Abrahán y Sara llevaban muchos años casados. Habían dejado la buena casa que tenían en Ur para vivir en tiendas. Pero Sara no se quejaba porque confiaba en Jehová.
Como Sara deseaba tanto tener un bebé, le dijo a Abrahán: “Si mi sierva Agar tiene un hijo contigo, será como si fuera mío”. Con el tiempo, Agar tuvo un hijo, y le pusieron por nombre Ismael.
Mucho tiempo después, cuando Abrahán tenía 99 años y Sara 89, tres personas fueron a visitarlos. Abrahán los invitó a descansar debajo de un árbol y a quedarse a comer. ¿Sabes quiénes eran? Eran ángeles. Ellos le dijeron a Abrahán: “El año que viene, tú y tu esposa tendrán un hijo”. Sara estaba escuchando dentro de la tienda y, al oírlos decir aquello, se rió para sus adentros y pensó: “¿De veras voy a tener un hijo a esta edad?”.
Al año siguiente, Sara tuvo un bebé, tal como el ángel de Jehová había prometido. Abrahán le puso por nombre Isaac, que significa “risa”.
Cuando Isaac tenía unos cinco años, Sara vio que Ismael se burlaba de él. Ella quería proteger a su hijo, así que fue a hablar con Abrahán y le dijo: “Echa de aquí a Agar e Ismael”. Al principio, Abrahán no quería hacer eso. Pero Jehová también deseaba proteger a Isaac, por eso le dijo a Abrahán: “Haz lo que dice Sara. Yo voy a cuidar de Ismael. Pero mis promesas se cumplirán mediante Isaac”.
“Por la fe, Sara también recibió poder para concebir descendencia [...] porque consideró fiel al que le hizo la promesa” (Hebreos 11:11).