LA BIBLIA LES CAMBIÓ LA VIDA
Mi vida iba de mal en peor
Relatado por Stephen McDowell
AÑO DE NACIMIENTO: 1952
PAÍS: ESTADOS UNIDOS
OTROS DATOS: TENÍA UN CARÁCTER VIOLENTO
MI PASADO:
Me crié en los barrios bajos de la ciudad de Los Ángeles (California, Estados Unidos), famosos por el tráfico de drogas y las pandillas callejeras. Fui el segundo de seis hijos.
De niño, mi madre nos llevaba a una iglesia evangélica. Pero cuando llegué a la adolescencia, lo que allí se decía me entraba por un oído y me salía por el otro. Los domingos cantaba en el coro de la iglesia, pero el resto de la semana se me iba en juergas, drogas y relaciones sexuales.
Tenía un carácter violento y saltaba a la mínima provocación. Cualquier objeto se convertía en un arma, todo con tal de ganar la pelea. Lo que aprendí en la iglesia no fue de mucha ayuda, todo lo contrario. Solía decir: “La venganza es del Señor, y yo estoy a su servicio”. A finales de los años sesenta, cuando tenía alrededor de 18 años, me sentí atraído por las ideas del grupo político Panteras Negras, conocido por su lucha activa a favor de los derechos civiles. Me uní a un grupo estudiantil que defendía esta misma causa. En varias ocasiones organizamos protestas, por lo que la escuela tenía que suspender las clases.
Pero esto no era suficiente para mí. Pronto el odio me llevó a cometer delitos graves. Por ejemplo, mis amigos y yo íbamos al cine para ver películas sobre el maltrato de los esclavos africanos en Estados Unidos. Indignados por aquellas injusticias, llegamos a atacar a jóvenes blancos que había en el cine e íbamos a los barrios de blancos a buscar más víctimas a las que dar una paliza.
Para esta época, mis hermanos y yo ya teníamos un amplio historial delictivo y problemas con las autoridades. Uno de mis hermanos menores estaba en una pandilla con muy mala fama, y yo me juntaba con ellos. Mi vida iba de mal en peor.
CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA:
Los padres de un amigo eran testigos de Jehová y me invitaron a sus reuniones. La primera vez que fui me di cuenta de lo diferentes que eran aquellas personas. Todos tenían una Biblia y la usaban. ¡Hasta los más jóvenes daban breves discursos! Me impresionó saber que el nombre de Dios es Jehová, y que lo usaran al hablar de él (Salmo 83:18). Aunque había gente de muchas nacionalidades, era evidente que no había racismo.
Al principio, no quería que me dieran clases de la Biblia, pero me gustaba ir a las reuniones. Una noche, mientras estaba en una reunión, algunos de mis amigos fueron a un concierto y mataron a un chico a golpes para quedarse con su chaqueta de cuero. Al día siguiente, presumían de lo que habían hecho. Hasta en el juicio seguían sin darle importancia. A la mayoría se les sentenció a cadena perpetua. ¡Me alegré tanto de no haber ido con ellos! Entonces decidí cambiar mi vida y empezar a estudiar la Biblia.
Con mi historial de prejuicio racial, algunas cosas que vi entre los testigos de Jehová me impresionaron. Por ejemplo, cuando un testigo de Jehová blanco tuvo que viajar al extranjero, dejó a sus niños a cargo de una familia negra. También, una familia blanca acogió a un joven negro que necesitaba un lugar donde vivir. Eso me convenció de que los testigos de Jehová cumplen las palabras de Jesucristo registradas en Juan 13:35: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí”. Sabía que había encontrado a verdaderos hermanos.
Por mis clases de la Biblia, supe que tenía que cambiar mi personalidad. Tuve que esforzarme no solo para comportarme de forma pacífica, sino para ser pacífico de corazón (Romanos 12:2). Fui mejorando poco a poco, y finalmente, en enero de 1974, me bauticé y llegué a ser un testigo de Jehová.
Tuve que esforzarme no solo para comportarme de forma pacífica, sino para ser pacífico de corazón
Incluso después de bautizarme, tuve que seguir controlando mi genio. Por ejemplo, un día estábamos visitando a las familias de un barrio para predicarles, y vi que un ladrón se llevaba mi radio del auto. Me fui corriendo detrás de él. Cuando estaba a punto de agarrarlo, tiró el aparato al suelo y siguió corriendo. Al contarle al resto del grupo cómo recuperé mi radio, un cristiano de experiencia me dijo: “¿Qué habrías hecho si lo hubieras atrapado?”. Esa pregunta me hizo darme cuenta de que aún me quedaban rasgos de mi vieja personalidad.
En octubre de 1974, empecé un servicio voluntario de evangelización. Dedicaba unas cien horas al mes a enseñar la Biblia a otras personas. Después me invitaron a servir en la central de los testigos de Jehová en Brooklyn (Nueva York). En 1978 volví a Los Ángeles para cuidar de mi madre, que estaba enferma. Dos años más tarde, me casé con Aarhonda. Ella fue un gran apoyo para mí mientras cuidamos de mi madre hasta que falleció. Después nos invitaron a la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower. Al terminar el curso, nos enviaron como misioneros a Panamá, donde todavía estamos.
Desde mi bautismo, ha habido ocasiones en las que me ha costado controlar mi genio. Lo que hago es irme para evitar peleas o trato de calmar la situación. Muchas personas, incluida mi esposa, me han felicitado por mi reacción, y hasta yo mismo me he sorprendido. No me atribuyo el mérito por estos cambios en mi personalidad. Creo sinceramente que son una muestra del poder que tiene la Biblia para transformar a la gente (Hebreos 4:12).
QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO:
La Biblia le ha dado sentido a mi vida y me ha enseñado a ser pacífico. Ya no le doy palizas a nadie, sino todo lo contrario, ahora ayudo a las personas a conocer a Dios. Incluso le di clases de la Biblia a un antiguo enemigo de mis días de estudiante rebelde. Después de su bautismo, compartimos casa por un tiempo, y aún somos buenos amigos. Hasta la fecha, mi esposa y yo hemos ayudado a más de ochenta personas a hacerse testigos de Jehová.
Estoy profundamente agradecido a Jehová por haberme dado una vida feliz y con sentido, rodeado de verdaderos hermanos.
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