BIOGRAFÍA
“Aunque nací pobre, Jehová ha enriquecido mi vida”
Relatada por Samuel Herd
Nací en una casita de madera de una sola habitación, en un pequeño pueblo de Indiana (Estados Unidos) llamado Liberty. Cuando llegué al mundo, mis padres ya tenían tres hijos, un chico y dos chicas. Después de mí, tuvieron dos hijos y una hija más.
DURANTE el tiempo que pasé en la escuela, mi vida no tuvo muchos cambios. Los niños con los que comenzabas el primer curso eran tus compañeros hasta que terminabas el último curso. De hecho, en el pueblo, casi todos nos conocíamos por nombre.
Liberty estaba rodeado de pequeñas granjas y campos de maíz. Mi padre trabajaba para un granjero del pueblo cuando nací. Así que, de adolescente, aprendí a manejar un tractor y a realizar otros trabajos relacionados con el campo.
Nunca tuve un padre joven. Cuando nací, mi madre tenía 35 años y mi padre, 56. Aun así, era un hombre fuerte, esbelto y con buena salud. También era muy trabajador y enseñó a sus hijos a ser trabajadores. Aunque no ganaba mucho dinero, nunca nos faltó un techo, ropa y suficiente comida. Siempre estaba ahí para nosotros. Mi padre murió a los 93 años y mi madre, a los 86. Ninguno de los dos sirvió a Jehová. Sin embargo, uno de mis hermanos sirve fielmente a Jehová como anciano desde 1972.
MI JUVENTUD
Mi madre era muy religiosa, y todos los domingos nos llevaba a la iglesia bautista. Cuando tenía 12 años, oí hablar de la Trinidad y le pregunté a mi madre con curiosidad: “¿Cómo puede ser que Jesús sea el Hijo y el Padre a la vez?”. Recuerdo que me dijo: “Es un misterio, hijo. No podemos entenderlo”. Y de verdad era un misterio para mí. Pero igualmente me bauticé a los 14 años en un riachuelo de la zona, donde me sumergieron tres veces: una por el Padre, otra por el Hijo y otra por el espíritu santo.
En la secundaria, tenía un amigo que era boxeador, y me convenció para que yo también boxeara. Por eso empecé a entrenar y me apunté a la Golden Gloves, una organización de boxeo. No se me daba muy bien, así que después de algunos combates lo dejé. Más tarde fui reclutado por el ejército de Estados Unidos y me trasladaron a Alemania. Estando allí, mis superiores me mandaron a una academia militar porque creían que tenía un don natural para ser líder. Querían que fuera militar profesional. Pero como yo no quería dedicarme a eso, dejé la academia después de terminar los dos años de servicio obligatorio, en 1956. Sin embargo, al poco tiempo, me alisté en una clase de ejército muy diferente.
UNA NUEVA VIDA
Para ese momento de mi vida, ya me había convertido en lo que la gente llama “un macho”. Me había influido mucho el ideal de hombre que se veía en las películas y que promovía la sociedad. Para mí, los hombres que predicaban no eran suficientemente hombres. Pero comencé a aprender algunas cosas que transformaron mi vida. Un día, mientras iba por el pueblo en mi lujoso automóvil rojo, dos chicas jóvenes me saludaron. Yo las conocía; eran las hermanas menores del esposo de mi hermana mayor. Y las dos eran testigos de Jehová. En otras ocasiones ya me habían dejado La Atalaya y ¡Despertad!, pero a mí me parecía que La Atalaya era demasiado profunda. Sin embargo, en esta ocasión, me invitaron al Estudio de Libro de Congregación, una pequeña reunión que se efectuaba en su casa y en la que se estudiaba y comentaba la Biblia. Les dije que lo pensaría. “¿Lo prometes?”, me preguntaron sonrientes. “Lo prometo”, les respondí.
Me arrepentí de haber hecho aquella promesa, pero sentía que no podía negarme. Así que aquella noche fui a esa reunión. Lo que más me impresionó fue que los niños supieran tanto de la Biblia. A pesar de haber ido muchos domingos a la iglesia con mi madre, yo no sabía casi nada. Pero ahora estaba decidido a aprender más, y acepté un curso bíblico. Enseguida aprendí que el nombre personal del Dios todopoderoso es Jehová. Años antes, cuando le había preguntado a mi madre quiénes eran los testigos de Jehová, me dijo: “Ah, sí, ellos adoran a un señor mayor que se llama Jehová”. Pero ahora sentía que se me caía una venda de los ojos.
