¿Está bien orar a los santos?
CASI todos hemos sentido la necesidad de buscar la ayuda de alguien en momentos de inquietud. Solemos recurrir a un amigo que tenga experiencia en el problema que nos preocupa y que sepa ponerse en nuestro lugar. El amigo ideal es el que posee estas dos cualidades: la experiencia y la compasión.
Hay quienes hacen lo mismo cuando necesitan orar. Como Dios les parece demasiado grandioso e inaccesible, se sienten más cómodos dirigiéndose a los santos. Piensan que como estos han pasado por las pruebas y dificultades propias de los seres humanos, serán más comprensivos. Por ejemplo, quienes han perdido algo que aprecian mucho oran a san Antonio de Padua, quien, según la tradición, es el patrón de las cosas perdidas o robadas. Otros rezan a san Francisco de Asís cuando tienen a un animal enfermo, o a san Judas Tadeo cuando se sienten desesperados por alguna causa perdida.
Ahora bien, ¿respalda la Biblia la costumbre de orar a los santos? ¿Escucha Dios estas oraciones? ¿Qué piensa él de que se ore a los santos? Puesto que nuestro objetivo final es que Dios nos oiga, su opinión debería interesarnos.
QUÉ DICE LA BIBLIA SOBRE ORAR A LOS SANTOS
La costumbre de orar a los santos se basa en la doctrina católica de la intercesión, según la cual los santos “no dejan de interceder por nosotros ante el Padre” basándose en “los méritos que adquirieron en la tierra” (Catecismo de la Iglesia Católica). De modo que quien ora a los santos lo hace con la esperanza de obtener algún favor especial mediante ellos gracias a su bendita posición ante Dios.
¿Enseña la Biblia esa doctrina? Hay quienes dicen que sí y que la base está en los escritos del apóstol Pablo. Un ejemplo que citan es lo que les escribió a los cristianos de Roma: “Yo les ruego, hermanos míos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor que nos da el Espíritu Santo, que oren mucho a Dios por mí” (Romanos 15:30, Traducción en lenguaje actual). ¿Estaba pidiendo Pablo a sus hermanos cristianos que intercedieran por él ante Dios en el sentido religioso de la palabra? No, ni mucho menos. Lo que Pablo dijo muestra que un cristiano puede pedir a otro que ore a Dios a favor de él. Pero eso es muy distinto de orar a alguien que supuestamente está en el cielo para que le transmita a Dios nuestra petición. ¿Por qué no debemos hacerlo?
En el Evangelio de Juan, Jesús dijo: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Y también: “Lo que pidan al Padre en mi nombre él se lo concederá” (Juan 15:16, La Biblia de Nuestro Pueblo). Jesús no dijo que debíamos orarle a él y que él hablaría a Dios por nosotros. A fin de que nuestras oraciones sean escuchadas, tenemos que ofrecerlas a Dios y hacerlo en el nombre de Jesús y de nadie más.
En cierta ocasión, los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, y él respondió: “Cuando oren, digan: ‘Padre, santificado sea tu nombre’” (Lucas 11:2). De modo que cuando oremos, cada vez que lo hagamos, hemos de dirigirnos a Dios, no a Jesús ni a nadie más. En vista de estas claras palabras de Jesús, la conclusión lógica es que no debemos orar a los santos u otros intercesores, sino a Dios, en el nombre de Jesucristo.
Además, la oración es una parte muy importante de nuestra adoración, y adorar a alguien que no sea Dios va totalmente en contra de las enseñanzas de la Biblia (Juan 4:23, 24; Revelación [Apocalipsis] 19:9, 10).
¿DEBERÍAMOS SENTIR TEMOR DE ACERCARNOS A DIOS?
En su Sermón del Monte, Jesús puso el ejemplo de un niño que le pide a su padre algo para comer. ¿Le daría el padre una piedra en vez de pan o una serpiente venenosa en vez de pescado? (Mateo 7:9, 10.) Ningún padre que ame a sus hijos haría algo así.
Veamos una escena parecida desde el punto de vista de un padre. Imagínese que usted se ha esmerado por tener una estrecha relación con su hijo y siempre lo ha escuchado. Él quiere pedirle algo muy importante; pero, por un temor infundado a su reacción, lo hace a través de otra persona. ¿Cómo se sentiría? ¿Y si él adoptara la costumbre de comunicarse con usted a través de esa persona y todo pareciera indicar que continuará haciéndolo? ¿Le agradaría la idea? Por supuesto que no. Un buen padre desea que sus hijos le hablen directamente y que se sientan con la libertad de pedirle lo que necesitan.
Volviendo al ejemplo del niño que le pide comida a su padre, Jesús razonó así con sus oyentes: “Si ustedes, aunque son inicuos, saben dar buenos regalos a sus hijos, ¡con cuánta más razón dará su Padre que está en los cielos cosas buenas a los que le piden!” (Mateo 7:11). Nadie puede negar que un buen padre desea dar cosas buenas a sus hijos. Pues bien, el deseo de nuestro Padre celestial de escuchar y responder nuestras oraciones es mucho mayor.
Dios quiere que le oremos a él directamente aunque nos sintamos profundamente agobiados por los errores que cometemos. Él no asigna a otros la labor de escuchar nuestras oraciones. La Biblia nos aconseja: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará” (Salmo 55:22). En lugar de orar a los santos o a otros intercesores, debemos esforzarnos por tener una estrecha relación con Dios, ya que así nos sentiremos con la libertad de dirigirnos a él.
Nuestro Padre celestial se interesa por cada uno de nosotros, desea ayudarnos con nuestros problemas y nos invita a acercarnos a él (Santiago 4:8). ¡Qué agradecidos estamos de poder acercarnos a nuestro Dios y Padre, el “Oidor de la oración”! (Salmo 65:2.)