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BIOGRAFÍA

Mi primer amor me ha dado las fuerzas para seguir adelante

Mi primer amor me ha dado las fuerzas para seguir adelante

ERA junio de 1970. Yo estaba hospitalizado en Pensilvania (Estados Unidos). Tenía 20 años, era soldado y me había dado una infección grave. Un enfermero me tomaba la presión cada media hora. Él era solo unos años mayor que yo, y vi que estaba muy preocupado porque la presión me seguía bajando. Así que le pregunté: “Nunca has visto a nadie morir, ¿verdad?”. Se puso pálido y me dijo: “No, nunca”. Parecía que iba a morir, pero sobreviví. ¿Le gustaría saber un poco más de mi vida?

VOY A LA GUERRA

En julio de 1969 fui a la guerra de Vietnam. Cuando llegué, me dieron una semana para adaptarme al calor y al cambio de hora. Me encantaba ayudar a los enfermos y a los heridos, y quería ser cirujano. Así que trabajé como ayudante de sala de operaciones. En ese trabajo me enfermé de la grave infección que ya conté.

Trabajé en un hospital militar en el delta del río Mekong. Muchos helicópteros traían soldados heridos al hospital. Yo amaba a mi país, y me encantaba trabajar. Por eso me esforzaba por ayudar a mis compatriotas. Las salas de operaciones eran contenedores de metal con aire acondicionado. Dos médicos y dos enfermeros hacían todo lo que podían por salvar vidas. Yo veía que los helicópteros también llevaban unas bolsas negras. Me dijeron que no las bajaban porque en esas bolsas estaban los restos de los soldados que habían muerto por las bombas. Esa era la cruel realidad de la guerra.

EMPIEZO A BUSCAR A DIOS

Escuché por primera vez a los Testigos cuando era joven

Conocí a los testigos de Jehová cuando era joven. Ellos le daban clases de la Biblia a mi madre. Ella nunca se bautizó, pero a mí me gustaban aquellas clases. Un día, mi padrastro y yo pasamos frente a un Salón del Reino. Le pregunté qué era aquel lugar. Me dijo que ni pensara en acercarme a “esa gente”. Yo confiaba mucho en mi padrastro, así que le hice caso y no volví a hablar con los Testigos.

Por las cosas que viví en Vietnam, regresé de la guerra con muchos recuerdos dolorosos. Me parecía que nadie entendía lo que pasaba allá. Recuerdo que en Estados Unidos la gente protestaba en las calles contra los soldados norteamericanos porque decían que mataban a niños inocentes. Todo esto me hizo sentir que tenía que buscar a Dios.

Como estaba buscando a Dios, empecé a visitar distintas iglesias. Siempre sentí que lo amaba, pero no me gustaba lo que veía en aquellas iglesias. Con el tiempo fui a un Salón del Reino en Delray Beach (Florida). Mi primera reunión fue un domingo de febrero de 1971.

Cuando entré en el salón, la primera parte de la reunión estaba a punto de terminar. Me quedé para el estudio de la revista La Atalaya. Estaba pendiente de lo que veía y se decía. No recuerdo de qué hablaba el artículo de la revista, pero recuerdo que los niños buscaban los textos en sus biblias. Eso me impresionó mucho. Antes de irme del salón, se me acercó un hermano de unos 80 años. Se llamaba Jim Gardner. Me ofreció el libro La verdad que lleva a vida eterna. Lo acepté con gusto, y quedamos en empezar a estudiarlo el siguiente jueves por la mañana.

Después de la reunión me fui a trabajar. Trabajaba en un hospital de Boca Ratón (Florida). Mi horario era de 11 de la noche a 7 de la mañana. Como esa noche no había muchos pacientes que atender, me puse a leer el libro La verdad. Una enfermera me vio leyéndolo. Vino adonde yo estaba, agarró el libro y me preguntó muy enojada si pensaba hacerme testigo de Jehová. Agarré mi libro y le dije que aunque apenas iba por la mitad, ya estaba pensando en hacerme Testigo. La mujer se fue, y pude terminar el libro aquella misma noche.

