En la tierra de Siria, había una niña israelita que vivía muy lejos de su casa y su familia. El ejército sirio se la había llevado, y ahora era sirvienta de la esposa de un jefe del ejército llamado Naamán. La niña adoraba a Jehová aunque la gente con la que vivía no lo adoraba.
Naamán tenía una horrible enfermedad en la piel que era muy dolorosa. La niña quería ayudarlo, así que le dijo a la esposa de Naamán: “Conozco a alguien que puede hacer que tu esposo se sienta mejor. En Israel hay un profeta de Jehová que se llama Eliseo. Él puede curar a tu esposo”.
La esposa de Naamán le contó lo que la niña le dijo. Él quería probar cualquier cosa para curarse, por eso se fue a Israel a la casa de Eliseo. Naamán creía que Eliseo lo iba a recibir como a una persona importante. Pero, en vez de salir a hablar con él, Eliseo envió a su sirviente para recibirlo y darle este mensaje: “Ve y métete siete veces en el río Jordán. Entonces te curarás”.
A Naamán no le gustó eso y dijo: “Pensaba que este profeta iba a curarme llamando a su Dios y moviendo sus manos de una manera espectacular. Pero lo único que me ha dicho es que vaya a ese río de Israel. Tenemos ríos mejores en Siria. ¿Por qué no puedo ir a esos ríos?”. Naamán se puso furioso y se fue de la casa de Eliseo.
Los sirvientes de Naamán lo ayudaron a pensar mejor las cosas. Le dijeron: “¿Verdad que harías lo que fuera para curarte? Lo que te pide este profeta es muy sencillo. ¿Por qué no lo haces?”. Naamán los escuchó, así que fue al río Jordán y se metió en el agua siete veces. A la séptima vez, Naamán salió del agua curado por completo. Estaba muy feliz y regresó para darle las gracias a Eliseo. Le dijo: “Ahora sé que Jehová es el Dios verdadero”. Naamán volvió a su casa sano. ¿Cómo crees que se sintió la niña israelita cuando lo vio?
“Has hecho que de la boca de los pequeños y de los niños de pecho salga alabanza” (Mateo 21:16).