Para el término hebreo scheʼóhl y su equivalente griego háides (que en español suelen escribirse Seol y Hades), algunas traducciones de la Biblia emplean la palabra infierno. Muchas personas creen que el infierno es tal y como se representa en la lámina que acompaña a este artículo. Sin embargo, ambos términos se refieren a un lugar simbólico al que van los seres humanos al morir (Salmo 16:10; Hechos 2:27). Veamos lo que enseña la Biblia sobre este asunto.
Las personas que han ido al Seol ni están conscientes ni sienten dolor. “No hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol.” (Eclesiastés 9:10.)
Los buenos van al Seol. Jacob y Job, dos hombres fieles del pasado, sabían que irían al Seol (Génesis 37:35; Job 14:13).
El castigo por el pecado es la muerte, no las llamas del infierno. “El que ha muerto ha sido absuelto de su pecado.” (Romanos 6:7.)
La idea de un tormento eterno no encaja con la justicia de Dios (Deuteronomio 32:4). Cuando Adán, el primer hombre, pecó, Dios le dijo que su castigo sería simplemente dejar de existir: “Polvo eres y a polvo volverás” (Génesis 3:19). Ahora bien, si su intención era enviar a Adán a un lugar de tormento eterno, alguien podría decir que Dios le mintió.
Para Dios es inconcebible atormentar eternamente a alguien. La enseñanza de que Dios castiga a la gente en un infierno contradice esta clara afirmación de la Biblia: “Dios es amor” (1 Juan 4:8; Jeremías 7:31).