Progresé rápido porque sabía que había encontrado la verdad. En marzo de 1957 me bauticé, tan solo nueve meses después de aquella primera reunión. Mi forma de ver la vida cambió. Cuando pienso en aquella actitud de “macho” que tenía, me siento muy feliz de haber aprendido lo que la Biblia enseña sobre cómo es un hombre de verdad. Jesús era perfecto. Era más fuerte y más poderoso que cualquier otro hombre. Pero jamás se vio envuelto en peleas, sino que, tal como se predijo, permitió “que se le afligiera” (Is. 53:2, 7). Aprendí que un verdadero seguidor de Jesús debe “ser amable para con todos” (2 Tim. 2:24).
Al año siguiente, en 1958, comencé el precursorado. Pero poco después tuve que dejarlo por un tiempo. ¡Había decidido casarme! Y me casé con Gloria, una de las jóvenes que me habían invitado a la reunión. Nunca me he arrepentido de aquella decisión, porque Gloria era una joya y lo sigue siendo. Para mí, es más valiosa que un diamante precioso, y estoy muy feliz de haberme casado con ella. Ahora Gloria les contará un poco sobre su vida:
“Mis padres tuvieron 17 hijos. Mi madre fue una Testigo fiel y murió cuando yo tenía 14 años. En ese entonces mi padre empezó a estudiar la Biblia. Como mi madre ya no estaba, mi padre habló con el director de la escuela para proponerle algo. Le preguntó si mi hermana mayor, a quien le faltaba poco para terminar la secundaria, podía turnarse conmigo para asistir a las clases un día cada una. El día que una iba a clase, la otra se quedaba en casa cuidando a nuestros hermanos menores y preparando la cena para comer juntos cuando papá llegara del trabajo. El director nos dio permiso, y lo hicimos así hasta que mi hermana se graduó. Dos familias de Testigos estudiaron la Biblia con nosotros y 10 de mis hermanos y yo nos hicimos testigos de Jehová. Me encantaba predicar, a pesar de que siempre he sido muy tímida. Pero Sam me ha ayudado mucho a lo largo de los años”.
Gloria y yo nos casamos en febrero de 1959. Disfrutábamos de ser precursores juntos. Como deseábamos servir en la central mundial, en julio de aquel mismo año, solicitamos ir a Betel. Nos entrevistó un hermano muy querido, Simon Kraker. Pero nos dijo que, en aquel momento, Betel no aceptaba matrimonios. Y, aunque nunca perdimos el deseo de servir en Betel, pasaron muchos años hasta que se cumplió.
Escribimos a la central mundial para preguntar a dónde podíamos ir a ayudar. En la respuesta, solo nos dieron una opción: Pine Bluff, Arkansas. Para entonces, allí había dos congregaciones, una para hermanos blancos y otra para hermanos “de color”, o negros. Nos mandaron a la congregación “de color”, que tenía unos 14 publicadores.
NOS ENFRENTAMOS A LA SEGREGACIÓN RACIAL Y AL RACISMO
Quizás se pregunten por qué las congregaciones de los testigos de Jehová estaban separadas por razas. Sencillamente, porque en aquel tiempo no nos quedaba otra opción. Las leyes prohibían que gente de diferentes razas se mezclara en lugares públicos, y existía el peligro real de sufrir actos violentos. En muchos lugares, los hermanos tenían miedo de que destrozaran sus Salones del Reino si se juntaban blancos y negros en la reunión. Y con razón, porque había ocurrido. Si los Testigos negros predicaban en un vecindario de blancos, la policía podía arrestarlos y hasta golpearlos. Por eso, para poder predicar, obedecíamos las leyes esperando que las cosas mejoraran.
La predicación tenía sus retos. A veces, predicando en zonas donde vivían personas negras, llegábamos sin querer a una casa donde vivía una familia blanca. Entonces teníamos que decidir rápidamente si hacíamos una pequeña presentación o si era mejor disculparnos y marcharnos. Así eran las cosas en aquella época.
