Jehová le dijo a Moisés: “Sube adonde estoy, en la montaña. Voy a escribir mis leyes en tablas de piedra y te las voy a dar”. Moisés subió y se quedó en la montaña 40 días y 40 noches. Mientras estaba allí, Jehová escribió los Diez Mandamientos en dos piedras planas y se las dio a Moisés.
Al poco tiempo, los israelitas empezaron a creer que Moisés los había abandonado. Por eso, le dijeron a Aarón: “¡Queremos un líder. Haznos un dios!”. Aarón les respondió: “Tráiganme el oro que tengan”. Entonces él derritió el oro para hacer una estatua con forma de becerro. La gente dijo: “¡Este becerro es nuestro dios que nos sacó de Egipto!”. Hicieron una fiesta y empezaron a adorar el becerro de oro. ¿Era eso malo? Sí, porque el pueblo había prometido que iba a adorar solo a Jehová. Pero ahora no estaban cumpliendo su promesa.
Jehová vio lo que estaba pasando y le dijo a Moisés: “Baja adonde el pueblo, porque están desobedeciéndome. Están adorando un dios falso”. Moisés bajó de la montaña con las dos tablas de piedra en la mano.
Mientras Moisés iba acercándose al campamento, oyó a la gente cantar. Al llegar, los vio bailando y adorando el becerro. Moisés se enojó mucho, tiró las dos tablas de piedra al suelo, y se rompieron. Enseguida fue a destruir la estatua y después le preguntó a Aarón: “¿Cómo te convencieron para hacer esta cosa horrible?”. Aarón respondió: “No te enfades, tú sabes cómo son. Querían un dios, así que eché el oro al fuego, y salió este becerro”. Aarón no debió hacer eso. Moisés subió otra vez a la montaña y le suplicó a Jehová que perdonara al pueblo.
Jehová perdonó a los israelitas que querían obedecerlo. Era muy importante que le hicieran caso a Jehová, y a Moisés también, ¿verdad que sí?
“Cuando le hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque a él no le agradan los insensatos. Lo que prometas en un voto, cúmplelo” (Eclesiastés 5:4).