El sumo sacerdote Elí tenía dos hijos: Hofní y Finehás. Ellos eran sacerdotes y trabajaban en el tabernáculo. Pero no obedecían las leyes de Jehová y, además, trataban muy mal a la gente. Cuando los israelitas llevaban sacrificios para Jehová, Hofní y Finehás se quedaban con la mejor carne para ellos. Elí sabía que sus hijos se portaban mal, pero no hacía nada para corregirlos. ¿Crees que Jehová haría algo?
Aunque Samuel era mucho menor que Hofní y Finehás, no hacía cosas malas como ellos. Por eso, Jehová estaba muy contento con él. Una noche, Samuel estaba dormido y oyó una voz que lo llamaba. Se levantó, corrió adonde estaba Elí y le dijo: “Aquí estoy”. Pero Elí le contestó: “Yo no te llamé. Vuelve a dormirte”. Samuel se fue a acostar. Entonces pasó lo mismo por segunda vez. Cuando Samuel escuchó la voz por tercera vez, Elí se dio cuenta de que Jehová estaba llamando a Samuel. Elí le explicó que si volvía a oír la voz, tenía que responder: “Dime, Jehová. Tu siervo te está escuchando”.
Samuel volvió a la cama y oyó la voz: “Samuel, Samuel”. Él respondió: “Dime, Jehová. Tu siervo te está escuchando”. Jehová le dijo: “Dile a Elí que voy a castigarlos a él y a su familia. Él sabe que sus hijos están haciendo cosas malas en mi tabernáculo, pero no los corrige”. A la mañana siguiente, Samuel abrió las puertas del tabernáculo, como siempre. Tenía miedo de darle el mensaje de Jehová al sumo sacerdote. Pero Elí lo llamó y le preguntó: “Hijo mío, ¿qué te dijo Jehová?”. Así que Samuel le contó todo.
Samuel creció, y Jehová continuó siendo su amigo. Los israelitas de todas partes del país sabían que Jehová había escogido a Samuel para ser profeta y juez.
“Acuérdate de tu Gran Creador en tu juventud” (Eclesiastés 12:1).