LA PALABRA sinagoga viene de un término griego que significa “asamblea” o “juntamiento”. El nombre es apropiado, pues desde tiempos antiguos las sinagogas han sido centros de reunión donde recibir instrucción y adorar a Dios en las comunidades judías. No hay ninguna referencia clara a las sinagogas en las Escrituras Hebreas. Pero las Escrituras Griegas Cristianas indican que esos lugares de reunión ya existían para el siglo primero.
La mayoría de los expertos consideran que las sinagogas tuvieron su origen durante el cautiverio de los judíos en Babilonia. La Encyclopaedia Judaica explica: “Los Exiliados, privados del Templo, en una tierra extraña y con la necesidad de recibir consuelo debido a su angustia, se reunían de vez en cuando, probablemente durante el Sábado, y leían las Escrituras”. Al parecer, una vez que los judíos recuperaron su libertad, siguieron juntándose para orar y leer las Escrituras, y abrieron sinagogas en los lugares donde se iban estableciendo.
Para el siglo primero, la sinagoga se había convertido en el centro de la vida social y religiosa judía de las comunidades que había por el Mediterráneo y el Medio Oriente, así como en el mismo Israel. El profesor Lee Levine, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, señala: “Era un lugar donde estudiar, tomar las comidas sagradas, realizar procesos judiciales, depositar los fondos para la comunidad y celebrar reuniones de carácter político y social”. Luego añade: “Por supuesto, de importancia fundamental eran los servicios religiosos”. Por ello, no es de extrañar que Jesús asistiera con frecuencia a las sinagogas (Mar. 1:21; 6:2; Luc. 4:16). En ellas, enseñaba, aconsejaba y animaba a los presentes. Después de que se fundó la congregación cristiana, el apóstol Pablo también tenía la costumbre de predicar en las sinagogas. Como era natural que las personas que se interesaban en lo espiritual asistieran a ellas, lo primero que hacía Pablo cuando llegaba a una ciudad era ir a la sinagoga a predicar (Hech. 17:1, 2; 18:4).