BIOGRAFÍA
He visto que nada detiene a los que tienen fe
RELATADA POR ROBERT LANDIS
DE SEGURO todos recordamos conversaciones que nos han marcado en la vida. Yo recuerdo una que tuve hace 50 años en Kenia. Estaba sentado con un amigo frente a una fogata. Curtidos por el sol tras meses y meses de viajar, conversábamos sobre una película que hablaba de temas religiosos. Mi amigo dijo: “Eso no tiene nada que ver con lo que dice la Biblia”.
Solté una carcajada. No me imaginaba a mi amigo como alguien religioso. “¿Y qué sabes tú de la Biblia?”, le pregunté. Se quedó callado. Pero después me confesó que su mamá era testigo de Jehová y le había enseñado algunas cosas. Me entró la curiosidad y le dije que me contara más.
Nos quedamos hablando hasta muy tarde. Mi amigo me explicó que la Biblia dice que es Satanás quien gobierna el mundo (Juan 14:30). Quizás esto no sea nada nuevo para usted, pero para mí sí lo era y me llamó muchísimo la atención. Siempre había oído que quien estaba al mando del mundo era un Dios bueno y justo. Pero eso no encajaba con lo que había visto. Aunque solo tenía 26 años, había muchas cosas que me quitaban el sueño.
Mi papá había sido piloto de la Fuerza Aérea de Estados Unidos. Así que desde niño yo sabía que la amenaza de una guerra nuclear era algo muy real. El ejército estaba preparado, y solo era cuestión de presionar un botón. Mis años en la universidad en California fueron grises por culpa de la guerra de Vietnam. Participaba en las manifestaciones estudiantiles. Los policías nos perseguían con garrotes, y teníamos que huir medio asfixiados y sin poder ver bien debido a los gases lacrimógenos. Era una época caótica y difícil. Asesinaban a políticos y había protestas y disturbios. La gente estaba dividida en un mar de opiniones, y yo estaba muy confundido.
En 1970 me fui a trabajar a la costa norte de Alaska, donde gané mucho dinero. Después viajé a Londres (Inglaterra), me compré una moto y me fui al sur sin un destino en mente. Meses después llegué a África. En el camino conocí a muchas personas que, al igual que yo, querían huir de la realidad que las rodeaba y sentirse libres.
Todo lo que había visto y oído me hizo pensar que la Biblia tiene razón cuando explica que el mundo está controlado por un ser espiritual malvado. Pero quería saber dónde quedaba Dios en todo esto.
Unos meses después descubrí la respuesta. Con los años, llegué a conocer y querer a muchos hombres y mujeres que se han mantenido fieles al único Dios verdadero en todo tipo de circunstancias.
IRLANDA DEL NORTE, “LA TIERRA DE LAS BOMBAS Y LAS BALAS”
Cuando regresé a Londres, me puse en contacto con la mamá de mi amigo, y ella me dio una Biblia. Con el tiempo me fui a Ámsterdam (Países Bajos). Un día estaba leyendo la Biblia bajo la farola de una calle. Un Testigo pasó por allí y se ofreció a darme más detalles. Después, cuando estaba en Dublín (Irlanda), fui a la sucursal de los testigos de Jehová. Toqué la puerta principal, me hicieron pasar, y ahí fue cuando conocí a Arthur Matthews, un hermano de mucha experiencia. Le dije que quería estudiar la Biblia, y él aceptó darme clases.
Me encantaba lo que estaba aprendiendo, y no podía dejar de leer los libros y las revistas que publicaban los Testigos. Y, por supuesto, también leía la Biblia. En las reuniones de la congregación, me sorprendió ver que hasta los niños sabían las respuestas a preguntas que los intelectuales de este mundo llevan siglos haciéndose, como por qué existe la maldad, quién es Dios y si hay vida después de la muerte. Todos mis amigos eran Testigos, y eso era lo más lógico, porque no conocía a nadie más en el país. Ellos me ayudaron a amar a Jehová y a tener el deseo de hacer su voluntad.
En 1972 me bauticé. Un año después me hice precursor y me mudé a una pequeña congregación en Newry (Irlanda del Norte). Alquilé una cabaña de piedra que quedaba perdida en la montaña. Como cerca había unas vacas, me iba a practicar mis discursos frente a ellas. Mientras rumiaban, parecía que me prestaban mucha atención. Es cierto que no me decían ni mu, pero me ayudaban mucho a practicar el contacto con el auditorio. En 1974 me nombraron precursor especial; mi compañero fue Nigel Pitt, quien sigue siendo un gran amigo mío.