Por supuesto, para mantenernos teníamos que trabajar duro. En la mayoría de los trabajos nos pagaban tres dólares al día. Gloria trabajaba en algunas casas, y a mí me permitían ayudarla en una de ellas para poder acabar en la mitad del tiempo. Antes de irnos, almorzábamos la comida precocinada que nos daban. Todas las semanas, Gloria planchaba para una familia y yo trabajaba en el jardín, limpiaba las ventanas y hacía otras tareas. En casa de una familia blanca, Gloria limpiaba las ventanas por dentro y yo, por fuera. Como nos tomaba todo el día, nos daban el almuerzo. Pero Gloria comía dentro, separada de la familia, y yo, en el garaje. No me importaba. De hecho, la comida estaba riquísima. La familia era buena gente, simplemente estaban influenciados por el sistema. Recuerdo una ocasión en la que paramos a poner gasolina. Después de llenar el tanque, le pregunté al señor si Gloria podía usar el baño. Me miró con cara de pocos amigos y me dijo: “Está cerrado”.
RECUERDOS DE GRANDES MUESTRAS DE BONDAD
Por otro lado, pasamos momentos preciosos con los hermanos. ¡Y amábamos la predicación! Al llegar a Pine Bluff, nos fuimos a vivir a la casa del siervo de congregación. Su esposa no era Testigo, y Gloria empezó a darle clases de la Biblia. Al mismo tiempo, la hija del matrimonio y su esposo empezaron a estudiar conmigo. Madre e hija decidieron servir a Jehová y se bautizaron.
Teníamos amigos muy queridos en la congregación de hermanos blancos. Nos invitaban a cenar, pero solo podíamos ir de noche para que nadie nos viera juntos. La organización Ku Klux Klan, que promueve el racismo y la violencia, estaba muy activa en aquel tiempo. Recuerdo a un hombre sentado en su porche una noche de Halloween, vistiendo con orgullo un traje blanco y una capucha, igual que los del Ku Klux Klan. Pero aquellas cosas no impedían que los hermanos mostraran bondad. Cierto verano, necesitábamos dinero para ir a la asamblea, y un hermano nos compró nuestro Ford del 1950 para que pudiéramos ir. Un mes más tarde, llegamos a casa sofocados por el calor del verano después de predicar y estudiar con algunas personas. ¡Qué sorpresa nos llevamos al ver nuestro automóvil delante de casa! En el parabrisas delantero había una nota: “Les devuelvo su automóvil. Es un regalo. Su hermano”.
Hubo otra muestra de bondad que me causó una profunda impresión. En 1962, me invitaron a asistir a la Escuela del Ministerio del Reino en South Lansing, Nueva York. Se trataba de un curso de un mes para los superintendentes de circuito, de distrito y quienes supervisábamos las congregaciones. Pero cuando me invitaron, no tenía trabajo y teníamos poco dinero. Una compañía telefónica de Pine Bluff me había entrevistado para un trabajo. Si me contrataban, sería la primera persona negra en trabajar allí. Al final, me dijeron que me darían el puesto. ¿Qué haría? No tenía dinero para ir a Nueva York. Pensé seriamente en aceptar el trabajo y decir que no a la escuela. De hecho, cuando estaba a punto de escribir una carta para rechazar la invitación, pasó algo que jamás olvidaré.
Una hermana de la congregación, casada con un no Testigo, tocó a nuestra puerta una mañana y me dio un sobre lleno de dinero. Ella y algunos de sus hijos pequeños habían estado levantándose temprano para trabajar en los campos de algodón quitando malas hierbas. Pensaron que con ese dinero yo podría ir a Nueva York. La hermana me dijo: “Vaya a la escuela, aprenda tanto como pueda y, cuando vuelva, enséñenos todo lo que haya aprendido”. Después de eso, pregunté a la compañía telefónica si podía empezar cinco semanas más tarde de lo acordado, pero me respondieron con un rotundo no. Aunque no me importó porque ya había tomado una decisión. Estoy muy contento de no haber aceptado aquel empleo.
Gloria nos contará cómo recuerda aquellos días en Pine Bluff: “Me enamoré del territorio. Dirigía de 15 a 20 cursos bíblicos. Por las mañanas íbamos a predicar de casa en casa, y el resto del día dábamos cursos bíblicos. A veces terminábamos a las 11 de la noche. ¡Lo pasábamos muy bien predicando! Me hubiera quedado allí para siempre, y tengo que admitir que no hubiera dejado esa asignación para servir en la obra de circuito. Pero Jehová tenía otra cosa en mente”. ¡De eso no hay ninguna duda!
NUESTRA VIDA EN LA OBRA VIAJANTE
Mientras servíamos de precursores en Pine Bluff, solicitamos el precursorado especial. Estábamos casi seguros de que nos lo iban a dar porque nuestro superintendente de distrito quería que fuéramos a ayudar a una congregación de Texas como especiales. Teníamos muchas ganas de un cambio así. Esperamos y esperamos... Pero el buzón siempre estaba vacío. Tiempo después, en enero de 1965, llegó una carta. ¡Nos asignaban a la obra viajante! En aquel entonces, también nombraron superintendente de circuito al hermano Leon Weaver, que ahora es el coordinador del Comité de Sucursal de Estados Unidos.