Mi maestro de la Biblia fue Jim Gardner, que era ungido y conoció al hermano Russell

La primera vez que estudié con el hermano Gardner, le pregunté: “¿Qué vamos a estudiar?”. Me dijo: “El libro que te di”. Le contesté que ya lo había leído completo. Entonces me dijo con amabilidad: “Bueno, veamos solo el primer capítulo”. Al ir estudiando, no podía creer que se me hubieran escapado tantos detalles. Él me pedía que fuera buscando muchos textos en mi propia Biblia. Por fin estaba aprendiendo lo que enseña el Dios verdadero, Jehová. Esa mañana analizamos tres capítulos del libro. Y cada jueves estudiábamos tres capítulos más. Me encantaba lo que estaba aprendiendo. Para mí fue un honor que ese hermano fuera mi maestro, porque era ungido y había conocido al hermano Russell.

Después de estudiar la Biblia unas cuantas semanas, empecé a predicar. Para mí no era fácil ir de casa en casa, pero Jim me ayudó a vencer mis temores (Hechos 20:20). Gracias a su ayuda, llegué a amar la predicación. Creo que el honor más grande que tengo es enseñar a otros de Dios. Me encanta la idea de colaborar con él en esta obra (1 Corintios 3:9).

EMPIEZO A AMAR A JEHOVÁ

Ahora déjeme hablarle de algo que es muy especial para mí. Tiene que ver con el tiempo en que empecé a amar a Jehová (Revelación 2:4). Ese amor me ha ayudado a aguantar los amargos recuerdos de la guerra y muchos otros problemas (Isaías 65:17).

Mi amor por Jehová me ha ayudado a superar los amargos recuerdos de la guerra y otros problemas

Me bauticé en julio de 1971 en la Asamblea de Distrito “Nombre Divino” en el Estadio de los Yankees

En 1971 me quedé sin un lugar donde vivir. Hasta entonces había vivido en un apartamento de mis padres. Pero mi padrastro dijo que un Testigo no podía vivir allí. Yo tenía muy poco dinero, y en el hospital me pagaban cada dos semanas. Había gastado casi todo mi dinero en ropa para salir a predicar, porque quería representar bien a Jehová. Tenía algunos ahorros, pero estaban en Míchigan, el estado donde crecí. Así que tuve que vivir varios días en mi automóvil. Me aseaba y afeitaba en los baños de las gasolineras.

Mientras todavía vivía en mi automóvil, un día salí del trabajo y me fui al Salón del Reino. Nos reuniríamos allí para salir a predicar. Pero los hermanos iban a llegar en un par de horas. Así que me senté a esperar detrás del salón. De repente empecé a recordar lo que viví en Vietnam. Me venían a la mente imágenes de sangre y sentía el olor a carne humana quemada. Me parecía que veía y oía a los heridos que me pedían ayuda y me preguntaban si iban a sobrevivir. Yo sabía que iban a morir, pero trataba de consolarlos y darles ánimo. En aquellos momentos me sentí triste, muy triste.

Cuando tengo problemas, trato de recordar el amor que sentí por Jehová al principio

Le oré a Jehová mientras lloraba sin parar (Salmo 56:8). Empecé a pensar en lo que significa la esperanza de la resurrección. Nunca había pensado en lo maravillosa que es. Jehová les devolverá la vida a esos jóvenes que vi morir, y tendrán la oportunidad de aprender la verdad. Cuando eso suceda, olvidaremos todo el sufrimiento que tuvimos que vivir en la guerra (Hechos 24:15). Entender esto me hizo amar a Jehová más que nunca. Ese día sigue siendo algo muy especial para mí. Cada vez que tengo algún problema, trato de recordar el amor que sentí por Jehová en aquel momento.

JEHOVÁ ME HA CUIDADO

Cuando la gente va a la guerra, hace cosas horribles. Yo también las hice. Pero me ha ayudado mucho pensar en dos textos de la Biblia. El primero es Revelación 12:10, 11. Allí dice que la sangre de Jesús y nuestra predicación vencen al Diablo. El segundo es Gálatas 2:20, que me recuerda que Jesús también murió por mí. Gracias al sacrificio de Cristo, Jehová me ha perdonado las cosas que hice en el pasado. Ahora tengo la conciencia tranquila y un fuerte deseo de contarle a otros que Jehová es un Dios que nos tiene compasión (Hebreos 9:14).

A veces pienso en lo que me ha tocado vivir, y siempre termino pensando que Jehová ha sido muy bueno conmigo. Por ejemplo, cuando mi maestro de la Biblia supo que yo estaba viviendo en mi automóvil, me puso en contacto con una hermana que alquilaba habitaciones. Estoy seguro de que Jehová lo usó a él y a la hermana para darme un lugar donde vivir. Sin duda, Jehová es muy bueno. Siempre cuida a sus siervos fieles.