En esa época, Irlanda del Norte estaba sumida en un terrible conflicto. Algunas personas incluso decían que era “la tierra de las bombas y las balas”. Las peleas callejeras, los disparos de francotiradores, los tiroteos y los atentados con bombas eran el pan de cada día. Todo esto se debía a una mezcla de problemas religiosos y al mismo tiempo políticos. Pero los protestantes y los católicos sabían que los Testigos no tomamos partido en asuntos políticos, por lo que pudimos predicar libremente y sin mucho peligro. A menudo, las personas a las que les predicábamos nos advertían que no fuéramos a ciertos lugares en determinados momentos porque iba a pasar algo malo.
Aun así, a veces nos enfrentábamos a situaciones peligrosas. Un día fui con Dennis Carrigan, quien también era precursor, a predicar a un pueblo cercano. Allí no había Testigos, y habíamos ido solo una vez. Una mujer nos acusó de ser soldados británicos encubiertos, quizás porque no teníamos acento irlandés. Nos dio muchísimo miedo. Sabíamos que el simple hecho de ser amables con los soldados nos podía costar la vida o un tiro en la rodilla. Dennis y yo estábamos esperando el autobús, no había nadie más y hacía mucho frío. Entonces vimos que un vehículo se acercaba a la cafetería donde la mujer nos había acusado. Ella salió y se puso a hablar con los dos hombres que estaban en el vehículo, y nos señalaba muy alterada. Después los hombres condujeron lentamente hacia donde estábamos y empezaron a hacernos preguntas sobre el horario del autobús. Cuando el autobús llegó, hablaron con el conductor, pero no pudimos oír lo que decían. Éramos los únicos pasajeros, así que estábamos convencidos de que nos querían sacar del pueblo para hacernos algo. Pero no pasó nada. Cuando me bajé del autobús, le pregunté al conductor: “Y esos hombres, ¿qué querían?”. Él nos dijo: “No se preocupen. Yo les expliqué quiénes son ustedes. No corren peligro”.
En 1976, en una asamblea de distrito a que se celebró en Dublín, conocí a Pauline Lomax, una precursora especial de Inglaterra que estaba de visita. Era una hermana espiritual, humilde y encantadora. Ella y su hermano, Ray, habían conocido la verdad de pequeños. Un año después, Pauline y yo nos casamos, y seguimos sirviendo de precursores especiales en Ballymena (Irlanda del Norte).
Durante un tiempo estuvimos en la obra de circuito en Belfast, Londonderry y otros lugares muy peligrosos. Nos impresionaba la fe de nuestros hermanos y que, para servir a Jehová, habían dejado atrás creencias religiosas muy arraigadas, el odio y los prejuicios. Estaba claro que él los bendecía y protegía.
Estuve en Irlanda 10 años. En 1981 nos invitaron a la clase 72 de Galaad. Cuando acabamos la escuela, nos enviaron a Sierra Leona (África Occidental).
SIERRA LEONA: LA POBREZA NO DETIENE A LOS QUE TIENEN FE
Vivíamos en una casa con 11 misioneros increíbles. Compartíamos una cocina, tres inodoros, dos duchas, un teléfono, una lavadora y una secadora. La luz se iba a cada rato y sin previo aviso. El techo estaba invadido de ratas, y en el sótano se metían las cobras.
Aunque las condiciones de vida no eran las mejores, disfrutábamos muchísimo de la predicación. Las personas respetaban la Biblia y nos escuchaban con atención. Muchos estudiaron y se hicieron Testigos. La gente de la zona me llamaba “señor Robert” y a Pauline, “señora Robert”. Pero después empecé a trabajar mucho con la sucursal, por lo que salía menos a predicar. Entonces le empezaron a decir a Pauline “señora Pauline” y a mí, “señor Pauline”. Ella estaba feliz con el cambio.
Muchos de los hermanos eran pobres, pero Jehová siempre les dio lo que necesitaban, y a veces de formas increíbles (Mat. 6:33). Me viene a la mente una hermana que solo tenía el dinero para comprar la comida de ese día para ella y sus hijos. Ella le dio todo lo que tenía a un hermano enfermo que necesitaba medicamentos para la malaria pero no tenía dinero para comprarlos. Ese mismo día, una mujer fue a la casa de la hermana y le pagó para que la peinara. Ese tipo de cosas pasaba muy a menudo.
