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Charles Rutaganira sobrevivió al genocidio gracias a que otros testigos de Jehová arriesgaron su vida para cuidarlo.

1 DE AGOSTO DE 2019
RUANDA

Un Testigo revive el genocidio de Ruanda 25 años más tarde

Un Testigo revive el genocidio de Ruanda 25 años más tarde

El genocidio de Ruanda en contra de los tutsis, ocurrido en 1994, fue una de las matanzas más rápidas y terribles de la historia moderna. La Organización de las Naciones Unidas calcula que en unos 100 días murieron entre 800.000 y 1.000.000 de personas. La mayoría de las víctimas fueron de la etnia tutsi. Pero también fueron asesinados muchos hutus que se negaron a apoyar las matanzas. Eso quiere decir que la vida de los 2.500 testigos de Jehová que había en Ruanda estaba en peligro.

Alrededor de 400 testigos de Jehová murieron en el genocidio; la mayoría eran tutsis. Sin embargo, Testigos hutus también murieron porque se negaron a hacer daño a otros y a abandonar a sus hermanos en manos de los asesinos.

Charles Rutaganira, un Testigo tutsi que sobrevivió al genocidio de 1994, recuerda como si fuese ayer aquel domingo por la mañana en que estaba totalmente seguro de que lo iban a matar. Y recuerda también cómo sobrevivió gracias al amor que le demostraron sus hermanos cristianos.

Esa mañana, cerca de 30 personas invadieron su casa para atacarlo. Charles no lo podía creer. Él recuerda: “La mayoría eran mis vecinos, y nos saludábamos todos los días”. Pero, cuando toda esa gente entró en su casa, parecían diferentes. Charles dice: “Sus ojos estaban rojos y llenos de odio. Eran como animales salvajes listos para devorar a su presa”.

La chusma atacó al hermano Rutaganira con machetes, lanzas y palos con clavos tan solo porque era tutsi. Lo arrastraron hasta la calle y lo dejaron allí para que muriera. Mientras estaba tirado semiinconsciente y sangrando, otro grupo llegó con palas para enterrarlo. Al parecer, uno de ellos reconoció al hermano Rutaganira y recordó que era un hombre pacífico, así que preguntó: “¿Por qué mataron a este testigo de Jehová?”. Nadie respondió. En ese momento, empezó a llover muy fuerte y el grupo se marchó.

Samuel Rwamakuba, un Testigo hutu que vivía cerca de allí, se enteró de lo que le había pasado al hermano Rutaganira y, a pesar de la lluvia, envió a su hijo para que lo trajera a casa. Otros dos valientes Testigos hutus recorrieron las peligrosas calles para conseguir vendas y medicinas. Los asesinos regresaron a buscar al hermano Rutaganira y, cuando lo encontraron en la casa de unos hutus, el líder los amenazó de muerte diciendo: “Mañana por la mañana solucionaremos este problema”.

Todos los hermanos hutus sabían que arriesgaban su vida si trataban de ayudar a algún tutsi. Charles Rutaganira explica: “Si tratabas de salvarle la vida a alguien a quien querían asesinar, sin dudarlo te mataban a ti y a la otra persona”.

Como era hutu, el hermano Rwamakuba tenía la posibilidad de escapar y pasar los controles de carreteras, que hombres armados vigilaban día y noche. Pero se negó a abandonar a su hermano tutsi, que estaba malherido. Le dijo: “No pienso dejarte. Donde tú mueras yo moriré”.

La mañana siguiente, un batallón de soldados del bando contrario invadió las calles, y los asesinos huyeron.

Después de que Charles se recuperó de sus heridas, regresó a su congregación y se encontró con muchos hermanos que estaban desolados por el inexplicable asesinato de sus seres queridos. Muchos también sufrían por el dolor físico y emocional provocado por las torturas y las violaciones. Charles recuerda: “Los primeros meses después del genocidio fueron muy duros”. Pero, con amor y comprensión, los hermanos hutus y tutsis se ayudaron unos a otros para superar su dolor. Charles dice: “Hicieron todo lo posible para que no hubiera ningún tipo de división entre ellos”.

En abril de 2019, se presentó una exposición que mostró algunas historias de los testigos de Jehová que sobrevivieron al genocidio de Ruanda y también las de algunos que murieron. Esta se realizó en un centro para los derechos humanos y civiles de la ciudad de Atlanta (Georgia, Estados Unidos).

Aunque estaban muy afectados por lo sucedido, los testigos de Jehová de Ruanda reanudaron sus reuniones cristianas y su predicación. Había muchas personas que necesitaban consuelo y esperanza. Algunos estaban sufriendo porque sus seres queridos habían sido asesinados violentamente. A otros los atormentaban las cosas terribles que habían hecho. Muchos ruandeses se sentían traicionados por sus vecinos, sus líderes políticos y, sobre todo, por su religión (vea el recuadro “ El papel de la religión en el genocidio de Ruanda”).

Sin embargo, para los ruandeses, la conducta pacífica de los testigos de Jehová no pasó desapercibida. Por ejemplo, una familia de Testigos escondió a una maestra católica de la etnia tutsi y a sus seis hijos, aunque apenas los conocían. Ella dice: “Respeto muchísimo a los testigos de Jehová [...]. La mayoría de la gente vio que ellos no se involucraron en el genocidio”.

Después de las terribles matanzas, una gran cantidad de personas empezó a acudir a los Salones del Reino. Como promedio, cada publicador de los testigos de Jehová daba clases de la Biblia a tres personas. Durante el año de servicio de 1996, la cantidad de testigos de Jehová en Ruanda aumentó un 60 por ciento. Era obvio que la gente necesitaba desesperadamente el alivio que da el mensaje del Reino.

Ahora que se cumplen 25 años del genocidio, muchas personas reflexionan en lo que ocurrió, en especial las que sobrevivieron. Charles Rutaganira y otros que vivieron el genocidio están convencidos de que el amor genuino es mucho más fuerte que el odio racial. El hermano Rutaganira señala: “Jesucristo les enseñó a sus verdaderos discípulos a amar a otros más que a ellos mismos”. Y añade: “Hoy estoy vivo gracias a que entre los testigos de Jehová existe esa clase de amor” (Juan 15:13).