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¿Le importa realmente a Dios que yo fume?

¿Le importa realmente a Dios que yo fume?

▪ Hay personas sinceras que tal vez se hagan esta pregunta, pues en la Biblia no aparece ninguna ley sobre el tabaco. ¿Significa eso que es imposible averiguar lo que Dios piensa al respecto? No, ni mucho menos.

La Biblia dice que “toda Escritura es inspirada de Dios” (2 Timoteo 3:16). Las Santas Escrituras contienen principios y declaraciones que revelan claramente cómo quiere Dios que cuidemos de nuestra salud. Veamos primero lo que se ha descubierto sobre el impacto del tabaco en la salud humana, y luego analizaremos algunos principios bíblicos aplicables.

El tabaco perjudica la salud del fumador y es una de las principales causas de muertes evitables. En Estados Unidos, 1 de cada 5 muertes se debe al consumo de tabaco. En ese país, todos los años mueren más personas debido al tabaco que debido “al alcohol, las drogas, el homicidio, el suicidio, los accidentes automovilísticos y el sida juntos”, dice un informe del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas.

Los fumadores perjudican a los demás. No hay ningún grado de exposición al humo del tabaco que sea inocuo. El riesgo de sufrir cáncer de pulmón y enfermedades cardíacas aumenta hasta un 30% entre los fumadores pasivos. En los últimos años se ha descubierto otro peligro al que los médicos llaman “humo de tercera mano”. Esta expresión se refiere a los residuos químicos que quedan en la ropa, las alfombras y otras superficies y que perduran hasta mucho después de que se disipa el humo visible. Dichas sustancias químicas venenosas perjudican particularmente a los niños y pueden retrasar su aprendizaje.

El tabaco es adictivo. Convierte al usuario en un esclavo de ese vicio. De hecho, los investigadores creen que la adicción a la nicotina, uno de los principales componentes del tabaco, es una de las más difíciles de vencer.

¿Qué principios bíblicos son aplicables a lo aquí indicado? Veamos algunos ejemplos:

Dios desea que respetemos la vida. En la Ley que dio a la nación de Israel, Dios indicó que quienes desean agradarle deben respetar la vida humana (Deuteronomio 5:17). Los israelitas tenían que levantar un pretil, o muro pequeño, en el borde del techo de su casa, pues los techos solían ser planos y las familias realizaban allí muchas de sus actividades cotidianas. Ese pretil evitaba que las personas cayeran y se lesionaran o murieran (Deuteronomio 22:8). Además, los israelitas debían asegurarse de que sus animales no hirieran a nadie (Éxodo 21:28, 29). El fumador incumple los principios que sustentan estas leyes, pues perjudica a sabiendas su propia salud y, por si fuera poco, atenta contra la salud de quienes lo rodean.

Dios espera que lo amemos a él y también al prójimo. Jesucristo dijo que sus seguidores deberían obedecer los dos mayores mandamientos que existen: amar a Dios con todo su corazón, alma, mente y fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismos (Marcos 12:28-31). Dado que la vida es un regalo de Dios, el usuario de tabaco demuestra una gran falta de respeto hacia ese regalo y, por tanto, una falta de amor a Dios (Hechos17:26-28). Puesto que quien tiene ese vicio puede hacer mucho daño a los demás, aunque esa persona diga que ama al prójimo, sus obras lo niegan.

Dios quiere que evitemos los vicios. La Biblia manda a los cristianos que se limpien de “toda contaminación de la carne y del espíritu” (2 Corintios 7:1). Y es obvio que el tabaco contamina el cuerpo. Quienes desean dejar de fumar para complacer a Dios no lo tienen fácil, es cierto, pero con su ayuda pueden librarse de este vicio nocivo.