de no dejar de reunirse, decidieron construir el primer Salón del Reino flotante de Nicaragua (Hebreos 10:25).

Un Salón del Reino flotante

En noviembre de 2005 se mudó a las Isletas de Granada un matrimonio de testigos de Jehová que son evangelizadores de tiempo completo. Pocos meses después de su llegada, durante la Conmemoración anual de la muerte de Cristo, les sorprendió agradablemente tener una asistencia de 76 isleños. De inmediato se dieron cuenta de lo necesario que era organizar regularmente reuniones cristianas en el área. Sin embargo, como resultaba difícil encontrar un lugar de reunión apropiado, se les ocurrió la ingeniosa idea de construir un Salón del Reino flotante que pudiera remolcarse de un lugar a otro.

Aunque esta pareja nunca antes había hecho algo parecido, emprendieron la obra con entusiasmo. Su plan era construir una simple plataforma flotante con un toldo de lona. Para conseguir su objetivo, montaron el suelo de madera contrachapada sobre una docena de barriles de 150 litros (40 galones) llenos de aire comprimido y unidos entre sí mediante un armazón de tubos de acero soldados. Entre ellos y seis personas más completaron la obra en un mes. Como no estaban seguros de que esta balsa pudiera flotar, todas las noches le pedían ayuda a Dios. ¡Imagínese su alegría cuando por fin la vieron flotar!

El 10 de junio de 2006 se celebró la primera reunión en este Salón del Reino. Al día siguiente lo remolcaron al otro extremo del archipiélago para celebrar otra reunión allí. En total asistieron 48 personas, aunque algunas tuvieron que caminar más de media hora por la selva para llegar. Aun así, todos estaban encantados con su nuevo lugar de adoración.

Obviamente, las reuniones en este salón son muy peculiares. Mientras el orador pronuncia su discurso, puede oírse de fondo el ruido del agua contra las rocas y, de vez en cuando, el grito de un mono en la lejanía. La gente se ha acostumbrado tanto a ver este salón que saludan a su paso cuando está siendo remolcado. Allí se reúnen más de veinte personas todas las semanas para estudiar la Biblia y disfrutar de la compañía de otros cristianos. Está claro que este salón flotante es un valioso tesoro para los isleños.

La isla de Ometepe

A unos 50 kilómetros (30 millas) al sur de Granada se encuentra la isla de Ometepe. Su grandiosa belleza natural y su fértil terreno han atraído desde siempre a los pobladores. De hecho, aquí se han desenterrado los primeros indicios de actividades agrícolas del país. En la actualidad cuenta con una población de 42.000 personas, dedicadas en su mayor parte a la pesca y a la producción de maíz, bananos y café, entre otros cultivos. La fauna salvaje también llama la atención. Abundan las ruidosas cotorras y las grandes urracas copetonas, que al volar dejan entrever los destellos blanquiazules de sus plumas. Pero el gran favorito de los visitantes es el mono cariblanco.

En Ometepe también hay proclamadores del mensaje bíblico. En 1966 había ocho Testigos bautizados. Desde entonces, el número ha aumentado a 183, repartidos en cuatro congregaciones, cada una de las cuales cuenta con su propio Salón del Reino. Hoy día, 1 de cada 230 habitantes de la isla es testigo de Jehová.

De todos modos, la predicación en Ometepe no ha dejado de tener sus dificultades. En 1980, por ejemplo, un grupo de opositores quemó el Salón del Reino de Mérida. En 1984 se construyó otro que se siguió utilizando hasta el año 2003 cuando, para alegría de los 60 miembros de la congregación local, se edificó uno completamente nuevo.

En Moyogalpa se acondicionó un Salón del Reino para que se pudieran celebrar asambleas. En estas ocasiones se monta una plataforma bajo un techo que hay en la parte de atrás del salón. Luego se extiende un toldo que llega hasta el final de la propiedad y debajo se colocan las filas de asientos. Aquí se reúnen periódicamente grandes grupos de Testigos locales y personas interesadas de los alrededores del lago. En estas ocasiones, el lago de Nicaragua es un sitio ideal para bautizar a los nuevos discípulos (Mateo 28:19).

¿Durarán los tesoros del lago?

Es posible que a muchos les sorprenda saber que el lago de Nicaragua, pese a su gran tamaño, está en serio peligro. El hecho es que se enfrenta a graves problemas de contaminación, principalmente a causa de los desechos agrícolas e industriales y de los sedimentos de áreas deforestadas.

Todavía no está claro si las medidas implementadas por los propios residentes y el gobierno podrán mejorar la situación. Pero hay algo de lo que sí podemos estar seguros. El Creador sin falta se encargará de conservar todos los tesoros de este planeta —incluidos sus resplandecientes lagos, sus hermosas islas y su espectacular fauna— para dárselos como herencia a sus siervos fieles. La Biblia promete: “Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella” (Salmo 37:29).

[Ilustración de la página 26]

Salón del Reino flotante para celebrar reuniones bíblicas