Me ponía muy nervioso pensar en ser superintendente de circuito. Aproximadamente un año antes, el superintendente de distrito —James Thompson, hijo— analizó mis aptitudes. Me habló de algunas áreas en las que podía mejorar y de las cualidades necesarias para ser un buen superintendente de circuito. Al poco tiempo de servir como superintendente, me di cuenta de que sus consejos eran muy útiles. El hermano Thompson fue el primer superintendente de distrito que nos visitó después de que me nombraran. Aprendí muchísimo de aquel hermano tan espiritual.
En aquella época, los superintendentes de circuito recibían poca capacitación. Durante una semana observé cómo un superintendente visitaba una congregación, y la semana siguiente, él me observó a mí y me dio algunas sugerencias. Después, ya nos quedamos solos. Recuerdo que le dije a Gloria: “¿De verdad tiene que irse ya?”. Pero, tiempo después, me di cuenta de algo importante: siempre habrá buenos hermanos que te ayuden si tú permites que lo hagan. Todavía recuerdo con cariño la ayuda de algunos hermanos de experiencia como James Brown, quien servía como viajante, y Fred Rusk, que era betelita.
En esos días, el racismo se había intensificado. Una vez, el Ku Klux Klan organizó una marcha en un pueblo de Tennessee que estábamos visitando. En otra ocasión, recuerdo que estábamos predicando con un grupo de hermanos y paramos a comer algo en un restaurante de comida rápida. Cuando fui al baño, me di cuenta de que me había seguido un individuo con mal aspecto y lleno de tatuajes racistas. Pero un hermano blanco, mucho más grande y fuerte que él, nos siguió a los dos. “¿Va todo bien, hermano Herd?”, me preguntó. Aquel hombre se fue rápidamente sin siquiera usar el baño. A lo largo de los años, he aprendido que el racismo no tiene nada que ver con el color de piel de una persona, sino con el pecado que todos hemos heredado de Adán. También he aprendido que un hermano es un hermano sin importar su color de piel, y que daría su vida por ti si fuera necesario.
JEHOVÁ HA ENRIQUECIDO MI VIDA
Servimos treinta y tres años en la obra viajante, veintiuno de ellos en el distrito. Fueron unos años muy enriquecedores, llenos de bendiciones y de bonitas experiencias. Pero quedaba algo más por venir. En agosto de 1997, por fin se cumplió nuestro sueño. ¡Nos invitaron a servir en el Betel de Estados Unidos! Así que al mes siguiente, unos treinta y ocho años después de haberlo solicitado por primera vez, comenzamos nuestro servicio en Betel. Pensé que los hermanos responsables querían que ayudara allí solo un tiempo, pero estaba equivocado.
Al principio colaboré con el Departamento de Servicio. Aprendí muchísimo allí, pues los hermanos responden preguntas muy complejas y delicadas que les hacen los cuerpos de ancianos y los superintendentes de circuito de todo el país. Valoro mucho cómo me ayudaron y la paciencia con la que me enseñaron. Creo que, si me volvieran a mandar a ese departamento, seguiría siendo un novato.
A Gloria y a mí nos encanta la vida de Betel. Siempre hemos sido madrugadores, y eso es muy útil en este servicio. Después de un año, más o menos, comencé a colaborar con el Comité de Servicio del Cuerpo Gobernante y, en 1999, me nombraron miembro del Cuerpo Gobernante. De todas las cosas que he aprendido en esta asignación, la más importante es que Jesucristo —y no ningún humano— dirige la congregación cristiana.
Cuando miro atrás, a veces me siento como el profeta Amós. Jehová se fijó en aquel simple pastor, que se dedicaba a una tarea tan humilde como punzar higos de sicómoros, una fruta que se consideraba alimento de pobres. Dios lo nombró profeta y llenó su vida de bendiciones (Amós 7:14, 15). De igual manera, Jehová se fijó en mí, el hijo de un granjero pobre de Liberty, y me llenó de bendiciones, tantas que es imposible contarlas todas (Prov. 10:22). Siento que, aunque nací pobre, Jehová ha enriquecido mi vida en sentido espiritual, mucho más de lo que jamás hubiera imaginado.
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