NIGERIA: UNA CULTURA NUEVA
Estuvimos en Sierra Leona nueve años. Pero después nos trasladaron al Betel de Nigeria, una sucursal enorme. Seguí con el mismo tipo de trabajo de oficina que hacía en Sierra Leona, pero para Pauline fue un gran cambio y todo un reto. Pasó de estar predicando 130 horas al mes y tener estudiantes que progresaban a estar en un cuarto de costura arreglando ropa todo el día. Le costó adaptarse, pero después entendió que los hermanos agradecían mucho lo que ella hacía y se concentró en hacer todo lo posible por animar a los otros betelitas.
La cultura de Nigeria era nueva para nosotros, y teníamos mucho que aprender. Recuerdo una vez que un hermano fue a mi oficina a presentarme una hermana recién llegada a Betel. Yo le extendí mi mano para saludarla, pero ella se arrodilló a mis pies. Me quedé pasmado, e inmediatamente recordé lo que dicen Hechos 10:25, 26 y Apocalipsis 19:10. “¿Qué hago? ¿Le digo algo?”, me pregunté. Pero después pensé: “Si la invitaron a Betel es porque ya sabe lo que dice la Biblia”.
Muy incómodo, seguí con la conversación como pude, y después me puse a investigar el tema. Descubrí que la hermana estaba siguiendo una costumbre que había en ciertas partes del país. Los hombres también se arrodillaban. Era una forma de demostrar respeto, y no un acto de adoración. De hecho, en la Biblia se mencionan casos parecidos (1 Sam. 24:8). ¡Menos mal que, en mi ignorancia, no le dije a la hermana algo que la hubiese hecho sentir mal!
Conocimos a muchos hermanos de Nigeria que demostraron una gran fe a lo largo de su vida. Uno de ellos fue Isaiah Adagbona. b Él conoció la verdad de joven y después le diagnosticaron lepra. Lo enviaron a una colonia de leprosos, pero era el único Testigo. A pesar de la oposición, ayudó a más de 30 leprosos a hacerse Testigos y fundó una congregación ahí.
KENIA: DONDE LOS HERMANOS FUERON PACIENTES CONMIGO
En 1996 nos enviaron a Kenia a servir en Betel. No había vuelto al país desde aquel viaje que tanto me marcó y que mencioné al principio. En Betel teníamos unos visitantes muy particulares: un tipo de mono llamado cercopiteco verde. Cuando las hermanas llevaban frutas, esos monos se las robaban. Un día, una de ellas dejó abierta la ventana de su cuarto. Cuando regresó, encontró a toda una familia de monos dándose un festín con la comida que habían encontrado. Ella pegó un grito y salió corriendo del cuarto. Los monos también gritaron y, asustados, saltaron por la ventana.
Pauline y yo empezamos a apoyar una congregación de idioma suajili. Al poco tiempo me dijeron que dirigiera el Estudio de Libro de Congregación (que ahora se llama Estudio bíblico de la congregación). Pero, claro, mi nivel de suajili era pésimo. Me estudiaba la información de antemano para poder leer las preguntas bien. Pero, si alguien respondía algo que no fuera exactamente igual a lo que estaba escrito, simplemente yo no lo entendía. Era muy frustrante, y me sentía muy mal por los hermanos. Me impresionaba ver la paciencia y la humildad con que aceptaban la situación.
ESTADOS UNIDOS: UNA VIDA CÓMODA NO DETIENE A LOS QUE TIENEN FE
Estuvimos en Kenia menos de un año. En 1997 nos invitaron al Betel de Brooklyn (Nueva York). Ahora estábamos en un país próspero, lo que también puede ser un desafío (Prov. 30:8, 9). Pero aquí los hermanos también tienen mucha fe. No usan su tiempo ni sus recursos para hacerse ricos, sino para apoyar todo el buen trabajo que hace la organización de Jehová.
A través de los años, hemos visto que los hermanos demuestran fe en circunstancias muy distintas: en Irlanda, a pesar de la violencia; en África, a pesar de la pobreza y estar aislados, y en Estados Unidos, a pesar de la abundancia material. Jehová debe de sentirse muy contento cuando ve que sus siervos demuestran que lo aman en todo tipo de circunstancias.
Los años han pasado volando o, como dice Job 7:6, han pasado “más rápido de lo que se mueve la lanzadera de un tejedor”. Ahora trabajamos en la central mundial, que queda en Warwick (Nueva York), junto con personas que de verdad se aman unas a otras. Nos encanta y nos llena de felicidad hacer todo lo posible por apoyar a nuestro Rey, Jesucristo, quien pronto recompensará a todos los que son fieles (Mat. 25:34).
LA ATALAYA (EDICIÓN DE ESTUDIO)