APRENDO A SER AMABLE AL PREDICAR

En mayo de 1971 tuve que ir a Míchigan. Antes de irme de Florida, metí en el automóvil una gran cantidad de publicaciones para predicar durante el viaje. Pero no había recorrido ni la mitad del camino y ya se me habían acabado. Predicaba en todas partes con mucho entusiasmo. Prediqué en las cárceles e incluso les di publicaciones a los hombres que me encontraba en los baños de las zonas de descanso. Todavía me pregunto si alguna de aquellas personas llegó a conocer a Jehová (1 Corintios 3:6, 7).

Tengo que reconocer que cuando empecé a estudiar la Biblia era demasiado directo al predicar. Eso me pasaba sobre todo con mi familia. Como quiero mucho a mis hermanos John y Ron, traté de obligarlos a aceptar mis creencias. Con el tiempo les pedí perdón por eso. Todavía no creen lo mismo que yo, pero le sigo pidiendo a Jehová que algún día lo hagan. Gracias a la ayuda que me da Jehová, ahora soy más amable cuando predico y enseño.

OTRAS PERSONAS A QUIENES TAMBIÉN AMO MUCHO

Mi amistad con Jehová siempre ha sido lo más importante en mi vida. Pero también hay personas muy importantes en mi vida a quienes quiero muchísimo. Sobre todo, amo mucho a mi esposa, Susan. Siempre quise casarme con una mujer que me ayudara a seguir sirviendo a Jehová. Susan es una mujer decidida que ama a Jehová. Cuando éramos novios, un día fui a visitarla a la casa de sus padres. La encontré estudiando La Atalaya con su biblia. Me impresionó ver que buscaba todos los textos aunque no estaba leyendo un artículo de estudio. Pude ver que su amistad con Jehová era muy importante para ella. Nos casamos en diciembre de 1971. Estoy muy agradecido por tener una esposa que me apoya tanto. Lo que más me gusta de ella es que aunque me ama, ama más a Jehová.

Con mi esposa, Susan, y nuestros hijos, Paul y Jesse

Jehová nos ha dado dos hijos muy buenos, Jesse y Paul. Ellos han dejado que Jehová dirija sus vidas y tienen una amistad fuerte con él (1 Samuel 3:19). Eso nos hace muy felices a Susan y a mí. Los dos llevan más de 20 años sirviendo a Jehová a tiempo completo. Y lo siguen haciendo porque aman a Jehová. También doy gracias de que se hayan casado con dos encantadoras mujeres que aman y sirven a Jehová como ellos (Efesios 6:6). Se llaman Stephanie y Racquel, y estoy muy orgulloso de ellas. Las quiero como si fueran mis hijas.

A mi familia y a mí nos encantaba predicar en lugares donde los hermanos necesitaban ayuda

Serví durante 16 años en Rhode Island. Allí hice muchos amigos. Todavía recuerdo a mis buenos compañeros ancianos. Estoy muy agradecido a los superintendentes viajantes que me ayudaron en esos años. Ha sido un honor servir junto a hombres que nunca han dejado de amar a Jehová. En 1987 nos mudamos a Carolina del Norte para ayudar a predicar. Allí también hicimos muchos buenos amigos. * (Mire la nota.)

Dirigiendo una reunión para salir a predicar cuando era superintendente viajante

En agosto de 2002, Susan y yo aceptamos la invitación para ser parte de la familia Betel de Estados Unidos en Patterson. Yo trabajé en el Departamento de Servicio, y Susan en Lavandería. A ella le encantaba ese trabajo. En agosto de 2005 me dieron el honor de formar parte del Cuerpo Gobernante, es decir, el consejo directivo de los testigos de Jehová. No me sentía capacitado para esa asignación. Susan también se sintió abrumada por la responsabilidad y el trabajo que tendría. Además, a ella nunca le gustó volar en avión. Pero ahora volamos muy a menudo. A Susan le ayudaron mucho los consejos de las esposas de los demás miembros del Cuerpo Gobernante. Ella está decidida a apoyarme, y la quiero mucho por eso.

En mi oficina tengo muchas fotos que me recuerdan lo bonita que ha sido mi vida. Jehová me ha bendecido mucho por mantener mi primer amor por él.

Estar con mi familia me hace muy feliz

^ párr. 30 Encontrará más información sobre el servicio a tiempo completo del hermano Morris en La Atalaya del 15 de marzo de 2006, página 26.